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Capítulo dos

   En la noche mis pensamientos no dejan de navegar porque supe que mi padre les da lo necesario a su otra familia, tengo coraje, tristeza, frustración, miedo como un remolino que sumergen dentro de mi pecho, esas emociones buscan una salida para poder explotar.

  ¡Qué pasó con las muestras de amor hacia mí y a mis hermanos! ¿era falso? No lo sé, pero no quiero saber nada más de él. Por otro lado mi mamá se siente triste y a la vez muy enojada por lo sucedido, por eso el mayor tiempo esta encerrada en su cuarto, la ruptura marital ha ocasionado que no piense en sus hijos ¡no se da cuenta que la necesitámos más que nunca! Creo que no, por eso como la mayor tengo que sacar a mis hermanos adelante.

    Al siguiente día, llego de trabajar estoy tan agotada que voy hacia el sofá a descansar, recuesto mi cabeza en el respaldo, cierro mis ojos y a escasos diez segundos percibo que toman mi pie derecho de inmediato abro mis ojos y veo que es mi hermano Anselmo.

—Hermana te voy a lavar los pies —me mira de forma tierna.

—¡Qué!!! —exclamo con sorpresa.

  No esperaba esto porque nunca antes había recibido un trato así; como me está insistiendo dejo que me lave mis pies, no quiero quitarle esa motivación. Atenta veo como en una palangana empieza a lavar primero mi pie derecho y así lo hace también con el pie izquierdo. Al finalizar los seca muy suavemente con una toalla, y con palabras muy sinceras le agradezco de corazón por lo que hizo, no imaginé cuanto me relajaría posteriormente me levanto del sofá.

—Hermana creo que como el hombre de está casa debo trabajar, para mantener a la familia que somos, ya que papá nos abandono —dice con voz varonil, sus palabras me impresionan porque se da cuenta de lo que pasa, ahora se siente el encargado de la familia.

—Agradezco que te preocupes por nosotras, pero no puedes trabajar eres aún muy pequeño, quiero que estudies y seas médico, licenciado o lo que tú desees yo me encargaré de que nada les falte ni a tí ni a mi hermana.

—Pero... —Está inconforme con lo que escucha de mi boca.

—Pero nada, ya lo dije y punto —recalco con voz firme, ojalá lo haya convencido. Mi corazón se parte en dos de solo escucharlo decir esas palabras, se que mi hermanito quiere apoyar pero no lo voy a dejar.

   Pasan varios días, y después de salir de mi trabajo se me antoja un rico camote servido con crema de leche azucarada y canela en polvo, ya me lo estoy saboreando junto a un vaso de leche fría y quiero compartirlo en la cena con mis hermanos, justo en el momento escucho el silbido fuerte y característico del carrito del camote, observo que se detiene en la esquina de una calle, de inmediato las personas se acercan a comprar espero no se acaben, camino hacia allá a un buen paso. Así como llegué no tardó en atenderme, pido al joven tres órdenes, pero la gorra no me deja ver su rostro eso me molesta un poco, comienza a preparar lo que pedí. A la hora de darme las órdenes su cara ya la puedo ver, ¡no puedo creer lo que están viendo mis propios ojos! Quedo totalmente congelada un segundo, porque el que me está atendiendo es nada más y nada menos que mi... Hermano Anselmo, por supuesto él también se me queda viendo con suspenso y no puede decir nada porque llega más gente, debido a eso decido esperar a un lado mientras se van las personas. En ese tiempo pienso en las palabras adecuadas para expresarme y no lo hacerlo sentir mal. Cuando veo que ya no hay nadie, me acerco sigilosamente y respiro hondo para no enfurecer.

—Te dije que no quería que trabajarás ¿qué me puedes decir en tu defensa? —pregunto con reproche. Claro que me molesta que esté trabajando pero guardé la compostura.

—Solo te estoy apoyando no te enojes conmigo hermanita —dice con voz dulce, para que no me enoje más de lo que estoy.

—¿Cómo conseguiste el carro de camotes? —cuestiono para saber su respuesta—. Y quiero la verdad.

—Me lo alquilo un vecino con todo, y dijo que si vendía mucho  me lo podía vender para yo ser el jefe —dice emocionado y luego añade—. Mira hermanita los plátanos y camotes se cuecen en esté carrito rodante en un tiempo de treinta a sesenta minutos dependiendo de la temperatura que alcance la caldera, ésta varía también en función de la velocidad con que lo empuje —explica para que vea que sabe cómo se maneja.

—Pero que rápido aprendiste —lo admiro de lo bien que ha aprendido.

—Si, porque el señor me estuvo explicando ahh... antes de que se me olvidé quiero decirte que puedo ir a la escuela por la mañana y en la tarde trabajar, y ¿ahora por qué lloras? —pregunta con expresión de angustia.

—Es que me da tristeza de que mi papá no lucho por su familia, y tú eres un pequeño niño trabajador ¡un gran ejemplo para mí! ¡qué orgullosa estoy de tí mi querido hermano! —Le doy un abrazo fraterno, él limpia mis lágrimas con sus pequeñas manos.

—Y claro, que puedes vender pero no descuides tus estudios. —Lo premio con una mirada de aprobación—. Ahora ¿te puedo ayudar a vender? —pregunto con sinceridad, quiero acompañarlo para ver cómo se desempeña.

—Claro. Ahí vienen una pareja, tú les dices que es lo que quieren y yo lo sirvo —recomienda para que yo lo haga así.

—Esta bien como tú digas —con gusto respondo.

  En el transcurso del tiempo, observo como mi hermano siempre muestra una sonrisa cálida, prepara los camotes y atiende a las personas con gran carisma.

—Ya se terminó todo, nos fue bien en este día. Mira los centavos —me enseña el dinero en su cangurera y era bastante.

—Pero todavía faltan esos camotes que están adentro —los señalo.

—¿Qué no te acuerdas que esas órdenes son tuyas?

—Es verdad ahorita te pago. —Entonces busco el dinero en mi monedero.

—Yo invito —responde. Detiene mi mano para que no saque el dinero.

—No como crees, el negocio es negocio —menciono tras ponerle  el dinero en la cangurera. Me da las órdenes y lo acompaño a dejar el carrito.

El señor está afuera de su casa esperando a mi hermano. Cuando revisa si hay camotes él se impresiona porque acabo tanto los camotes como los plátanos a continuación hacen cuentas, al finalizar le da su pago del día; de camino a casa la temperatura empieza a descender, se siente el aire frío y como no he traído un suéter que me proteja, los vellos de mis brazos se erizan por ende Anselmo se percata que cruzo las manos.

—¿Tienes frío verdad? —pregunta después de caminar unos minutos.

—No —respondo, aunque no es cierto, no quiero que se preocupe.

—Te conozco bien, a mi no me puedes mentir —expresa con intuición, pues como no va saber de mí si hemos convivido varios años.

Se quita su sudadera y me la da para que me la ponga, siempre es muy caballeroso conmigo y también con mi hermana Yolanda, agradezco su atención.

Llegando a casa, voy al cuarto para ver si mi hermana está despierta.

—¿Yolanda estás dormida? —cuestiono susurrando para que no se entere mi mamá.

—No —responde de igual manera en voz baja.

—¡Levántate! Vamos a la cocina. —Va detrás de mí muy obediente.

Los tres nos sentamos a cenar el rico camote con leche; empezamos a conversar en voz baja, no queremos que escuché mamá. Luego nos fuimos a lavar los dientes para que así cada quién duerma en su cama. No sé que me pasa, no puedo dormir, mejor le hago oración a papá Dios, y siento como se apodera en mí una completa calma. Poco a poco el sueño encuentra su camino.

   En la tarde que salgo del trabajo, paso por dónde se pone usualmente mi hermano a trabajar, no tan lejos observó como bastante gente le compra camotes a mi hermano, se que es un gran vendedor y me enorgullece su esfuerzo tanto en la escuela como en el trabajo. De grande va hacer muy responsable.

Llega el fin de semana, entre los dos compramos comida y un poco de despensa, hasta nos alcanza para comprar ropa interior y así cada semana compramos lo que nos hace falta ya sea ropa, zapatos u otra cosa, pero cada día cargo con la angustia de que mamá no sabe que Anselmo trabaja, solo pienso que cuando se enteré no se cómo va reaccionar.

  Un día como a las diez y media de la noche, estoy en la cocina esperando a que llegue mi hermano ¡esta vez terminó tarde! Me inquieta que mi madre no se va a su cuarto, está sentada en el sillón viendo su reloj, tengo la sensación de que algo sospecha; escuchó el crujir de la puerta, supe en ese momento que es mi hermano. Salgo de la cocina, doy unos pasos sin acercarme y parada observó que dice mi mamá.

—¡Adonde crees que vas jovencito! —exclama alzando la voz y hace una mueca de molestia.

—A mi cuarto —responde, se detiene, ni tiempo le dió de llegar al cuarto.

—Ven para acá —expresa arrugado con enojo su nariz—. Me he dado cuenta que has llegado tarde ¿por qué? —cuestiona al hablar, sus gestos los remarca mucho quiere obtener la verdad.

—Es que estoy aburrido en casa por eso salgo a jugar con mis amigos —contesta ingeniosamente, aunque se ve nervioso porque se truena los dedos.

—¡Yo nunca te he visto con ningún amigo! —acentúa las palabras.

—Claro que tengo, si quieres mañana los traigo a la casa —responde de inmediato.

—¡No, quiero a nadie! Ni menos que hagan ruido porque padezco de jaqueca, solo te pido que no llegues tan tarde —indica advirtiendo con su dedo índice.

—Si lo haré. —Tras eso baja la mirada.

Es la primera vez, que veo a mamá que se preocupa por alguno de nosotros. No entiendo como se dió cuenta que ha llegado tarde, pero me alegra que reaccioné así. Eso significa que le importa su hijo.

  Transcurren las semanas. Después de salir de mi trabajo pienso que yo quiero seguir estudiando y ser una de las mejores enfermeras porque me gusta ayudar y salvar vidas ¡ese es un sueño que quiero realizar! De un momento a otro, escucho el sonido de los camotes eso interrumpe mis sueños sobre mí futuro y vuelvo a la realidad. Decido ir con mi hermano pero no sé donde está solo escucho el sonido, camino y camino por las calles. En una avenida muy transitada paso algo sumamente impactante.

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