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Capitulo veintiocho

   Espero impaciente camino de un lado a otro, nadie sale para informarme y por mi mente surca horribles pensamientos lucho por desterrarlo lo más rápido posible, mi rostro luce muy pálido y mis ojos no cesan de parpadear, permanezco callada con las manos cruzadas estoy tan preocupada, entonces hago un largo suspiro eso es extraño en mí, en seguida veo que una doctora se acerca a mí.

—Lo siento mucho señora no pudimos salvar a su familiar,—lo dice deforma golpeada casi insecible y se va.
   Esas palabras atravesaron mi corazón, levanto los brazos sobre mi cabeza, me hago hacia atrás quiero en ese momento que me tragué la tierra para no escuchar esa horribles palabras.
—¡Mamá! ¡mamá! —exclamo gritando con desesperación, que resonó por el pasillo. El corazón me late tan fuerte que creo que mi pecho explotaría como un volcán.
—¡Por qué te fuiste! —exclamo, las lágrimas empiezan a desbordarse en mi rostro.

—¿Mamá qué pasa? —pregunta con impaciencia Carlos.
—Tu abuela murió —respondo, su cara de inmediato se entristece, después llegan a hospital mi esposo y mis hijas, cuando recibieron la noticia no pueden creerlo y empiezan a llorar y todos juntos nos abrazamos. Por consiguiente mi esposo y yo fuimos hacer los preparativos para que la veláramos, todavía no puedo creer que ha muerto.
   En la noche en una capilla se vela su cuerpo, mi hermana Yolanda llega y se dirige al féretro a llorar desconsolada, vienen algunos familiares y vecinos, yo estoy sentada en una silla frente al féretro, lo observo atentamente lo cual me hace ver que la muerte es el enemigo de todos, por eso día con día debo reflexionar sobre el valor de mi vida, de inmediato vienen a mí buenos recuerdos junto a mi madre cuando me enseño a cocinar y también el día que me regaló mi primer muñeca de trapo y más aún tuve felices momentos cuando estuvo en mí casa compartiendo sus anécdotas y consejos a sus nietos; por unos segundos paso la saliva y noto que tengo la garganta seca y las manos heladas me dirijo para prepararme un café bien cargado para aguantar la noche, lo bebo despacio mientras observo como la oscuridad aumenta, posteriormente al terminar el café lo dejo a un costado sobre una pequeña mesa que hay, y decido pararme para ver a mi madre dentro del féretro, a paso lento me acerco y contemplo su rostro unos minutos.

—Sé que no te expresé muchas cosas y aunque cometiste errores te quiero y te querré por siempre y estarás en mi corazón —mi voz está tan nerviosa que no soy capaz de articular bien las palabras y mi corazón late a mil revoluciones. La realidad me golpea como una cubetada de agua fría, más tarde le dejo una flor roja, como mis fuerzas están fallando van por mí mis hijas agarrándome de las mano para llevarme al asiento junto a su padre, él se queda conmigo sin despegarse y  me abraza con cariño de inmediato empiezo a sollozar como una niña entre sus brazos, sentí su calidez hacia mí, trata de consolarme por bastante tiempo hasta que me sobrepongo, mi esposo muy tierno con sus manos limpia las lágrimas que quedan en mí rostro en verdad siento su amor aunque este muy apachurrado mi corazón, luego voy a recostarme un rato en la sala que tienen aunque sé que no voy a dormir; para el amanecer solo estamos la familia y de ahí nos fuimos a enterrar su cuerpo al panteón, de nuevo vuelvo a sentir el mismo dolor del perder en la muerte a un familiar, es cierto no la ví por mucho tiempo, pero el año que estuvo en casa me hizo quererla, amarla y por tanto se renovo nuestra relación por eso le agradezco mucho a Dios de que estuviera conmigo.
  Llegamos a casa por la tarde, siento un gran vacío me dirijo al cuarto de mi mamá y duermo en su cama todavía se persibe su olor, las lágrimas ya no salen de mi rostro de lo mucho que he llorado, tengo que aprender con el tiempo aceptar la muerte de mi madre y verlo como parte de la vida, el cansancio está venciéndome siento los párpados pesados quiero dormir pero batallo para que me de sueño, una vez que lo logré pude descansar términa el largo y difícil día.

—¡Mamá! ¡mamá! Ya está el desayuno —exclama mi hija Pati, su voz suena tan irritante que atraviesa dolorosamente mis oídos.
—¿Ya es otro día? —pregunto con queja, estoy desorientada no tengo claro que hacer.
—Si —responde.
—No quiero hija te agradezco tu atención —me abstengo a comer.
—Anda desayuna no quiero que te enfermes —menciona, en su rostro veo su preocupación.
—Esta bien ahora voy.

  Han pasado varios días y no puedo conciliar el sueño por las noches, no dejo de pensar en mí madre y como mis hijos se dan cuenta que no duermo bien me preparan té o leche tibia con miel, poco a poco el duelo es más llevadero con el apoyo de mi familia lo cual les estoy muy agradecida.
   Para el siguiente mes cuando las primeras luces tenues del crepúsculo se deslizan sigilosamente por el cielo, el ruido de las voces de todos logran despertarme de mi sueño profundo, me incorporo frotando mis ojos y veo que todos se están alistando, enseguida voy a cambiarme no me quiero quedar sola. Por lo que puedo oir es que a mi hijo Javier se le ocurrió que vayamos todos a pasear, es algo repentino sin embargo es un buen plan porque nos hace falta a todos recobrar ánimo, eso sí no me dice a qué lugar iríamos, mi hijo Carlos ya venía con una camioneta que le prestó un amigo suyo para irnos todos, nos abrigamos bien y subimos a la camioneta, abrochamos los cinturones de seguridad y el que va a manejar es Javier, enciende el motor para que se caliente después de cinco minutos es hora de irnos.

—¡Vas muy rápido! —le digo al entrar a la carretera.
—No, así es la velocidad que siempre manejo no te preocupes —hace gestos para que me calme. Sé que es joven y le gusta la velocidad pero no va solo vamos como familia.
—¡Caramba! Disminuye la velocidad que nos vamos a estampar —ordeno con expresión de susto, la adrenalina ya recorrió mi cuerpo.
—Como crees ni lo digas, ahorita ya le bajo la velocidad —responde riendose a carcajadas por lo que dije. Lo bueno que sí me obedeció sino ya me hubiera bajado. Al parecer no tardamos tanto en un par de horas llegamos, primero baja Javier y abre la puerta esperando que todos salgamos.

   Tan pronto como bajos me permito a observar con  detalle el lugar, es abierto  me parece que es el la marquesa la atmósfera tiene un tono verdoso brillante, se respira la paz pero también se respira el olor a barbacoa y consomé —sonrio por primera vez desde que partió mi madre.
   Comimos agusto, hay intercambio comentarios entre algunos bocados, la verdad yo no participo tanto en la conversación porque en mi boca capta parte de mi atención la barbacoa que me super encanta, pero con un par de miradas y gestos les hago saber lo mucho que me alegro por lo bien que les va en su trabajo; al terminar decido caminar con mi esposo tomados de la mano, mi vista viaja al cielo porque se visualiza el sol que brilla con intensidad es un cuadro bello, esa caminata la disfrute demasiado porque me relajé. Cuando anochece baja demasiado la temperatura.

—Hace mucho frío mamá, creo que vamos a morir y los buitres nos van a sacar los ojos y se comerán nuestra carne —dice Lupita tratando de bromear el tono.
—No seas dramática —su comentario me hace reír.
—Eso quería mamá solo era una broma, pero sí hace frío —tiembla del frío como una gelatina.
—Si mejor le voy a decir que ya nos vayamos. —Fue un día increíble pasarlo con la familia.

   Ahora bien, ya se acerca los quince años de Lupita y no tengo tanto dinero porque tuve muchos gastos con mi mamá más aparte no he trabajado pero ya me tengo que poner las pilas, una cosa es cierta quiero cumplirle el sueño a mi hija de tener sus quince ya que es el anhelo de toda jovencita, Lupita no dice nada mejor porque no quiere causar más gastos por todo lo que hemos pasado; un día caminando por mi antigua casa me encuentro al dueño.

—Que gusto verla por estos rumbos señora Susana —me saluda agitando la mano.
—Si, a mi también me da gusto —le regreso el saludo.
—Ya han de estar grandes todos sus hijos —supone.
—Si, de hecho la más pequeña va a cumplir quince años.
—¿Y dónde va hacer?
—No, lo sé porque no tengo tanto dinero —hago gestos de intranquilidad.
—Que le parece si los hace en la azotea de mi casa, no le cobrare nada a usted ni a mí buen amigo Alberto, eso sí me tienen que me invitar —tiene un sentido del humor agradable.
—¿Y si se enojan los vecinos? —pregunto con inquietud.
—Que se van a enojar yo soy el dueño además la mayoría va estar de vacaciones y no van a estar ¿entonces qué dice? —me mira para ver qué respondo.
—Muchas gracias pero necesito decírselo a mi esposo primero y le daré una respuesta lo más pronto
—Esta bien —accede.

   Me voy caminando y pienso que es una buena alternativa hacer sus quince ahí, no obstante me dirijo al trabajo de mi esposo, le comento para ver si está de acuerdo, él sin dudarlo dijo que sí, así que se harían ahí sus quince, me muero de ganas en decirle a mi hija, rápido apresuró el paso para llegar a la casa.

—¿Lupita tendiste la ropa? —le pregunto para intentar disimular lo contenta que estoy.
—Sí, toda la que estaba en la cubeta, aunque te veo feliz ¿cuál es la razón? —creo que se dió cuenta.
—La razón es que ¡vamos a festejar tus quince años! —pronuncio en voz alta.
—¡Qué!!!! De verdad no  esperaba esto, pensé que no te acordabas —se refleja la sorpresa en su rostro.
—Como crees que lo iba a olvidar. —saltamos las dos juntas.
   En los días posteriores fuimos a escojer su vestido, es muy indecisa pero al final escoge uno muy bonito, como sus hermanos se enteraron de que le haríamos sus quince se hicieron disponibles para ser sus chambelanes incluso otros jovencitos participarían, por supuesto la comida la haría yo así ahorraré algo de dinero, ya casi se está armando la fiesta.

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