7. Como lo hiciste tú.
Bueno, este cuento es como un desafío. Hoy es el cumpleaños de una de las escritoras que yo más admiro en wattpad... Y le pedí que me dijera cuales eran sus músicas favoritas. La idea era inspirarme en alguna y hacer un cuento para poder dedicárselo. Un regalito en la distancia.
Aclaro que solo me inspiré en la música, no en la vida de nadie... Igual si alguien se identifica ya es otra cuestión jajaja. Espero les guste.
¡Feliz cumple ZelaBrambille ! Espero que la pases hermoso y que lluevan bendiciones para ti. Te mando un abrazote en la distancia y espero que disfrutes de esta historia.
Música: Because of you (Kelly Clarkson)
Hay un refrán que dice que aquello que no te mata te hace más fuerte, pero creo que el refrán omite la parte dolorosa, esa que implica el camino de hacerse más fuerte a causa de alguna dificultad tan grande. Hay muchos dolores grandes en la vida y supongo que la muerte de un ser querido es probablemente uno de los más intensos. No sé, no podría decirlo... Gracias a Dios o a la vida, aún no me ha tocado vivirlo de cerca.
Pero hay un dolor muy grande del que sí puedo hablar. Quizás sea tan intenso o incluso más que la muerte. Ante la muerte no hay nada más que hacer que terminar por aceptarla; pero peor es tener que dar por muerto a una persona que está viva. Se trata de la impotencia que genera comprender que no le importas a ese alguien que debió haber sido el gran pilar de tu vida.
Me paro aquí frente al espejo y observo mi figura. Me siento inconforme con ella, me siento cohibida y avergonzada. Él me está esperando afuera y yo tengo mucho miedo; sé que será una noche especial, sé que ha estado planeándolo todo, que espera que todo salga perfecto... pero para mí no se trata de una sola noche, se trata de una vida entera. Y no quiero fallar, no quiero revivir mis peores tormentos.
Me observo en este vestido blanco que en la vitrina me parecía tan perfecto. Miro mis manos, observo el anillo de compromisos brillando en mi dedo anular como una promesa de felicidad eterna. Vuelvo a verme al espejo y solo puedo ver a aquella niña indefensa y asustada, esa que se sentía tan sola en aquel hogar tan vacío.
—Siéntate derecha, no pareces una niña. ¡Ojalá hubieras sido un niño!
—Las niñas buenas no hacen cosas malas, mereces un castigo.
Tus gritos, el olor a alcohol y el sonido de la hebilla de tu cinturón tintineando como campanillas angustiosas que avecinan un castigo doloroso, aparecen en mis recuerdos. Me tapo los oídos, cierro fuerte los ojos e intento huir de aquellos recuerdos que me persiguen. Muchos golpes, nada de cariño. Muchos castigos, nada de explicaciones. Miedo a que llegaras borracho, miedo a que estuvieras de mal humor. Cualquier cosa era suficiente para rematar tus frustraciones por mi madre... y más adelante también por mí. Ese poder te hacía grande, te hacía sentir más hombre... En realidad eras tan cobarde que necesitabas regocijarte en nuestro sufrimiento para sentirte poderoso.
La niña que fui me observa con miedo. Tú te robaste toda su inocencia. Sin hablarme me lleva a recordar cada escena con la que has marcado a fuego mi vida. Sólo las personas que han vivido lo que yo pueden entender el gran vacío que deja en la vida de una mujer la ausencia de un padre. Y no hablo de ausencia física, porque esa al menos podría ser explicada, hablo de la ausencia más dolorosa, de aquella en la que la persona está ahí pero decide abandonarte.
Yo no pedí nacer, yo no pedí vivir, papá. Sin embargo me trajeron al mundo, a un hogar que no era un hogar simplemente porque las personas que lo formaban decidieron abandonar la lucha. Mi reflejo de niña llora frente a mí en el espejo, se siente perdida y asustada, se siente fuera de sitio y culpable. Tiene miedo, mucho miedo... el sentimiento que opacó y predominó en toda mi vida.
No quiero cometer los mismos errores, me aterra llegar a ser tan insensible como tú, a perderme en el camino. He vivido tanto tiempo intentando blindar mi corazón de niña para sobrevivir a tus desplantes, a tus maltratos, a tus castigos que ahora ya no sé cómo vivir; no sé cómo sentir y arriesgarme, como soñar, volar y disfrutar sin dejarme avasallar por el miedo a que me dañen... Aunque nadie podría dañarme ya tanto como lo hiciste tú.
No castigaste solo mi cuerpo papá, castigaste mi alma, doblegaste mi voluntad, arruinaste mi autoestima. Me hiciste sentir nada; me anulaste por completo... Aun así te necesité. Necesité de ti cuando era pequeña, necesité de tu abrazo, de tus besos. Deseaba sentirme tu princesa como las demás niñas con sus padres; pero tú no eras el Rey, eras el ogro, mi verdugo. Quería peinarte o jugar al té, quería que saliéramos de campamento como lo hacían mis amigas; quería que fueras a la escuela cuando se festejaba el día del padre, pero nunca estuviste allí para escucharme; nunca estuviste allí para darme confianza o un abrazo. Nunca para secarme una lágrima o decirme «qué orgulloso estoy de ti». Lo único que hiciste fue exigirme, querías que fuera como tú, que llegara lejos en los negocios, que fuera exitosa y que lograra tus sueños, nunca los míos; ni siquiera sabías cuales eran los míos. Nunca me viste, jamás me conociste.
Hoy tampoco estás aquí, como era de esperarse. Hoy que es el día más importante para una chica. Voy a casarme y no quisiste acompañarme al altar, no te gusta mi chico... no lo consideras digno.
¡Él es mucho más digno que tú, papá! Me ha devuelto la confianza que nunca he tenido por tu culpa. Me ha dado esos abrazos que tanto he necesitado, ha reído conmigo, y ha llorado... ha secado mis lágrimas y me ha pasado una mano cuando he caído.
Tuve mucho miedo de amarlo, papá. Dicen que las mujeres buscan en sus parejas aquello que ven en su padre. Prefería quedarme sola a casarme con alguien como tú. Tenía inmenso temor a repetir la historia y convertirme en aquello en lo que convertiste a mamá, un ser desprovisto de identidad, de decisión; un alma triste y sin vida.
Me negué a salir con él, me negué a intentar nada solo por miedo, porque no quería arriesgarme. Tú eras la imagen que yo tenía de los hombres y me engañaste incluso en eso. No todos son como tú, hay algunos buenos y merecen la pena. Yo simplemente los evitaba, no quería equivocarme, no quería vivir toda mi vida de adulta atormentada.
Pero esa niña herida sigue dentro de mí. La mayor parte del tiempo la escondo, no le permito hacer añicos mis emociones con sus miedos. Pero hoy la veo allí curiosa mirándome, presentándome sus temores y preguntándome si estoy segura de que hago lo correcto. Él no es como tú y yo no soy como mamá, no me dejaré romper el corazón no más de lo que ya lo has roto tú... Y él no lo hará porque me cuida y se preocupa por mí.
Esa niña herida no sabe confiar, no puede creer en que nadie la quiera y la valore simplemente por ser. Si aquellos que debieron de amarte primero no te han amado, ¿cómo puedes pretender que el resto de las personas lo haga? Su miedo inmenso amenaza con inundar mi corazón. Soy tan frágil ante su dolor que puedo caer en el fondo oscuro de la desconfianza y el temor.
No puedo desfallecer ahora, no le puedo fallar. No puedo romper el corazón de quien apostó por mí simplemente porque el miedo está invadiendo mi alma y mi cuerpo como si de las olas de un tsunami se tratara. No puedo respirar, me agobia la desesperación, confundo el pasado con el presente y con el futuro. El miedo es el peor enemigo del ser humano, te deja inmóvil, no te permite avanzar, no te deja reaccionar... y es eso lo único que sembraste en mí, anulándome como persona independiente capaz de decidir.
No puedo permitirte hacerme esto, papá. No voy a dejar que vuelvas a manipularme aunque no estés aquí. Si el miedo me vence, me vences tú, y no mereces que yo siga triste por ti. Ya he llorado suficiente, ya he arriesgado demasiado, ya has anulado mi pasado, no lo harás con mi futuro.
Me observo de nuevo al espejo, sonrío a mi reflejo. Me veo hermosa, radiante y bella. Miro el anillo, recuerdo su promesa. Pienso en su abrazo y en el calor de su piel, en la forma en que me mira, en cuánto me respeta. Él sí vale la pena, no hay miedo que me aleje. La niña sonríe, soy yo adulta infundiéndole confianza esta vez.
«Todo estará bien».
Salgo de la habitación y me dirijo al lugar. Todos están sentados y esperan mi llegada. Hay mucha gente pero yo solo lo veo a él, está parado al frente, al verme sus ojos brillan y una sonrisa dulce y suave se forma en su rostro. La música empieza a sonar cuando me vislumbran allí. La gente se levanta y se voltea a mirarme.
Voy a entrar sola, porque así lo decidí. Porque sola he estado hasta este momento ya que nunca pude recostarme en ti. Paso a paso iré venciendo cada uno de mis miedos hasta llegar allí. Mis recuerdos van quedando como eso, recuerdos que ya no pueden doler, ya no tienen autoridad sobre mí. Tú no tienes autoridad sobre mí, papá. Nunca la tuviste, solo creíste y me hiciste creer que la tenías.
Solo yo tengo autoridad sobre mí, y ahora decido ser feliz, decido confiar... No voy a seguir arruinando mi vida por tu culpa, no voy a permitirte seguir asustando mi mente. No dejaré que invadas mi futuro, no atentarás contra mi presente.
Su sonrisa se hace más grande y una luz brilla sobre mí. Soy yo misma, liberando a mi niña interior. Ella empieza a reír y conoce la felicidad, ella siente el calor que te otorga el poder confiar. No es él quien me ha sanado, soy yo quien decido intentar... No es él nadie perfecto, soy yo que decido probar. No es que él fuera la solución de mis problemas, soy yo quien decido confiar...
Él me ha entregado su amor y soy yo quien decido amar.
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