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Capítulo veinticuatro

   Después de parar de llorar Lupita empieza a reprocharme.

—¡Por qué mamá en un psiquiátrico! Si él no está mal de sus facultades. —Todos mis hijos me miran con los ojos muy abiertos esperando respuesta. 
—No te voy a contestar, yo como su madre sé el porqué, a lo mejor no me entienden pero cuando tengan hijos cada uno de ustedes entenderán ¡vayan todos al cuarto! —ordeno alzando la voz. Miro de reojo que mi esposo se sienta en la silla del comedor, tiene un semblante bastante enojado y no es para menos. Voy hacia él.

—¡Por qué Susana en ese lugar! ¡otra vez no me consultastes! —habla en un tono alto.
—La desesperación y la angustia hizo que fuera a ese lugar, nuestro hijo no entiende ¡uno le dice que deje de tomar! Pero le entra por un oído y le sale por el otro. ¡Solo ve! Hasta donde a llegado con su vicio, te pido que me perdones por no decirte fue algo repentino —lo digo con franqueza, no me estoy excusando solo quiero que me comprenda.
—Pero entiende que ese lugar no es para personas con problemas del alcoholismo, son para personas con desorden mental —lo dice con énfasis.
—Estoy de acuerdo en lo que dices, pero el doctor me dijo que el estar encerrado por un tiempo hará que reflexione en lo que ha hecho, también comentó que le dará un medicamento para tranquilizarlo de está manera no se escapará —explico con temple para que mi esposo este tranquilo.
—Espero que si lo ayuden, aunque he escuchado que esos lugares los maltratan —dice con preocupación.
—Descuida son solo rumores, los doctores lo tratarán bien ¡lo prometieron!
—Uno nunca sabe, y ¿cuándo lo podemos ver? —pregunta porque ya le urge verlo.
—En un mes —digo entre dientes como para que no oiga y se alarme.
—Eso es mucho tiempo, eso sí te advierto que cuando lo visitemos y vea algún rasgo de maltrato lo sacaré de psiquiátrico —hace gestos expresivos de enfado.
—Esta bien Alberto. —Ya no digo más para no contradecirlo.

Mientras tanto en el hospital...

   Todas esas personas caminan sin rumbo, como zombies yo no quiero quedar así —menciono con temor—. ¡Cómo pudo internarme en este feo lugar mi madre! No se lo voy a perdonar. Aunque creo que ya estaba harta de mí por llegar a casa borracho constantemente, y tenía que buscarme en las calles porque a veces me quedaba a dormir en el pavimento, ¡yo me lo busque! ¡por qué no le hice caso a papá de estudiar! Juro que cuando salga nunca volveré a probar ni una gota de alcohol, espero que mi familia no se olvide de mí, ohh... vienen hacia mí un hombre moreno, de cejas y bigote poblados me imagino que ha de ser el doctor por su bata blanca.

—¡Vámonos muchacho! —indica haciendo gestos para que lo siga, su voz es grave imponente. Voy de tras caminando con temor, es un un largo y oscuro pasillo, no hay color que de armonía al lugar, pasamos por varias habitaciones se escuchaban gritos de terror de los que están internados, unos lloraban, reían, golpeaban las puertas más parecía un zoológico, ese ruido me alteró y trage saliva por el nervio, toda la piel se me enchino como nunca antes en la vida, en mi corazón sentía unas punzadas de temor y se me atenazo en el estómago no sé que me espera. Despacio subimos por unas escaleras parece que no tiene fin, luego a mano derecha se encuentra una puerta, ahí nos detuvimos, él abre la puerta con una de las muchas llaves que tiene sobre sus manos y entramos; observó que es un cuarto pequeño y en el centro hay una cama pequeña de metal oxidada.

—Quítate esa ropa y ponte esa túnica, al rato viene una enfermera para darte un medicamento. —Se marcha.
—Mientras tanto me quito la ropa tembloroso hasta quedar desnudo, después me pongo esa cosa blanca parece un camisón no sé porque me van a medicar si no estoy enfermo —resopló de la desesperación—. Está habitación de cuatro paredes es muy pequeña no se puede hacer nada, ni siquiera hay una ventana para que entre la luz del sol, no voy a saber si es de día o de noche —me siento en la cama, al momento escucho la cerradura de la puerta. Entra una enfermera.

—Hola Alberto mi nombre es Lucía —se presenta—. Te voy a dar una una píldora, te la vas a pasar.
—Esta bien —tomo la píldora, sorbo un poco de agua para pasármela.
—Abre tu boca —revisa que no la haya escondido por debajo de la lengua, posteriormente se va. Me recuesto en la cama porque empiezo a sentir mareos, una vez que logro dormir no se cuanto tiempo pasa pero me levanto porque tengo ganas de hacer pipi, toco la puerta para que alguien abra pero nadie abre ya me urge, volteo a los lados y en la orilla veo una cubeta no me queda otra opción que hacer ahí. Al poco rato abren la puerta.

—Toma tu desayuno —dice un enfermero, es más alto que yo tiene brazos músculos con las venas muy marcadas.
—Gracias y ¿en dónde me lavo las manos? —pregunto muy timido.
—Ves alguna tarja —muestra el lugar con sus manos enojado.
—No —respondo.
—Entonces no preguntes y come. —Su forma de ser es grosera, parece que sus padres no le enseñaron a respetar.
—Espera y ¿dónde hago del baño? —le pregunto haciendo un esfuerzo por no mostrar miedo.
—En aquella cubeta de la orilla —señala con su dedo índice y una media sonrisa.
—Porque ahí, esto es inhumano —reclamó contundentemente.
—No opines, quédate callado novato, los que mandan son los doctores vengo en veinte minutos para que te lleve al patio y así convivas con tus amigos —menciona con una sonrisa malévola y una mirada engreída. Al obsérvalo siento que estoy viendo la película más terrorífica porque parecía el payaso “Eso” que máquina sus travesuras. Sin duda a nadie le deseo que esté aquí.

  El desayuno es insípido aún así tuve que comerlo porque mi estómago protesta como diciendo ¡ya dame, no me hagas esperar! Para mi suerte viene de nuevo el enfermero.

—Si que tenías hambre, pareces un perro hambiento —suelta de su boca ese insulto tan severo.
—No le contesto porque podría castigarme sin ir al patio —se esparce el enojo en mi pero lo reprimo, solo en mis pensamientos lo maldigo.
—Antes de llevarte al patio deja te corto
el pelo. —Ya con tijeras en mano está decidido a cortarlo.
—No, no quiero —me rehusó.
—Son las reglas, así que si no quieres por las buenas serán por las malas tú decides.
—Está bien córtelo. —Veo cómo mi pelo se va cayendo, esos rizos desaparecieron y se van directo a la basura.
—Ahora si vámonos. —Voy tras él con lo pies descalzos, y constantemente voltea hacia mí para ver que no haga nada indebido pienso que es por eso, no se qué más podría ser. Llegué al patio, no obstante nunca en mi vida me había dado tanta alegría de ver una hermosa jardinera y sobre todo el sol fulgurante, me siento en una banca y observo a mí alrededor pacientes que tienen la apariencia de haber sido fuertemente sedados porque se han dormido en el patio bajo un ardiente sol, unos tantos caminan desnudos exponiendo su piel, otros sentados en el suelo, todos estamos totalmente rapados, vestidos con túnicas y descalzos parece que portamos la misma moda. En eso un loquito se acerca a mí, no lo digo de forma despectiva porque en cierta manera ¡yo también estoy aquí por algo!

—¿Eres nuevo? —me pregunta con voz muy infantil.
—Sí, pero yo no estoy enfermo —digo muy seguro de mí.
—Es lo que dicen muchos —se ríe de forma burlona—. Me llamo Gabriel —extiende su mano—, y tú ¿cómo te llamas?
—Alberto —respondo, estrecho la mano con la de él y la suelto de inmediato solo lo hago por pura gentileza—. Gabriel quiero saber si puedo escapar de aquí —se lo digo susurrando porque no quiero que oiga nadie.
—No lo puedes hacer, hay mucha vigilancia y si te descubren, te llevan a una celda obscura dónde te amarran poniéndote en una silla y te dejan sin comer por horas incluso días, de hecho hace poco un hombre que trató de escalar por las paredes del patio logro estar en la parte de arriba, el pensó que había logrado salir sin embargo del otro lado lo estaban esperando los guardias y se lo llevaron a la celda oscura, se podían escuchar sus gritos todos los días pero un día dejo de hacerlo y esto era porque se quitó la vida al ahorcarse. Otro trato de huir a toda velocidad, tras él iba el director y con voz potente dijo ¡Atrapenlo! Resonó por todos los pasillos, esa fue la señal de alerta para que todo el personal incluidos los de seguridad lo atraparán, sus pasos resonaban ante la persecución hasta que lo acorralaron, él desesperado gritaba que no estaba loco lo repetía con lágrimas en los ojos, tanto fue su gritar que se desgarro su garganta. Todos los pacientes fuimos testigos, es como si viéramos un espectáculo. Así fue que se lo llevaron pero después ya no supimos de él, quién sabe que le paso —cuenta lo que pasó muy detalladamente como si fuera el ahora que lo está viviendo.
—¡Que trágico! —sacudo la cabeza de un lado a otro con gran espanto.
—Si, por eso te doy el consejo de que no hagas nada estúpido por salir.
—Esta bien, gracias por decirme y tú ¿por qué estás aquí? —pregunto con interés.
—Porque escucho voces y alucino, sabes cuando se enteraron mis padres me trajeron de inmediato aquí, pero con el medicamento que me dan regula mis síntomas, espero salir algún día para estar con mi familia —sus ojos reflejan que se ve con sus familiares.
—Ya verás que sí —afirmo.
—Puedo sentarme a lado tuyo —rie mientras habla.
—Claro —menciono mientras permanezco sentado durante un rato, y luego me levanto no aguanto más sus risas porque alteran mis nervios, la verdad no veo algo que sea gracioso pienso que es por su enfermedad.
—¿A dónde vas? —pregunta curioso Gabriel.
—Al baño ¿sabes dónde está?
—Adentro, caminas todo derecho hasta topar con la pared y a mano izquierda, ahí está el baño —me dirige.
—Gracias. —Me encamino hacia el baño, en eso observo una puerta semi abierta me imagino que a de ser de un paciente, en el fondo ni yo mismo quería saber que encontraría. Al momento de pasar a través de la puerta veo a un hombre de bastante edad acostado, sus ojos parecen que dibagan no se si está muerto o es el efecto de tanta píldora, y sobre su cama hay pipí, heces y a su alrededor huele demasiado feo hasta quiero vomitar, ver eso me da miedo es como un rocío helado sobre mi piel, salgo enseguida y voy al baño corriendo.

—Como pueden dejar a ese señor así, que poca falta de atención por no decir una grosería altisonante, ¡no me quiero imaginar lo que pasará conmigo! —exclamo pateando ligeramente la pared de impotencia de no hacer nada.
   El tiempo transcurre, cada persona vive en su mundo imaginario, me llama la atención que hay quienes se forman para mecerse en la silla de madera que rechina esto lo hacen para reconfortarse además los tranquiliza, quizás les recuerda a su casa. Estando aquí, no se cuantos días llevo, pueden ser semanas o meses yo creo que es porque se pasan de sedarme lo que provoca que no esté consciente de lo que pasa a mí alrededor.

—Levantate Alberto es hora de tomar la píldora —anuncia la enfermera Lucía.
—Ya no quiero más píldoras creo que eso me está afectando ¡estoy harto! —digo entre lágrimas.
—Es mi deber dartelas porque si ven que no te las doy me despiden tengo familia que mantener abre tu boca. —Cuando ve que me la paso se va. La soledad genera en mí una tremenda tristeza, todo lo veo gris siento que deje de sentir, mi estado de ánimo está por los suelos y si suspiro solo al vacío se va; sigue pasando el tiempo y mi familia no viene a verme esto quiere decir que ya me han abandonado y quizás moriré en este lugar.
  Un día, no quise salir al patio porque veo todos los días lo mismo cuerpos estáticos acostados sobre el suelo de concreto del patio, hay gritos, risas y yo si no estoy mal de mis facultades quedaré como ellos algún día. Estoy en la cama acostado, cierro mis ojos y como por inercia mi mente viaja astuta recordando cuando fui con mi familia al bello puerto de Acapulco esos días nos las pasamos bien todos, las lágrimas corren por mis mejillas.

—Alberto despierta tu familia vino a verte —indica con voz gentil. Escucho de lejos que me llaman pienso que no es real, abro los ojos y veo al doctor lo miro atentamente durante varios segundos estoy desorientado.
—Sientáte que los voy a dejar pasar. —Cuando pasan mis padres me frotó los ojos una y otra vez porque no creo que ellos sean, pero al tocarlos veo que si son, una sonrisa se dibuja en mí rostro después de mucho tiempo, mi madre me abraza envolviendome con sus brazos con tanta fuerza llorando.

—Hijo te extrañe demasiado, han pasado dos meses que a decir verdad pareciera una eternidad —lo miro de frente—. ¡Ay, no! —Me lleve ambas manos a mi rostro y exclamo con horror—. ¡Quién te cortó tus hermosos chinos! ¡por qué no dices nada! —digo tan tensa por verlo así que comienzo a asustarme.
—Está sedado señora Susana —responde el doctor.
—Con que autorización le cortaron su pelo —also la voz con intensidad.
—Son las reglas del psiquiátrico, señora usted firmo la hoja que no leyó bien —acentúa su voz como diciendo acuérdese bien.
—A lo mejor no ví eso, pero dígame porque lo sedaron demasiado ¡vea su rostro de mi hijo! Tiene una expresión de tormento, acaso también venía en la hoja —exijo una explicación.
—No, señora cálmese es parte del tratamiento —interrumpe Alberto—. Se ve mal mi hijo ni siquiera puede ir al baño por sus propios medios, hay manchas de orina en el colchón y en la túnica, todos los que están en este psiquiátrico parecen más prisioneros de un campo de concentración que pacientes, además mírelo está hecho un esqueleto por qué no le dan bien de comer ¡para eso piden el dinero! De lugar de doctores son bestias maldita sea... —dice a lo alto con queja muy ensaltado, mientras tanto se queda callado el doctor.
—¡Me llevaré a mi hijo ahora!

  En eso entra Lupita cortando la conversación.
—¡Mamá! ¡mamá! Un hombre desnudo me abrazo, y me rogo que lo saque de aquí intentó alcanzarme desesperado pero corrí muy rápido —sus palabras azotaron mi cara con ímpetu, tiene una cara pálida y el corazón acelerado.
—¿Por qué la trajeron? No es lugar para que ella esté aquí —habla mi hijo muy despacio, se preocupa por su hermana.
—Lupita me insistió y por eso nos acompaño —doy la razón.
—Hermanito chulo que le pasó a tus rizos —se acerca a él, se sorprende de verlo pelón.
—Hija no le preguntes eso —murmuro entre dientes.
—Tienes razón mamá,  olvida lo que te dije  hermano. Me alegra verte pero ¿por qué babeas? ¿te sientes bien? —pregunta Lupita agarrando su rostro con cariño, quiere una respuesta de inmediato.
—Si hermanita no te preocupes sabes que te quiero mucho.
—Yo también —se abrazan colocando su cabeza uno al lado del otro.
  Mientras tanto salgo con mi esposo Alberto y también el doctor, nos tomamos el tiempo para hablar de lo sucedido.

—Este lugar es un infierno  ya no quiero estar ni un día más aquí —suplica con desesperación Alberto a su hermana.
—Te llevaremos no te preocupes —responde con lágrimas en los ojos.
—No se si pueda olvidar está experiencia —dice mientras seca sus propias lágrimas.

  —Hijos vámonos a casa en este momento —informo a mi hijo con felicidad.
—¡Gracias mamá! Escuchar eso alegra mi corazón, estoy muy emocionado de volver a ver a mis hermanos. —Agarramos de los brazos a mi hijo, entre su padre y yo porque no puede caminar por sí mismo.

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