15. Anónimo.
El estropicio que hacen los objetos al caer al suelo cuando la mesa se desploma logran sobresaltar a la rubia sentada en una esquina de la habitación. Baja la cabeza y evita mirarme a toda costa, sabe que dañó mis planes y tiene miedo de atenerse a las consecuencias.
—Lo siento —murmura—. No era mi intención, ni siquiera sé que pasó...
—¡Y una mierda de que no sabes! —salta cuando estallo contra ella—. ¿Sabes todo lo que está en juego? ¡No tienes una maldita idea!
—¡Perdón! —lloriquea—. Haré lo que sea...
—¡Debes hacerlo! —me acerco y sujeto su mandíbula—. Más te vale arreglar este desastre, porque te vas a arrepentir si no lo haces.
—Lo haré, lo haré —asiente, lagrimea y contiene el llanto—. Lo prometo.
—Es tú deber.
La suelto, justo cuando tocan la puerta y esta misma se abre segundos después.
—¿Qué pasa?
—Ya tenemos los permisos firmados, señor —dice y eso me alegra el día, solo un poco.
—¿Cómo los conseguiste? —cuestiono, el chico se encoge de hombros.
—No es tan difícil de persuadir —me carcajeo.
En eso sí tenía razón, y me agradezco por haber logrado esa actitud en él. Después de todo, la ingenuidad y amabilidad en él le nubla el juicio.
Ay, pequeño. No sabes en lo que te estás metiendo.
AY, AY, AY
¿Qué estará pasando?
¿Teorías?
¡Voten y comenten mucho!
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