Capítulo 41: Viáticos para los Maddison
—Coincido contigo. —declaró el policía con las manos firmes en el volante.
Lanzó una mirada de soslayo a Albert, antes de continuar con el plan.
"—Iremos a pie hacia la guarida de Lukas y una vez allí sopesaremos la mejor opción para atacar.
El agente cruzó un estrecho vial que se bifurcó en una larga carretera que no dudó en tomar con la patrulla a máxima velocidad y la sirena de emergencias completamente apagada.
Albert sintió como todos sus sentidos se activaban. Había escuchado todo el plan durante el abrumador trayecto y su cabeza no hacía más que pensar en que todo concluyera de una manera satisfactoria. Para aquel instante no tenía dudas de que su gran amigo era un verdadero sociópata con cualidades malévolas y, por tanto, su única preocupación era recuperar a Alissa y a su hermana con vida de esta aparatosa pesadilla.
Imaginaba el escenario en el que ellas se encontraban y sintió una furia recorrer por todo su cuerpo, de ser posible y si tuviera la oportunidad haría pagar a su "amigo" por todo el mal provocado.
Solo hasta entonces fue consciente de una cosa: Alissa era una mujer que podía demostrar externamente una gran fortaleza pero la verdad era otra; ocultaba una fragilidad tangible que podía romperla en mil pedazos si alguien inescrupuloso tuviera la oportunidad.
<<Voy a matarte Lukas Trent>>, pensó.
De pronto, se sorprendió por esas frías palabras. Estaba completamente dispuesto a salvarla y recuperarla a como de lugar.
Cómo permanecía justo en el asiento trasero con un agente policial a su lado, notó como este recargaba su arma y el sonido metálico le hizo pensar que el no llevaba ningún armamento para poder defenderse. Quiso protestar ante tal hecho pero el alguacil no dejaba de hablar a través del radio de comunicación mientras el auto rompía el silencio de la tétrica y solitaria carretera.
—Claro, estamos hablando de un hombre astuto y peligroso eso lo sé, también sé que no sabemos qué puñetas vamos a encontrar allí. Y estoy seguro que no es nada bueno, comandante. —cortó la señal.
Miró a través del espejo de tocador.
—Albert, ya casi llegamos. Tengo la orden de mis superiores de mantenernos a cierta distancia para no levantar sospechas. —disminuyó la velocidad del vehículo—. Así que sugiero que tengas esto en tus manos. —le tendió un objeto—. Supongo que sabe usarla.
Albert escrutó desde las sombras como el agente policial le ofrecía un arma. Sin tener más respuesta que asentir, la tomó con su mano y sintió el frío metal sobre su piel. Un leve escalofrío le recorrió su brazo. No esperaba usarla bajo ningún concepto y prefería dejar todo este asalto a los genuinos profesionales por lo que la colocó sobre su regazo y se percató como el otro policía, a su lado, lo fulminó con la mirada.
<<Lo sabe... sabe que no sé usarla>>, maquinó. Sin embargo, el agente se encogió de hombros y se guardó el arma en la cintura con profesionalidad.
La marcha del vehículo fue aminorando y entonces, como según le había indicado Gregor antes de morir se encontraron en un despejado barrio popular que servía como guarida para carroñeros y personas cuyo hogar no existía por extraños motivos. Los fantasmagóricos edificios de color gris y cuyas ventanas estaban sin terminar, se alzaban a su alrededor como esqueletos uniformes que en cualquier momento les engullirían entre las formidables tinieblas. La luna estaba oculta por las densas nubes y la solidez de la noche era tanta que los policías se estacionaron en completo silencio y con linterna en mano en busca de algún indicio del secuestro.
—Mucha cautela y esperemos lleguen los demás. —murmuró lanzando una mirada a su alrededor.
No lo decía en voz alta para no perder la autoridad de su rango pero tenía los pelos de punta al ver aquel sombrío territorio aislado de la afluencia mortal. En sus años que llevaba de servicio no había visitado un sitio como ese y lo peor de todo, es que una de las principales reglas de supervivencia que recordaba de cabo a rabo era que debías tener el control de la situación y del entorno.
Cosa que evidentemente no pasaba aquí.
La infinita sensación de ser observado continuamente entre aquellos muros era palpable por lo que el pavor se podía sentir en el aire espirado de todo los presentes.
<<Mantén el control, mantén el control>>, se repitió el agente policial iluminando los rostros de los demás.
—Ya estamos todos así que haremos lo siguiente: Marcus y ustedes dos... —dijo señalando a varios de sus compañeros—. Irán cerrando el orden mientras que los demás vendrán conmigo.
Todos asintieron y Albert vio como Leonard Maddison y sus imponentes guardaespaldas daban un paso al frente con evidente desacuerdo.
—Yo también...
—No. Usted se quedará aquí con Albert y dos agentes más. Lo que menos quiero es que haya algún tipo de error que ponga en peligro la vida de todos, así que no quiero...
—¡Pero es mi hija! —gritó Leonard enfurecido.
El policía contraatacó.
—¡Cállate, maldito loco! ¡Largo de aquí, llévenselo! —ordenó.
Pero justo cuando intentaron agarrar a la fuerza a Leonard los gorilas que le protegían levantaron sus largos fusiles y entonces la escena se intensificó mientras policías y guardaespaldas se apuntaban al pecho del oponente.
Leonard se echó a reír.
—Bajen las armas, esperemos que el "agente" haga muy bien su trabajo si no quiere lamentarlo de verdad.
Dio media vuelta y volvió a su vehículo. Sus protectores le siguieron a los pocos segundos. El policía no dijo nada al respecto. El sudor recorría su espalda y agradeció que nadie pudiera notarlo.
Pocos minutos después y habiendo recuperado el aliento y el control de la situación, el agente se giró ante todos con su arma en ristre y asintió. Entonces en simétrica fila comenzaron a andar al complejo de edificios que se cernía ante todos como un depredador famélico.
...
El agente iba dando lentas zancadas hacia adelante y con los sentidos en alerta iba marcando el paso con mucho sigilo.
Pasó por un lado el gran edificio sin terminar de construir y se introdujo en un angosto callejón cubierto de tablones de madera que se alargaba hasta otro edificio en las mismas condiciones. Los otros agentes cerraban la fila iluminando aquí y allá con haces de luces que parecían difuminar las sombras a su alrededor. Alguien dio un tremendo puntapié a una lata de pintura que hizo estremecer la noche con su retumbante sonido.
—¡Maldición... Hagan silencio!
El grado de alteración que tenía el alguacil hizo que el subordinado agachara la cabeza en señal de clemencia, luego de unos cuantos segundos que parecieron horas retomaron el paso.
El callejón se alargó unos metros más allá y terminó en un recodo del lado derecho. El agente se colocó de espaldas a la alta pared de madera, respiró profundo, y caviló. Era un atajo para la construcción que estaba ubicada detrás de la fábrica de metales que según Gregor estaba abandonada y servía como refugio al Magíster. El nombre le parecía absurdo pero le daba igual, ya tenía hambre y quería largarse de una vez por todas a su casa con su mujer.
Realizó el conteo pertinente antes de cruzar en el callejón.
Un segundo...
Dos segundos...
Tres segundos...
Cuatro segundos...
Se giró y apuntó hacia adelante pero la bala fue más rápida que él y perforó el centro de su frente con violencia y la sangre salpicó a los presentes.
Entonces como algo que se vaticina en un denso y oscuro final: las balas comenzaron a caer con furia.
Los agentes se agazaparon tomando una posición protectora mientras que los otros optaron por lanzarse al suelo y esperar que los estallidos cesaran pero, nada de eso ocurrió. En medio de la cruenta escena y entre las saltantes chispas, un elemento redondeando sonó incesante tras rodar por el suelo y ante el asombro de todos, el caos inundó el lugar.
—¡Granada! —gritó el agente más cercano al ver el objeto detenerse contra la pared.
Se incorporó y sus pies resbalaron por el húmedo suelo y en el preciso momento que quiso gritar algo a sus compañeros la explosión consumió el lugar y todos se fundieron hasta las cenizas.
...
Cansada de acatar órdenes ajenas, Gretta se adentró en su habitación muy afectada por los actos ocurridos aquella noche. No se lo dijo a nadie, pero estaba llamando a su antiguo amante Lukas Trent. Necesitaba saber que todo estaba bien y que, además, no haría daño a sus amadas hijas (principalmente a Lauri, producto de su gran amor).
La llamada no fue recibida como se lo esperó porque Lukas también estaba hecho un manojos de sentimientos encontrados.
—¿Qué quieres? ¿Supongo que ya todos saben lo del secuestro?
Gretta afirmó y se sintió estúpida por su respuesta, luego entre sollozos contestó:
—Hemos llegado muy lejos..., por favor Lukas, devuelve a las niñas.
El ataque había sido idea de ambos pero en aquellas circunstancias las cosas se habían salido de control y no estaba previsto tomar de rehenes a lo más preciado de Leonard: Alissa.
"—Por favor, te lo suplico...
—Ya el daño está hecho, Gretta. Desde el día que la escoria de su sobrino mató a mi hija y tú me cambiaste por él... desde ese día las cosas no fueron ya igual.
—¡Lukas! ¡Fueron en busca de tí! ¡Esto puede terminar muy mal!
Gretta caminó hacia las ventanas que estaban abiertas y se apoyó en el balcón vislumbrando el amplio césped de la mansión.
—¿Qué diantres estás diciendo? —espetó Lukas al otro lado de la llamada.
—Han ido en tu búsqueda, Gregor lo contó todo y...
La llamada se cortó.
Gretta soltó el teléfono, llorando a cántaros por todo el daño que había permitido que ocurriera. Se sentía culpable... muy culpable. Y sabía que esa mentira lo iba a pagar demasiado caro.
Sin embargo, cuando se enjugó las lágrimas y se dio la vuelta observó el rostro de Melissa Puente en el umbral.
Era una mirada que jamás había visto dibujaba en su cara pero le transmitió todo lo que necesitaba saber.
—Melissa yo...
—Lo siento mi señora pero es hora de que pagues muy caro el daño hecho a tu propia familia.
Antes de que Gretta pudiera protestar, los corpulentos brazos de Melissa chocaron con fuerza en su pecho y el golpe hizo que su campo visual girara sobre sí mismo ante la fatídica caída. Lo último que pudo vislumbrar fue la abstracta fuente de la mansión sin comprender que sería la última vez que la vería.
...
El mundo había estallado ante los ojos de Albert con ferocidad. Una amplia cortina de humo ascendió a varios metros de ellos justo donde los otros policías habían desaparecido minutos antes. Instintivamente se cubrió el rostro y buscó refugio al otro lado del vehículo y comprendió horas después que fue lo mejor que pudo hacer.
Un hombre de contextura corpulenta y ataviado con una braga azul apareció dando traspiés y tocando su protuberante abdomen mientras caminaba hacia donde los agentes policiales, Leonard y sus guardaespaldas permanecían expectantes.
Los policías le apuntaron con sus armas y el hombre alzó las manos mientras seguía deambulando en esa dirección. Albert vislumbró una mancha roja en la de la braga a nivel del ombligo.
Estaba herido.
—Ayuda... sé dónde está el Magíster... Ayuda.
Su marcha fue inestable y casi cayó de bruces pero el policía fue más rápido y lo agarró ante la inminente caída.
—Llama refuerzos. ¡Ahora!
De pronto, y Albert observó todo aún en su improvisado escondite, el recién llegado sacó su arma y disparó varias veces al policía que le sostenía y fue él quién cayó de bruces y muerto en el pavimento.
Volvió alzar el arma y Albert apuntó con la suya para usarla aún cuando no tenía idea de cómo pero el otro policía y Leonard cruzaron fuego directamente con el individuo.
Cuando miró en derredor, el hombre obeso yacía en el suelo en su propio charco de sangre y Leonard seguía descargando con furia el arma hasta quedarse sin balas. Con fatiga lanzó el arma y tomó la del policía recién abatido. Estaban desprotegidos y solo tenían el tiempo y dos guardaespaldas de Leonard como aleados. Aunque en aquellas circunstancias no sabía muy bien si eran o no aleados de un hombre tan desequilibrio como el padre de Alissa.
Entendió algo. Si las cosas podían salir mal era el momento adecuado para hacerlo.
Pero fueron las palabras de Leonard Maddison las que hicieron que Albert Colt se adentrara a un inexorable destino y tomara una dura decisión aun cuando su mente le decía lo contrario.
—Ahora sí, vamos a rescatar a Alissa y pongamos fin a esta mierda de una vez por todas.
Y en compañía de sus guardaespaldas caminó hacia la guarida dónde tenían secuestradas a las indefensas Alissa y Lauri Maddison.
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