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13. Michael.

¿Cómo describir el proceso más doloroso de tu vida? Bueno, justo ahora, no podía poner en palabras lo que sentía y me sentí patético por eso. Estaba sentado en el estrecho muro de cemento que rodeaba las coloridas rosas de Nana, y yo opacaba cada una de ellas con mi tristeza.

La había dejado ir, acepté su decisión de hacerme una mejor persona y la vi marcharse, dejándome más destrozado que con otra cualquier perdida que haya tenido antes. Pero se siente tan horrible, como si ella se hubiera llevado consigo una parte de mí que no podría recuperar nunca más.

¿Era absurdo? ¿Enamorarse de una persona que apenas conoces? Si es estúpido, me declaro el mayor de los estúpidos del mundo.

—¿Sabes cuándo fue la última vez que te vi derramar una lágrima? —cuestionó Nana, tomándome desprevenido.

—Lo sé, Nana, lo recuerdo —apreté el puente de mi nariz y suspiré—. No es algo de lo que me guste hablar.

—Lo tengo claro —apretó mi hombro—. ¿Esas lágrimas son por ella?

—Son para ella, que no es lo mismo —murmuré—. Y lo peor de todo, es que ella se las merece más que nadie.

—¿Cómo alguien podría merecer las lágrimas de otra persona? —me miró confundida.

—Porque es lo mejor que se ha cruzado en mi camino —sonreí con desgana—. Logró que no hiciera algo terrible.

—¿Qué cosa?

—Romperle el corazón a Grace —susurré.

Ay, Grace, ojalá merezcas verdaderamente lo que estoy sacrificando por ti.

—Estás enamorado, pequeño —sostuvo mi barbilla—. ¿No puedes decírselo?

—¿Decirle que estoy enamorado de alguien más, y que esa persona me hace sentir lo que ella no consiguió en años de noviazgo? —me reí—. Eso la destrozaría, Nana.

—Ella tiene un corazón duro —arqueó una ceja.

Sí, al parecer, Grace no se había hecho querer en la familia.

—Sé que es difícil, pero nadie merece que lo traicionen —niego—. No puedo lastimarla de esa manera. No sería justo.

—¿Y es justo para ti? —frunzo el ceño ante su pregunta—. ¿Es justo para ti y esa hermosa niña que has traído esta noche sacrificar su felicidad?

¿Realmente lo era?

—No lo sé —entrelacé mis manos—. Lo único que tendré presente siempre es que se merece el cielo entero.

—¿Quién lo diría? —sonríe—. Mi pequeño cascarrabias se ha enamorado.

Me reí y sequé la gota salada que bajaba por mi mejilla.

—No es algo que yo quise, Nana —suspiré—. Solo pasó.

—El amor no se busca, Michael, él nos encuentra a nosotros.

Cuánta razón tenía, yo no busqué nada, y esa preciosa chica llegó a mi vida para cambiarlo todo.

[...]

La semana se volvió monótona, mi rutina consistía en despertar a las seis de la mañana y conversar con cada uno de los miembros del gabinete, firmar permiso y contribuir en la creación de nuevas leyes para el mejoramiento del país.

Entre mis tareas cotidianas, estaba en dar ruedas de prensa cada dos por tres, asistir a todas las campañas en las que estaba comprometido y dar la cara por el país.

Sí, todo eso en una semana. Hoy era viernes, y eso solo me hace replantearme si de verdad era necesario postularme para presidente. Por primera vez en toda mi vida pienso así y estoy a un segundo de mandarlo todo a la mierda e irme a la Antártida para no volver jamás.

—¿Señor? —levanté la mirada y observé a Harry junto a la puerta.

—¿Sí?

—Le he traído un par de papeles que necesitan de su autorización.

—Claro, pasa —llené mis pulmones de aire y revisé rápidamente los papeles—. ¿De que es esta ley?

—Aun no es una ley, señor —informa—. Todavía está en revisión por el Congreso y la Corte Suprema.

—Entiendo —suspiré y firmé al final de la hoja—. Ya está.

—Eso es todo, señor.

Asiento hacia él y lo veo retirarse.

—Dios, mátame —pido y en ese momento mi teléfono suena, suspiro pesadamente cuando vi el nombre de Grace en la pantalla—. Esa es una buena forma de matarme —contesté—. ¿Grace?

—¡Hola, amorcito! —exclamó y el dolor de cabeza incrementó su intensidad—. ¿Dónde estás?

—Estoy trabajando.

—¿Estás bien? Te escuchas desanimado.

Será porque lo estoy.

—No es nada —mentí—. Solo estoy cansado.

—Bueno, para que descanses y te distraigas, hoy iré a cenar contigo —dice con entusiasmo, pero no logra contagiarme—. Te extraño, y quiero pasar tiempo contigo, ¿podemos?

Cierro los ojos y masajeo mi sien. Tal vez, esto es lo que debo hacer, seguir con mi vida como antes de... todo.

—Sí, claro, puedes cenar aquí —acepto su propuesta—. ¿A qué hora vendrás?

—A eso de las siete u ocho, ¿está bien para ti?

—Está bien.

—¡Okey! —chilla—. Nos vemos, te quiero.

—Y yo a ti.

Cuando colgó me levanté, dispuesto a salir y buscar a Greta para informarle los planes de esta noche. Mientras iba en el ascensor me preguntaba si era necesario hacer algo especial por Grace, después de todo, me propuse hacer lo que suponía sería mi vida. El elevador se detuvo y fue directo a la cocina, en dónde normalmente estaba Greta.

—Señor, que sorpresa tenerlo en esta parte de la casa —sonríe con amabilidad.

—Sí, necesitaba pedirte un favor —rasco mi nuca.

—¿En qué puedo servirle?

—Mi novia vendrá esta noche a cenar, tal vez podrías hacer algo diferente —sugerí, guardando mis manos en los bolsillos de mi pantalón.

—Oh, claro, señor —asintió—. No habrá problema.

—Gracias.

—Cassandra se enfermó, así que Maydeline me ayudará —dice y me quedo perplejo—. Todo quedará perfecto, no se preocupe.

¿Maydeline?

—Su día libre son los viernes, ¿cierto? —cuestioné.

—En efecto, señor. Pero ella se ofreció amablemente en cubrir a su compañera —explica—. Además, su día libre lo cambió esta semana, ya que tomó el martes.

Mierda.

—Oh, bueno —asentí—. Gracias.

—A su disposición siempre —embocé una pequeña sonrisa y me giro para poder irme de ahí.

¿Cómo que May estará hoy aquí? Dios, esto no puede ser.

—¡Ay! —chilla alguien cuando nos tropezamos a mitad del pasillo.

—Lo siento... —parpadeé y me eché para atrás cuando la vi. Inconscientemente, una sonrisa se dibujó en mis labios y otra en los suyos—. Hola.

—Hola —sonríe y entrelaza sus manos—. No te vi, perdón.

—Sí, me he dado cuenta de que no miras por dónde vas —le digo y ella se ríe.

De pronto, mi día ya no es una mierda.

—Tengo prisa —se justifica, sacudiendo un poco las manos—. Debo ayudar a Greta en la cocina. Cassandra se enfermó y yo la estoy cubriendo.

—Ya estoy enterado —ella asiente. Nos miramos fijamente por lo que parecen horas, y me es imposible dejar de ver sus hermosos ojos—. ¿Cómo estás?

—¿Ah? ¿Yo? —parpadea varias veces y sacude la cabeza mientras suelta una risita nerviosa—. Lo siento. Este... ehm, estoy bien. Estoy muy bien —se remoja los labios y mi mundo se tambalea—. ¿Y tú? ¿Cómo estás?

¿Qué como estoy? Con unas ganas inmensas de mandar todo a la mierda y besarte justo a hora.

—Bien —sacudo la cabeza para ahuyentar esos pensamientos—. Estoy bien.

—Que bueno, me alegro mucho por ti —se muerde el labio inferior y suspira—. Bueno, yo... debo trabajar.

—Claro, por supuesto —asentí y le sonreí—. Te dejo trabajar.

—Sí, gracias —me sonríe—. Nos vemos.

—Nos vemos —susurro cuando la veo caminar con rapidez por el pasillo hasta desaparecer en la cocina.

Cierro los ojos y echo la cabeza para atrás, pidiendo a lo que sea que esté allá arriba que me dé las fuerzas suficientes para poder sobrellevar esto, porque no me creo capaz.

[...]

Grace llegó con su usual alboroto, por alguna razón estaba contenta y no tardó en explicarme rápidamente su excitante experiencia del día de hoy.

—Dios, solo debiste estar ahí para verlo —se ríe, toma asiento junto a mí en el comedor.

—¿Ver qué? —me interesé en el tema.

—¡A ese chico! —exclama—. Llegó recomendado al canal, viene de alguna de esas universidades de mala muerte que hay por ahí. ¿Sí sabes? Son como institutos para todo tipo de gente —mi ceño se frunció al oírla hablar de esa forma—. Además, no tiene experiencia alguna en los temas de interés del día a día. Quería tratar de convencer al productor de hacer un programa sobre los problemas del mundo real —se ríe de nuevo—. ¿El mundo real? ¿Dónde creé que vive, entonces? ¿En el país de las maravillas? Que patético.

No quise enfrascarme en una larga conversación, pero no pude evitar preguntarle—: ¿Por qué es patético?

Se encoge de hombros mientras le da un trago a su copa de vino blanco.

—¿Cómo que por qué? Llegó al canal sin tener reconocimiento alguno, o sea, es recomendando. ¿Cómo se le ocurre aparecer de la nada y tratar de convencer al productor de hacer algo como eso? —bufó—. Está loco.

—Tal vez, solo quiso dar una idea —digo—. No sé, Grace, quizás tenga cosas buenas que decir si se llega hacer ese programa.

—¿Cómo qué? ¿Qué no tiene dinero para ir de fiesta? Por favor —se ríe con cinismo—. No sé que tiene ese tipo de gente en la cabeza, de verdad.

—¿Tipo de gente? —fruncí el entrecejo—. ¿Y que somos nosotros? ¿Extraterrestres?

—¿Qué? No —se ríe otra vez, colocando su mano sobre la mía—. Amor, solo me refiero a que no debería darse tanta importancia, acaba de llegar y ya quiere exigir —sacude la cabeza y me sonríe—. No hablemos más de eso, ¿sí? ¿Qué hay de ti?

—Nada nuevo —suspiro —. Ya sabes, lo mismo de siempre.

—Toda esta semana has estado muy ocupado —pone su mano en mi mejilla y la acaricia con suavidad—. Te extraño.

—El trabajo nunca falta, Grace —le recuerdo.

—Lo sé, pero me gustaría estar más tiempo junto a ti —se acerca un poco y besa la comisura de mis labios—. En serio me haces falta, a este ritmo no pasaremos de la fase del noviazgo nunca.

—Ya habíamos hablado de eso, ¿no? —hace un puchero—. Ya basta, no pongamos tensión con esto, por favor.

—Está bien —se resigna—, pero algún día debemos hablar de eso.

Ojalá ese día nunca llegue.

—Algún día —musito.

Somos interrumpidos por una presencia en la estancia, y el corazón se me cae a pedazos cuando la persona que está ingresando es Maydeline. Remoja sus labios y traga forzado.

—Buenas noches —Greta es quien se hace notar, pero mi atención no está puesta en ella—. Espero que la cena sea de su agrado.

—Gracias —responde Grace.

Greta le dice algo a May al oído y se retira segundos después, la castaña se acerca terminar de organizar la mesa. En algún momento, nuestros ojos hacen contacto, pero ella desvía la mirada con rapidez de mí. Me siento el imbécil más grande del planeta en este mismo instante, pero ambos pusimos los puntos sobre las ies el lunes y, aunque no creo haya sido lo mejor de todo, debemos respetarlo.

—¿Podrías hacerlo más rápido? —la voz de Grace llama mi atención.

—Lo siento, señorita —se disculpa la castaña en voz baja, apresurándose a doblar las servilletas de tela sobre la mesa.

—No te disculpes, solo has tu trabajo rápido —refunfuña la rubia junto a mí.

—Grace —le advierto, sintiendo como el enojo emerge de alguna parte de mi cuerpo.

—No, es esto lo que trataba de decirte hace un segundo —suelta mi mano y mira despectivamente a una sonrojada Maydeline Allen, que solo desvía la mirada—. Se creen la gran cosa porque trabajan en lugares reconocidos.

—Grace, basta...

—Deberían saber cuál es su lugar, no pueden ir por ahí pensando que están a nuestra altura —bufa—. Estos son los únicos empleos de grandes rangos que encontrarán en su vida, deberían respetarlo.

—Bien, me cansé de esto —digo y me levanto con rapidez, llamando la atención de las dos mujeres en la estancia—. May, ¿podrías decirle a Greta que nos disculpe? No vamos a cenar aquí.

—Michael...

—Tú haz silencio —interrumpo a la rubia.

—Pero ¿qué haces? —cuestiona, levantándose también.

—Señor, no tiene por qué...

—No es nada —le digo a Maydeline, tratando de tranquilizarla—. Haz lo que te he dicho, por favor.

Me mira unos segundos antes de asentir.

—Como ordene, señor —dice—. Con permiso.

Y se va, dejándome más tranquilo ahora.

—¿Puedo saber que te pasa? —vuelve a preguntar la rubia—. ¿Por qué no quieres cenar conmigo?

Me doy la vuelta y la miro, incrédulo.

—No, yo soy quien quiere saber qué carajos te pasa a ti —espeto—. ¿Era necesario actuar así?

—¿Qué fue lo que hice? No es mi culpa que sea tan lenta —se defiende—. Amor...

—¿Quién eres? —cuestiono—. ¿Por qué siempre tienes que arruinar las cosas por tus estúpidos ataques de altivez? ¿Qué ganas con eso?

—¿Ataques de altivez? —se ríe—. ¡Yo solo me doy mi lugar!

—¿Cuál lugar, Grace? ¡Esto no tiene nada que ver con ningún puto lugar! Tienes esta fría y retorcida manera de tratar a las personas como si fueran basura y estoy cansado de esta mierda.

Retrocede ante mis palabras y aprieta la mandíbula.

—No sé porque te preocupa tanto, es obvio que no es algo relevante todo esto —nos señala—. ¿No crees que estás exagerado un poco? No es para tanto.

—¿No es para tanto? —solté una risita burlona—. Estás loca, de verdad. ¡Te has pasado todo el maldito tiempo quejándote de las personas a tu alrededor! Y no es solo hoy, es cada maldito día. ¿Qué mierdas te sucede?

—¡Perdón, señor empático, por no ser comprensiva con todo el mundo! —espeta en mi dirección—. Lo que haga o deje de hacer esa gente me vale mierda, solo no me gusta que se metan en mi camino.

—¿En tu camino? ¿El chico de tu trabajo se metió en tu camino? ¿Maydeline se metió en tu camino? ¿Y el resto? Todas esas personas a las que has menospreciado, ¿también sé metieron en tu puto camino?

—¡Solo no me gusta que me fastidien la vida! ¡Se creen víctimas solo por no pertenecer a nuestro entorno! ¿Y eso que? No voy a estar toda la vida compadeciendo a los demás.

—Perfecto —levanté las manos al aire—. No compadezcas a nadie y quédate sola mientras pisoteas a medio mundo, porque yo no estaré más.

Frunce el entrecejo y analiza lo que acabo de decir. Y es que estoy tan molesto, tan decepcionado. ¿Cómo pude estar tantos años al lado de una persona así?

—¿A qué te refieres? —murmura en voz baja.

—¿Tú qué crees? Que esto —nos señalo—, lo que sea que hubo entre nosotros, se acaba el día de hoy.






¡Ahhhhh!

*Grita y salta*

No diré nada, solo quiero que ustedes comenten.

¡Voten y comenten mucho!

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