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23. Maydeline.

Parpadeo cuando la luz entra por alguna parte del lugar, soy consciente de que estoy en la habitación de Michael, en su departamento. Recuerdo parte de la noche anterior que son solo retazos en mi memoria, pero internar pensar más de la cuenta hace que un rayo de dolor me atraviese la cabeza y me duela horrores.

Estoy despierta desde hace unos minutos, pero siento que si me muevo todo el mundo se va a caer a mi alrededor. Me reprendo por ser tan imprudente y permitirme perder la noción así tan fácil. Bufo, pues ya lo hecho, hecho está. No hay vuelta atrás.

Suspiro y me siento en la cama, compruebo que tengo la ropa puesta y lo agradezco, me levanto y la tierra se tambalea. Creo que soy yo. Voy a paso lento a lo que creo que es el baño y acierto, me estoy haciendo pipí horrorosamente, el alivio viene a mi cuando vacío mi vejiga.

—Ay, estoy hecha un asco —murmuro cuando me miro al espejo.

Me lavo la cara y los dientes con el cepillo nuevo que se encontraba sobre el lavamanos. Me recogí el cabello y agradecí tener una liga en la muñeca. Más despierta decidí ir en búsqueda del dueño del lugar, maravillándome con la grandeza del departamento.

Es grande, espacioso y luminoso. El ventanal es enorme y la vista es increíble.

Bueno, no me esperaba menos.

—Buenos días, bella durmiente —su voz me hace buscarlo por todas partes, hasta que lo topo apoyado contra el marco de la entrada de lo que creo es la cocina—. ¿Cómo te sientes?

—Como si tuviera una licuadora en la cabeza —admito, caminando hacia él—. Buenos días.

Me sonríe y se da la vuelta para que lo siga, en la cocina hay un exquisito olor a café que logra aliviar mi dolor de cabeza. Michael rodea la barra y se acerca a la estufa en dónde hay una sartén.

—¿Café? —cuestiona al verme sentarme en un taburete de la barra.

—¿Una jarra entera? —bromeo, dejando caer la cabeza entre mis manos—. Dios, me voy a morir.

—No te vas a morir —dice, pero escucho la diversión en su voz—. Con un café se te pasará. Toma.

Levanto la cabeza y lo observo frente mí, con la barra de por medio y con una taza entre las manos. Y mierda, luce demasiado tierno.

—Gracias —acepto la taza y suspiro—. Jamás volveré a beber así.

—Sí, bueno, tómalo en serio —se inclina y se apoya en la encimera—. Aunque, pensándolo bien, me gusta esa faceta tuya cuando estás borracha.

Mis mejillas se calentaron y por poco me atraganto con el café, tragué duro y lo miré a los ojos.

—Dime que no hice nada vergonzoso anoche, por favor —roge, juntando mis manos bajo mi barbilla.

—No, no hiciste nada bochornoso —sonríe, estira la mano y me acaricia la mejilla con dulzura—. Pero eres bastante divertida y cariñosa.

—Ay, no —cubrí mi rostro con mis manos, solté un lloriqueo de frustración. Michael se ríe y yo solo quiero que la tierra me trague—. No puede ser.

—¿De verdad no recuerdas nada de anoche? —cuestiona, lo miro por medio de mis dedos que sirven de barrera para ocultar mi vergüenza.

—¿Debería recordar algo en específico? —ladeo la cabeza, dejando a la vista mi cara roja.

—No, solo me gustaría saber si recuerdas algo —aclara.

—Bueno, solo fragmentos —carraspeo, le doy otro sorbo al café amargo que me despeja un poco—. Creo que solo recuerdo todo perfectamente hasta que tú llegaste. Después de eso, ¡Puf! Todo es confuso.

—No es para menos —musita—. ¿Te duele la cabeza?

—Algo —asiento, pero un pinchazo me atravesó la cabeza—. Bueno, me duele mucho.

—Espera —se aleja y abre una alacena, saca un potecito de algún medicamento y extrae dos. Vuelve a mí y deja las pequeñas pastillas en la palma de mi mano—. Son Aspirinas, te ayudará un poco.

—Gracias —le sonrío antes de meterlas en mi boca.

Cierro los ojos un instante e intento recordar un poco de la noche anterior, pero solo pequeños fragmentos llegan a mi cabeza. No es nada en concreto, pero al menos sé que no hice nada malo o fuera de lugar.

—¿May? —doy un respingo cuando lo escucho, Michael sonríe y busca mis ojos—. ¿Quieres desayunar ya?

—No, tengo el estómago revuelto —hago una mueca.

—Entiendo —asiente, apoyando sus manos en la encimera—. Puedes darte una ducha, si quieres. En el baño está todo lo que necesites.

Este hombre no puede ser real. Los hombres así no existen, ¿cierto?

—Está bien —tragué forzado.

—De pronto te despejes un poco y te de hambre —dice.

—Sí —muerdo mi labio—. Gracias.

Sonríe. De esa clase de sonrisas que dice «no tienes por qué».

No dice nada, lo cual agradezco, suspiro y me pongo de pie para ir al baño. Me desvisto con rapidez una vez que cierro la puerta detrás de mí, sin darme tiempo de reparar en lo grande que es el baño. Me detengo bajo el chorro de agua y suspiro, porque sí, esto logra llevarse casi por completo la tensión de mi cuerpo.

Cierro los ojos concentrándome en alejar la pesadez y cansancio de mi cuerpo. Consigo aclararme la mente y despertarme un poco más, salgo de la ducha y me envuelvo en una toalla para secarme y apresurarme a vestirme.

Me miro al espejo encontrándome con las mejillas rojas por el agua caliente, el cabello mojado y los ojos ligeramente enrojecidos. Me digo a mi misma que jamás en mi vida volveré a fumar marihuana, no si me borra la memoria de tal manera. Realmente agradezco no haber hecho algo vergonzoso, porque no sé que sería de mí si así fuera.

Una vez en ropa interior y con el cabello húmedo me coloco el vestido, sin embargo, otro desafío que se cruza en mi camino, es el cierre en mi espalda.

—Mierda —gruño, pero respiro—. Cálmate, vas a morir de un infarto un día de estos y todo será una perdida de tiempo.

Suspiro pesadamente e intento otra vez subir el cierre, pero es inútil.

Genial.

—¿May? —su voz y los dos toques en la puerta me hacen saltar en mi lugar—. ¿Estás bien?

—¡Sí! —carraspeo—. Estoy bien.

Me quedo estática en mi lugar sin saber que hacer o como respirar correctamente, me muerdo el labio inferior y me miro al espejo. Mis ojos se ven más grandes de lo normal y el color azul mezclado con verde resalta con rapidez ante la irritación que los rodea.

Me doy la vuelta y camino hacia la puerta para abrirla, me encuentro con Michael al otro lado, sus labios se entreabren al verme sostener la parte superior de mi vestido contra mi pecho. Mis mejillas se sonrojaron, pero no me dejé intimidar por el brillo en su mirada.

Le di la espalda mientras tragaba con fuerza.

—¿Puedes subir el cierre? —susurro.

Escucho su respiración forzada detrás de mí, lo siento dar un par de pasos para acercase y después sus manos en mi cintura, girándome un poco para tener acceso al cierre. Michael suspira y yo cierro los ojos, sus dedos juegan con la cremallera, pero después los arrastra por mi espalda baja, generándome un escalofrío.

Se acerca más a mí, pegando su espalda a mi pecho y la sensación de mi piel desnuda contra la tela de su camisa azul es... indescriptible. Su mano sigue recorriendo mi columna, tan lenta y suavemente que me estremezco, suelto un suspiro cuando sus labios se presionan contra mi hombro izquierdo para después echar mi cabello hacia un lado. Me encojo en mi sitio al tiempo que exhala contra mi cuello.

—Eres magnífica —susurra, dejando un beso en mi pulso—, en todo el sentido de la palabra.

—Michael... —jadeo, aturdida por tenerlo tan cerca y poder oler su perfume tan masculino.

—¿Qué pasa? —sigue regando besos húmedos por mi cuello y yo estoy ardiendo. ¿Qué que me pasa? Sin temor a equivocarme, estoy a un segundo de entrar en combustión.

—Michael, yo... —dejé caer la cabeza hacia atrás y apreté el brazo que rodeó mi cintura.

—¿Qué es lo que quieres? —estuve apunto de arrepentirme de lo que le iba a decir, pero mi cuerpo se incendió cuál cerilla de fósforo cuando sus dientes tiraron suavemente del lóbulo de mi oreja.

—Bésame —le pedí en un raro murmullo que desconocí.

No debo decirle absolutamente nada más, pues sus manos me giran por la cintura y sus labios caen sobre los míos instantes después. Duro, fiero, ardiente. Así es el beso, y me encanta. Jamás me habían besado así. Jamás me había besado él así. Y Dios, es increíble, asombroso... Catártico.

Sorprendiéndome, un gemido sale de mis labios cuando Michael me acorrala contra el marco de la puerta, sus labios incesantes no dejan de moverse sobre los míos y todo aumenta su intensidad cuando nuestras lenguas se encuentran.

Enredo mis dedos en su cabello negro, me pierdo en su boca y en cada sensación que despierta en mi ser. Me aferro con uñas y dientes a esa placentera ola de calor me envuelve el cuerpo cada vez que él está cerca de mí. Intento no pensar, solo me dedico a sentir.

Siento como sus labios se enamoran de mi boca con audacia y pasión.

Siento sus manos tocar de manera tímida y fuerte cada parte de mí que tiene a su alcance.

Siento su cuerpo presionarse contra el mío de la manera más cálida y exquisita de todas.

Siento como mi mente vuela y mi corazón se aferra al suyo como si fuera un salvavidas en el océano.

—Eres tan dulce —gruñe contra mis labios, bajando lentamente hasta mi cuello. Siento sus manos presionar mi espalda, entre mi piel desnuda y el vestido, desplazándose despacio hasta mi cintura; y de ahí, hasta mi trasero—. Estás haciéndome la tarea de mantener mis manos a raya un poco difícil.

—Lo lamento —jadeo, pero no paso por alto la diversión en mi voz.

Desconozco mi gusto por este juego raro que hemos creado entre beso y beso que no llega a más. ¿Será porque ya no seré capaz de aceptar más que un par de besos? ¿Quiero más?

Sí, quieres más, pero no estás lista.

Cierto, aún no.

—Michael... —apoyo mi frente contra la suya cuando nuestras bocas se separan.

—Lo sé —suspira, sus manos vuelven a mi espalda y suben la cremallera con lentitud.

Me mira a los ojos, sonríe con picardía y sostiene mi mandíbula con una sola mano antes de adueñarse de mi boca una vez más. Su lengua tibia busca la mía, enciende las mariposas en mi estómago y hace que me enamore un poquito más de su persona.

—Trataré de mantenerme cuerdo mientras estés cerca, ¿sí? —susurra, mordiendo suavemente mi labio inferior.

Suspiro, aprieto sus hombros y asiento.

—¿Lo prometes? —busco sus ojos, la sinceridad en su sonrisa es más que suficiente.

—Lo prometo, preciosa.

[...]

La camioneta de vidrios blindados se estaciona frente al edificio de Marla, la luz del sol apenas y traspasa las espesas nubes que cubren el cielo, hace un poco de frío gracias al aire acondicionado del vehículo y me reprendo por no ponerme un abrigo anoche.

—Gracias por traerme —le sonrío, observando sus bonitos ojos—. Y por cuidarme anoche... y por todo lo demás.

—Oye, no tienes por qué —sonríe, me acaricia la mejilla con el pulgar. La caricia me acelera el corazón y me pinta las mejillas de rojo—. No es nada para mí. Además, me gusta cuidarte.

Mi vida se sacude y no hay nada que me detenga a sentirme bien.

Sonrío y me acerco, dándole un pequeño beso.

—Gracias —digo, aunque sé que no debo hacerlo, según él.

—¿Cenas conmigo esta noche? —pregunta, repasando mi labio inferior con su índice, mirando mi boca con adoración.

—Me gustaría, sí —asentí.

—Te llevaré a casa de Nana —dice, sonriendo—. Estoy seguro de que se pondrá feliz de vernos juntos.

Me sonrojo y bajo la mirada un segundo antes de asentir.

—¿Estarás aquí o en tu departamento? —pasa un mechón que se escapa de mi coleta detrás de mí oreja.

—En mi departamento —informo—. Solo quiero ver cómo está Marla, algo me dice que está igual o peor de que yo.

—Está bien —su mano acuna mi nuca y su boca se lanza sobre la mía, besándome con fervor unos largos segundos—. Nos vemos esta noche.

—Okey —sonrío y lo beso una última vez—. Adiós.

—Hasta pronto, preciosa.

Bajo de la camioneta y me encamino hacia el edificio, saludo al vigilante que ya me conoce y le sonrío con amabilidad. Subo las escaleras con rapidez, intentando llegar al piso cuatro sin cansarme. El ascensor está averiado desde hace casi un mes, Marla está a una rabieta de matar a la dueña y cometer un crimen que la llevaría a prisión.

Cuando llego al primer escalón superior del piso cuatro, me encuentro con Eric saliendo de su departamento. Me mira, sus ojos me barren de arriba abajo y un brillo que no había visto antes se acentúa en su mirada.

—Hola —saludo con una leve sonrisa.

—Hola —responde, guardando las llaves es el bolsillo de su chaqueta.

—¿La fiesta terminó bien ayer? —cuestioné, terminado de subir las escaleras.

—Sí, ¿acaso no estuviste ahí? —finge pensar, luego sonríe forzadamente—. Oh, cierto, te fuiste con el presidente.

No paso el todo despectivo y burlesco de su voz, cosa que me deja bastante descolocada, pues no entiendo el por qué de su actitud.

—¿Qué? —frunzo el entrecejo—. No entiendo que...

—No me sorprende, ¿sabes? —se ríe—. Todas las calladitas son iguales...

—Espero por tu bien que no digas una palabra más —dice esa voz que no esperé escuchar hasta unos minutos después.

Una Marla despeinada, con sus ojos avellanas enfurecidos y enrojecidos, la mandíbula apretada, se encuentra apoyada en el marco de su puerta.

—No sabía que eras tan patán, Eric —espeta hacia él, saliendo del departamento para tomar mi mano—. Hijo de puta.

Tira de mí y nos mete en su casa y cierra la puerta de un portazo. Suspira profundamente y se recoge el cabello en un moño antes de lanzarse al sofá.

—¿Qué pasó allá afuera? —cuestioné sin entender nada.

—No es nada, solo olvídalo, ¿sí? —bufa, poniéndose un brazo en los ojos—. Es un imbécil, no vale la pena.

«Todas las calladitas son iguales».

—La maldita cabeza me va a reventar —la voz de Marla me saca de mis pensamientos.

—¿A qué hora llegaste a casa? —me acerco al sofá y le digo que levante la cabeza para que la apoye en mi regazo una vez que me siento.

—No lo sé, eran casi las dos, o las cuatro —gruñe, acaricio su cabello negro y sonrío.

—¿Quién te manda a beber tanto? —le doy dos golpecitos en la frente, ella se queja.

—Mira quien lo dice, señorita me voy a emborrachar para que mi sexy novio me lleve a casa —bufa y me mira por el rabillo del ojo.

—No es mi novio —le recuerdo—. Y no me llevó a mi casa, me llevó a la suya.

—¡¿Pero que mierda?! —exclama, sentándose recta en mi regazo.

Sonrío y me sonrojo.

—¡Te lo follaste! —grita y me zarandea.

—¡No! Y no digas esa palabra fea —me cruzo de brazos y pongo los ojos en blanco.

—¿Cuál? La palabra... ¿follar? —arquea su ceja con picardía.

—¡No lo digas, mierda! —exclamo y me rio ante su expresión de maldad—. No me... me acosté con él. Bueno, no de esa manera, solo... dormimos.

Que lindo —chilla—. Menos mal, de hablarte tocado un solo pelo estando ebria le habría cortado las pelotas.

¡Merlina! —la reprendo y ella se ríe.

Se baja de mis piernas y se recuesta en el sofá, apoyando su cabeza una vez más en mi regazo.

—¿Te llevó a La Casa Blanca? —pregunta.

—No, a su departamento, está cerca del centro —digo, recuesto mi cabeza en el respaldo del mullido mueble y miro el techo.

—¿Cómo es él?

—¿Michael?

—Sí.

—Es amable, dulce, cálido, empático, respetuoso —suspiro y cierro los ojos, recordándolo—. Puedo seguir todo el día.

—Dios, estás tan enamorada —se ríe y provoca mi risa—. ¿Has hablado con él?

—¿De qué? —bajo la cabeza y la miro.

—Ya sabes de qué —arquea ambas cejas en mi dirección.

Suspiro, sin saber que responder.

—No...

—May...

—No estoy lista, ¿sí? —frunzo el entrecejo—. Esto solo lo sabes tú y papá, nadie más.

—Quizás él pueda ayudarte...

—Es justamente lo que no quiero —gruño, desvío mis ojos de ella—. He luchado por la custodia de Noah durante cuatro años, no quiero simplemente obtenerla porque estoy saliendo con el presidente. Ni hablar.

Silencio, mi respiración y el suspiro de Marla es todo lo que se escucha en el living.

—No me refería a eso —pone su mano sobre la mía que está en su cabello—. No estoy diciendo que lo utilices para eso, solo sugería que tal vez él podría conocer a alguien, algún abogado o algo, no sé...

—Me darán la custodia una vez que vean que soy apta para él, Marla —digo, optando por mi voz calmada.

—¿Y cuando será eso? ¿Cuándo te mueras por falta de descanso, estrés? —bufa—. Mira, te admiro, te respeto y te amo. Eres la hermana que jamás tuve, lo sabes —me preparo para sus palabras hirientes y duras, pero sé que es la verdad que siempre necesito escuchar cuando se me olvida la realidad en la que vivo—. Te vas a morir de estrés, de cansancio, de tanto pensar. Has luchado y trabajado por Noah desde hace siete años, le has entregado por completo tu vida a ese pequeño y eso te hace la mejor hermana del planeta, pero te vas a morir si sigues así. ¿Sabes cuántas veces he tenido que llevarte al hospital por deshidratación? ¿Cuántas veces he tenido que cuidarte de los resfriados que te dan por venirte a casa caminando bajo la lluvia?

Las lágrimas ya no están en mis ojos, ahora bajan pesadas y calientes por mis mejillas. Me duele reconocerlo, pero ella tiene tanta razón que un nudo me ata el corazón de la manera más dolorosa que existe.

Marla se sienta correctamente, quita un mechón de pelo de mi mejilla y lo pone en mi oreja, seca las lágrimas de mi cara y besa mi frente.

—Eres la persona más fuerte y valiente que conozco. Te tengo en un pedestal desde que conocí tu historia y no pienso bajarte de ahí jamás —me sonríe—. Por favor, solo tómate un pequeño respiro. Cierra los ojos y duerme una semana completa, olvídate de todo el mundo y sueña con una vida diferente. Tendrás a tu hermano contigo cuando menos lo esperes, pero trata de pensar un poquito más en ti... Por favor, hazlo por mí, ¿sí?

Me trago el nudo de ansiedad en la garganta y asiento, ella me sonríe y se acerca para apretarme en un abrazo. Me recuesto a su lado, mi cabeza en su pecho y sus manos dándole caricias fraternales a mi pelo.

Un respiro... Respiraría mejor si tuviera a mi hermano conmigo.




🖤🖤🖤🖤

Que cosas, mi mood en este cap fue así:👇🏻

Al principio:

Al final:

¿Qué les pareció?

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