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Capítulo veintisiete

   Entre más días pasan, la salud de mi madre sigue empeorando, a pesar de todo ella no se enfoca en su enfermedad es muy positiva eso admiro mucho de ella, sinceramente al estar mi mamá en mi casa me gusta y verla feliz con ese brillo en su mirada me provoca una cálida sensación a tranquilidad en mi pecho; mi familia le han tomado aprecio a mi mamá porque de manera frecuente están platicando con ella disfrutan ese momento a su lado, aunque he observado que a mí mamá no le agrada mucho mi hija Lupita yo creo que es porque siempre le da muestras de cariño y como no está acostumbrada que le den amor se molesta pero yo pienso que en el fondo la quiere porque luego se ríe con ella tan natural y espontánea.
   Déjenme contarles que el cumpleaños de mi mamá es mañana, quiero que sea un día especial así que le encargó a mis hijos Javier y Carlos que traigan el pastel y yo me haría cargo de lo demás. Al otro día a las diez de la mañana para ser exactos me dirijo a su cuarto para cambiarle el pañal.

—Buenos días mamacita —digo con entusiasmo.
—Porque tan temprano vienes —comenta todavía con sueño, abre los ojos de par en par en una expresión de lo más cómica y audazmente añade—. Vete a dormir al rato vienes no te preocupes aquí voy a estar no me voy a salir solo quiero dormir un poco más.
—No va hacer posible porque te cambiaré el pañal porque ya está muy sucio.
   Se lo cambio, la limpio muy bien, le quitó su camisón y le pongo un lindo atuendo.

—¿Por qué me vistes? —pregunta con enfado porque todavía quiere dormir.
—¿Sabes que día es hoy? —pregunto con alegría y hago bailar mis cejas.
—No —dice desganada.
—Pasen todos —digo en voz alta en señal para que toda la familia entre. Comienzan cantando las mañanitas, y puedo observar a mi madre feliz, en instante sus lágrimas caen de emoción después le sopla a la vela.

—Como tu hija deseo lo mejor para tí, y quiero que te la pases bien este día acompañada de está que es tu familia —digo en voz alta con cierto aire de nostalgia,  y le doy un beso en la mejilla para luego abrazarla, ese abrazo se lo doy con mucho apapacho desde mi alma.   
   Enseguida hacen lo mismo mis hijos y esposo.
—Nunca pensé que esto pasaría estar con mis nietos, con mi hija y con mi yerno me han hecho feliz, y a tí Susi te agradezco que hayas recordado mi cumpleaños ya que yo, no sé ni el día que vivo —admite, y una tierna sonrisa ilumina su cara—. En estas semanas que he estado en su casa, quiero que sepan que les he tomado cariño y ¡los quiero mucho! —sus palabras son sentidas y no se va la alegría de su voz. Está es la primera vez que se permite expresar lo que siente, todos comimos pastel con un vaso de leche. Ya para  la tarde la llevamos a un pequeño restaurante, nos fuimos en el auto de mi hijo Javier y los demás se fueron en taxi; aunque la familia se fue por separado llegamos todos juntos, mis hijos mayores bajan a mi mamá con mucho cuidado y la sientan en su silla de ruedas. En la entrada hay una agradable melodía de fondo, y nos recibe un mesero para asignarnos la mesa, el lugar no está muy lleno lo cual nos va a permitir reír y hablar de todo. Nos sentamos y pedimos la carta, entre la plática y comida nadie se da cuenta de que han pasado hora y media desde que llegamos el tiempo se pasó volando, sin duda ese día nunca lo olvidará mi madre ni yo tampoco.

   Los meses pasan sin poderlos detener, y como cualquier día antes de ir al mercado hago nota mental de lo que hace falta, como no voy a dilatar le encargó a Lupita que vea a su abuelita que está en la silla de ruedas, lo bueno que el mercado queda a tres cuadras; salgo de casa y como de costumbre dirijo un fugaz saludo a los vecinos que pasan con un pequeño asentamiento de cabeza. Una vez que llego al mercado compro, frutas, verduras carne, y otras cosas, ahora voy de regreso a casa pero escucho de lejos que gritan mi nombre ¡Susana! ¡Susana! Volteo y veo a mi hermana Yolanda, no lo puedo creer prontamente bajo las bolsas del mandado al piso y con una sonrisa que nace en mi rostro la miro con cariño, ella corre con las manos extendidas y me da un gran abrazo.
—Hermanita chula por fin te encuentro —menciona con nostalgia y empezamos a llorar las dos, y una a la otra nos miramos.
—Tanto tiempo sin vernos ¿dónde has estado todo este tiempo? —hago ademanes al hablar.
—Estoy viviendo lejos pero lo importante es que estoy aquí, te debo confesar que me casé y tuve dos hijos varones y unos años después me divorcié —cuenta por lo que pasó.
—Lamento escuchar eso —resoplo con pena.
—Yo no —dice muy sincera.
—¿Entonces no te has vuelto a casar?
—No... Para qué quiero un hombre a mi lado ¡yo puedo salir adelante junto con mis hijos! —se ve muy segura de sí misma.
—¿En qué estás trabajando? —pregunto para saber un poco más de ella.
—Limpio casas, o vendo algunas cosas eso sí no me he quedado sin comer yo ni mis hijos y esto es gracias a que tú me diste el ejemplo.
—Yo, ¿cómo es eso? —lo que dice me toma por sorpresa.
—Porque de pequeña veía como trabajabas duro para que comiéramos todos, el hecho de recordarlo hizo que luchará por salir adelante, eso es lo que hacen las mujeres fuertes y valientes ¿no?
—Hay hermanita gracias por decirme eso, no pensé que te dieras cuenta —al hablar la miro con ternura.
—Pero dime ¿cómo te ha ido a tí Susi?
—Bien, gracias a Dios aunque no se, si te enteraste que me volví a casar y tuve seis hijos sin embargo hubieran sido ocho ya que se me murieron dos —expreso con un sentimiento de tristeza.
—Mis condolencias hermana y, ¿tus otros dos hijos Guillermo y Lourdes los has visto? 
—Lourdes hizo su vida y de vez en cuando viene y Guillermo solo lo he visto una vez —respondo sin guardar nada.
—¿Entonces mi madre no está con Guillermo? —pregunta con admiración.
—No, ella está en mi casa porque se puso grave.
—No puede ser —expresa abriendo la boca con sorpresa para después añadir—. Pensé que ella no estaría sola, porque cuando me fui estaba su esposo,  nuestro medio hermano y Guillermo.
—Su esposo murió, eso lo sé debido a que la señora quien la estaba cuidando me lo informo, pero no sabía que tenemos un medio hermano —declaro muy sorprendida por la noticia.
—Asi es, tenemos un medio hermano él es diez años menor que nosotras en definitiva no me cae bien por varias razones y la verdad me siento culpable de haber dejado a mamá, todavía recuerdo cuando me fuí de casa estaba llorando y no me importo ¡quería sentir lo que es ser amada! Pero creo que no fue la mejor desición, eso sí no me arrepiento del tener a mis hijos porque son una bendición.
—Lo hecho, hecho está, no puedes cambiar nada ahora a vivir el hoy —digo muy positiva.
—Es verdad —muestra una sonrisa cómplice.
—Quiero saber cómo sabías que estaba en el mercado.
—Fui a tu casa y tú hija me dijo, y bueno la dirección me la otorgó una vecina donde antes tú vivías.
—Ahora entiendo, qué te parece si vamos a mi casa y visitas a mamá.
—Claro tengo tantas ganas de verla, te ayudo a cargar las bolsas. —No deja que agarre ninguna bolsa por lo que veo es muy fuerte.
  Nos fuimos camino a casa platicando, cuando llegamos a la puerta meto la llave en la cerradura la giro y entramos.

—¿Quiéres que te sirva algo? —pregunto con amabilidad.
—No, muchas gracias.
—Dame las bolsas. —Asi lo hace—. Esperame voy a dejarlas a la cocina.
  No tardo y enseguida voy con Yolanda y la llevo a la habitación de mamá, sin embargo mi hermana se espera detrás de la puerta.

—Mamá ¿quién crees que vino a verte? —pregunto con expectación dando a entender que es muy importante.
—No, sé —responde sin ganas.
—Tu hija Yolanda —digo con gozo.
—¿En verdad está aquí? —No lo puede creer, hasta abre los ojos con expectación.
—Sí, para que veas le voy a llamar ¡Yolanda ven! —le grito. Cuando entra mi madre se le queda viendo muy finamente para rectificar si es su hija.

—Acércate Yolanda —se inclina mi hermana de rodillas enfrente de ella.
—¡Mamacita! ¡mamacita! Qué bueno que estás bien, tanto tiempo sin verte hasta tú voz te ha cambiado porque la tienes más áspera —de la emoción se le salen algunas lágrimas.
—Los años no perdonan y cambia todo —dice con voz fuerte, está un poco molesta.
—Perdóname por dejarte —confiesa inclinando su cabeza en su regazo.
—Te perdono hija, creo que ya me puedo morir en paz.
—No digas eso —se entristece por lo que dice.
—La vida tiene un ciclo y el mío tarde o temprano finalizará —expresa con decisión lo que pasará—. Pero dime ¿dónde está tu medio hermano? —quiere saber.
—Es lo que te iba a preguntar, sepa Dios dónde esté, ¿cuándo fue la última vez que lo viste mamá?
—Fue cuando invito a sus amigos a la casa, ese día fue amargo porque me presento como la sirvienta y no como su madre le daba pena debido a que tiene un gran puesto en su trabajo —anuncia tristeza.
—A lo mejor escuchaste mal —comenta Yolanda.
—No, escuché claro y tendido, yo y su padre tuvimos la culpa porque no lo hicimos valorar las cosas ahora ve cómo ha pagado, bien se dice lo que se siembra se cosecha y es verdad lo estoy pagando, pero ya no quiero hablar más de ese tema mejor platícame como te ha ido.
—Voy a preparar la comida, —interumpo porque quiero dejarlas a solas.
—¿Que vas hacer? —pregunta mi hermana.
—Ahorita veo lo que traje eso sí será algo muy rico.
—Mira puedes preparar sopa aguada o de lentejas, y de guisado hacer bistek encebollado con nopalitos, o unos quelites con papá y a lado su bistek y un agua de limón que no debe faltar. —lo expresa como si ya lo tuviera enfrente por lo visto se le hace agua la boca con solo decirlo.
—Buenas sugerencias gracias madre.
—No tardes porque ya tengo hambre.
   Voy a la cocina y apresuró mis manos; una hora me llevó para prepar todo y lo que hice fue la sopa aguada, bisteck encebollado con nopales y salsa del molcajete, quice hacer lo que me sugirió mi madre porque ví en sus ojos ese antojo, Lupita con la ayuda de su tía Yolanda pasan a mamá a la silla de ruedas, Yolanda la lleva hacia la mesa y así las cuatro empezamos a comer
—Sabe delicioso este bisteck—dice Yolanda mientras enrolla una tortilla de maíz con sus manos.
—Gracias lo cocine con amor para mi familia.
   Terminamos de comer y Yolanda me ayuda a lavar los platos, posteriormente vamos las tres a la sala a sentarnos y Lupita se va al cuarto a ver la televisión.

—Gracias hermana por invitarme a comer te quedó todo de diez ¡si que sabes cocinar!
—Lo sé, pero solo porque me enseñó mamá o diré más bien nos enseñó —enfatizo las palabras.
—Si, yo les enseñe pero Susi heredó mi sazón —dice mamá con una sonrisa en su rostro.
—Es verdad, pero a mí no tanto se me dió el cocinar o será que no me llamó la atención esforzarme tanto —responde Yolanda—. Bueno ya me tengo que ir bien dice el dicho ya comí ya bebí, ya no me hallo aquí.
Prometo volver mañana después de que vaya a la iglesia pues no faltó nunca.
—Ándale vete con cuidado, —dice mamá dándole su bendición.

   Pasan seis meses, en ese transcurso Alberto trajo un perrito pequeño lo llamé peluchin, al principio quería que se lo llevará porque pensé que se iba hacer del baño por toda la casa pero no fue así, él pequeño animalito es muy obediente y cariñoso se ha ganado mi corazón, también en este tiempo me he percatado que mamá luce más cansada, hasta come muy poco raro de ella porque es de buen diente. La noche del domingo cuando dormimos todos, mi perrito peluchín empieza a aullar se me eriza la piel, he escuchado que cuando hacen eso los perritos es porque alguien va morir enseguida voy haber a mi mamá, la veo y escucho de cerca su respiración eso me tranquiliza y voy a dormir; en los días posteriores ya no habla tanto mi madre su mirada dibaga siento que ella se me va y no quiero eso es muy duro para mí, por eso día con día en la madrugada me levanto para verla, hasta que llega un sábado me acerco a ella y veo que respira rápido y con la mirada perdida.
—Maldita sea... —susurro a lo bajo, trato de levantarla en ese momento pienso que lo peor está por venir.
—Carlos, Javier, Alberto vengan —grito angustiada, llegan en un sentiamén y miran a su abuela y entre los tres la cargan para llevarla al hospital en el auto, ponen su cuerpo delgado en la parte detrás, la tapo con una frazada y junto a ella me siento para sostenerla, mi hijo Alberto va al volante a su lado esta mi hijo Carlos y Javier junto a los demás se quedan preocupados. Lo bueno que no hay tanto tráfico así llegaremos rápido, en el transcurso del camino contemplo y acaricio a mi madre y sus manos frágiles la agarró con ternura para que cubran mis manos.

—¡Ya llegamos! —exclama Alberto, se baja y abre la puerta para cargarla.

—¡Ayúdenme mi mamá está mal! —grito al personal de urgencias, traen una camilla y se la llevan.

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