14. Michael.
Nos quedamos en silencio unos minutos, ella mirándome fijamente y yo respirando con pesadez. Sentía que había corrido una maratón y, de cierta manera, como si me hubiera quitado un peso de encima.
Grace parece reaccionar y se ríe, es una risa incrédula e histérica.
—No puedes hablar en serio —aleja el cabello de su rostro—. No bromees con eso, Michael. No es divertido.
—¿Crees que estoy bromeando? —arqueo una ceja—. ¿Crees que sería divertido? Porque no, no lo es, es liberador.
—Eso no puede ser —niega—. ¡No puedes dejarme!
—Pues, ¿qué crees? —me acerco a ella y digo en su rostro—. Terminamos.
—¡No, no puedes terminar conmigo! —exclama.
—Sí puedo y lo estoy haciendo —digo—. ¿Crees que estaré cómodo con alguien que no hace más que exaltarse a sí misma como si fuera un ser mágico reencarnado en un cuerpo humano?
—¿Y eso qué? ¡No tiene nada que ver con nosotros!
—¡Por supuesto que sí! Una cosa es que te des tu lugar, otra muy diferente es menospreciar a las personas solo por diversión, Grace. ¿Tan difícil es tener un poco de empatía?
—¿Y que quieres que haga? ¿Le doy de comer a todos los pobres del mundo?
—Al referirte a ellos como pobres ya te hace despreciable —murmuro—. ¿Te crees superior por tener una cuenta con mil ceros en el banco? ¿Te sientes poderosa haciendo sentir mal a los demás? —su rostro se vuelve rojo y yo solo no puedo callarme—. ¿Sabes por qué jamás hablé de matrimonio contigo? Porque nunca me vi junto a alguien que se sintiera más que los demás —sus labios se entreabren—. Ni siquiera te conozco, no sabía que eras así.
Sacude la cabeza y se pone las manos en la cintura.
—¿Sabes que jamás vas a encontrar alguien como yo? —levanta la barbilla, como si diciendo eso podría hacerme cambiar de opinión.
—Es justamente lo que espero —digo, sin embargo—. Aspiro a encontrar a alguien mejor.
—No puedo creer que estés haciendo esto —niega.
—Eres hermosa, Grace, pero tienes un corazón tan horrible que se nota apenas abres la boca.
—Maldito imbécil —espeta—. ¿Sabes algo? No eres nadie, ni siquiera sé que hacía contigo.
—¿Lo ves? A eso me refiero. No sientes nada. Ni amor, ni empatía, ni comprensión —me río—. Soy yo el que no sabe cómo pudo soportar semejante cosa.
—Te vas a arrepentir de eso —me apunta con el dedo.
—No, Grace, no amenaces a tu presidente —sonreí con cinismo—. Eso es un delito.
—Hijo de puta.
Me esquiva y se va, entonces me permito respirar otra vez y cerrar los ojos. Me paso las manos por el rostro y suspiro. No puedo creer que de verdad haya hecho esto, pero se siente tan malditamente bien.
Y, entonces, estoy pensando a mil kilómetros por hora. Mi cabeza se vuelve un caos, uno completamente salvaje que no me deja centrarme en una sola cosa. Salgo de la habitación en la que estoy para ir hacia la cocina, esperando encontrarme con esa preciosa castaña que me vuelve loco, pero no es así.
—¿Ya se fueron todos los demás? —le pregunto a Greta, quien es la única en este lugar.
—Ya todos salieron, señor —informa—. ¿Se encuentra todo bien?
—Sí, todo está en orden —le digo—. Disculpa el inconveniente con la cena, pero no estaba de ánimo.
—No se preocupe, señor.
Asiento y salgo de la cocina para bajar las escaleras con rapidez, Charles, uno de mis guardaespaldas, al verme tan enérgico se acerca a mí.
—¿Va salir, señor? —cuestiona con su tono profesional.
—Sí, saldré unas horas —respondo.
—Lo acompaño.
—No, no. No te preocupes, no iré muy lejos —informo, tratando de llevar aire a mis pulmones.
—No creo que sea seguro, señor —insiste.
—No me pasará nada, Charles, no te preocupes —le digo—. Solo serán un par de horas, si te necesito, te llamaré.
—Entendido —asiente—. Informaré que va a salir para que abran la reja.
—Gracias.
Sin siquiera decir nada más, me apresuro a llegar al estacionamiento por la puerta interna, en la cajonera de la pared busco las llaves del Audi y le quitó el seguro a lo lejos. Con prisa subo al vehículo, sin perder ni un solo segundo de mi tiempo, queriendo aferrarme a esta descarga de adrenalina que me obliga a ser valiente.
Enciendo el motor y salgo del estacionamiento, agradeciendo internamente porque la reja esté abierta. Piso el acelerador a fondo una vez que estoy en la carretera, y me regocijo en el hecho de que nadie conoce este auto en la cuidad, lo que me da cierta privacidad. No necesito a un montón de periodistas detrás de mí, mucho menos a estas horas de la noche.
Me perdí entre los autos de la autopista, moviéndome con rapidez entre la oscuridad de la noche y manteniéndome cuerdo gracias al golpeteo incesante de mi corazón. Pido internamente para que esto, sea lo que sea que esté por hacer, salga mejor que en mis fantasías.
—No sé que haré si eso no pasa —le susurro a la penumbra del auto, tragando forzado.
No me desvío del camino en ningún momento, solo bastaron veinte minutos exactos, gracias a la velocidad poco sana que tenía, para llegar a mi destino. Estaciono el vehículo en la acera, sacó las llaves del contacto y me bajo con rapidez. Subo los pequeños escalones del edificio y toco el timbre del piso dos. Espero a que alguien me pregunte quien soy, pero eso no pasa, simplemente, la puerta se abre.
Un poco confundido ingreso al lugar, encontrándome de lleno con unas escaleras que parecen interminables, con suerte, solo subiré hasta el segundo nivel. Busco entre las pocas puertas de dicho piso el número tres y cuando doy con él, doy dos toques en la madera y espero.
—Perra, de estar ahí, la mato —exclama la mujer que me abre la puerta hacia alguien que se encuentra dentro del departamento.
¿Quién es ella? ¿Me habré equivocado?
Cuando la pelinegra de grandes ojos verdes me mira, se sorprende y parece que no es de esas personas que saben disimular muy bien, o quizás, no le gusta disimular.
—Bueno, tú no eres la pizza —murmura, mirándome de arriba abajo.
—Disculpa, ¿se encuentra Maydeline? —cuestiono.
—Mmh, tal vez —entrecierra sus ojos en mi dirección—. ¡Oye, May! Te buscan.
Su grito me deja sordo por unos breves segundos, pero logro recomponerme.
—¿Qué? Marla, el dinero está en la mesa... —su voz muere y sus pasos se detienen cuando me observa—. Michael... Sr. Presidente —se corrige con rapidez y mira a su amiga, y a mí, al mismo tiempo—. Ehm, Marla, él es Michael Evans, el presidente. Señor, ella es Marla, mi mejor amiga.
—Un placer —digo con educación hacia la chica que me acribilla con la mirada.
—Igualmente, señor —responde, un tanto burlona.
No le doy importancia, pues yo sigo interesado en la expresión pasmada de Maydeline. Por lo visto, ha llegado hace ya algún tiempo, pues tiene un short de mezclilla y una sudadera azul cielo.
—¿Podemos hablar? —pido.
—Claro que sí —asiente, algo cohibida—. ¿Me esperas un segundo, Marla?
—Por supuesto.
May sale de su departamento y cierra la puerta a sus espaldas, me mira aún sorprendida y finalmente, me regala una cálida sonrisa.
Dios, podía morirme viendo sonreír a esta mujer.
—¿Qué haces aquí? —su voz me saca de mis pensamientos, así que pestañeo.
—Terminé con Grace —suelto de golpe, ella abre mucho sus ojos y se lleva las manos a la boca. Sorprendida, supongo—. No pude soportarlo más.
—¿Terminaste con tu novia? —susurra horrorizada, sentí—. ¿Por qué?
¿Por qué? Puff, podría pasarme la vida entera diciendo eso.
—Ella es demasiado... prepotente —frunzo el ceño—. Su comportamiento me había estado molestando muchísimo desde hace mucho tiempo atrás. Lo dejé pasar porque creí que no tenía tacto para decir las cosas, pero no era así. Todo se salió de control para mí, y el hecho de que se regocije ante la vergüenza de otros dejó de parecerme agradable —tomo una lenta respiración y cierro los ojos—. Escucharla hablarte de esa forma me puso todo en retrospectiva: mi relación con ella, los años que podríamos estar juntos, si valía la pena o no sacrificar todo por ella, tú...
—¿Yo? —cuestiona, con los ojos muy abiertos—. ¿Por qué yo?
—Porque no soporto verte, querer besarte y no poder hacerlo —confesé.
—Pero dijimos que...
—Lo sé, lo tengo claro —afirmé—. No terminé con Grace esta noche porque sienta cosas por ti. Terminé con ella porque no soporto ver qué, la mujer que está a mi lado no tiene ni una pizca de humanidad en su cuerpo —contrariado me doy la vuelta y me paso las manos por el rostro—. Dios, ¿cómo serían nuestros hijos? ¿De esos niños mimados que obtienen todo con hacer un berrinche? ¿Sin empatía? ¿Arrogantes?
>> No podía seguir con ella, no podía simplemente quedarme de brazos cruzados viendo como ella es feliz haciendo infelices a los demás. ¿Con qué moral saldré mañana en una entrevista hablando de solidaridad si duermo todas las noches con una arpía junto a mí? ¿Ves lo hipócrita que sería?
Me giro de nuevo, y verla a ella, mirándome con tanta compresión es todo lo que necesito para sentirme mejor. Tiene los ojos llenos de lágrimas y cuando se acerca a mí, me da un apretón cariñoso en el brazo y me sonríe. Y no puedo soportarlo más, por lo que sujeto su bonito rostro entre mis manos y estampo mis labios contra los suyos.
Un suspiro sale disparado de sus labios hacia los míos, pero cuando creo que va a alejarse, no lo hace. Aliviado, hago que retroceda hasta dejarla contra la pared. Por primera vez, deja que descargue mis ganas de ella en un beso que me rompe y me vuelve a construir en un segundo. Y sus labios son tan suaves que no puedo parar, no consigo alejarme de ella.
Sorprendiéndome, sus pequeñas manos van a mi rostro, acercándome más a ella. Me devuelve el beso y su delicadeza me desarma, es tan dulce y tan tierna que me embelesa el corazón.
—No tienes idea de lo que causas en mí —apoyo mi frente contra la suya, soltando un suspiro.
—Creo que puedo hacerme una idea —dice, colocando su mano en mi pecho—. Yo también me siento igual.
Sonrío, sin poder creer que la tengo entre mis brazos otra vez. No sé que carajos me pasa, pero la había extrañado como un loco. Nos miramos a los ojos por una eternidad, pero cuando sonríe otra vez, ya la estoy besando de nuevo.
Sus manos apresan mis mejillas mientras que las mías van a su cintura, y es tan sencilla que me resulta bastante delicada y frágil. Sus labios se mueven a un ritmo tan lento que me deja sin respiración en menos de un segundo, porque jamás en mi vida me habían besado así.
La puerta de su departamento se abre abruptamente, haciendo que sus labios se alejen de los míos. Su amiga nos observa con una ceja arqueada y una sonrisa minúscula.
—Okey —murmura—. Debo madrugar mañana, así que me voy —pasa por nuestro lado sin siquiera inmutarse—. Nos vemos otro día, May.
—Claro, adiós —musita la castaña, sonrojada y con sus ojos fijos en los míos. Mantengo su cuerpo cerca del mío mientras escuchamos como su amiga baja las escaleras y cierra la puerta del edificio—. ¿Quieres pasar?
—No quiero incomodarte —paso un mechón rebelde detrás su oreja, acariciando su mejilla en el proceso.
—No lo hace —niega y sonríe—. No me incómodas, en lo absoluto.
Sonrío ante su mirada cristalina y termino asintiendo, doy un paso atrás y la dejo guiarme al interior de su departamento.
—¿Quieres algo? Estábamos esperando una pizza, pero creo que el repartidor se perdió —entrelaza sus manos y sonríe divertida.
—No, gracias, estoy bien —ella asiente.
—De acuerdo.
Observo el pequeño lugar, como la sala y la cocina se dividen con una pequeña barra, una pequeña mesa para cuatro personas, un sofá de color azul cielo, una mesita de centro y un televisor viejo.
—No puedo permitirme un pent-house —se ríe y se acerca a mí—. Es pequeño, lo sé, pero es suficiente —sube sus hombros y veo el orgullo en sus ojos—. Además, vivo sola, no es como si necesitara más espacio.
—Eso último no puedo discutirlo —concuerdo.
—Siéntate —señaló el sofá, hice lo que me pidió y ella tomó asiento en la mesita de centro. Se mordió el labio mientras me miraba atentamente—. ¿Cómo te sientes?
—No lo sé —fruncí el ceño—. Es un poco raro.
—¿La amabas mucho? —pregunta con las mejillas rojas, parpadeando varias veces en mi dirección.
—La quería —corregí. Era difícil hablar de amor cuando se trataba de Grace—. Me acostumbré a estar con ella, pasar tiempo juntos y llamarla mi novia cada día. Tenía una imagen de ella completamente diferente a la que tengo justo ahora. Cuando hablamos, aquel día... Creí que estaba haciendo lo correcto al aceptar lo que dijiste —me inclino hacia adelante y sujeto sus manos—. No estaba bien lastimarla, no se lo merecía, ¿verdad? —asiente, sonrío—. Hoy reconocí a la verdadera Grace, sin máscaras, y sin esperarlo, creo que no soy capaz de soportar algo así.
—Dicen que el amor supera los defectos —susurra, apretando mis manos.
—No creo que esa clase de defectos —acaricié sus nudillos, observando sus uñas cortas pintadas de color azul cielo—. Te gusta mucho ese color, ¿no?
—Como el vestido de Alicia —sonríe.
—Oh, claro —reí—. ¿Cómo no pude deducirlo antes?
—No es tan difícil de adivinar —remojó sus labios y me di cuenta de lo difícil que sería estar cerca de ella cada vez que hiciera eso—. ¿Estás seguro de que estás bien? —vuelve a preguntar—. Puedes decirme lo que sea.
—Lo sé —acaricié sus nudillos suavemente—, pero estoy bien, no te preocupes.
—Sí me preocupo —frunce el entrecejo—. Es raro, tal vez, pero me siento culpable.
—No, no es tu culpa —me apresuré a decirle, besé el dorso de su mano y le sonreí—. Lo que rompió mi relación con Grace fue su falta de amor por alguien más que ella misma. No puedo estar con una persona así, sin importar lo que siento por ti, no me creo capaz de afrontar semejante situación —aprieto suavemente sus manos—. No es tu culpa, hermosa.
Se sonroja y baja mirada.
—Está bien —asintió y me regaló una pequeña sonrisa—. ¿Te están esperando abajo? —cuestiona, observando el reloj en la pared—. ¿Tus guardaespaldas?
—No, no vine con ellos. Necesitaba estar solo un segundo, yo... Quería hablar con alguien y tú... —miré sus hermosos ojos—. Tú pareces entenderme bien.
—Soy buena escuchando —se ríe—, o eso dicen.
—Pues, tienen razón —secundé—. Además, si quieres que me vaya, solo debes decírmelo.
—¡No! —suelta, se pone roja ante su repentina desesperación y eso me hace sonreír—. Solo quería saber si habían venido contigo.
—El fin de semana debo estar en San Francisco —le informo—. Créeme, no se alejarán de mí en los próximos días.
—Ya lo creo —se muerde el labio inferior y me observa por unos largos segundos.
De alguna manera, tenerla tan cerca de mí, ahora es diferente. Quisiera poder decir que es porque oficialmente estoy soltero, pero siento que no es así. Algo me dice que, por alguna razón, lo que siento por ella, incrementó su intensidad con el pasar de los días.
Me perdí en su mirada colorida y me propuse conocer cada parte de ella. Me incliné hacia adelante, sin dejar de sostener sus delicadas manos. Nos encontramos a medio camino, pues ella también se inclinó hacia mí. Nuestras narices se rozaron, y cuando quise acercar mis labios a los suyos, el timbre sonó.
—Perdona —susurró luego de alejarse.
May se levantó de un salto y caminó con rapidez hacia la puerta, su pizza llegó y con algo de torpeza logró atender al repartidor. Dejó la caja sobre la mesa y se quedó de espaldas a mí un momento. Fue entonces cuando me levanté y me pregunté internamente si debido a mí, su comportamiento era ese.
—Yo... —susurra, se gira y me entrelaza sus manos en su espalda—. Esto es raro.
—Lo sé —asentí, imitando su postura—. No quiero que te sientas presionada por nada que tenga que ver conmigo.
—No me siento así —garantiza, y se ríe—. Solo es un poco raro, eso es todo.
Me dio esa sonrisa tierna suya, con la que puso todo mi mundo de cabeza, y como si no tuviera suficiente de mí, me dijo—: ¿Se quedaría a cenar conmigo, señor presidente?
No tuve que pensar en la respuesta.
—Será un placer, Srta. Allen.
¡Otra vez me emociono!
¿Qué opinan de esto?
¿Les gusta?
¡Voten y comenten mucho!
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