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18. Michael.

²The Seattle Great Wheel. Aquí la había traído y al parecer, le había encantado.

Sus ojos estaban bien abiertos, brillantes y hermosos. Dios, toda ella estaba preciosa esta noche. Jamás me imaginé que podía ser aún más hermosa de lo que ya es, y no me sorprende.

—De verdad, estamos aquí, ¿cierto? —cuestionó, mirándome desde su altura.

—Sí, estamos aquí —pasé un mechón castaño detrás de oreja y acaricié su mejilla, porque necesitaba tocarla, aunque fuese solo un roce.

—Vaya —miró a su alrededor, maravillada—. Esto es precioso.

Sonreí ante la expresión de su rostro, me incliné un poco hasta rozar su oreja con mis labios y susurrarle al oído un leve—: Sorpresa.

Me miró a los ojos y soltó una risita, se puso sobre las puntas de sus pies y besó mi mejilla.

—Gracias —su voz aceleró mi corazón y tuve que controlarme para no saltar sobre ella y besarla hasta el cansancio.

—No hay de que —sonreí—. Entonces, ¿preparada?

—Síp —asintió solemne, tan divertida y tierna que me dolía el corazón.

Le ofrecí mi brazo y ella no dudó en aceptarlo, comenzamos a caminar en la soledad del muelle, observando la bahía y las luces de la noria chocar contra el agua.

—Espera —ella se detuvo un segundo, observando todo antes de mirarme a mí—. Esto está vacío.

—Sí, así es.

—¿Tú hiciste que...? —deja la pregunta en el aire.

—Sí, te lo dije, me gusta estar a solas contigo —admití, y supe que había llegado el momento de hablar—. May, no quiero que pienses que no me gusta que nos vean en público —comienzo—. Los periodistas pueden llegar a ser realmente molestos, y lo último que quiero es que te incomoden.

Ella remojó sus labios y sonrió.

—Eso no me preocupa —dice, echando la cabeza hacia un lado—. Entiendo que ellos pueden estar todo el día sobre ti y que puede ser molesto. Lo entiendo —asiente y aprieta levemente mi brazo—. Además, no me molesta, a mí tampoco me gusta que me estén observando todo el tiempo.

—A mí me gusta observarte —confieso y sus mejillas se ponen coloradas.

—Eso es diferente —se ríe—. Gracias otra vez.

—No tienes qué. ¿Seguimos? —asiente.

Me sorprende que se haya tomado la situación así, creí que, tal vez, el hecho de no mostrarnos ante las personas le molestaría, pero parece que no. Tampoco es como si tuviéramos algo formal, aunque ganas no me faltan, pero me esperé otro tipo de reacción.

Descubrí en el transcurso de la cena y el tiempo que llevamos en este lugar que May es la persona más sencilla del mundo. No quiero creer que sea conformista, pero si veo que es fácil hacerla sonreír. Incluso cuando observó un puesto en dónde vendían algodones de azúcar, se le iluminaron los ojos y las mejillas se le sonrojaron. Y me resultó lo más adorable de la vida.

—No creí que te gustaban tanto —le dije mientras nos acercamos a la noria.

—Una vez llegó una feria al centro de la ciudad, arrastré a Marla conmigo solo para obligarla a qué compráramos muchísimos —sonríe, deteniéndose y mirándome.

—¿Es tu mejor amiga?

—Mi alma gemela —me corrige, dejándome sorprendido—. Ha estado para mí en los momentos más oscuros de mi vida. Le debo muchísimo.

«Los momentos más oscuros de su vida».

—¿Y tú? —me pregunta, acercándose a mí.

—¿Yo qué?

—¿Tienes a alguien especial? —ladea la cabeza.

—Sí, es bastante molesto, pero logra soportarme —sonrío de tan solo pensar en él—. Su nombre es Andrés Down, quizás lo viste en la cena del otro día.

—Mmh, no lo recuerdo —arruga la nariz—. ¿Se conocen desde hace mucho?

—Desde los diez años.

—¡Vaya! Eso es bastante tiempo —se frota la nariz y se estremece.

—¿Tienes frío?

—Algo, pero estoy bien —me sonríe. Me desprendo del saco con destreza y lo paso por sus hombros—. De verdad, estoy bien.

—No quiero que te resfríes de nuevo —le digo, tirando de la tela hasta acercarla a mi cuerpo—. La última vez, no pude ver tu sonrisa por el tapabocas.

—Si sigues diciendo cosas como esas —murmura cuando me acerco a su boca. Rozo su nariz contra la mía suavemente, endulzando mis sentidos con su olor a cereza. Me sentía mareado, extasiado y no podía pensar en nada más—... me va a dar un infarto, en serio.

Reí ante su exageración, beso su mejilla para contener las ganas que tengo de apretarla contra mí y no soltarla jamás.

—¿Quieres darle la vuelta al mundo conmigo? —cuestiono, mirando sus ojos multicolor, que hoy se ven verdes.

—¿En la noria? —asiento—. Claro, me encantaría.

No lo pensamos dos veces y eso hacemos, luego de intercambiar unas breves palabras con el encargado, estamos sentados y a la espera de que esta cosa se mueva. Maydeline no puede contener la emoción, está que chilla de la felicidad y mi corazón se hincha de orgullo al saber que yo estoy causando esto.

—Dios, estamos subiendo —me observa y me sujeta de la mano.

—Sí, eso hacemos —sonrío por su entusiasmo y aprieto sus dedos con suavidad.

—Gracias por esto, de verdad —dice, por enésima vez—. ¡Y no digas que no debo agradecerte! —me interrumpe antes de que pueda hablar y se ríe—. Debo hacerlo, gracias por esto.

—De nada —dije simplemente.

Esto no era nada para mí, sin embargo, que ella lo apreciara de tal manera, significaba todo.

—¿Cuál es tu lugar favorito en todo el mundo? —me preguntó luego de unos largos minutos en silencio.

Mi lugar favorito...

—No estoy muy seguro —digo—. He estado en muchos sitios, pero no he permanecido mucho tiempo en ellos como para poder saberlo —asiente, atenta a mis palabras—. Podría decir que cualquier lugar en donde se pueda apreciar el atardecer.

—Eso es lindo —sonríe.

—¿Y el tuyo? —indago, conteniendo una sonrisa.

—¿El mío? Bueno... —frunce la nariz, pensando—. Este.

—¿Ahora? —pregunté, con el corazón en la garganta.

Asintió, embozando una sonrisa que me dividió el corazón en mil pedazos.

—Este. Justo en este momento. El hoy es mi lugar favorito en todo el mundo.

¿Dije ya que esta mujer me tiene a sus pies? Bueno, es justamente como me siento.

—No tienes idea de lo que me haces —susurro en su dirección, incapaz de contener las palabras—. Hablas con una experiencia increíble y tan solo tienes veintidós años.

—¿Eso no te gusta? —alarmada, se acerca a mí.

—No, me gusta —paso mi pulgar por su tersa y sonrosada mejilla—. Me encanta tu manera de ver las cosas y me asusta al mismo tiempo.

—¿Por qué? —jadea, buscando mis ojos.

—Porque siento que nadie podría merecerte —confieso—. Ni siquiera yo.

—No es cierto —sacude la cabeza, inclinándola hacia mí mano que sigue en su rostro—. Todos tenemos virtudes y defectos, eso está bien. Tú tienes muchas virtudes, Michael, y me gustas por eso —admite, bajando la mirada un segundo—. Eres amable, atento y muy generoso. ¿Por qué no podrías merecerme? Hasta ahora me has mostrado una parte de ti muy hermosa, y si tienes algún defecto, no creo que sea la gran cosa. Tienes unos valores muy bonitos, y si hablamos de eso, temo ser yo quien no pueda merecerte.

—¿Te estás escuchando? —me rio—. Has hecho cosas y tomado decisiones que me hicieron cuestionarme mi integridad. Estuve apunto de cometer una locura en cuanto me di cuenta de que estaba enamorado de ti, y tú no lo permitiste. Me libraste de algo que habría podido cambiar mi forma de ser... Nadie se podría merecer las mejores cosas del mundo más que tú.

Cuando termino de hablar, sus labios están entreabiertos, su mirada cristalizada y sus mejillas rojas. Su mano busca la mía y sin poder esperarlo en lo absoluto, entrelaza nuestros dedos. Mentiría si dijera que la sensación no es de otro planeta, que mi corazón no se aceleró y la esperanza me golpeó justo en el estómago.

Maydeline Allen me tenía en la palma de su mano, solo esperaba que ella sintiera lo mismo que yo.

[...]

La ayudo a bajar del auto cuando llegamos a su edificio, me mira y con una sonrisa se balancea sobre sus pies. Sonrío al darme cuenta de que está nerviosa, lo que me gusta y me aterra en partes iguales.

—Gracias por la noche de hoy —muerde su labio inferior y ladea la cabeza—. Todo estuvo increíble, de verdad.

—Ese era mi propósito —guardo mis manos en los bolsillos de mi pantalón, mirando sus ojos—. Me alegra que estés a gusto conmigo.

—Así fue —dio un paso hacia mí, levantó un poco la cabeza para mirarme desde su altura—. Me gusta estar contigo.

Sus grandes ojos de color me observaron con anhelo y no pude aguantarlo más, por mucho que me resistí, no lo logré. Me acerqué a ella y la besé. Devoré esa boca roja y suave que estaba llamándome desde que la vi con este vestido rojo. Sostuve su rostro entre mis manos y la besé como si el mundo estuviera a un instante de explotar.

May suelta un suspiro contra mi boca y pierdo la cabeza, sus manos van a mi rostro también y no duda en acercarse más a mí. Paso mis manos por su pequeña cintura y la atraigo hacia mí como si aún fuera posible.

Estuve esperando esto toda la maldita noche, quería sentir sus labios contra los míos, nuestros cuerpos juntos, su corazón latir eufórico en sintonía con el mío.

¿En qué momento sucedió?

—¿Sonará mal decir que esta es mi parte favorita de toda la noche? —susurré sobre su boca.

Ella se ríe, es un leve sonido que hace hervir mi sangre. Abre los ojos, enrolla sus brazos en mi cuello y me sonríe.

—No, no suena mal —acepta—. Y sería un poco hipócrita de mi parte decir que sí, porque esta también es mi parte favorita.

Me quedé callado ante su confesión, pero no pude evitar suspirar al ver el bonito brillo que tenían sus ojos esta noche. Me había dado cuenta de que estaba enamorado de esta mujer hace dos semanas, pero hasta ahora creo que me entero de que se ha metido en mi corazón desde el primer momento en que vi sus ojos.

—Eres hermosa —las palabras salieron en un susurro de mi boca, y May se sonrojó y soltó una risita.

—Y tú tienes que dejar de decir eso —se mordió el labio inferior.

—¿Por qué? Es la verdad, eres hermosa —dejé mi mano en su espalda baja, manteniéndola firmemente contra mi pecho, mientras que con la otra acaricio su mejilla—. Apuesto que lo has escuchado antes.

—Yo... —carraspea y termina negando—. No de la manera en la que tú lo dices.

Sonrío, complacido de saber que es así.

—Que bueno —mi boca le roba otro beso a la suya.

—No quiero sonar grosera —musitó a centímetros de mis labios—, pero mañana debo trabajar y no quiero que mi jefe me despida por llegar tarde.

—Tu jefe está alucinado contigo, no creo que te despida nunca —le seguí el juego, sonriendo con malicia.

—Okey —se ríe, muerde su labio inferior y se impulsa para presionar un pequeño beso en la comisura de mi boca—. Adiós.

Estaba dispuesta a irse con esa despedida tan seca y simple, pero yo no daría mi brazo a torcer. No después de la noche de hoy, no después de admitir tantas cosas. Tiré de su brazo cuando se alejó, soltó un chillido que callé con un beso demasiado intenso para el bien de ambos. La rodeé entre mis brazos y la sentí derretirse contra mí, dejó escapar un suspiro cuando nuestras lenguas se encontraron y sus manos fueron a mi pelo.

La besé largo y tendido, sentí que habían pasado horas y horas, pero en el fondo sabía que solo habían sido minutos. Aún así, no me detuve. Descubrí la textura de sus labios gruesos, lo exquisito que era tirar de su labio inferior entre los míos, lo fácil que era hacerla suspirar con apretón de mi cuerpo contra el suyo.

—No me basta con esta noche —confesé sin soltarla, agitado y desesperado—. Sal conmigo, May.

—Ya salí contigo, loco —se ríe, respirando forzado.

—No me refiero a eso —negué, pasando su cabello detrás de la oreja—. Sal conmigo mañana, el jueves y todos los días.

Se me quedó mirando por unos largos segundos en silencio, creo que intentaba asimilar lo que le estaba pidiendo, tal vez fui muy explícito.

—Lo siento, no quise asustarte con eso —sacudí la cabeza y apoyé mi frente contra la suya—. No es a lo que me refería.

—¿Qué querías decir? —cuestionó, buscando mis ojos.

—No quiero que te sientas presionada, sé lo que piensas al respecto de mi reciente ruptura y lo respeto —digo, recordando lo que me había dicho ese viernes mientras cenábamos pizza—. Solo quiero conocerte, quiero pasar tiempo contigo y descubrir hasta el más pequeño detalle de ti.

Se le cortó la respiración, me miró a los ojos de una forma en la que jamás lo había hecho, cuando creí que me iba a decir algo, puso sus manos en mi nuca y me bajó a su altura para darme un beso abrasador que me dejó sin sentido común.

Cuando se alejó, aparte de dejarme sorprendido y con la respiración agitada, mi cerebro se paralizó cuando me dijo—: Yo también quiero lo mismo.

Luego de un suceso trágico que marcó mi vida para siempre no me había sentido así, eufórico, contento... feliz. ¿Estaba asustado? Cómo la mierda que sí, pero tenía esa preciosa mirada a centímetros de la mía, y me dije a mí mismo que no había mejor manera de saltar al vacío que con los ojos cerrados.



²) The Seattle Great Wheel: La Gran Noria de Seattle es una noria gigante de 53 metros de altura en el Muelle 57 en la Bahía Elliott en Seattle, Washington


🖤🖤🖤



Ya está.

Yo no caí, yo me lancé.

¿Confirman?

¡Voten y comenten mucho!


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