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Capítulo 14: Instigación

Alissa salió de la habitación con la esperanza de que todo saliera bien y obtuvieran noticias positivas de Albert que había despertado y cuya máquina conectada a él seguía sonando sin parar. Había sido un momento de total confusión para ella porque nunca había estaba en medio de una situación como ésa, sin embargo, la enfermera que le había dado el traje quirúrgico minutos antes, apretó un botón rojo que estaba en el borde de la cama clínica. Entonces, los médicos de turno irrumpieron en la habitación y comenzaron hacer su trabajo.

La enfermera le hizo un leve ademán con el rostro y Alissa comprendió claramente que no tenía que estar allí. Asintió, dio unos pasos alejándose de la camilla, y salió.

Una vez en el área de espera se llevó sus manos al pecho para controlar el furor que extrañamente estaba presentando. Se sentía bien, de hecho nunca se había sentido mejor. Pero algo se extendía por su cuerpo como una sensación inexplicable y tangible.

Esa misma emoción la había sentido horas atrás cuando ocurrieron los dos encuentros fortuitos de aquella mañana: el choque en la entrada principal y la reunión en la oficina con su padre. En ambos escenarios, observó, estaba presente Albert Colt. Sin sopesarlo mucho porque ya era muy evidente para ella, supo que esa sensación tenía que ver con él.

Sin duda, Alissa Maddison, sentía ciertas cosas por ese misterioso hombre y debía descubrir qué eran a cómo de lugar.

...

El médico entró con su larga e inmaculada bata blanca hasta los tobillos y tomó un objeto con forma de lápiz y lo dirigió con un delicado movimiento hacia los ojos azules de Albert Colt. La luz no le afectó en lo absoluto pero cuando éstos iluminaron sus pupilas (celestes en aquel momento) tuvo que cerrarlos por acto reflejo. El médico asintió. Guardó el objeto y comenzó a tocar el desnudo pecho del paciente mientras otro individuo entraba vestido de igual forma con una larga bata y evaluaba su respiración y ritmo cardíacos.

—¿Recuerda su nombre, joven? —preguntó el recién llegado.

Albert afirmó moviendo la cabeza. Por un momento pensó que su voz estaría apagada o silenciada completamente pero cuando lo hizo sonó igual como siempre.

—Albert Colt. —contestó.

Los médico se observaron.

—¿Puede decirme que le sucedió? o ¿qué fue lo último que recuerda?—.

Para aquel instante ambos doctores habían cambiado de posiciones y entonces evaluaban otras partes del cuerpo de Albert. El primer médico, el que interrogaba, estaba revisando la indemnidad de los reflejos de las piernas. Por su parte, su colega, observaba detalladamente sus manos y abdomen, con una mirada inexpresiva.

—Ehhh... —comenzó a decir Albert—. Recuerdo que entraron varios asaltantes con armas en sus manos. —se interrumpió—. Luego vi como uno de ellos intentaba golpear a la chica... —dudó—. Alissa...

Hubo una pausa. Los médicos le escuchaban, expectantes. Albert prosiguió con un poco de confusión.

—Entonces levantó el arma y tenía intención de disparar pero... pero, yo salté y la empujé. Y luego todo se volvió negro y frío.

Hubo un mínimo silencio. Nadie habló.

La enfermera apretó un botón de la máquina de signos vitales y anotó los resultados en la detallada hoja que tenía sobre sus manos.

—Tranquilo, señor Albert. Ha sido suficiente. Déjeme decirle que ha vuelto a la normalidad. Todo está bien y ha despertado de un coma postraumático —explicó el médico que se aproximó a él y lo miró.

—Le haremos una serie de estudios protocolares para determinar que todo esté bien. Pero, no se preocupe, lo peor ya pasó. Usted ha tenido una nueva oportunidad para vivir.

Dicho ésto, anotó en la historia clínica una serie de órdenes que debían cumplir en la próximas horas. Y dió detalles a la enfermera para que vigilaran la evolución de Albert, la cual, había que destacar le sorprendía mucho aún con sus años de experiencias.

Se despidió, y junto a su compañero y colega salieron de la habitación. La enfermera tomó la temperatura a través del termómetro y al retirarlo, se encaminó también a la salida.

—Señorita, disculpe, ¿dónde está Alissa?. —quiso saber él.

La enfermera lo miró con el pomo de la puerta en sus manos y contestó.

—Enseguida, la hago pasar.

El corazón de Albert Colt se sacudió en su pecho. Los segundos transcurrieron lentamente y entonces la chica entró con su rostro muy sonrojado y con cierta incomodidad. Él observó lo hermosa que era. Había sido esa extraordinaria belleza la que le había ocluido los pensamientos cuando la conoció tras el incidente de la mañana.

Entendió también, que no sólo era la belleza lo que llamaba su atención.

Sino algo mágico.

Algo ardiente.

Algo que hacía que el aire se evaporara y le provocara extremo calor.

Ella se acercó.

—Hola Albert, soy Alissa Maddison...

—Sé quien es, señorita. —interrumpió Albert—. No me olvido de un rostro tan hermoso así de fácil.

<<Bien hecho>>, pensó al observar los pómulos de la mujer tan rojos como la misma sangre.

No llevaba puesto el vestido que la había visto en la sala de reuniones. Tampoco tenía el uniforme quirúrgico que el observó cuando apenas despertó de aquel sueño largo y profundo. No, ahora vestía con un ajustado jeans que se adhería perfectamente a sus largas y delgadas piernas. Tenía un suéter con capucha de color negro que le daba un toque sobrio y angelical.

<<Un ángel oscuro>>, detalló Albert, impresionado.

—En ese caso, señor Colt. ¿Cómo se encuentra?. —contestó al fin Alissa con frialdad.

—Nunca me había sentido mejor, señorita.

Alissa estaba sin palabras. No podía concentrar la mente y su cabeza era presa de un torbellino de ideas. Ideas que no estaban acordes con la situación. Quería tocarlo, acercarse más y más, sentir su piel contra su piel... ser suya, justo allí.

—¿Cómo está todo? ¿Hubo algún herido de gravedad además de mí?. —preguntó Albert.

No tenía ninguna intención de enfriar aquel momento. Por el contrario, se sentía a gusto y observaba detalladamente a Alissa que permanecía alejada a unos pocos metros de él.

—La verdad no. Aunque nos dió un gran susto señor Colt, por un momento pensamos que iba a morir. —balbuceó ella.

<<Ataca y triunfarás>>. Pensó él.

—Y, ¿usted?. —quiso saber Albert—. ¿Qué pensó usted sobre mí?.

La pregunta, por supuesto, dejó sin respuesta a Alissa Maddison. La rubicundez de su rostro se extendió hasta su cuello y casi le faltaba el aire por la impresión que sintió. Exhaló con disimulo. Respiró lenta y silenciosamente.

Y respondió:

—No sé a que sé refiere, señor.

—Llámeme Albert, por favor. Albert Colt.

Él tenía el control de toda la situación y se sentía excitado al saber que la joven no tenía ninguna escapatoria. Lo excitó aún más cuando ella se recogió el cabello escarlata y lo colocó sobre su hombro derecho, como señal de nerviosismo.

—Está bien, Albert. Creo que ya debería irme. Ya hice lo suficiente, ¿no?.

Albert no dijo nada. Le sostuvo la mirada. Sus ojos eran igual de azules que los de él, un azul eléctrico. El azul de la tormenta.

—No quiero que te vayas, Alissa. —admitió y se sintió por primera vez sorprendido.

Fue lo único que pudo decir. Y lo decía con el corazón.

La carga del aire se tornó muy densa. No había frío y mucho menos calor. Era como si ambos estuviesen en un sitio neutralizado por todo a su alrededor. Cómo si nada existiera, salvo ellos; fundidos como el hierro y el fuego.

Hasta consumirse en su totalidad.

Alissa se acercó lentamente. La invitación estaba hecha y no podía decir que no. El escalofrío ascendía por su columna vertebral y ya al punto de llegar a su espalda, sabía lo que iba a ocurrir con sólo pensarlo.

Él le mostró su mejor sonrisa. La sonrisa de la tentación. La sonrisa de la instigación carnal. Tuvo una erección. Pero ella no lo supo. Dentro de poco lo iba a saber y mejor aún... a sentir.

Entonces, justo cuando estaban a pocos centímetros de tocarse, la puerta sonó. Ambos volvieron a la realidad y sus mentes quedaron en blancos.

—Disculpen. Señor Albert, su madre ha llegado. —informó la enfermera.

Albert estaba mudo. Asintió y miró a Alissa que había recogido nuevamente su cabello y lo colocó sobre el otro hombro.

—Hágala pasar, por favor. —contestó al fin.

Finalmente, sin dejar la complicidad de lado porque ya se habían dicho mucho con sólo mirarse, los dos se rieron y esperaron con picardía.

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