Capítulo tres
Nunca había visto un accidente tan aparatoso. Un camión se paso el alto y choco con algo, que no alcanzó a ver porque hay una multitud de gente que se amontona en el lugar, también despertó mi curiosidad por eso me quedo parada para ver qué dicen, resulta ser que me estaba molestando el sonido estruendoso de la ambulancia lo que provocaba que se alterarán mis nervios. Después de sonar durante dos largos minutos, la alarma finalmente se apagó. Sentí el impulso de acercarme para ver lo que pasó pero no puedo acercarme, de repente la gente se me queda viendo con extrañeza y empiezan a murmurar, no se que dicen se oye muy lejano pero sus rostros reflejan conmoción. En eso un señor habla subiendo su voz.
—¡Pobre niño tan trabajador! —menea la cabeza de un lado a otro. Es como si quisiera decirme algo.
Escuchar esas palabras, mi estómago se encogió en el interior, porque sé que puede ser mi hermano. Le ruego a Dios que no sea él; camino a grandes zancadas abriendo paso y empujando a las personas, quiero ver quién es el niño. En breve me detengo en seco, no puedo pasar, está acordonado dónde sucedieron los hechos, fijo mi vista atentamente dónde alguien está de espaldas tirado en el pavimento, mi nerviosismo está a flor de piel. Un silencio profundo se instaló sobre todos, y un par de señoras se me queda viendo dejando al descubierto su tristeza.
—¡Por qué me miran! —alzo la voz gritando, y una de esas señoras se acerca a mí.
—Hija lo siento mucho —me abraza con fuerza.
—¿De qué me habla? —pregunto alterada y me la quito de encima para verla de frente.
—Lamentablemente es tú hermano el que atropellaron —dice con la cara decaída, y con lágrimas que escurren por su rostro.
—¡Qué...! ¡eso no es cierto! —exclamo desconcertada. Con la mirada busco un indicio que me de a saber que es mi hermano, y cuando veo el carrito de camotes destrozado cerca del camión que lo arrollo supe que era él. Esto empeoró mi ánimo y la tristeza inundó mi ser como un veneno poderoso, grito con dolor hacia el cielo. No me importo quitar ese cordón que estorba, directamente fuí con mi hermano.
Caigo hincada de golpe al pavimento. Agarré entre mis brazos a mi pequeño hermano, mis lágrimas salen una trás otra como un río sin fin.
—¡Hermanito! Abre tus ojos te lo suplico —grito desesperada. Me tiembla el corazón y deseó que despierte.
—¡Dónde están los paramédicos! —Así como los llamé se acercaron a revisarlo.
Me hago a un lado levantándome, bajo la mirada unos segundos y observo como mis rodillas fluye poca sangre, no pongo atención porque no me duele; no quito la mirada de mi hermano, espero que digan algo positivo. Vienen otros paramédicos con una camilla, lo suben y cubren por completo con una sábana blanca. Uno de los paramédicos sigilosamente se acerca hacia mí.
—¿Qué parentesco tienes con el niño? —pregunta con voz áspera.
—Es mi hermano —digo apenas articulando las palabras.
—Tengo malas noticias para tí, tú hermano ha muerto, lo lamento mucho. Llevaremos el cuerpo a la morgue, eso se lo tienes que comentar a tus papás para que vayan enseguida y le den sepultura sagrada —su rostro refleja un poco de empatía.
—¡No puede ser! ¡eso no puede ser cierto! —esa noticia es la que más temía. Pude sentir una punzada de tristeza en mi corazón más profunda que nunca, junto con el impulso irrefrenable de poder revivir a mi hermano.
Una masa de miedo y sufrimiento avanzó en mi cuerpo. Y para descargar esos sentimientos me lamento inconsolable, tengo una fuerte presión y dolor en mi pecho que se estanca, por un momento pensé que mi corazón se detenía por tan intenso acontecimiento; mientras tanto las personas que están allí, tratan de consolarme pero no lo logran, porque nada de lo que dicen puede calmar este dolor tan desgarrador que inunda mi alma. Tomo una bocanada de aire y lo saco lentamente. Finalmente sin decir una palabra, doy vuelta y me alejo de ese lugar tengo una tremenda confusión, no comprendía la terrible verdad; camino hacia el parque donde mi hermano y yo nos gustaba ir para liberarnos de las angustias, el parque es testigo de eso.
No tardó en llegar, y me siento en una banca cercana a los juegos. En un sentiamén los recuerdos empezaron aflorar.
Como me gustaba cuando hacíamos competencias con el trompo de madera y cuando jugábamos canicas, él era un gran maestro para jugar la rueda. Todavía tengo presente como colocaba varias canicas dentro de una circunferencia, para que cada jugador sacara las canicas de los contrincantes desde la línea de salida, siempre Anselmo en todos los juegos de canicas resultaba ganador —hablo entrecortando las palabras—. Las expresiones que decía de manera peculiar las he memorizado en mi mente, decía chanfle, recorcholis, me da el patatús. ¡Hay hermanito ya te estoy extrañando! Ya no podré escuchar más tú voz, ni tú risa, ni nada de tí. Me da tanta impotencia el saber que ya no estarás más conmigo, la culpa me embarga; aquél espantoso suceso abrió una gran herida en mi corazón!
Después decido ir a casa; en el transcurso pienso como decirle a mamá la noticia. No tengo las palabras acertadas para expresarme, respiro hondo para poder entrar a casa. Abro la puerta despacio porque mi mano está temblando, me pregunto si ya les informaron los vecinos pero... Si no, como les voy a explicar a mi madre y hermana.
—Cuando abro la puerta por completo, mi mamá y hermana corren hacia mí. —Entonces quedó petrificada de no saber que hacer o qué decir.
—¡Por qué llegaste demasiado tarde! Y ¡por qué lloras! —grita mi mamá desesperada, agarra mis hombros apretándome y arrugandome mi suéter.
—Es que... —titubeo, mi mente se queda en blanco.
—¡Dímelo ya! —su cara refleja impaciencia.
—Mi hermano Anselmo murió —lo digo de golpe y agachó la cabeza esperando su respuesta, no sé que va a ser capaz de hacerme.
—¡Eso no es verdad! ¡estás loca! —exclamá con fuerza y con corage.
—¡Es verdad, un maldito camión lo arroyo! —respondo consternada. Mamá agarra con fuerza mi mano y me acerca a ella para que la mire fijamente.
—¡Cómo fué! ¡cómo paso el accidente! ¡responde! No te quedes callada —exclama inquieta, de inmediato quiere una explicación.
—Es que... él trabajaba en un carrito de camotes y como el camión se pasó el alto lo arroyo —menciono con un poco de temor, tuve que decir la verdad.
—¿Mi hijo pequeño trabajando y yo no lo sabía? ¡tú de seguro sabías que trabajaba y no me dijiste nada! —dice furiosa y grita con tanta rabia.
—¡Si lo sabía! Pero es porque tú y mi papá no nos daban de comer ¡ustedes son los culpables! —reclamo recalcando las palabras con enojo, ¡de dónde crees que salía el desayuno, comida y cena! ¡de arte de magia! ¡No...!
Mi hermano y yo trabajamos para comer frijoles y arroz o hasta algo mejor —quedo frente a ella sin aliento. Sentí alivio de decir todo lo que tenía aguardado.
En cambio ella con sus dientes apretados del coraje hizo oídos sordos, a lo que replica respondiendo.
—Eres tú la culpable y nadie más, ¡cuánto te desprecio! Mi pobre hijo Anselmo, ya no estará más conmigo y por eso vas a pagar las consecuencias —advierte con el dedo índice extremadamente encolerizada como si fuera otra persona. Sus gestos denotan desesperación por hacer algo, pero no comprendía.
—¿Qué quieres decir con eso? —cuestiono tajante un poco a la defensiva. No dice nada, hasta que estalla comenzando a jalarme el pelo y a golpearme con el puño cerrado.
—¡Tu eres la única culpable! —grita con cada golpe que me da.
No sé, por cuanto tiempo seguirá golpeándome. Lo que si sé, es que puedo acabar muerta, finalmente se cansa y caigo tirada al piso como una muñeca de trapo, quedó rota e inmóvil, jadeo ante la horrible golpiza. Mi madre se va sin ningún remordimiento, no puedo moverme pero cada golpe que tengo en mi cuerpo no duele a comparación del dolor que siento al no ver jamás a mi hermano; lentamente trato de levantarme con todo el dolor de mi ser, mi hermana extiende sus brazos para que me recargara en ella.
Apenas puedo recobrar el aliento, y la respiración se me va de momento, es como si alguien apretará mi cuello. Y demás instintivamente mi cuerpo se tensa, lo que provoca que apriete los dientes para contener el dolor, saco el aire contenido en cada respiración. Cierro los ojos y esa voz de mi madre sigue resonando en mi cabeza, ¡de que yo soy la culpable! Tapo mis oídos con las manos como para alejar esas palabras antes de que me consuman. Me repongo un poco y camino con mucha dificultad, mi pobre hermana me lleva como puede hasta la cama de mi habitación y con su pequeña mano empieza a curar cada una de mis heridas.
—¡Hay! —grito del dolor, arden las partes afectadas que está curando Yolanda. La inflamación no cesa.
—Perdón lo haré con más delicadeza —comenta.
Cuando termina, me da un analgésico y bien que surte efecto en mí, trato de dormir, cierro de poco los ojos. Mi hermana con mucho cuidado, me tapa con una sábana delgada para que no raspe mis heridas. Pasan algunas horas, despierto y miro que ya ha amanecido, de pronto escucho que alguien se aproxima, tapo mi cara con la sábana y percibo que abren la puerta de golpe, aparentemente estoy dormida.
—¡Susana¡ ¡Susana! —grita mi nombre con gran enojo mi madre, que ni siquiera le debería llamar asi—. Voy a ir identificar el cuerpo de Anselmo y hacer los trámites necesarios para que tenga un digno entierro hoy mismo, eso sí, te advierto que ¡no quiero verte presente! Hizo una pausa, quizás esperando que yo diga algo.
Al escuchar que cierra la puerta, empiezo a sentir una impotencia y un nudo en la garganta, cada palabra que dijo es como gotas de agua fría bajando a mi pecho, no aguanto más y comienzo a llorar sin contenerme.
—No entiendo porque siendo mi propia madre me trata así, ella es más culpable que yo, no le voy hacer caso porque iré al entierro de mi querido hermanito. —Con cuidado me levanto y aún con el dolor tan intenso en mis articulaciones, camino hacia el ropero y saco un vestido oscuro de mangas largas para que no se vean mis moretones y heridas, me lo pongo despacio como puedo, luego salgo del cuarto.
—¿A dónde vas? —pregunta mi hermana.
—Ahorita a ningún lado solo quiero desayunar algo para tener fuerzas —respondo sin dar más detalle.
—Mira te preparé un vaso de leche tibia, con esté pan dulce —menciona mi hermana. Esa acción refleja bonitos sentimientos.
—Gracias por atenderme —le agradezco con una pequeña sonrisa.
—No es nada, a comparación lo que tú has hecho conmigo y mi hermano Anselmo en paz descanse. Sabes hace rato recogí el periódico de la entrada de nuestra puerta y mira la noticia que pusieron de portada —corren sus lágrimas por su rostro. Agarro el periódico y veo las fotos de el trágico accidente que le ocurrió a mi hermano.
—No puedo creer lo sucedido y que Anselmo esté muerto —mi voz va desapareciendo mientras pronunció la palabra muerto.
Yolanda y yo empezamos a llorar sin parar, ella se acerca a mí para abrazarnos y consolarnos.
—¡Ay me duele tanto mi espalda! —grito mientras lloro.
—Lo siento hermana —se aleja Yolanda un poco para no lastimarme.
—No te preocupes soy fuerte sigue abrazándome me hace falta. —Aguanto el dolor muy valiente, ese abrazo cálido es lo que más necesitaba en mi corazón. Termina de abrazarme y mi hermana toca mis ojos.
—Tenemos las dos los ojos rojos e hinchados, por el dolor que sentimos de Anselmo. Quiero que sepas que te quiero mucho, por eso te pido que no vayas al entierro, no quiero ver otra vez a mi madre golpearte, me devastaría aún más —expresa su inquietud.
—No puedo hacer lo que tú pides porque es mi hermano, entiendo que estés angustiada pero lo que puedo hacer, es estar a unos cuantos metros de su funeral así no me podrá ver —digo una opción, para que no se mortifique.
—Esta bien, mamá viene por mi al rato, tú solo nos sigues sin que te vea —sugiere audazmente.
Pasan un par de horas tocan la puerta, de inmediato cojeo aunque me duela hacia el cuarto lo más rápido que puedo.
—Ya vámonos Yolanda. —Oigo la voz de mi madre decir con dureza como para que me entere.
Cierra mamá la puerta de golpe y toda la casa hizo que se estremeciera, da a entender su gran enojo. Salgo del cuarto y me asomo en la ventana que da hacia la calle. Al ver que se alejan un poco voy tras de ellas. Ahora me convierto en su sombra. Tomo el primer taxi que veo para poder alcanzarlos.
La luz del cielo es gris opaco, no había ni tantito de azul, no tenía color es como si estuviera muerto. Obviamente, el sol no se había esfumado, solo no es un buen día.
Llego al cementerio. Ya hay muchas personas. Me detengo en un árbol grande para no ser vista y observó solo de lejos; en el lugar el llanto se adueña sin parar eso parte mi corazón en varios pedacitos, como un rompecabezas que nunca va hacer completado. Ese dolor en mi interior me aprieta las entrañas.
Me siento culpable de todo, como pude darle permiso, sin tan solo pudiera regresar él tiempo, ¡Si hay una salida mágica quisiera encontrarla! Pero ¡Ya no veré más a mi mejor amigo! Habíamos compartido once años de sueños y en un instante se esfumo todo eso.
En mejillas corren lágrimas sin parar es una clara imagen del dolor intenso que me embarga, en ese momento estoy sumida en una terrible soledad.
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