11. Michael.
Un beso.
Un maldito beso y mi vida es un caos, todo mi mundo está patas arriba después de ese día. Ese bendito martes que jamás olvidaré, lo guardaré en mi memoria hasta el día en que muera.
¿Exagero? Tal vez, pero no puedo negar que ha sido el mejor beso de mi vida hasta el sol de hoy. Y, no sé que es, pero algo me dice que es así gracias a esa castaña de ojos multicolor.
¿Estaba celoso? Estaba ardiendo como un volcán en erupción. Tan solo ver a ese rubio cerca de ella, sosteniendo sus manos, sonriéndole. Y que ella le sonriera también fue... Mierda, fue realmente horrible.
Mi plan no era besarla, bueno, no del todo. Pero estaba tan furioso, y ella es tan hermosa que... Dios, es imposible resistirse a ella cuando es tan dulce y bonita. Y sus labios, son exactamente como los imaginé. Gruesos, llenos y suaves.
Podía pasarme la vida entera rememorando ese momento, pero no dejaba de pensar en su expresión una vez que se alejó de mí. La había asustado, no sé si para bien o para mal, pero lo había hecho y me arrepentía desde lo más profundo de mi alma.
Quise disculparme por ser tan bruto al abordarla de aquella manera, aunque haya querido hacerlo. Quise decirle que no había sido mi intención acorralarla y romper lo que sea que había entre nosotros desde ese día en la biblioteca, cuando descubrí lo brillante que era.
Pero, aún y cuando intenté verla entrar a mi oficina para limpiar, eso no sucedió, pues ella nunca apareció.
—¿Dónde estás? —cuestiona la voz de mi madre, sacándome de mis pensamientos.
—Solo pienso —respondo, acomodando el Rolex en mi muñeca.
—¿Puedo saber en qué? —su mirada brillante lograba asustarme, es como si ya lo supiera.
—No lo sé, mamá —suspiré y negué hacia ella—. Es complicado, no es algo que yo entienda.
—Bueno, cuando quieras hablarlo, puedes venir y decírmelo, ¿sí? —acomodó mi saco y volvió a sonreírme—. Todavía recuerdo cuando me hiciste comprarte un traje, solo para no quitártelo durante días.
—No me acuerdo de eso —le hago saber.
—¿Cómo podrías? Tan solo tenías cinco años —acaricia mis mejillas—. Mírate ahora, eres el presidente.
—Tuviste mucha fe en mí, por eso estoy aquí —sus ojos se llenan de lágrimas en cuestión de segundos—. No, mamá, no llores.
—Soy tu mamá, las mamás lloran —se ríe, pero le resta importancia—. Ya está bien. Tu padre está afuera y tú deber es salir ahí y mostrarte como el hombre respetable que eres.
—Así lo haré.
Acaricia mi mejilla una vez más, y nuestra conexión se rompe cuando la puerta se abre y Grace entra como el huracán que es.
—Ya vamos de nuevo —gruñe mi madre en voz baja, me sonríe y se gira—. Hola, Grace.
—Señora Evans —la saluda con una sonrisa—. Se ve radiante el día de hoy.
—Gracias —asiente y dándome una última mirada, se retira.
Marianela sigue sin entender porque estoy con Grace, y creo yo tampoco termino de entenderlo del todo.
—¿Cuándo siquiera va hablar conmigo? —pregunta la rubia.
—No lo sé, Grace, ella es así —respiro—. Te ves hermosa.
—¿Verdad que sí? —alardea.
Va enfundada en un vestido verde, corto y ceñido al cuerpo. Sí, se ve realmente hermosa, pero ya no es la clase belleza que estoy buscando. No sé porque, pero ahora me llama más la atención la sencillez y la dulzura que cualquier otra cosa.
—Sí, te queda bien —digo luego de varios segundos en silencio.
—¿Estás bien? —cuestiona, acercándose lentamente.
—Estoy perfecto, ¿por qué? —ladeé la cabeza.
—Estás raro, como distante —dice y frunce el entrecejo—. ¿Está todo bien?
No, nada está bien. Al menos, no para mí.
—Sí —mentí, pero me las arreglé para sonreírle—. Todo está bien, no te preocupes.
—Okey —sonríe y se acerca a mí para besarme, pero la presión de sus labios contra los míos ya no es lo mismo—. Vamos, ya todo el mundo llegó, solo faltas tú.
Asentí y dejé que tomara mi mano para ambos salir de la habitación, ella se veía confiada y de alguna manera, intenté contagiarme de su estado de ánimo, pero no parecía funcionar.
El evento de bienvenida se desarrolla de lo más normal, muchos ministros, concejales, miembros de la Corte Suprema de Justicia y muchas personas más. Mi padre parecía insistente en que comentara la extraña idea de romper los lazos exteriores con los demás, que sería algo bueno y un montón de cosas más que, según él, serían importantes. No lo hice, porque no quería, no estaba en mis planes hundir este país. Mi idea desde un principio ha sido sacarlo a flote, fortalecerlo y hacerlo mejor.
Lo ignoré, él no parecía contento con mi actitud, pero no le di importancia. Con simpleza, logré sobrevivir hasta las ocho de la noche, pero había otra cosa que me estaba consumiendo lentamente.
La presencia de Maydeline Allen en la sala de eventos.
Me estaba asfixiando y como el demonio que me aferré a mi autocontrol para no levantarme de la mesa exclusiva que tenía mi familia y besarla frente a todos los presentes. Y, entonces, me encontré preguntándome a mí mismo a qué se debía está desesperación.
—Tu novia está muy desatada, ¿no lo crees? —cuestionó Andrés a mi lado, observando disimuladamente a Grace, que no dejaba de parlotear sobre algo de su trabajo y lo importante que era ella en el mundo del periodismo.
—Ella es así, lo sabes —le recordé, aunque también me fastidiada el hecho de que le gustase sobresalir por encima de los demás.
Me estaba resistiendo para no mandar todo al demonio, Grace me tenía enfermo con su ataque de altivez. Sabía de su tendencia a querer llamar la atención, pero hoy se estaba pasando. Además, tener a May caminando por el lugar con su uniforme formal, que era igual al que usaba diario, pero más elegante y más corto.
Basta, Michael, basta.
—¿Te sientes bien? —me pregunta.
—Sí, solo estoy algo estresado —digo hacia él, sin embargo, no puedo dejar de mirar a la castaña.
—¿Seguro? —asentí—. Pues no lo parece.
—Sí, bueno, no es como si estuviera esforzándome porque no se note —espeté.
—Alto, amigo, estás agresivo hoy —se ríe de mí, sacudo la cabeza y le doy un trago a mi copa de champagne—. Cuéntame.
—Creo que metí la pata, hasta el fondo —suspiro, en algún momento mis ojos se encontraron con los de May y sentí como mi corazón se detuvo cuando sus mejillas se sonrojaron. Apartó la mirada y caminó con rapidez fuera de la sala, logrando que soltara un pesado suspiro de incomodidad—. La embarré horrible.
—¿Con tu enamorada? —la sonrisa burlona en sus labios me daba ganas de golpearlo—. ¿Qué le hiciste?
—Yo... —carraspeo, algo avergonzado—. La besé, y creo que la asusté.
Andrés muerde su labio inferior y sé que quiere reírse de mí, sin embargo, se contiene.
—Vaya, que... —se ríe, no lo aguanta más.
—Dios, si tú eres mi mejor amigo, no quiero enemigos, Down —negué.
—Lo siento, hermano, es que... —apacigua su risa—. Nunca te había visto tan consternado por un beso.
—Es que ella es diferente —cierro los ojos unos segundos—. Y la manera en la que la besé fue muy brusca para mí gusto, creo que para ella también lo fue.
—Wow, la besaste —frunce el entrecejo—. ¿Qué hay de Grace?
Grace, ese era otro tema.
—No sé cómo sentirme al respecto —sacudo la cabeza—. No quiero lastimar a Grace, ella no lo merece, aunque sea tan molesta. Pero lo que pasa cuando veo a esta mujer, yo...
—Sé que no quieres oírlo, pero debo decírtelo —musita.
—Lo sé. Sé lo que vas a decirme, pero no puedo aceptarlo así, yo...
—Te seré sincero, amigo —apretó mi hombro—. Cuando sientes cosas por alguien, tan fuertes que apenas y te dejan respirar, no importa lo demás, yo sé porque te lo digo —se puso de pie y acomodó su saco—. Mañana debo trabajar, nos vemos.
Y se marchó, dejándome ahí con la cabeza hecha un lío. Me pasé las manos por el rostro y me levanté también, disculpándome con las dos personas en la mesa. Divisé a Grace hablando con varias personas a lo lejos, y supe que era mi oportunidad para arreglar las cosas, o, por lo menos, intentarlo.
Salí de la sala sin querer llamar mucho la atención, topándome con el personal de servicio que camina por el pasillo, de la sala de eventos hacia la cocina. Busco a la persona que me tiene con el corazón en la boca, pero no logro dar con ella.
—¿Puedo ayudarle en algo, señor? —cuestiona Greta al verme un poco perdido.
—Sí. No. Este... ¿Has visto a la señorita Allen? —la miro.
—¿A Maydeline? —asentí—. Debe estar en la cocina, si no me equivoco. ¿Hay algún problema con ella?
—No, para nada —niego apresurado—. Solo me gustaría tratar de un tema importante con ella.
—Oh, bueno. En ese caso, debe estar en la cocina.
Asiente y sigue con su labor. Hago mi camino hacia la cocina, sin embargo, cuando cruzo al siguiente pasillo, un susurro proveniente de una de las habitaciones llamó mi atención.
—¿Y cómo te has sentido esta semana? —decía esa voz—. Que bueno, me alegra mucho escuchar eso, de verdad.
Era May, definitivamente lo era.
Me acerqué a la puerta que se encontraba entreabierta, la empujé un poco y con sigilo ingresé a la habitación, cerrando detrás de mí sin hacer ruido alguno. La estancia estaba a oscuras, pero aún así, en medio de la penumbra, vislumbré la silueta de Maydeline de espaldas, cerca de la puerta del baño.
—Sí, lo siento. Sé que dije que iría, pero me tocó trabajar, lo lamento —se escuchaba nostálgica, y quise saber porque—. No te preocupes, mañana no trabajo, veré si puedo ir a verte, ¿sí?
¿A quien debe ver?
Se ríe y se sacude un poco, pasando su mano por la curvatura de su cintura, alisando su uniforme, dejándome ver el guante blanco de seda cubriendo su extremidad.
—Sí, lo prometo —dice—. Está bien, lo llevaré. ¡Sí, sí! Okey, te amo.
Sí, eso dolió.
¿Te amo?
De pronto estaba contrariado y molesto, aturdido y asustado. ¿Te amo? ¿A quien ama?
Maydeline se gira y da un fuerte respingo en su lugar, llevándose una mano a la boca y otra al pecho. Asustada de verme allí, cierra los ojos y toma aire.
—Dios mío —susurra y cuando abre los ojos todo el enojo se esfuma de mi cuerpo—. ¿Por qué está aquí?
No paso por alto el temblor en su voz y eso me llena de ansiedad, doy un paso hacia adelante y ella retrocede.
—Lo lamento —es todo lo que sale mi boca, pues estoy concentrado mirando la suya. Rosada y carnosa. Y me muero por besarla otra vez, pero contengo—. Lo lamento mucho.
—¿Qué lamenta, señor? —pregunta.
—Acorralarte de la manera en que lo hice hace unos días —di otro paso, pero esta vez, ella no se movió—. Me comporté como un idiota y lo siento.
—¿Por qué? —suspira haciendo una mueca.
—¿Por qué lo siento? —ladeé la cabeza, acercándome más.
Ella parpadea varias veces y niega.
—¿Por qué se comportó de esa forma? —tartamudea, apretando el guante que no tiene puesto con ambas manos.
—No me trates de usted —me acerqué aún más—. Habíamos hablado de eso, ¿recuerdas?
—Señor... —retrocedió cuando estuve lo suficientemente cerca como para apreciar su dulce olor a cerezas.
—Michael —la interrumpí—. Mi nombre es Michael, Maydeline.
—No está bien —negó.
—¿Qué no está bien?
—Lo que sea que esté pasando —aprieta la mandíbula y frunce el entrecejo—. Usted tiene novia, y lo que pasó el otro día no estuvo bien.
Grace. Sí, yo tenía novia, pero esto que sentía cada vez que tenía a esta mujer frente a mí, no se compara con nada que haya experimentado antes.
—Es difícil intentar explicarte esto, Maydeline —mi mano se levanta por vida propia y va a su rostro sin mi permiso. Y su piel es tan tersa que me obliga a cercarme más a ella, pasando mi pulgar por su mejilla—. Si supieras todo lo que pasa por mi cabeza cuando te veo...
—Señor, por favor —pide, cerrando sus ojos cuando pongo un mechón castaño detrás de su oreja.
—No me llames así —le suplico, elevando su rostro hacia mí.
—Michael —dice al fin, mirándome fijamente—. Esto está mal.
Ay, mi preciosa May, no sabes lo que me haces.
—¿Sabes que está mal? —sostuve su rostro entre mis manos, delineando el contorno de sus labios con mis dedos—. Querer besarte y no poder hacerlo.
—Es que no está bien —me dice con voz ahogada, y quiero creer que en el fondo ella quiere lo mismos que yo—. Usted es mi jefe y yo...
—Y tú eres la mujer más asombrosa que he conocido —cierra los ojos un segundo antes de volver a verme—. Eres tan hermosa que no he podido dejar de pensar en ti.
Se le corta la respiración y creo que puedo ver su alma cuando sus ojos se cristalizan. Su pequeña mano se detiene en mi mejilla y es tan suave que me es difícil mantener los ojos abiertos. Guardo este terso toque en mi memoria y suelto un suspiro cuando no puedo la delicadeza de esta mujer.
—¿Por qué me haces sentir así? —su voz es una leve melodía.
Sus palabras me llenan de esperanza, porque, entonces, ¿la hago sentir igual?
—Eso mismo me pregunto respecto a ti —confieso, me acerco más a ella y la miro directamente a los ojos—. Desde que te vi has puesto mi mundo de cabeza.
—Y tú el mío —se muerde el labio inferior—. Ambos sabemos que esto no está bien —negó, alejó su mano de mi rostro y quitó las mías del suyo—. Ya lo dije antes, pero de verdad quiero que lo recuerde usted también —murmuró, vi decisión y algo más que no pude descifrar en su mirada de colores—. Usted tiene novia, y sé también que es un buen hombre. No dañe la imagen que he creado en mi cabeza sobre usted, así que no la engañe. Ninguna mujer lo merece —una lágrima rodó por su mejilla junto con los pedazos de mi corazón—. Espero disfrute de su noche, señor presidente.
Me esquiva con rapidez y sale de la habitación en completo silencio, mi corazón está enloquecido y no sé cómo sentirme. Solo tengo la imagen de sus ojos llenos de lágrimas en mi cabeza, sus palabras repitiéndose una y otra vez como un CD rayado y, sinceramente, aunque tiene razón en todo lo que dijo, me niego a creerlo.
¿Debía quedarme de brazos cruzados justo cuando la vida pone a la mejor persona del mundo en mi camino?
Ay, pequeñito.
¿Qué tienes en la cabeza?
¡Voten y comenten mucho!
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