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Capítulo veintidós

   Pasan los días y mi hijo no llega a casa, estoy alarmada por lo que le pudo haber pasado, lo más conveniente es buscarlo en las calles pero sí no lo encuentro tengo que ir con la policía. Voy a cada calle recorriendola tengo esperanza que esté ahí, como veo la silueta de un hombre con el físico de mi hijo corro tras él.

—¡Hijo espera! —Se detiene. —Qué bueno que te veo. —A la hora de que él se da la media vuelta me doy cuenta que no es mi hijo lo confundí ¡qué desilusión!

—Perdón por confundirte es que estoy buscando a mi hijo, ¿tú habrás visto a un joven alto delgado con cabello rizado de piel blanca? —pregunto por si sabe algo.
—No señora pero a dos cuadras hay varios muchachos, a lo mejor ahí puede estar —informa,  aunque no puede estar ahí.
—Gracias iré haber.

   Camino hacia el lugar y cuando casi llego, escucho la risa de Alberto lo observo y no la esta pasando nada mal ya que sigue bebiendo, me da tanta tristeza verlo con la ropa rota y sucia parece que es un indigente igual que los muchachos que están a su lado sin duda a mi hijo ya le gusta el vicio, me acerco sin más ni más.

—¡Parece que se están divirtiendo! ¡qué les parece si me invitan de lo que están bebiendo! —alzo con fuerza la voz y todos voltean, mi hijo al verme se pone pálido.
—¡Qué te pasa mamá tú no debes de estar aquí! —exclama, apenas puede hablar.
—Y ¿tú sí? —lo cuestiono, siento que parece una marioneta que baila a son que le dictan.
—Solo estoy con mis amigos —admite relajado, como si no estuviera haciendo nada mal.
—¿Ellos tus amigos? No lo creo ¡te están hundiendo más, date cuenta! —quiero que recapacite, aunque es verdad está muy borracho y no puede entender.
—¿Dime cómo me encontraste? —pregunta después de unos momentos que estaba en silencio.
—Una madre siempre tiene la intuición de dónde están sus hijos ¡ya vámonos! —exclamo ordenando.
—No, ¡yo quiero estar aquí! —señala con sus dedos el lugar donde está parado.
—Soy tu madre y quiero que regreses a casa, no sabes cuanto me duele verte así pero si tan solo pudieras ponerte en mi lugar —le hablo con desesperación.
—Esta bien, voy a ir casa contigo —accede yo creo porque me vió llorando.

   Llegando a la casa se da una ducha, le sirvo un café cargado para que se le baje el alcohol y así no se de cuenta su padre, para cuando llega Alberto mira fijamente a su hijo Alberto.

—Ven, acércate —lo toma del hombro para que no logré voltear hacia otro lado y añade—. Quiero que sepas que aunque no actúe de la mejor manera cuando te pegué, quiero que me disculpes aún así te advierto que no quiero volverte a ver borracho, eres joven tienes una vida por delante sigue con tus estudios escolares aprovecha tu vida no en vicios.
—Tienes razón, pero la escuela no es lo mío siempre repruebo ademasy sólo voy a perder el tiempo ahí —es sincero con lo que dice.
—Si le pones ganas sacarías mejores calificaciones —le da ánimo.
—Ya lo he hecho y no sirve de nada —sigue renuente.
—Eso no lo creo nunca he visto que te pongas a estudiar —lo dice está vez un poco enojado.
—Es verdad es por eso que mejor quiero trabajar. —Es su última palabra.
—Soy tu padre y pienso en tu futuro, pero si no quieres estudiar las consecuencias de tus acciones te cobrarán factura, entonces trabaja pero trabaja de verdad no te malgastes el dinero.
—Si papá lo haré. —Tengo la esperanza que mi hijo cambie.

   Los días transcurren y mi hijo Alberto le está hechando ganas para no recurrir al vicio, se enfoca en el trabajo eso es un gran alivio a mi alma. Tras la rutina de la mañana y además de que fui a comprar una vajilla llegué tarde a casa y la comida no la tengo lista, entro a casa para ver que hago rápido, de pronto empiezo a oler a comida voy a la cocina y para mi sorpresa mi hijo Alberto ya tiene preparado algo rico esto alegra los primeros minutos de la tarde.

—¿Qué es lo que cocinaste? —pregunto olfateando.
—Unos ricos chilaquiles rojos con su bisteck, crema, queso —responde con una sonrisa agradable.
—Mmmm... Que rico no sabía que cocinabas. —Ya lo estoy saboreando.
—Yo tampoco lo sabía pero hace poco ayude a un señora en su cocina y me dí cuenta que tengo talento para cocinar, sabes un hombre también lo puede hacer así que comamos tú y yo que ya hace hambre. —Sirve y nos sentamos.

   A simple vista se ve exquisito, cuando pruebo el primer bocado me quedó sin habla está muy bueno lo que cocino mi hijo.

—Hijo heredaste mi talento, hasta me haz superado te felicito estoy segura que le gustará a tu padre y hermanos lo que preparaste —expreso echándole flores en mi forma de hablar por su esfuerzo.
—No le digas nada a mi padre que cocine. —No quiere llevarle la contraria a las ideas de su padre.
—¿Por qué? —pregunto con intuición.
—Es que él piensa que la cocina son para las mujeres no quiero que se enfade conmigo —comenta, es honesto en sus palabras.
—Como crees que te va decir eso, yo le voy a decir que vas hacer el mejor cocinero —lo digo resuelta..
—Si tu lo dices. —Llega Alberto del trabajo y le sirvo, come bocado tras bocado por sus gestos se ve que le gusta.

—¿Dónde fuiste a comprar esta comida? —pregunta volteado a verme, por lo visto se dió cuenta que no es mi sazón.
—¿Por qué? ¿acaso no te gusto? —pregunto aunque sé porque. 
—Si, me gustó solo es que tiene un sazón diferente que sabe muy rico —responde mientras disfruta de comer.
—Tienes razón yo no cocine pero tampoco lo compre, quien lo hizo fue nuestro hijo Alberto —digo sin ocultar nada.
—¡Queeee! Dime que no es cierto —exclama, le toma por sorpresa y se le queda viendo a mi hijo, por supuesto él no dice nada por el momento.
—Te estoy diciendo la verdad —afirmo recalcando.
—¡Cómo pudo cocinar! Eso nada más lo hacen las mujeres —resalta las palabras, su impresión en su rostro refleja molestia.
—Estas equivocado, se que en estos tiempos no hay tantos hombres cocineros pero eso no significa que no lo puedan hacer —lo defiendo, porque quiero que se de cuenta que no está mal que cocine.
—Se que hay cocineros pero no quiero que mi hijo sea uno, imagínate que va a decir la gente. —Se espanta de tal manera que deja de comer.
—Que importa lo que la gente diga es nuestro hijo y debemos apoyarlo —indico un poco ensaltada, mi corazón se acelera porque esto ya está siendo una discusión, mi hijo Alberto solo observa. Cuando estoy a punto de decirle más llegan mis otros hijos como tienen hambre se sirven lo que hizo su hermano, cuando terminan me felicitan.

—Yo no cocine fue su hermano Alberto —digo para que sepan.
—Pero que rico te quedó yo también quicíera cocinar —dice mi hijo Javier, escucha su padre y se levanta del asiento enojado.

—No quiero volver a escuchar que quieren cocinar ¡esta claro para los dos! —puntualiza enmarcado las cejas con decepción.
—Si padre —responden en conjunto, se va mi esposo para el cuarto refunfuñando.
—Ya ves mamá, sabía que esto pasaría mi padre tiene la mentalidad machista —reclama con enojo, conoce muy bien a su padre por eso lo quería ocultar.
—Ya verás que va a cambiar su modo de pensar solo es cuestión de tiempo —menciono para calmarlo.
—Sabes yo pensaba en ser un buen cocinero pero con lo que acaba de decir mi padre creo que ya no, ahorita vengo voy a salir a tomar aire y así poder acomodar mis ideas.

   Transcurren las horas, mi hijo Alberto no ha llegado es tarde me siento intranquila, pero como estoy muy cansada me gana el sueño. Ya es otro día, miro su cama y esta tendida como ayer.

—¿Estará en el mismo lugar? Iré después de darle de desayunar a mi esposo —pregunto pensando, para cuando se va me alistó para salir, llego al lugar pero no hay nadie decido regresar a casa por un suéter porque siento frío y así seguir buscándolo, abro la puerta y está mi hijo Alberto en la mesa bebiendo y cantando en coro con la música que puso.

—¡No puedo creer esto! Te dejas vencer por lo que piense tu padre —pronuncio alterada.
—¡Sí¡ ¡sí! Sabes sus palabras me calan hondo y me hieren como las estocadas de una espada ¡no me entiendes! —alza la voz, su mirada está perdida y sus ojos rojos me dicen que ha bebido por toda la noche.
—Si te entiendo hijo porque mi madre lo hacía conmigo, pero a un grado mayor ni quiero recordarlo —le comento, mejor lo abrazo con demasiada fuerza y empezamos a llorar, luego voy a mi habitación a pensar que haré con mi hijo.

—Ya no quiero ver a mi hijo en las calles bebiendo, me duele mucho lo que voy hacer pero ya lo he decidido.

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