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12. Maydeline.

Cómo una auténtica idiota sigo llorando, como si me hubieran sacado el corazón a sangre fría, como si me acabasen de quitar lo más preciado que tenía. Pero, ¿qué caso tenía seguir sintiéndome así?

A ilusiones falsas, corazones rotos.

—¿Por qué siento como si mi vida se hubiese terminado? —susurro.

¿Es exagerado de mi parte sentirme así?

—Porque es normal después de todo lo que me contaste —Marla acaricia mi cabello con dulzura, mientras las lágrimas siguen bajando por mis mejillas—. ¿Por qué no me habías dicho que él te había besado el otro día?

—No lo sé —me sincero con ella—. Creí que, si no decía nada al respecto, no le daría mucha importancia al asunto.

—Pero no funcionó.

Exactamente.

Acomodé mi cuerpo sobre la cama y puse mi cabeza sobre su regazo.

—¿Es estúpido? —cuestioné.

—¿Qué cosa?

—Llorar por un hombre que no conozco —aclaré.

—No, está bien —dice—. Yo lloré cuando Zayn Malik tuvo una hija con Gigi Hadid y no conmigo.

Eso me sacó una sonrisa luego de toda una noche de llantos y lamentos.

—Entonces, no soy patética —solté, esperando a que me diera la razón, pero no lo hizo.

—No eres patética —contradijo, tiró suavemente de mi cabello para que pudiera verla—. May, no eres para nada patética.

—¿Y por qué estoy llorando por mi jefe, a quien solo conozco desde hace tres semanas y que tiene novia? —me senté en la cama para mirar sus ojos—. ¿Cómo puedo no ser patética?

—Cariño, estás enamorada —se ríe y yo me quedo perpleja—. Llorar es parte del paquete.

¿Enamorada? Que risa. Yo no puedo estar enamorada.

—¿Amor? —ladeo la cabeza y me seco las lágrimas del rostro—. ¿Cómo puedo estar enamorada? Solo ha pasado casi un mes, Marla.

Ella se ríe, agarra una almohada y la pone sobre sus piernas.

—Eres una niña —acaricia mi barbilla, frunzo el entrecejo—. Maydeline, tienes veintidós años, pero eres una inocente en el tema del amor. ¿Sabes, linda? El amor y el tiempo serán enemigos de por vida, ¿sabes por qué? —negué—. Bueno, puedes pasar veinte años con una persona y no amarla jamás. Sin embargo, puedes ver a alguien en la calle, tan solo un segundo, y enamorarte de ella de inmediato.

Oh, santo Jesucristo.

—No, yo...

—Oye —pellizcó mi mejilla—, no está mal enamorarse.

—Pero de él sí —le dije.

—¿Por qué? ¿Porque es el presidente? —bufa y se ríe con sarcasmo—. Por favor, como si un par de ceros más en su chequera hicieran la diferencia.

—Él tiene novia —dije casi ahogándome—. No puedo, Marla, yo no soy así. Por mucho que me guste, no puedo ni siquiera mirarlo con otros ojos cuando la imagen de su novia viene a mi cabeza.

—Apuesto a qué es una perra —escupe.

—Aun así —musité—. Ella puede ser lo que sea, pero yo no soy esa clase de mujer que interfiere en relaciones ajenas.

No cuando sabía lo que podía generar una infidelidad, no cuando lo vi y fui testigo del dolor que puede causar en una persona descubrir que es engañada luego de tantos años de confianza, y de un supuesto amor que jamás existió.

—Tienes un corazón tan lindo que, cuando encuentres a la persona correcta, no tendrás más que sonrisas que regalar —me sonríe.

—¿Siempre es así?

—¿Qué cosa?

—El amor —suspiro—. No pensé que el amor debía doler.

Ella sonríe y aprieta mi mano.

—A veces pasa, May —musita y baja la mirada—. El amor puede ser lo más hermoso del mundo, o simplemente, doler más que nada. Pero, ¿qué sería del mundo sin amor?

[...]

Me concentro en limpiar la estancia, arreglo las sábanas de la cama, aspiro bajo la alfombra, acomodo los cojines del pequeño sofá y sigo con mi tarea como si mi trabajo fuera el más interesante de todos.

Levantarme de la cama hoy fue todo un reto, pero lo conseguí. No había dormido mucho este fin de semana y el cansancio estaba matándome lentamente, pero debía resistir y seguir luchando, como vengo haciendo desde muchos años.

Suspiré y me acerqué a la ventana para acomodar las cortinas y sacudir el inexistente polvo que rodeaba el marco en la pared. Podía apreciarse un poco de sol en el cielo, pero sabía que la brisa fresca se debía a qué en la tarde lloverá.

—¿May? —esa voz en vez asustarme, solo me dejó pasmada, no obstante, no me moví.

—¿Señor? —disimulé mi estado de nerviosismo anudando la cinta de ceda en las cortinas.

—¿Podemos hablar? —cuestionó.

Apreté la mandíbula y sacudí la cabeza.

—Lo siento, señor —me giré para encararlo—. Estoy en mi horario laboral y no puedo distraerme, lo lamento.

Rodé la aspiradora e intenté esquivarlo, pero no pude hacerlo.

—Maydeline, yo...

—Señor, por favor —supliqué, cerrando los ojos un segundo antes de mirarlo—. No haga esto más difícil de lo que ya es.

—Solo quiero que hablemos —pide, apretando levemente mi brazo, acercándome a su cuerpo—. ¿Cenarías conmigo?

Me vi reflejada en el azul cristalino de sus ojos, y era tan dolorosamente hermoso que mi corazón se aceleró.

—No creo que eso sea conveniente —opté por mi lado sensato en ese momento.

—Solo habla conmigo, ¿sí? —el sonido bajo de su voz me eriza la piel—. Te prometo que solo hablaremos, solo eso.

Hablar. Como si hablar con él fuera suficiente.

—Yo no sé...

—Por favor —me interrumpe, acercándose más.

Suspiré pesadamente y terminé asintiendo, pues no podía resistirme mucho cuando lo tenía tan cerca.

—Está bien —un pequeño indicio de sonrisa se abrió en sus labios—. ¿Cuándo?

—Esta noche, después de que salgas —dice, asentí de nuevo y bajé la cabeza—. Has estado llorando.

Sus palabras me tomaron por sorpresa así que levanté la mirada y busqué sus ojos.

—Ha sido un fin de semana algo difícil para mí —simplifiqué, pero sus dedos acariciaron mi mejilla.

—Lo siento mucho, May —delineó el contorno de mis labios—. Lo último que quiero es hacerte daño.

—No es culpa de nadie, señor —nos consuelo a ambos, como si de algo sirviera.

—¿Puedes dejar de llamarme así?

—No puedo, no está bien —recordé. Desperté de mi letargo y parpadeé, con delicadeza me solté de su agarre y me alejé—. Debo trabajar, señor. Discúlpeme.

Salí a toda prisa de la habitación, buscando el aire que había perdido al estar junto a él. No sabía por qué había aceptado su propuesta, pero algo dentro de mí me hacía querer saltar al vacío cuando de él se trataba.

—Dios, mátame ya —pedí.

[...]

Paso mis manos por mis jeans y ruego a todos los cielos que esto no sea mi entrada al infierno, porque realmente no sabría cómo salir.

—Sé que es inusual, pero en serio quiero hablar contigo a solas —dice él mientras estaciona el auto frente a una pequeña y pintoresca casita de los suburbios—. Espero no te moleste.

—No hay problema —aseguré mirándolo de reojo—. ¿Es tu casa?

—No, es la casa de alguien importante para mí —responde y en el tono de su voz reconozco el cariño que le tiene a esa persona—. Ven.

Ambos bajamos del auto y nos encaminamos hacia la casa, él abre la pequeña reja del jardín y me invita a caminar delante de él. Subimos dos pequeños escalones del porche y tocó el timbre.

—¿Y tus guardaespaldas? —cuestioné.

—Necesitaba estar a solas contigo —me mira embelesado y mis mejillas se sonrojan, pero cuando está por decir algo más, la puerta se abre.

Una señora de unos sesenta y algo nos recibe, es bajita y regordeta, de tez bronceada y ojos achinados. Todo en ella grita mamá y la nostalgia me golpea con fuerza.

—Ay, mi niño lindo —dice en dirección del hombre junto a mí—. Que bueno que llegaste, ya estaba preocupada.

—Ya estoy aquí, Nana —le dice y la sorpresa me invade—. No debes preocuparte, lo sabes.

—Siempre me preocuparé por ti —le sonríe y después me observa a mí, se lleva las manos al rostro y ahoga un jadeo—. ¡Pero mira nada más! Que niña tan bonita.

—Ella es Maydeline —dice Michael, mirándome con una pequeña sonrisa—. Esta es Gina, mi Nana.

—Es un gusto conocerla, señora Gina —digo con timidez, estrechando su mano.

—Oh cariño, puedes decirme Nana también —palmea mi dorso y sonríe—. ¡Pasen, pasen! Está haciendo frío y yo aún no he hecho la cena.

Eso hicimos, entramos y si antes la casa era acogedora, por dentro lo era aún más. Todo aquí desprendía ese aire hogareño que hace tanto no presenciaba, y realmente me sentí afligida por eso.

—Yo debo ir a comprar un par de cosas —dice ella tomando un monedero y sonriendo—. Los dejaré para que hablen, se nota que deben hacerlo —me sonrojé, así que bajé la mirada—. Nos vemos en un rato.

—Ten cuidado —le pide él.

—A esta edad, la gente me teme, cariño —se burla ella y sale de la casa, dejándonos a ambos en medio de la sala.

El silencio nos envolvió y me vi a mí misma muerta de los nervios, entrelacé mis manos y esperé.

—Acompáñame —me pidió, asentí y lo seguí por la casa hasta cruzar la puerta del patio trasero—. Nana ha estado trabajando en el jardín desde hace más de dos años, y creo que le está quedando increíble.

Observo las rosas por todas partes, hay de todos los colores y es realmente impresionante el contraste de cada una.

—Bonito, ¿verdad?

—Es hermoso —concuerdo con él.

—Aun faltan más —informa—. Prometí ayudarle de vez en cuando, pero desde que gané las elecciones todo se puso de cabeza.

—Tu tiempo se limitó —murmuré.

—Eso creo —se ríe y niega—. Es difícil, a veces, acostumbrarse a todo esto.

—No puedo ni imaginarlo —dije.

No dijimos nada más por unos segundos, pero podía sentir esa tensión que había entre nosotros y no sabía cómo sobrellevarlo.

—Me gustas —suelta y todo lo que creí conocer, se desvaneció con rapidez. Lo vi remojarse los labios y reírse después—. Me gustas, Maydeline.

—Michael, yo...

—Escúchame, ¿sí? —me pide, mirando mis ojos, asentí—. Sé que suena raro, lo sé, pero no puedo ocultarlo. Desde que te vi causaste cosas dentro de mí que no tienen explicación, que son difíciles de asimilar del todo. He pensado en ti cada día de estas últimas cuatro semanas, no puedo dejar de hacerlo durante todo el día y tampoco es que quiera.

>> Hablar contigo se convirtió en un desahogo en esta etapa de mi vida, eres como ese bálsamo que me llena de paz. No fue mi intención que esto sucediera, pero tampoco me arrepiento de haberte conocido.

A estas alturas, mis ojos están inundados en lágrimas, pero me negaba a soltarlas. Mi corazón estaba enloquecido, literalmente este hombre me había confesado que le gusto, que no puede dejar de pensar en mí. Sin embargo, me sentía culpable, porque una persona podría salir lastimada de todo esto.

—No estás obligada a decir nada al respecto, solo quería que lo supieras —agrega luego de unos segundos en silencio.

Yo no sabía que decirle, porque jamás había sentido algo así y era tan grande y abrazador...

Solo dile la verdad.

—Tú también me gustas —confesé, pero no me atreví a mirarlo—. Me gustas, pero los dos sabemos que no estaría bien.

—Lo sé —asintió, pero podía ver un brillo raro en sus ojos y sabía que era porque le había dicho que también me gustaba—. Y lo lamento, lo siento muchísimo.

—Ya te había dicho —suspiro—, no es culpa de nadie —lo miré, llené mis pulmones de aire y de valor—. No podemos hacer algo que lastimará a las personas que nos rodean.

—Grace...

—Tu novia no se lo merece —negué—. No la conozco, pero sé que ella, ni ninguna otra persona se merece eso.

—Tienes razón —concuerda conmigo—. ¿Ves porque me gustas? —me reí, no pude evitarlo. Así como tampoco pude evitar sonrojarme cuando me sonrió—. Siempre que hablamos sacas a relucir lo buena que eres sin quererlo, creo que ese fue mi detonante.

—¿Para qué? —ladeé la cabeza.

Para enamorarme de ti —dijo.

Y ese fue mi detonante, mi maldito talón de Aquiles. Me dolió escucharlo. Me dolió como nada me había dolido. ¿Por qué me dolió? Porque sabía que esto jamás podría ser. Me dolía, porque yo también me había enamorado de él.

—¿Y como haremos esto? —cuestiona, dando un paso cerca de mí.

—¿Qué cosa? —contuve la respiración cuando su cuerpo estuvo a unos considerables centímetros del mío.

—¿Me vas a ignorar? —su perfume fuerte y dulce me envuelve, y me veo a mí misma suspirando—. No quiero que te alejes.

—¿Por qué? —levanto la cabeza y nuestra diferencia de altura se impone.

—Hablar contigo es como... pasar de la tormenta a la calma en cuestión de segundos —cierra los ojos y sin esperarlo en lo absoluto, su frente se apoya contra la mía.

Estuve a un segundo de desmoronarme, las lágrimas picaron en mis ojos y cuando sus manos cayeron en mi cintura, no tuve más remedio que sostenerme de sus brazos.

—No creo que eso ayude mucho —sorbí mi nariz para no perder la cordura y echarme a llorar ahí mismo—. Debemos poner una distancia entre nosotros, de nada servirá lastimarnos de esa manera.

—No puedo tenerte como quiero —su suspiro tembloroso me quiebra el alma—, no puedo estar contigo como mi corazón quiere... No me quites eso también.

Me mordí el labio inferior para no quebrantarme justo ahí, suficiente tenía con tener el corazón en pedazos.

—No me iré a ninguna parte —prometí y lo miré a los ojos.

—¿Podré incomodarte en la biblioteca cuando te toque estar ahí? —me reí y parpadeé para ahuyentar las lágrimas.

—Puedes —asentí y fui premiada con una sonrisa suya—, pero solo para que me hables de los libros que has leído.

—Te hablaré de todos ellos —apretó mi cintura—. Dios, no sabes lo difícil que me resulta esto...

—Lo sé, lo sé —interrumpí—. Quizás nuestro hilo rojo está roto.

—Quisiera arreglarlo, no sabes cuánto —apreté mis ojos porque no podía con esto.

Me sentía tan mal, como si me estuvieran arrancando alguna parte del cuerpo, y era doloroso.

Solté un suspiro y sentí como besaba mi mejilla, mi cuerpo se erizó y todo se puso peor cuando sus labios rozaron los míos. Dios, era una tentación tan dulce, tan exquisita que me costaba tanto alejarme de él.

—Michael, no —aparté mi rostro un poco de él—. No hagas esto más difícil de lo que es, por favor.

—Lo siento —susurró, negué. Di un paso atrás y lo miré. Él me sonrió tiernamente y acarició mi mejilla—. ¿Te quedas a cenar?

Quería, pero si me quedaba, no podría irme después.

—Es mejor que no —sacudí la cabeza—. Han sido muchas emociones por hoy, ¿no crees?

—Es más de lo que he sentido en mucho tiempo —aseguró.

—Lo sé, para mí también lo es.

Sostuvo mis manos y las contempló por un largo segundo, después, besó mis nudillos con cariño y corazón se apretó.

—¿Quieres que te lleve? —negué—. Puedo hacerlo, no es un problema para mí.

—Lo sé, pero estoy bien —afirmé.

Lo miré por un momento y memoricé cada parte de su rostro, me acerqué lo suficiente y dejé un beso en su mejilla, y para mí, en estos momentos, era demasiado.

—Adiós, Michael —murmuré.

—Adiós, May.

Me doy la vuelta y no miro atrás, siento como la coraza que había creado año tras año de quiebra ante cada paso que doy. Quise ser fuerte por mí, por mi hermano, por ese futuro que quiero tener y darle a quien es mi única familia en este mundo.

¿Cómo pude ser tan tonta? ¿Cómo pude dejar que algo así pasara?

Cuando salgo de la casa, me encuentro con Gina cruzando el jardín.

—¿Ya te vas, cariño? —cuestiona ella al verme.

—Me temo que sí —me las arreglo para que mi voz salga firme—. Es bastante tarde y mañana debo trabajar.

—Oh, cielo, el deber está primero —me sonríe—. Espero verte pronto.

—No creo que eso sea posible —susurré, pero sonreí de todos modos—. Fue un gusto conocerla, de verdad.

—No, mi niña, el placer es todo mío —sonreí una última vez y caminé despacio hacia la salida—. ¿May?

—¿Sí? —me giré.

—No sé lo que pasa entre ustedes, pero el amor no es algo que se pueda ocultar —eso me deja paralizada—. Que pases buena noche.

Las lágrimas salieron sin contención cuando la vi entrar a la casa, y los sollozos me abordaron cuando me comencé a caminar lejos de ahí. No podía describir lo que sentía en ese momento, pero supe que había hecho algo bueno, pues previne un corazón roto, aunque el mío se rompiera en el proceso.






Me duele, me quema... ME LASTIMA.

¿QUÉ ESTÁ PASANDO?

*LLORA Y GRITA*

¿Qué piensan?

Los leo.

¡Voten y comenten mucho!

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