3. Pies para qué los quiero
Este es un cuento muy especial porque tiene un significado que algunos lo deducirán al instante y para los que no lo hagan, al final pondré la explicación. Espero lo disfruten. Le debo esta idea a mi maridito bello.
***
Aquella mañana me había despertado temprano, en ese entonces odiaba madrugar y odiaba la escuela, sobre todo los días de gimnasia. Teníamos que correr bajo el sol del verano y además mis zapatos apretaban. Mi mamá me había prometido comprarme unos nuevos en un par de semanas, cuando mi padre cobrara un dinero que le debían, pero mientras tanto mis deditos se apretujaban contra el material duro de goma llenándome los dedos de ampollas dolorosas.
Me vestí a regañadientes y me puse aquellos horrorosos tenis blancos y gastados que además de lastimarme, me avergonzaban bastante. No teníamos mucho dinero, nunca lo tuvimos. Mi abuelo era jardinero y teníamos un vivero, en eso trabajaba toda la familia, incluso yo, que a veces ayudaba.
Estaba en esa edad en que te comparas con los demás chicos, en esa edad en que reniegas un poco de tus padres y de tu suerte por no poder tener todo lo que anhelas. Yo deseaba muchas cosas: primero, unos tenis nuevos, unos que tenían luces cuando los pisabas, a una amiga del colegio—Margarita—, se los habían regalado por su cumpleaños. También quería bailar, a dos cuadras de casa se había abierto una academia de danzas y yo soñaba con ser bailarina, pero mi madre decía que no alcanzaba para pagar la cuota. Mi abuelo me había prometido que él intentaría pagarlas, pero ¿de dónde sacaría el dinero el abuelo?
Salí de casa luego de desayunar y de que mi madre cepillara mis cabellos rubios. Eran dorados y brillosos y tenían algunas ondas, me gustaba, me hacía sentir poderosa. Caminé entonces a la escuela —que quedaba a unas siete cuadras—, pero me entretuve en una plaza del pueblo, alimentando a unas palomas con algo del pan que llevaba para el recreo. Cuando miré el reloj de muñeca que traía, ese de color rosado con flores violetas que me había regalado una amiga de mi madre, me di cuenta que se me había hecho tarde. ¡No podía llegar tarde a la escuela! Siempre me entretenía con algo y me retrasaba, la directora me había advertido que si sucedía una vez más llamarían a mi padre. Y si llamaban a mi padre, ya podía olvidarme de los tenis con luces para siempre.
Tomé la mochila y me la puse al hombro, me dispuse a correr. La mañana estaba bella y podía sentir el viento chocando por mi rostro y esa sensación de volar. Elevé mis brazos y fingí moverlos, aletear con ellos... cerré los ojos para probar si podía correr en línea recta sin ver el camino. Entonces escuché una bocina tan fuerte, tan cerca que casi me rompió el tímpano. Todo sucedió demasiado rápido, el impacto de aquel auto por mi cuerpo, aquel profundo dolor en la espalda, otro golpe en mi cabeza, mis piernas y todo se puso negro.
Cuando desperté estaba desorientada, sentía la cabeza abombada y un zumbido agudo parecía haberse instalado en el interior de mis oídos. Llevé mis manos a mi frente y al tacto descubrí unas vendas que la cubrían. Al mover los brazos sentí pinchazos en ellos y pude ver agujas entrando y saliendo por todas partes. En mi nariz algo picaba, la toqué y encontré tubos allí también. Estaba asustada, ¿Dónde estaba? ¡Voy a llegar tarde a la escuela!
—¿Celeste?, cariño... Despertaste. —La voz cariñosa de mi abuelo Paco llenó el lugar y busqué con la mirada de dónde provenía. Él estaba allí, sentado a un costado de mi cama mirándome con ternura pero con tristeza, sus ojitos estaban rojos y parecía haber llorado mucho.
—Abuelo Paco... ¿Dónde estoy? ¿Qué pasó? —Le hablé tomándole de la mano.
—Estamos en el sanatorio, princesita. Un auto te ha atropellado, parece que no atendiste para cruzar —dijo suspirando, parecía haber culpa en su mirada—. Debí haberte acompañado, le había dicho a tu madre que aun eras pequeña para ir sola.
—Pero siempre voy sola abuelo. Es que me entretuve con las palomas de la Plaza Verde y luego corrí para llegar a tiempo, jugaba a correr a ciegas y no me percaté de que llegó la calle. No recuerdo nada más solo un dolor muy fuerte en la cabeza y en las piernas. Pero la directora dijo que si llegaba tarde iba a llamar a papá y si papá se enoja no me comprará los tenis con luces. —El abuelo cerró los ojos en un gesto que denotó mucho dolor y luego suspiró—. ¡Abuelo, debo llegar a tiempo a la escuela! ¿Puedes llevarme? —pregunté ansiosa.
—Celeste... han pasado cuatro días de aquello, en la escuela saben que estas aquí. No te preocupes.
—¿Cuatro días? —pregunté alterada—. ¿He dormido por cuatro días?
—Si... Celeste... Pero hay algo de lo que tenemos que hablar.
—¿Podemos hablar después abuelo? Necesito ir al baño. —Levanté las sabanas que me cubrían para mover las piernas y bajarme... y entonces... no tenía piernas.
Grité desesperada, al ver que allí no estaban mis piernas ni mis pies. Unas gasas blancas y gruesas cubrían parte de mis muslos y mis rodillas.
—¡¿Dónde están mis piernas?! ¡¿Abuelo, mis piernas?! —Movía mis piernas inexistentes una y otra vez, buscaba entre las sábanas, gritaba asustada y lloraba.
El abuelo Paco se levantó y me abrazó tratando de calmarme, en medio de los gritos había desenchufado varios cables y las alarmas de los aparatos empezaron a sonar. Un par de enfermeras ingresaron al lugar y al darse cuenta de lo que sucedía intentaron calmarme.
—¿Pero cómo voy a calmarme si no tengo piernas? —grité más fuerte y las empujé, casi me caigo de la cama y me lastimé el brazo en donde una de las jeringas insertadas empezó a sangrar. Lloré aún más y luego una de ellas inyectó algo en mis brazos y todo se volvió paz, todo se volvió blanco.
—Mis piernas... —murmuré antes de dormir.
Me desperté unas horas después, mi abuelo seguía allí y ahora también estaba mi madre. Abrí los ojos y los vi dormir. Pensé que aquello había sido un sueño, yo podía sentir mis piernas, las sentía e incluso me dolían aun... Recordé ese dolor intenso antes de perder la conciencia luego del accidente. Las piernas dolieron mucho, demasiado, tanto que no lo pude soportar y me desmayé... o algo parecido.
Levanté las sábanas con miedo, mis piernas no estaban allí, no había sido un sueño. Lloré, lloré mucho pensando en las clases de gimnasia en las cuales nunca podría volver a participar, en mi sueño de ser bailarina y en mis tenis... ya no los quería, ya no podría pisar y encender las luces que traían en los talones. Lloré aún más...
Pensé en aquella mañana y me arrepentí, quizás esto era un castigo de Dios por haberme quejado de mis padres y su pobreza. Sabía que ellos trabajaban arduamente y yo esa mañana los odié por no poder comprarme ese zapato, odie mis zapatos viejos por ajustarme y sacarme ampollas... y justo en ese momento hubiera dado todo por poder ponérmelos.
—Fue mi culpa... fue mi culpa —sollocé con desespero, mi abuelo despertó.
—No hija, no fue tu culpa. A veces las cosas solo suceden —me consoló.
—¿Pero por qué a mí? ¿Qué hice de malo? ¡Esto es injusto! —Me quejé de forma lastimera, mi abuelo comenzó a llorar.
—Las cosas pasan todo el tiempo, la vida es así Celeste. Pero tú eres fuerte, tú saldrás adelante, te sobrepondrás a esto y serás feliz. Yo lo sé, te lo prometo hija.
—Pero ¿cómo volveré a ser feliz si no estoy completa abuelo? No podré caminar nunca más, ni bailar, ni jugar, ni correr o patinar... No puedo ser feliz así. Nunca lo seré.
—La felicidad no está en esas cosas mi pequeña, deberás buscarla dentro de ti. Tú no eres una niña incompleta, Celeste. Has perdido las piernas, pero no has perdido tu esencia, ni tu sonrisa, ni la chispa de alegría con la que llenas nuestras vidas. Casi te perdimos, hija, no sabíamos si vivirías. Estuviste grave. Entiendo que te sientes mal y triste, pero tienes que verle el lado bueno a esto. ¡Estás viva, Celeste y ya verás que todo saldrá bien!
Mi abuelo me hablaba así todos los días pero yo no tenía ganas de salir adelante, no tenía ganas de vivir así. No me imaginaba una vida de esa forma, incompleta. Aquello no había estado en mis planes nunca, pero entonces aprendí que la vida puede cambiarte el rumbo de un segundo al otro y solo te queda recalcular el camino, volver a intentarlo, reinventarte.
Tenía diez años cuando sucedió aquello y cumplía los once cuando mi abuelo llegó a mi casa con un regalo para mí, se lo notaba emocionado y feliz. Normalmente cuando estaba conmigo lo intentaba, intentaba mostrarse feliz pero yo veía su angustia y la tristeza que teñían su rostro. Aquella tarde se acercó a mi cama, era uno de esos días en los que me sentía triste, mal, y no quería levantarme; además aun guardaba algo de reposo aunque ya empezaba con las fisioterapias y demás.
—Te contaré un cuento, pero éste no es inventado, es la vida de una persona que realmente existió. —Mi abuelo adoraba inventar historias infantiles, tenía miles de libros de cuentos que él escribía y dibujaba... Siempre me contaba historias pero en este caso y como él mismo lo dijo, me contó la vida de Frida Kahlo.
Lo escuché atenta, no podía creer lo que aquella mujer había sufrido y como aun así había logrado superar todos los obstáculos. Ella había vuelto a caminar aun cuando los médicos le dijeron que no lo lograría, y pintar era su escape. Yo cuando eso no sabía pintar ni una flor, era malísima con los dibujos.
—Que buena historia, abuelo... —comenté cuando la acabó.
—Si ella pudo tú también podrás. No te dejaré caer nunca, Celeste. Saldremos de esto juntos y tú serás feliz.
—Pero yo no podré caminar como ella porque a mí me cortaron las piernas.
—Hay una frase muy conocida de Frida que dice así: «Pies para qué los quiero, si tengo alas para volar».
—Pero yo no tengo alas abuelo. —Me quejé con dolor, aun no era capaz de entender las metáforas que él utilizaba a veces.
Entonces mi abuelo sacó un maletín; en él había muchas pinturas de distintos colores, pinceles, una paleta de pintor y un enorme lienzo en blanco.
—Te regalaré alas, Sirenita. —Y fue la primera vez que me llamó así, luego me entregó aquellos materiales y sonrió—. Puedes pintar tu vida con los colores que quieras Celeste, nunca dejes que nada ni nadie te impongan el color que elegirás, ni siquiera tú misma. No permitas que la tristeza de este instante tiña tu vida de negro. Así lograrás convertirte en una chica llena de colores. Todo pasa, Sirenita... y esto también pasará.
Sonreí ante sus palabras de aliento y me sentí feliz de contar con él. Le pregunté por qué me llamaba Sirenita... pero eso... ya es otra historia...
***
Bueno, ¿qué les pareció?. Para los que nunca lo dedujeron, eso quiere decir que nunca leyeron "La chica de los colores". Celeste, la protagonista de este cuento es también la protagonista de esa novela, que es una de mis historias y la puedes encontrar entre mis obras. Además este era el nombre original que le iba a poner a esa historia.
La idea era inventar un cuento en donde les pueda contar algunas cosas que no se ven en la novela o que se pasan muy al ras. Es un regalito para quienes amaron esa historia y un incentivo para quienes aun no la leyeron, para invitarlos a leerla.
El cuento va dedicado a alguien a quien sueño y espero ver leyendo la novela...
¡Un beso a todos y que tengan una gran semana! Feliz día de las madres a quienes lo celebran hoy, o el 10 o en mi país el 15.
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