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Capítulo treinta seis

   Son las cinco y media de la mañana soy una persona muy tempranera: Es hora de levantarme y comenzar mi rutina del día a día, empiezo estirandome para deshacerme del resto de sueño que queda en mí, pasan cinco minutos y ahora sí a comenzar mi quiacer, barro los patios, lavo mis ventanas que dan hacia la calle después me alistó para ir por la leche liconsa para hacer más gelatinas de leche. Salgo de la casa todavía está oscuro porque el sol se digna a asomar. Me voy caminando a paso firme está vez no tomo camión porque quiero respirar el aire fresco, luego de diez minutos la luz comienza a salir, mi mirada se queda en un árbol frondoso con hojas de tono verdes con amarillo como si fuera un degradado echo a mano, cada hoja de hierva brilla por las diminutas gotas que la brizna dejo, se mueven de un lado a otro como si saludarán a la luz del día, sin duda las pequeñas cosas de la creación me da alegría apesar que experimente diversas circunstancias. Por fin llegó doy los buenos días a las personas y pido cuatros litros, me los dan y del monedero saco los cetavos para pagar, de ahí pasó al mercado y compro lo necesario para la comida; de regreso a casa Alberto ya tiene preparado el desayuno nos sentamos en la mesa a comer los cuatro, las gemelas todavía están dormidas porque no pegaron los ojos hasta las dos de la mañana. Al ir comiendo juntos el buen desayuno huevos divorciados junto a un café de olla calientito, que con tan solo oler el aroma me hace disfrutar ese momento, comemos sin prisa intercambiamos comentarios entre algunos bocados y Susan nos puso al día que ha sacado buenas calificaciones por supuesto todos la felicitamos. Terminando ese exquisito almuerzo sencillo siento mi estómago lleno, hasta el tiempo parece ser más ligero. Tras eso Susan se alista para ir a la escuela, y Lupita se va a amamantar a las niñas y más tarde las deja en la cuna con algunos peluches en las orillas para que no se sientan solas y se dirige a lavar los trastes, pero sigue vigilante en cuanto a sus hijas mientras los lava, yo me voy al baño a lavarme los dientes y la cara naturalmente me retoco un poco para enseguida buscar en el ropero algo presentable nada extravagante, mi blusa y mi falda un buen conjunto me gusta estar presentable para vender las gelatinas que preparé un día antes, ¡se que son gelatinas! Pero la presentación vale mucho para que me compren. Ya lista agarro mis cubetas llenas de gelatinas de agua y de leche, y para que no se amontonen pongo una tabla de separación: ya es tiempo de irme porque observo en mi reloj de pulso la misma hora que tengo que salir para encontrar a los clientes. Me despido de la familia, antes le encargó a Lupita que haga temprano la comida y que su papá deje a Susan a la escuela ya que hoy Alberto no fue a trabajar. Salgo de la casa directo a la parada para tomar el bus, a la hora que se detiene subo con cuidado las escaleras, pago mi pasaje y me siento en el primer asiento libre que encuentro, pasado los quince minutos le indico al chófer que bajo en la esquina de una lavandería, él muy amable accede con gusto, ahora solo me falta atravesar la avenida, entre tanto veo como los autos transcurren con mucho ruido porque apenas se están llendo a sus trabajos, y a los lados las personas caminan de prisa y otras a paso lento, cuando se pone el semáforo rojo cruzó y en menos de cinco minutos entro a la delegación ahí es dónde vendo y ¿Qué creen? Ya me están esperando las personas.
—Hola buenos días a todos —saludo buscando dar a mis voz un tono casual.
—Creí que hoy no iba a venir señora —alarga las palabras Cindy como queriendo que todos oigan, ella es una joven de buen parecer además que es una buena clienta.
—No como cree, el trabajo es primero.

  En cuanto termina el momento de los saludos empieza a pedir Cindy.

—Deme dos de cada sabor. —Me paga y me dejó llevar a través de ese largo pasillo, camino ofreciéndoles a cada persona las gelatinas, de inmediato se me amontonan por supuesto ya me conocen y me dicen de cariño Susanita, ese tiempo que estuve ahí se me acabo todo, doy gracias a Dios por este día tan fructífero. Salgo de ahí hago una pausa y observo a mi alrededor a niños con sus papás andando por las calles es una escena que puede transmitir unidad, también hay aves en el piso reluciendo sus largas patas y ese sol brillante con espesas nubes que adornan el cielo dando un toque tierno, bajo la mirada y echó un vistazo a mi reloj de pulso, es buena hora y voy de regreso a casa.

—¡Ya llegué! —anuncio al no ver a nadie en el comedor, enseguda viene Lupita—.
Pense que no había nadie —menciono mientras dejo las cubetas a un costado de la puerta.
—Es que estaba en la cocina y ¿cómo te fue mamá?
—Muy bien hija, gracias a Dios otra vez termine todo, por cierto no veo a tu padre —volteo a los lados y añado—. ¿Dónde está? ¿y si te ayudo?
—Si, en lo que pudo me ayudó, pero más tiempo estuvo con las gemelas sin duda es buen cuidador porque cuando están con él no lloran se sienten agusto, y ahorita fue por las tortillas y por Susan a la escuela por cierto las gemelas ya comieron por eso están tranquilas pero mira hablando del Rey de Roma ahí vienen los dos.
—Llegaste temprano Susi ¿cómo te fue? —Me obsequia un beso en la mejilla.
—Bien, gracias a Dios sabes este trabajo me encanta porque puedo platicar con las personas, veo muy bonitos amaneceres y por lo tanto gano mis centavos que más puedo pedir.
—Me da gusto mujer.
—Ya hace hambre —digo mientras mi estómago protesta—. ¿Ya está lista la comida Lupita o quieres qué te ayude en algo?
—Ya esta todo listo mamá ahorita les sirvo. —Va hacia la cocina.
—Hay viene tu plato —dice Alberto como diciendo que no sea impaciente.
—Susan antes de que te sientes ve a cambiarte el uniforme y a lavar las manos por favor.
—Si mamá. —No tarda y  todos juntos comemos y charlamos amenamente.

   Ya de una buena comida Susan va al cuarto hacer su tarea y Lupita también se va con las niñas, por lo que veo tiene sueño porque constantemente está bostezando, claro está cansada de lo que hizo durante el día; no obtante Alberto y yo nos quedamos en la mesa, saco de un mueble una botella de alcohol y Alberto sirve en dos vasos, tan pronto como  sirve doy un trago y no tardo en sentir un intenso ardor extendiéndose por mi garganta esto hace que me sienta mejor ya que reactiva mi energía, de fondo está la música de Javier Solís a tono medio como me gusta oírlo, muevo la cabeza al compás de la canción como si estuviera bailando; resulta ser que estuvimos platicando de trivialidades, bebiendo y fumando un poco. En un abrir y cerrar de ojos ya es de noche todo fue fluyendo normal hasta que Alberto comienza hablar acerca de nuestros hijos, me hecha la culpa que los eduque mal, su frustración hizo que se alterara descargando su ira conmigo parece que perdió la cabeza, sus palabras me calan y mi impulso es responderle levantándome del asiento pues no me voy a quedar callada y de él sale de su boca ofensas hacia mí persona, por mi parte le gritó sus verdades y lo maldigo entre dientes. Él golpea la mesa con las palmas de su manos y los dos alzamos la voz, pero veo en su expresión algo que me alerta y en un abrir y cerrar de ojos me da una bofetada muy fuerte hasta girame la cabeza, aturdida me incorporo, siento la piel de mi mejilla arder con quemazón me duele hasta el cuello, tocó con mi mano la parte afectada y cuando bajo la mano veo en mi palma que tengo poca sangre, le lanzo una mirada de acusación, y sobre mis venas la sangre me hierve quería ir a golpearlo también, aunque me detuve para recobrar fuerzas, de repente viene Lupita y volteo hacia ella.

—¡Basta de sus gritos y maldiciones! Mis pequeñas lloran y Susan está espantada hasta juega con sus dedos por lo nerviosa que está —grita interviniendo, sus ojos se abrieron en par creo por ver una escena demasiado fea—. ¡Qué les está pasando! Hasta el intenso olor a cigarrillo y alcohol invadieron mis fosas nasales produciéndome un ligero mareo, que no ven que hay niños usen la cabeza —dice alterada regañandonos como niños pequeños.
—No pasa nada hija —responde Alberto.
—¡Cómo que no! No nací ayer ¡miren como están! Ya no quiero que se peleen.
—¡Ya no pasará! —exclamo, apenas puedo pronunciar las palabras por el dolor que siento, trato de aparentar y sonar lo más natural posible.
De la nada viene Susan a mi costado y jala de mi mano para evitar que siga peleando de momento me abraza, con ese gesto trata de trasmitir lo mucho que me quiere. Y también Lupita lo hace diciéndome palabras que alzan mi ánimo lo cual me hace sentir consuelo, en definitiva mis hijas se preocupan mucho por mi.
Con todo lo que pasó el alcohol se me bajo y mi orgullo se disipó.
—Disculpame Susi no debí hacerte eso y lo que es peor espante a los niñas —comenta Alberto, por su tono de voz reconoce su error. Bruscamente aparto la mirada y no digo palabra alguna, lo dejo que siga hablando y como lo ignoro mejor decide ir al cuarto frustrado por lo que hizo.
  Debo admitir que yo también tuve la culpa, en mi todavía el calor trepa por mis mejillas por eso les comento a Lupita y a Susan que voy a salir afuera a fumar un cigarrillo.
—Voy contigo mamá —dice Susan con sus enormes ojos castaños mirándome con preocupación.
—No, ahorita vengo no tardo. —Salgo y enciendo un cigarrillo.
Puedo sentir como la brisa nocturna revuelve mi pelo de un lado a otro, el humo sale flotando como el mismo aire de la noche, se que el cigarro hace daño a los pulmones pero poco me importa porque así todo mi coraje se tranquiliza. Por otra parte me reprendo mentalmente, analizó lo sucedió no estuvo bien lo que pasó, nunca habíamos peleado tan fuerte, ¿a quién quiero engañar? Sí habíamos tenido algunas discusiones que llevaba a que me jalara el pelo, pero está vez me pego con fuerza y todo se salió de control; apenas soy consciente de que he comenzado a llorar limpio mis lágrimas quiero ser fuerte, me obligo a estar bien cobrando la compostura. Termino de fumar y inhaló la mayor cantidad de aire posible antes de soltarlo con suavidad, al voltear veo como los vecinos empiezan a chismosear en sus ventanas le dedicó una mirada sería, creen que somos su reality show pero eso ocurre en todas las familias, ni que fueran perfectas pero los vecinos si que hacen castillos en las nubes como si todo fuera un cuento y no pasa nada, mejor entro a la casa.

   Los meses transcurren, en ese tiempo perdone a Alberto y prometimos que nunca nos íbamos a faltar al respeto, sé que los problemas no van a desaparecer de la noche a la mañana pero tenemos que poner de nuestra parte cada uno; por otro lado las gemelas ya fueron registradas a una le pusieron Mari y la otra Viri, son unas bebas que día con día le echan ganas a la vida y nosotros hacemos de todo para que estén bien, por ejemplo tienen una leche especial que mandó el doctor, también les inyectan vitaminas para que suban de peso, es verdad gastamos bastante dinero pero no importa porque haríamos lo que fuera por mis pequeñas para que estén fuertes y sanas.
 
  Un día mi hijo Javier trajo aún amigo a la casa él se llama Miguel Ángel, a mi hija Lupita le cae muy mal porque hace bromas sin sentido embozando una sonrisita tonta que hace ver sus diminutos dientes que iluminan su rostro, a decir verdad a mí también no me agradaba solo lo mirábamos asintiendo con una sonrisa para que vea que nos robaba una sonrisa pero no era cierto, no me caía ni una pizca de gracia solo era para aparentar, hasta hablaba en tono teatral como si estuviera actuando quería ser gracioso pero no lo lograba. Así cada semana mi hijo lo traía que disque para hacer llamadas por el trabajo, porque ellos se dedican a la maquinaria pesada y por eso necesitaban el teléfono para contactar algunos clientes y cuando les pagaban su buen dinerito nos daban algo, y de paso Alberto los invitaba a que se tomarán algunas copas parecían muy buenos amigos. Después ya no vinieron eso me puso feliz y a mi hija también.
  Pasa algún tiempo y le dije a mi hija que saliera para que se despeje y se distraiga, así lo hizo porque todos los viernes salía con sus amigas, yo y su padre cuidabamos a las niñas con gusto unas cuantas horas, pero en mí sentía que mi hija estaba saliendo con alguien más porque se arreglaba mucho. Por esa razón cierto día la seguí, me convertí en su sombra, para esto no le dije nada Alberto le dije que iba a la tienda solo así se quedó con las niñas. Cada paso que daba mi hija me escondía atrás en un árbol o coche, parecía que estaba en una película de espionaje solo que más a la realidad ¡porque sí que supera la ficción! Porque me dí cuenta que estaba saliendo con el tal Miguel Ángel el amigo de mi hijo, contempló el panorama y quedo con una mueca de sorpresa casi me voy para atrás del susto, pensé que le caía mal pero solo mi hija aparento para que no sospechara, mi creciente inconformidad hace que cruce los brazos. Un rato después me regreso mal humorada a casa, de inmediato le cuento a Alberto lo que ví, a él no le cayó muy bien la noticia naturalmente se enfadó parecía una tetera en el fuego chiflando pero él vociferaba al aire groserías y maldiciones, porque cree que se está aprovechando de la situación mejor nos calmamos un poco para que cuando venga no se de cuenta. A las diez de la noche llega a la casa sin problema alguno, tiene una sonrisa de oreja a oreja que encaja perfectamente con su rostro, pero ahorita que le diga junto a su padre veremos qué cara pone.

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