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Capítulo dieciséis

  El ser jefa de mi propio empleo, hace que maneje mi tiempo; sin duda cocinar es mi verdadera pasión.

Ahora ¿qué creen...? Teniendo en cuenta los gustos de las personas, de lunes a viernes por la noche nos animamos a vender quesadillas de diferentes guisados, sopes, gorditas de chicharrón con sus respectivas salsas todo está delicioso o como yo lo expresó queda ¡de rechupete! No... porque yo cocine verdad. Gracias a Dios se termina todo.

  Después de la media noche metemos el puesto entre toda la familia y bueno los trastes sucios los lavo con la ayuda de mi esposo Alberto ¡mi mano derecha!

Sucede que hay veces que estoy muy estresada fumo un cigarro tras otro, inclusive bebo alcohol para relajarme esto se me está haciendo hábito otra vez y de nuevo estoy de vuelta a los vicios.

Pasaron unos meses y mis hijos los mayores deciden trabajar por su propia cuenta, mi hija Pati llega un domingo por la noche con bolsas en cada mano, se sienta en el sillón y yo estoy en la esquina de la puerta de la habitación a modo que no me vea.

—¡Hermanos vengan para acá! —alza la voz para que escuchen.

Cando están todos saca de las bolsas abundante ropa y zapatos.

—Es para ustedes. —Empiezan a tomar las cosas mis hijos, y en sus rostros reflejan entusiasmo.

—Voy a estrenar zapatos, porque los que tengo ya me aprietan, gracias hermana —dice Lupita con gran alegría.

—Estas playeras están geniales —se las mide Carlos y empieza como a modelar—. Las que tengo ya desgastadas las usaré como trapo.

Escuchar esa palabras que salen de la boca de mis hijos, calan en lo mas hondo de mi corazón. ¿cómo es posible, que no les he comprado zapatos, ni ropa? No pueden estar siempre con un par de zapatos o una poca de ropa porque están en constante crecimiento —susurro muy enfadada.

Me armo de valor para acercarme a ellos y Pati evadió mi mirada, está molesta conmigo. Al momento que se van todos hijos aprovecho para estar a solas con Pati, me siento junto a ella y comenzamos a conversar.

—Sé, el porque estás enfadada conmigo —suelto como comentario viendo a mi hija.

—Si lo sabes... Dímelo —su actitud es a la defensiva, puedo sentir la decepción en su mirada.

—Es porque tanto tu padre como yo, no les hemos comprado lo que les hace falta —soy sincera en mis palabras. La vergüenza e impotencia anida por dentro de saber que no me preocupo por mis hijos.

—Le has dado en el clavo, porque lo que ganan en el negocio ¡donde está! Ahhh... ya sé, se lo gastan en botellas de alcohol o en cigarros, es por eso que ya no quise trabajar con ustedes, tampoco Leti ni Javier —furiosa Pati alza la voz, sus ojos parecen que se salen de sus cuencas.

—¡Cállate! —ordeno—. Van escuchar tus hermanos menores.

—¡No me importa que se den cuenta! —le doy una bofetada por no obedecer.

—Ahora me pegas —se agarra con su mano la parte afectada y se va de mí vista hacia afuera del patio.

—Se que tiene razón ¡por qué le pegue! —lamento lo que hice.

  Ahora Pati no me habla, quiero hacer las paces con ella aunque mi orgullo impide que lo haga.

Comienza la semana recibo una gran sorpresa en mi puerta ¡es mi hija Lourdes! La niña que era antes se ha convertido en una hermosa mariposa, estoy feliz verla de nuevo, con cariño la abrazo por un largo tiempo.

—Estás en tu casa siéntate donde gustes, ¿quieres un vaso de agua o otra cosa? —le pregunto con total atención.

—Agua por favor.

—En un momento te lo traigo.

Tardo unos segundos y le llevo el agua, como está conversando con sus hermanos me detuve a un metro y estuve como espectadora, tal parece que les dió gusto en verla, unos minutos después me acerco.

—Toma hija el agua —lo agarra mientras sigue conversando—. Voy a preparar una rica comida para poder comer todos como familia, no te vayas.

Entonces hago tres guisados: tinga de pollo, tinga de res y pata para servir en tostadas; ya listo pongo en el centro de la mesa los guisados, las tostadas, crema, queso, salsa verde y roja, lechuga, para que cada quien se sirva.

Llega temprano Alberto y juntos nos sentamos en la mesa.

—¡Qué rico te quedaron los guisados mamá! —Carlos se chupa los dedos para luego limpiarse con una servilleta.

—Gracias hijo cocino con amor para mi familia —menciono con una sonrisa de satisfacción.

Cuando finalizamos de comer me ayudan mis hijas a recoger los trastes de la mesa.

—Me dió gusto volverte a ver mamá y también a mis hermanos, ya me tengo que ir —indica Lourdes deslizándose a la puerta.

—Quedate un poco más —le sugiero—. Ya han pasado años sin verte y te vuelvo hacer la misma pregunta que te hice hace años atrás ¿te quedarías a vivir aquí? —cuestiono lanzando una mirada, como diciendo que acepte.

—La respuesta es ¡no...! Porque yo ya me independice, trabajo y vivo en un cuarto pequeño, únicamente los vendré a ver de vez en cuando —su voz suena golpeada, intenta dejárlo claro.

Dentro de mí siento que ella esta resentida. Luego añado—. Hija ¿quién te comento donde vivía? —siento curiosidad.

—No te lo puedo decir —responde con una mueca en su rostro.

Me quedo sin saber como le hizo para buscarme. Lourdes se despide de todos y se va.

  En el transcurso de los días me doy cuenta que tanto mis hijos y esposo Alberto están en sus mundos, ya ni siquiera nos sentamos como familia para desayunar o comer, ante eso se me encendió el foco la buena idea es: que nos hacen falta vacaciones, principalmente irnos al mar. Le comento a Alberto y sin dudarlo él está de acuerdo sin embargo al decirles a Leti, Pati, Javier, Alberto se resisten porque no quieren faltar a sus empleos, les sugerí que le comentaran a sus jefes y les dieran sus días libres por ser semana santa. Ellos se quedaron pensativos sin decir nada.

Cuando les exprese que nos vamos de vacaciones a Lupita y Carlos brincaron de felicidad y empezaron a lanzarme muchas de sus preguntas.

—¿Cómo es el mar mamá? ¿qué tan grande es? Anda no te quedes callada ¡dinos!—replican los dos.

—No les puedo contestar hijos, porque yo tampoco conozco el mar.

  Al siguiente día, mis hijos los mayores aceptaron ir de vacaciones, sus jefes les dieron permiso hasta más días, estoy segura que esto nos va unir como familia; tuve que comprarle a todos un traje de baño, bloqueador, sombreros. Y ya para y el domingo por la noche preparamos las maletas.

Llegó el esperado lunes, me levanté pensando en lo relajado que sería la semana en la playa porque últimamente he estado estresada y ya quiero desconectarme de la ciudad y de todo ese ajetreo. Como todos ya se habían despertado, nos alistamos y salimos a la central de autobuses, el destino Acapulco la Perla del Pacífico.

En el autobús todos duermen porque el viaje es largo, y yo estoy contando las horas ansío llegar, parezco una niña pequeña muy emocionada; ya para el atardecer por fin llegamos y los rayos del sol están a todo lo que da. Nos bajamos agarrando nuestras respectivas maletas para dirigimos al hotel.

En diez minutos, entramos a la habitación por cierto es la más grande para nuestra familia. Mis hijos se quitan la ropa para ponerse su traje de baño, Pati es la primera en estar lista, mi atención se dirige a ella porque trata de peinarse unas trenzas pero no puede, me acerco agarrando su cabello castaño y empiezo hacerle un par de trenzas, no tardó tanto porque soy una experta.

—Gracias mamá me veo muy bonita —se mira en el espejo y añade—. En varios días no te dirigí la palabra, pensé en muchas cosas, quiero que me perdones por lo que te dije aquel día —se disculpa para luego darme un beso en la mejilla.

—Claro... que te perdono, eres mi hija, y tú también perdoname por pegarte no lo vuelvo hacer —digo sinceramente y le regreso el beso.

—Mamá yo también quiero unas trenzas como mi hermana —dice Leti.

Le hago las trenzas y también a Lupita. Al final voy al baño a cambiarme, enseguida salgo y Alberto me mira con los ojos muy abiertos, se ve que está un poco desilucionado.

—¿Y el traje de baño que habías comprado?

—No me lo puse porque me da vergüenza con tanta gente que va haber. Este short y camisa son más mi estilo, además estoy más cómoda —doy la vuelta como modelando para mí esposo.

—Te ves encantadora con lo que tienes puesto, quiero declarar lo que siento en un pequeño poema, pon atención y escucha. "Qué hermoso es el cielo cuando está claro, pero más hermoso es que te tengo a mi lado. —No tarda en alagarme, hace que me sonroje como la cereza.

—Mejor ya vámonos porque nuestros hijos están desesperados por salir —ya ni sabía que decir, me pone muy nerviosa Alberto.

Nos encaminamos hacia el mar, como quiero que nuestro encuentro con el mar sea especial mando Alberto a comprar varios pañuelos, luego tapo a cada uno de mis hijos sus ojos, inclusive yo, nos tomamos de las manos y empezamos a caminar, pronto nos dirige Alberto con su voz, el no se cubrió porque es impaciente. Mis piernas tiemblan de emoción ya quiero estar frente al mar, cuando nos detuvimos Alberto dice en voz alta.

—¡Desaten su pañuelo! —el nudo del pañuelo se desliza lentamente por mi rostro, quedo mirando atónita hacia en frente y sobre  mi rostro saltan algunas lágrimas de ver al inmenso mar.

No lo puedo creer es una agradable sensación a calma y bienestar. Cierro mis ojos y me permito disfrutar del aroma que desprende el mar. Una vez que los abro observo las olas que se mueven como sepertina y forman una espuma de color nácar, corro hacia la orilla del mar y por detrás mis hijos me siguen, juntos saltamos, ¡ese momento es increíble!

—Corran libres, siéntense en la arena, perciban el sol, el agua y el aire en su piel —les expreso a mis hijos y así lo hacen. Los veo llenos de energía y alegría.

Juntos caminamos por la orilla a lo largo del mar para poder buscar donde comer, nos detuvimos en un pequeño restaurante, pedimos un delicioso pescado al ajillo y un cóctel de camarones, filetes de pescado y empanadas de todo un poco. Por supuesto la comida esta deliciosa y más aún lo que lo hace especial es contemplar el hermoso y brillante sol bañando con sus largos dedos de oro sobre el mar, pudimos disfrutar del bellísimo atardecer ahí mismo.

 
Otro día más: me levanto y veo a través de la ventana el mar, se ve precioso con tonalidades verdes y azules quiero salir ya, enseguida todos comienzan a levantarse tocan para traer el desayuno y vamos a la terraza a disfrutarlo.

  Tan pronto como acabamos, vamos al mar, es un clima espectacular para una buena bronceada, pongo una toalla encima de la arena y me siento para observar la maravillosa naturaleza, toco con mis manos la arena la siento tan suave como harina muy tersa, las olas se ven casi imperceptibles
Después de una hora, decido meterme al mar para escuchar su canto más de cerca, no me meto tan profundo únicamente hasta donde queda mi cintura, mis hijos por otro lado se alegran de que aprendieron a nadar gracias a la ayuda de su papá, todos nos veíamos tostaditos porque ya el sol había curtido en nuestra piel.

—Algún día aprenderé a nadar, simplemente es majestuoso el caribe mexicano —digo en voz alta.

—Te escuche lo que acabas de decir Susi, quiero que también aprendas para que así parezcas una sirena.

Alberto me explica bien, aunque no logro soltarme para nadar porque me da miedo hundirme, él y mis hijos me hechan porras, ese entusiasmo hizo que logrará nadar, me emocioné mucho... Ya no quiero ni salir, como la mayoría tiene hambre mejor salgo y fuimos caminando a encontrar un lugar. Todos los restaurantes están llenos, no muy lejos había un restaurante pequeño ahí nos detuvimos, aunque no había mucha gente se siente acogedor, nos sentamos bajo una palapa y pedimos mariscos, Alberto y yo nos tomamos unas cervezas bien frías. Mire de reojo a mis hijos y todos están disfrutando, es lo que yo más quería ¡verlos con una gran sonrisa en la cara!

Terminando de comer caminamos sobre la arena, acto seguido nos recostamos en los camastros para ver como se esconde el sol.

Más tarde anochece, el cielo se tapiza de estrellas y aún costado está la reluciente luna que todo lo alumbra, de inmediato Alberto me mira a los ojos para poder expresarse:

—Esta noche resalta el brillo de tus ojos que ahora están alegres, nuestro amor hoy se ilumina como en un cuento lleno de amor —muestra su cariño al decir hermosas palabras, acelerando los latidos de mi corazón, yo solo respondo con una sonrisa cohibida.

  A las seis de la mañana me levanto, quiero ver los primeros rayos del sol mientras los demás duermen: salgo sin hacer ruido y voy hacia la orilla donde hay una roca mediana, me siento sobre esa roca y el agua del mar tapa mis pies de poco como acariciándolos, fijo la mirada y puedo vislumbrar la salida del sol, para después levantarse tenuemente y tornarse brillante, ese gran resplandor cae sobre el mar. Y el sonido de las olas, es música para mis oídos, desde luego que estoy relajada, es una sensación inimaginable pues quiero recordar esto por siempre en mi mente y corazón.

  La semana se pasó rápido y ya nos tenemos que ir, preparamos las maletas, salimos del hotel y fuimos por última vez al mar, mis hijos se llevaron arena y conchas en frascos para recordar el momento, me alejo un poco y frente al mar digo:

—¡Estoy feliz de conocerte!  —grito en voz alta al mar, ruedan las lágrimas por mis mejillas uniéndose al mar, estoy segura que muy pronto regresaré.

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