Capítulo 2: El dolor, es placer
Lauri Maddison cerró la puerta con un portazo y el estruendo hizo temblar los goznes. No había duda de que no soportarían otra ocasión, sin por lo menos, ceder ante su furia. Se llevó las manos a la cabeza y se lanzó boca arriba sobre la cama. No podía evitarlo porque le faltaban las fuerzas del autocontrol; así que empezó a llorar.
Con un torbellino de pensamientos incongruentes en su cabeza, las lágrimas cubrieron su rostro y justo en el centro del pecho sintió una suprema presión que le ahogó un irremediable sollozo. Quería gritar. Gritar y gritar.
Tomó una lenta bocanada de aire y observó sus temblorosas manos.
Se levantó con decisión de la cama. Se enjugó las lágrimas y deambuló de forma somnolienta en dirección al baño. Respiró el aire limpio y agradeció en silencio que todo estuviera tan fresco. Bajó la cabeza y colocó ambas manos sobre el lavabo. Apretó tanto, que los nudillos se le tornaron blanco por la presión ejercida.
Levantó la mirada y no vio su rostro. Era la mirada de la perdición. Su otra mirada.
Con destreza abrió el cajón metálico e introdujo su mano en un recipiente que marcaba el control del hilo dental y tras ejercer un movimiento brusco, lo sacó. El bisturí osciló en el aire, y de manera amenazante, refulgió ante sí.
Con sólo verlo sintió como su cuerpo se movía eufórico. Implorante.
Ansiaba tenerlo.
Abrió la llave y el agua fría salió a borbotones. Al cabo de unos segundos, presa de un placer indescriptible, la sangre de su muñeca emanó con ferocidad, al realizarse un limpio corte sobre su piel.
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