Capítulo trece
Con los ojos secos como si no hubiese quedado ni una sola lágrima regresamos a casa eso fue lo más duro para mí; por supuesto en mi trabajo me dieron algunos días para que falté comprendiendo mi situación, cada noche sollozaba más por más que intente que no me afecte, su recuerdo silenciosamente me lleva al sentimiento de culpa.
Al día siguiente, llegan personas que me conocen porque se habían enterado de que mi hija murió, lo único que recibo es "échale ganas” “hay quien la tiene peor” “lo vas a superar con el tiempo”. Esas palabras destinadas me hieren, no ven la tristeza en mis ojos de una madre que reclama a su hija. Ellos no saben lo que estoy sufriendo, a lo mejor no es su intención pero para evitar todo tipo de comentarios no abro más la puerta; mi vida esta cuesta abajo, este acontecimiento hace que en las noches llore y no pueda dormir pensando solo en mi hija, siento que algo me falta es como si me hubieran quitado una extremidad de mi cuerpo.
—Lo mejor será tratar de dormir bien estos días y luego salir de cama para irme a trabajar.
Un par de días pasan. Dan de alta a Lupita, una vez que la tengo entre mis brazos lloro de alegría ¡cuánto la extrañaba! Mi familia me da fuerzas para luchar, de no ser por ellos tal vez ni siquiera saldría de mi cama.
Mi vida está en una constante cuesta arriba y abajo, tengo que respirar y seguir mi ritmo; me desperté en la mañana, a Lupita la dejé en la cuna, simplemente se puso a llorar no entiendo ¿porque? Ya le había dado de comer, cambiado el pañal, lo que pasó es que la agarré de nuevo y decidí arrullarla por un par de horas solo así logra dormirse, me esfuerzo por cuidarla muy bien pero no surte efecto todo lo que estoy haciendo por ella, noche tras noche batallo para que se duerma porque siempre llora, no tengo éxito en consolarla en definitiva me preocupa.
A la mañana siguiente, la llevo al pediatra le comento la situación y la doctora empieza a decir...
—Su pequeña extraña a su hermana gemela, ya que compartieron el mismo espacio, escucharon los mismos ruidos, percibieron las mismas emociones maternas por lo cual se tejió entre ellas una relación muy íntima, y lo que tiene es que está pasando una sensación de pérdida y vacío pero con el tiempo se le pasará eso sí debe tenerle a su pequeña mucha paciencia.
—Me sorprende lo que dice doctora, claro que tendré paciencia —afirmo sin dudarlo.
Como amo a mi familia, pongo todo de mí por cuidarlos bien porque son lo más preciado que pueda existir. Por otro lado mi hija Pati sigue culpándose por la muerte de su hermana se le ve cabizbaja y alejada de todos, me toma unos segundos y planeo una fantástica idea, mi intención es mejorar el estado de ánimo de todos por eso ¡vamos a ir como familia al cine! Le comento a Alberto y por supuesto que le pareció bien que fuéramos, aliste a todos mis hijos y a Lupita la lleve cargando en un reboso.
—¿A donde vamos mamá? —pregunta Javier.
Están atentos todos mis hijos para lo que voy a responder.
—Vamos a ir todos al cine —expreso entusiasmada.
Naturalmente mis hijos están contentos porque es su primera vez en ir.
Salimos de casa antes de las cuatro de la tarde, tomamos el taxi, estábamos todos apretados aún así entramos y se puso en marcha. En diez minutos llegamos al cine y bajamos, nos desplazamos hacia la taquilla hay una cuantas personas delante de nosotros, la mayoría niños acompañados de sus padres es bonito ver esa escena familiar, unos minutos después nos toca nuestro turno.
—Buenas tardes —nos saluda la chica de la taquillas con una sonrisa hermosa. Es bueno que este de buen humor porque eso de estar atendiendo a tantas personas puede cambiar el estado de ánimo, la verdad su buena actitud contagia.
—Buenas tardes —replicamos el saludo Alberto y yo.
Entre los dos, decidimos cual película veríamos.
—Queremos ocho boletos para la función de las seis de la tarde —puntualizo la decisión de los dos.
—Aquí están sus boletos, pronto comenzará —se asegura para que lo sepamos.
Alberto saca de su cartera un billete y monedas dándole la cantidad exacta.
—¡Qué disfruten mucho la película! —afirma con sus ojos llenos de entusiasmo.
—Gracias —agradezco su amabilidad.
Fuimos a comprar palomitas, refresco y dulces, luego caminamos hacia el amplio pasillo lleno de puertas separadas por carteles que anuncian las películas que proximanente se van a estrenar.
Entramos a la sala que nos corresponde, las personas están esperando a que comience la película en cualquier momento, enseguida buscamos un lugar cabe destacar que mis hijos quedaron maravillados viendo la enorme pantalla que proyectará la película; decidimos sentarnos en el centro porque se ve mejor yo digo que es igual pero mis hijos insistieron, de momento las luces ya están atenuadas eso quiere decir que ya va a empezar.
Pensé que se iban a distraer o aburrir, para mi sorpresa estoy equivocada porque durante la película estan muy atentos, me da alegría ver su alegre expresión en sus rostros. Al finalizar la función las luces se prenden, nos levantamos de las butacas para salir y afuera empiezan mis hijos a decirnos a su padre y a mí lo mucho que les gusto, todos estámos felices es de celebrar que estemos como familia muy unida, quiero que siempre estemos así; como ya es de noche mi esposo Alberto se le ocurre llevarnos a un lugar, menciona—: listos para el siguiente paseo.
Con emoción, todos afirmamos que si...
De nuevo tomamos un taxi, el trayecto fue, no se de cuántos minutos, la razón es que llegamos a una llanura abierta donde hay una cabaña. Con esto intenta Alberto que pasemos más tiempo juntos y esto es tan único que solo me lo hubiera imaginado en mis mejores sueños.
Mi querido esposo hace una fogata nos sentamos en unos troncos alrededor; quemamos bombones, cantamos, contamos cuentos nos interesamos en encontrar buenos temas de conversación, para que finalmente nos quedáramos a admirar la hermosa noche clara llena de estrellas. Nuestra impresión y sonrisa se intacta en nuestro rostro.
—Encontré a la persona adecuada es una bendición, alguien que de verdad me cuidara y a mis hijos —susurro al aire con dulzura.
Ese día nos fue fantástico.
Llega el momento en el que todos se van a la escuela, menos la más pequeña que es Lupita. Alberto y yo nos turnámos para ir a dejarlos, unos días yo llevaba a los que estaban en la primaria y otras veces a los del kinder y de ahí me iba a trabajar, eso sí encargaba a mí pequeña Lupita con una persona confiable y responsable que la cuide en mi casa mientras llego del trabajo.
Cuando regresan de la escuela tengo que recordarles las tareas, algunos las hacen con gusto y otros con mucha flojera menos mal que tienen a su madre para que los ayude en lo que pueda, se que no soy la más inteligente pero puedo hacerlo si me lo propongo, no fue un desperdicio aquellos años de escuela que estuve porque sirvieron para apoyar a mis hijos. Una vez que llega la noche, los cobijo llenándolos de besos en sus mejillas y susurrándoles en sus oído lo mucho que los quiero.
Todos los días como de costumbre, me levanto a las cinco y media de la mañana para limpiar, hacer de comer o inclusive lavar la ropa así me da tiempo para atender a mi esposo e hijos.
Pasan tres años. Siendo sincera no me gusta que pasen los años es difícil ver cómo cambiamos físicamente eso me asusta desgraciadamente así es la vida, así como se van los días, meses y años ya mis hijos están más grandes: un sábado a la hora del desayuno, dan un par de golpes a la puerta, es una vecina a invitarnos en la noche a la primera posada, aceptamos ir para que mis hijos vivan la experiencia y convivan con otros niños de su edad, incluso también mi esposo y yo podamos conocer a nuestros vecinos.
Las horas transcurren. Se empieza a escuchar murmullos prueba de que los vecinos ya están afuera, ¡Por supuesto! Mis hijos están deseosos de salir, los abrigo bien antes porque el clima cambio muy bruscamente y ya hace mucho frío. Salimos y todo nuestro alrededor está totalmente decorado de luces brillantes, adornos de colores y dos piñatas colgadas listas para que se rompan, es muy bonito todo; de un momento a otro se acercan los hijos de la vecinas hacia mis hijos y les preguntan sus nombres, esto hizo que rompieran el hielo y empezarán a jugar. Alberto y yo después de pasar con los saludos convencionales nos centramos en platicar con los vecinos. En ese transcurso disfrutamos de ponche calientito, canastas de dulces, y admiramos las luces de bengala.
A las diez de la noche, es la hora de que empiezan a romper los niños las piñatas y todos juntos empezamos a cantar.
Dale, dale, dale, no pierdas el tino, porque si lo pierdes pierdes el camino.
Ya le diste una, ya le diste dos, ya le diste tres y tú tiempo se acabó.
Cuando uno de los niños logra romper la piñata, se avientan para agarrar los dulces y fruta, están muy felices, sus risas se extendían por todas las cuadras lo que indica que se divirtieron lo niños. Cómo familia nos agradó compartir ese momento con los vecinos: de ahí en adelante Alberto y yo comenzamos a convivir con todas los vecinos; de alguna forma siempre los fines de semana o cualquier festividad nos invitaban a beber alcohol y fumar. Nosotros por ser aceptados cedimos y nos unimos a su ambiente. Honestamente me gusta el doble vicio por una parte me ayuda a olvidar lo que he sufrido y segundo por placer. Sin embargo, una cosa es cierta, soy consciente y reconozco de que he descuidado a mis hijos.
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