24. Maydeline.
Termino de hacerle un nudo a los cordones de mis Converse blancas, me levanto de la cama y sacudo mis jeans claros ajustados, me acomodo mi suéter de lana color negro, que es tres tallas más grandes que yo, pero me encanta. Hace frío y está amenazando con llover, es la mejor opción que hay en mi pequeño ropero.
Mi teléfono suena cuando me acerco al espejo.
¿Estás lista? Estoy afuera.
Sonrío y contesto.
Ya estoy lista. Bajo en un segundo.
Me aplico perfume y agarro mi pequeña cartera, guardo el teléfono y mis llaves, junto con un poco de dinero. Lo guindo en mi hombro, salgo de mi habitación y después del departamento. Bajo las escaleras con rapidez y ansias, jamás me había sentido tan eufórica por ver a alguien que no fuera mi hermano. Abro la puerta del edificio y salgo del mismo para verlo apoyado contra su auto.
Aún no me acostumbro a verlo sin su traje, tan solo con jeans y esa chaqueta negra que solo hace resaltar su belleza masculina. Me sonríe cuando troto escalones abajo, doy pequeños saltitos que le roban una risa que muere cuando nos encontramos a medio camino y nos fundimos en un beso grande.
Abrazo su cuello con mis brazos; solo suyos, mi cintura. Nuestros labios no se dan tregua alguna, me alza un poquito del suelo hasta que solo puedo rozarlo con la punta de mis zapatos. Sonrío y él hace lo mismo, se aleja de mi boca solo para mirarme a los ojos con dulzura. Me besa castamente una, dos y hasta tres veces, arrancándome una risita desde el fondo de mi alma.
—Viniste solo —no es una pregunta.
—No me gusta tenerlos todo el día pisándome los talones —responde, sin embargo. Peina mi cabello hacia atrás mientras que mis manos siguen ancladas a su nuca—. Además, iremos a un lugar seguro.
—Tienes razón —lo suelto y me alejo por completo.
Me mira de arriba abajo y sonríe.
—Estás encantadora —dice sin dejar de sostener mi mano.
—Gracias —sonrío.
—Ven, vamos.
Toma mi mano y me lleva al auto, nos ponemos en marcha y en menos de veinte minutos estamos en la casa de Nana. Descubro que estamos más cerca desde mi departamento que desde La Casa Blanca. En trayecto estuvo lleno de risas, miradas coquetas, mis mejillas sonrosadas, un par de apretones de manos y conversaciones amenas.
Fue el mejor recorrido de mi vida.
Bajamos del auto y lo sigo hasta la puertecita del jardín, en dónde me deja pasar primero. Subimos los escalones del porche y saca de su bolsillo un pequeño llavero, abre la puerta y su caballerosidad vuelve a estar presente.
—¿Nana? —llama, pero nadie responde—. Ven, debe estar en la cocina.
Lo sigo sin prisa, observando mejor la casa, ya que el día que vine... no fue muy placentera la visita. Hay fotografías, de una mujer joven junto a un hombre de igual edad, me pregunto quienes serán. La casa es colorida, hogareña. Tiene los colores amarillo, beige y marón que logran iluminar el lugar.
—Aquí estás —dice Michael y parpadeo, es entonces cuando cruzo la cocina y veo a esa mujer que él tanto quiere. La abraza y besa su cabello—. Te metes aquí y ni siquiera escuchas cuando entran a tu casa.
—Ay, mi niño —le dice ella, sosteniendo su rostro—. Solo tú tienes llaves, nadie puede entrar aquí.
—Aun así —el pelinegro sonríe—. Te tengo una sorpresa.
—¿Qué es? —cuestiona ella y él me señala, su Nana se gira y se lleva una mano a la boca, claramente sorprendida—. ¡Oh, pero mira nada más! Que alegría verte otra vez —se acerca a mí, sorpresivamente me abraza y susurra en mi oído—: Sabía que volverías.
—Es un gusto verla de nuevo —le digo cuando nos separamos, ella me sonríe.
—Nada de usted, llámame Nana también —me pide y sonríe otra vez.
Todo en ella grita mamá y el corazón se me encoge en el pecho.
—Huele delicioso —me atrevo a decir.
—Estoy preparando lasaña, espero te guste.
—Sí, gracias —hago saber.
—Nana hace la mejor lasaña del universo, ¿no es así? —Michael camina hacia mí, rodeando mis hombros con su brazo.
—No seas exagerado —dice Nana, restándole importancia—. Solo lo dice para que le de una porción extra.
—Tenía que intentarlo —se justifica él, haciéndome reír. Su teléfono suena y lo saca de su bolsillo para verlo—. Es importante —informa—. Vuelvo en un segundo.
Se separa de mí y me guiña un ojo antes de desaparecer por la puerta que da al patio. Me quedo a solas con Nana, quien sigue mezclando algo en la sartén.
—En serio, huele muy bien —me acerco a ella para verla como me sonríe con cariño.
—El orégano lo es todo en estos casos —señala—. ¿Sabes cocinar?
—Lo más sencillo —me rio, abrazándome a mí misma—. Pero puedo lucirme si me lo propongo.
—Que bueno escuchar eso —ella sonrió de nuevo, me gustaba. No sé por qué, pero llenaba un raro vacío que tenía en el pecho—. Me alegra que estés de vuelta.
Bajé la mirada y jugué con mis dedos, inevitablemente me sonrojé.
—También me gusta estar de vuelta —confesé.
—Lo sé, cariño —asiente en mi dirección, mientras cortaba un tomate—. Las lágrimas de ambos me hicieron saber cuan difícil había sido la decisión que tomaron.
—¿Las lágrimas de ambos?
Suspira y asiente, puedo ver los engranajes en su cabeza, es como si estuviera recordando algo.
—Jamás lo había visto llorar de nuevo. No desde aquel día tan horrible, por supuesto —sacude la cabeza, como si quisiera alejar alguna imagen de su mente—. Luego, cuando te vi a ti salir de aquí apunto de derrumbarte... Dios, mi niña, no sé... Casi me dan ganas de arrastrarlos a dos y hacer que se abrazaran frente a mí —se ríe y una pequeña sonrisa tira de mis labios—. Aún no entiendo muy bien lo que hicieron, pero me alegra que estés de vuelta. Esos pocos días... fueron una tortura para mí. Ver a mi niño así... Supongo que tú estabas igual.
No hace falta decirle nada, ella sonríe y continua con su trabajo.
—Yo no quería que Michael hiciera algo malo —frunzo el ceño, jugando un el delicado anillo en mi dedo anular derecho—. No sé cómo era la relación que tenía con Grace, pero sé que ninguna mujer merece que la engañen. Tampoco podía permitir que Michael siguiera llenándose de ilusiones, porque no estaba bien, no cuando tenía novia.
—Ahora entiendo todo —me mira—. Tú te merecías esas lágrimas más que nadie. Él lo dijo.
Iba a preguntar a qué se refería, pero Michael entro a la cocina una vez más. Nana solo me guiñó uno de sus ojos castaños y sonrió disimuladamente.
—El trabajo nunca falta —dijo a modo de disculpa, acercándose a mí. Me observa fijamente a los ojos—. ¿Todo bien?
—Todo perfecto —le sonrío y me devuelve el gesto con un casto beso incluido.
—Esto estará listo en quince minutos como mínimo —informa Nana, lavándose las manos y secándose con una toalla amarilla—. ¿Por qué no le muestras la casa a May? Estoy segura de que le encantará saber en qué partes te caíste.
—Okey, no hablemos de esto —se ríe el pelinegro, tirando de mí hacia él.
—¿Te caías todo el tiempo? —lo miro con una sonrisa.
—No...
—Sí —lo interrumpe Gina, riendo suavemente—. Este hombre que ves aquí, era una gelatina andante. Siempre tenía algo roto.
—Basta —sacude la cabeza y puedo ver el leve sonrojo en sus mejillas—. Ven, vayámonos antes de que diga otra cosa.
Me sacó de la cocina entre risas mías y de Nana, mientras que él solo sacudía la cabeza.
—Algo en mi interior me decía que eras travieso de pequeño —le dije, él me observó y sonrió—. Tienes esa cara de niño malo todavía.
—¿En serio? —rodeó mis hombros con su brazo mientras subimos las escaleras—. Pues, yo creo que tú eras la niña buena en público... —sus labios se pegan a mi oreja y me estremezco cuando me susurra—: y cuando estabas sola eras la más traviesa de todas.
Tiemblo, cierro los ojos y suelto una risita.
—Basta —me alejo un poco cuando llegamos al pasillo, lo miro, tiene una sonrisa malvada en sus labios.
—¿Me equivoqué? —cuestiona.
—No, no del todo —negué—. Pero tampoco era malvada, ¿okey?
—Permíteme dudarlo —discrepa, entrelazando nuestras manos.
—Cuéntame, ¿cuántas veces te caíste? —me burlé, él se mordisqueó el labio.
—Ya perdí la cuenta, pero... —se giró y señaló las escaleras— rodé por las escaleras cuando tenía siete años. Me fracturé la clavícula y dos costillas, me tuvieron que vendar todo el torso.
Lo miro incrédula, con una expresión que dice «No es cierto, no te creo» mientras que él tiene una de «Pues créelo, porque sí lo es».
—Vaya, eras muy, muy travieso —susurro.
—Ese día estaba persiguiendo al gato que siempre se metía por el patio —se ríe—. Bueno, esta es la habitación de Nana —señala una puerta—, esa es una que tiene de todo. Lo juro. Puedes entrar ahí y encontrar mil cosas que no sabes que existen —se ríe—. Ese es un baño, y esta, era mi habitación cuando era niño.
La habitación es pequeña pero espaciosa, perfecta para un niño pequeño. Está pintada de un color azul marino que contrasta con las sábanas que cubren la pequeña cama que se encuentra en una esquina. Hay pósteres de béisbol, una repisa llena de juguetes y un pequeño escritorio.
—¿Pasabas mucho tiempo aquí? —indago, yendo hasta el escritorio para dejar mi bolso sobre el mismo.
—La mayor parte de mi infancia —murmura, escucho sus pasos cuando se acerca luego de cerrar la puerta—. Cuando mi padre quiso entrar al mundo de la política comenzaron los viajes, Nana estuvo para mí desde que nací, pero luego pasé más tiempo con ella que con mamá.
Lo miro, buscando algún indicio de tristeza en sus ojos, pero solo veo cariño y agradecimiento hacia la mujer que está preparando la cena.
—Amo a mi mamá, no pienses que no —se apresura a decirme—. Era una madre estupenda, me llamaba todos los días antes de dormir y me leía cuentos de fantasía —la nostalgia abraza su sonrisa y me envuelve el corazón—. Cuando comencé a crecer, ya tenía otra perspectiva de las cosas. Nana fue mi talismán y la adoro, pero mi madre también me respaldó, aunque no estaba siempre presente, y por eso la respeto.
Verlo hablar así de su madre me pincha el corazón, es como si algo dentro de mí sintiera que mi infancia fue una pérdida total, y aún así me siento tan feliz por él, porque tuvo una madre que siempre lo amó a pesar de todo y una mujer que lo protegió aún y cuando no llevaba su sangre.
Trago el nudo en mi garganta y me doy la vuelta para que no vea mis ojos empañados, sin embargo, una fotografía llamó mi atención.
—Eres tú —afirmé, tomando el pequeño portarretrato.
—Ese soy yo —asiente.
—¿Cuántos años tenías?
—Ocho, creo —frunce el entrecejo.
—¡Ay, que lindo eras! —chillé encantada.
Era un niño precioso, todo ojos azules y pestañas largas.
—¿Era? —arquea una ceja cuando me ve dejar la fotografía en su lugar.
—Sí, solo que creciste y se arruinó —me burlé, siguiendo un juego que, al parecer, comenzó a gustarle.
—¿Se arruinó? —la perversidad en sus ojos me aceleró el corazón, de tal manera que me enloquecí y solté una risita—. Ya verás como soy igual de lindo que siempre.
—¡No! —me reí, fue una carcajada limpia lo que salió de mis labios cuando sus manos comenzaron a hacerme cosquillas—. ¡Ay, Michael!
—¿Ves como soy muy lindo? —no paraba, solo incrementaba el ataque.
Me río como hace tanto no lo hacía y Michael está encantado con eso o solo me quiere matar a cosquillas. De algún modo, retrocedemos y terminados en el centro de la cama, él aún haciéndome cosquillas y yo retorciéndome bajo su cuerpo.
—Basta, basta —me río sin aliento—. Por favor... No puedo respirar.
Eso consigue detenerlo, tomo grandes bocanadas de aire para llenar mis pulmones con el oxígeno que perdí. Mientras, Michael me mira embelesado, dibujando mi perfil con su índice, recorre el puente de mi nariz con la punta de su dedo y después mis pómulos.
—Tienes pecas —musita en voz baja.
—Sí, pero apenas y se notan —digo, mirando sus ojos recorrer mi rostro—. Siempre le tuve envidia a las mujeres que sí tienen pecas de verdad.
—Tus pecas son de verdad, están aquí —su pulgar traza el contorno bajo de mi ojo izquierdo, por encima de mi pómulo—. Yo las veo, para mí son preciosas —mis mejillas se encienden y él sonríe, satisfecho—. Apuesto lo que sea a qué eras la cosa más preciosa cuando estabas pequeña.
—¿Ahora no lo soy? —pregunto en broma.
—Eres espléndidamente preciosa —baja sus labios a los míos, rozándolos—. Nunca había presenciado una belleza como la tuya.
Cierro los ojos, incapaz de sostenerle la mirada. Mi mano va a su nuca y termino con la distancia que separa nuestros labios. Su boca me devora, lento y suave. Su lengua insaciable busca la mía y me hace temblar. Suspiro, sintiendo sus caricias en mi pelo y en mi cintura.
—Esto es tu culpa —se ríe cuando se aleja para respirar.
—¿Qué cosa? —acaricio su mejilla, mirándolo a través de mis ojos entrecerrando.
—Que me convierta en un adicto a ti.
[...]
Luego de la deliciosa cena que Nana preparó conversamos un rato más hasta que ella dijo que estaba cansada y que se iría a dormir. Michael insistió en que nos podíamos quedar a ver una película, pero su excusa era para poder pasar un rato más conmigo, cosa que me confesó una vez que estuvimos solos.
Nos sentamos en el sofá de la sala de estar, mis piernas estaban en su regazo, mientras que él se encontraba recostado levemente sobre mí, con su cabeza en mi pecho. Supuestamente, veíamos Resident Evil por la TV, pero yo no le estaba prestando atención para nada.
«Jamás lo había visto llorar de nuevo. No desde aquel día tan horrible, por supuesto».
Aquel día tan horrible... ¿A qué se refería? Estaba intrigada, pero no quería parecer una metiche.
—Cántame un pedacito de la canción de ayer —su voz me sacó de mis pensamientos, bajé la mirada para verlo aún recostado contra mí.
—¿Qué canción? —cuestioné, acariciando las sedosas hebras de su pelo negro.
—La que bailamos ayer en mi departamento —levanta la cabeza para mirarme a los ojos—. ¿La recuerdas?
Sonreí, era uno de los pocos momentos que recordaba de la noche anterior.
—Sí, la recuerdo —asiento.
—No entendí lo que decía —hace saber, fingiendo timidez—. Cántame un pedazo en inglés, por favor.
—Yo no sé cantar —me excusé con las mejillas rojas.
—¿Por favor? —sonríe—. Me gustaría escucharla.
—Okey —terminé aceptando, era difícil decirle que no—. ¿Desde el principio?
—Desde dónde más te guste —dice.
Asiento, suspira y apoya otra vez la mejilla en mi pecho.
Empiezo a tararear la canción, suavecito, tan bajito que apenas y yo me escucho.
—"Quiero ser yo el que despierte en ti un nuevo sentimiento. Y te enseñe a creer, a entregarte otra vez sin medir, los abrazos que des —susurro con los ojos cerrados, apoyando mi mejilla contra su cabello—. Le pido a Dios un toque de inspiración, para decir lo que tú esperas oír de mí".
Vuelve a echar la cabeza para atrás, mirándome a los ojos con un brillo que antes no había visto y que logra acelerar mi corazón.
—"Aquí estoy yo, abriéndote mi corazón, llenando tu falta de amor, cerrándole el paso al dolor. No temas yo te cuidaré, solo acéptame. Dame tus alas, las voy a curar y de mi mano te invito a volar —nuestras frentes se apoyan una en la otra, nuestras respiraciones se vuelven una sola y solo por eso sigo—. Aquí estoy yo, abriéndote mi corazón, llenando tu falta de amor, cerrándole el paso al dolor. No temas yo te cuidaré... Siempre te amaré".
Me besa lentamente, apretando mi mano que está entre las suyas. El beso no dura mucho, pero es lo suficientemente tierno como para dejarme el corazón enternecido.
Volvemos a nuestra posición inicial, abrazados y reprimiendo risitas de adolescentes enamorados.
—¿Es demasiado pronto? —cuestiona.
—¿Demasiado pronto? —confundida pregunto—. ¿Para qué?
—Para pedirte que seas mi novia —me quedo helada por su respuesta—. Podría pedírtelo de otra manera, lo sé, tal vez sería bueno esperar un tiempo y conocernos más, pero estoy demasiado enamorado de ti como para poder aguantarme. Te quiero conmigo, hoy y todos los días a partir de ahora —mi respiración ya es superficial y mis ojos nadan en un mar de lágrimas—. Entonces, May. ¿Es muy pronto pedírtelo?
Me quedo en blanco, soy un punto muerto en el universo mientras mi cabeza se dedica a divagar en nada en lo absoluto.
¿May? ¿Estás ahí? Bueno, si estás, dale una respuesta a este hombre.
—No —murmuro, parpadeando para despejarme la vista—. Es el momento justo.
Michael pareció dejar de estar tenso, se relajó sobre mí y se acomodó mejor, entrelazando nuestras manos.
—Me gusta que pienses así —sonreí—. Bueno, entonces, ¿quieres ser mi novia?
No me lo pensé mucho, solo apoyé mi mejilla contra su pelo y suspiré.
—Sí. Quiero ser tu novia —acepté.
—Que bien —él ni siquiera sé movió, pero supe que estaba sonriendo.
—¿Y tú? —pregunté yo está vez—. ¿Quieres ser mi novio?
—Mmh, sí quiero —suspira y yo sonrío.
Una lágrima de júbilo rodó por mi mejilla y casi me reí de lo absurdo de la situación, realmente éramos novios y nos lo pedimos de la manera más rara de la vida.
Pero, ¿qué había de normal en nosotros? Después de todo, la peculiaridad era nuestra mejor amiga.
AAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHH
¡Es que yo LOS AMO!
¡Ay, no puedo creer que yo haya escrito esto!
En fin: ¡FIN DE LA PRIMERA PARTE!
¿Qué les pareció? ¿Qué creen que pase en la segunda parte?
¡Voten y comenten mucho!
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