21. Creer en la magia (Cuento de Navidad)
Hola, antes que nada quiero desearles una ¡Feliz Navidad! Espero hayan pasado un día hermoso rodeado de sus seres queridos, hoy es un día para hacer saber a quienes amamos que los amamos y lo importante que son para nosotros, ¿no? Espero lo hayan hecho ustedes.
Bueno, este cuento es un regalo para todos ustedes en esta Navidad, pero especialmente para mi #EstrellaInvisibleDeNavidad un juego que hicimos en mi grupo de Facebook Secretos de Lunna. Así que AyleenContrerasM espero que lo disfrutes.
Sin más, los quiero mucho, gracias por estar siempre a mi lado.
Todavía recuerdo la emoción que sentía en estas épocas durante la infancia, puedo ver en la mirada de los pequeños ese brillo que ilumina sus rostros mientras ansiosos escriben sus cartas para pedir sus regalos con toda la convicción del mundo en que los recibirán.
Ojalá yo tuviera esa seguridad, ojalá pudiera creer ciegamente que un hombre robusto de larga barba blanca, vestido de rojo —o de verde—, llegará mañana en la noche y dejará en mi chimenea lo que más anhelo, a ti...
Recuerdo que la juventud llevó las expectativas de mi niñez y me dejó otras, que aunque diferentes no eran tan malas, la Navidad se había convertido en un momento de recreación. Ya los regalos no eran el condimento principal, sino los amigos, las fiestas, estar juntos.
La adultez y las responsabilidades trajo consigo el adormecimiento del espíritu navideño, pero entonces llegaste tú. Tú que me hiciste sentir de nuevo como un niño, iluminaste mi mundo con tu luz, me invitaste a soñar, me hiciste renacer e inundaste mi vida de amor.
Hasta que te fuiste, un día como hoy justo antes de Navidad.
Estoy aquí, parado como un idiota frente al centro comercial que prefieres, casi escondido tras un carro de comida callejera fingiendo ser una persona normal, alguien que está aquí por casualidad, no alguien que está esperando como un psicópata a que llegues a hacer tus compras de fin de año. Miro entre las personas que caminan felices y cargadas de bolsas de distintos tamaños y colores y me pregunto por qué, por qué la felicidad ha escapado así de mí, ¿qué le he hecho yo a la vida?
Me gusta imaginar qué hubiera elegido para regalarte mañana, ¿una pulsera? Quizás un bolso, aún recuerdo que te encantaban, o podría ser uno de esos zapatos de tu marca favorita, esos que solía quejarme cada vez que los comprabas ya que me parecían caros y tu obsesión por ellos era desmedida.
Me río solo, cuánto daría ahora por regalarte una habitación llena de ellos, por comprarte la mismísima fábrica de zapatos si con eso lograra conquistarte de nuevo. Pero qué más da, ni el dinero ni las cosas compran la felicidad.
Veo a un hombre salir sonriente con una bolsa de la tienda de perfumes, puedo ver la ilusión en su rostro, espera que su pareja lo disfrute, lo abrace y probablemente le dé un beso en agradecimiento. Me pregunto cuántas veces me he visto así, me pregunto si ese hombre sería capaz de percibir que algo cambió en la relación y que ella ya no es la misma de antes, o acaso será como yo, que no lo noté hasta que ya fue demasiado tarde.
Trato de contener la rabia que bulle en mi interior, aun no entiendo lo que ha sucedido, por qué has dejado de quererme, aún me cuestiono qué es lo que pude haber hecho diferente. Me pregunto si me piensas de vez en cuando, si alguna vez te arrepientes de haberte ido, si me extrañas, si me recuerdas. Y la respuesta es tan obvia como mi incapacidad de superarte, si me recordaras, si me extrañaras, si me necesitaras, ya me habrías buscado... y nunca lo has hecho.
De pronto puedo sentir tu presencia en el ambiente, es como si una parte de mí despertara por solo tenerte cerca. Levanto la vista y allí estás, junto a Mila, tu mejor amiga. ¡Cómo la envidio ahora! Envidio a Mila por permanecer a tu lado, por saber lo que sientes, por compartir momentos contigo, pero no solo la envidio a ella, envidio a tus compañeros de trabajo que pueden verte a diario, a tus maestros, a la cajera que te atenderá en unos minutos cuando ingreses a una tienda, al mozo que te servirá tu café favorito. Envidio al viento que es capaz de acariciar tu piel, al agua que utilizas para bañarte y que recorre todos los espacios que una vez fueron míos, envidio a la ropa que usas por poder abrazar tu cuerpo, envidio a la vida que vives, porque cuando te fuiste, te llevaste a la mía contigo.
Hay veces que siento que me estoy volviendo loco, que no puedo callar a mi cabeza, que el cerebro me estallará mientras siga oyendo mis propios pensamientos acosándome, estrujando mi alma, ahorcando mi ser.
Te detienes justo a la entrada del centro comercial, Mila ha recibido una llamada y al parecer han decidido esperar allí mientras contesta su teléfono. No puedo dejar de mirarte, traes el cabello más largo y mis dedos pican por acariciarlo, observas tu celular y sonríes, me pregunto cuántas veces te he causado esa reacción y cuándo fue que dejé de provocártelas. Reviso mi teléfono y te veo en línea, a solo unos metros estás escribiendo un mensaje que seguro no es para mí. Me pregunto cómo reaccionarías si yo decidiera escribirte, me cuestiono cuánto me dolería ver que revisas mi mensaje y decides no contestarlo, me ato los dedos mentalmente para no escribirte mientras siento tangible la horrible distancia que se ha instaurado entre nosotros. ¿Cuándo fue que nos convertimos en dos desconocidos?
Un grupo de niños se aglomera a la entrada del Centro Comercial, están ataviados con túnicas blancas y alas de ángeles. Una mujer con una guitarra comienza a tocar mientras los chicos entonan villancicos. Tú sonríes porque Mila no puede escuchar nada y se aleja, pero mientras, te acercas a los niños y los observas. Aún los amas, aún los sueñas, aún imaginas que te conviertes en madre, solo que ya no conmigo.
Mi mente me engaña y quiero obviar el tiempo y el espacio, quiero acercarme como si nunca hubiera sucedido nada, abrazarte como tantas veces, besarte en la frente e ingresar contigo al centro comercial, pero no puedo hacerlo y siento que me estoy volviendo loco.
Mila regresa y te estira, ambas se pierden en la muchedumbre y de nuevo te has ido.
Camino de regreso a nuestra casa, esa que has abandonado y que también te extraña. Siento que no pertenezco al mundo, que estoy solo y que nunca podré recuperarme de esta tristeza que me embarga, hay sonidos de campanas, niños, hombres disfrazados de Santa Claus, trineos y un montón de adornos que solo significan nada, nada porque tú no estás aquí para darle significado a mi mundo.
Me coloco en una de las filas, hay como cinco niños delante y todos tienen una carta en la mano, pasa el primero y le susurra algo al viejo disfrazado de Santa, pasa el segundo y deja su carta en la bolsa, pero no dice mucho. Una niña pequeña llena de besos los cachetes del hombre y el cuarto niño llora de miedo cuando la madre lo invita a acercarse, la última niña que está delante, le ha regalado galletas y le ha entregado su carta. Entonces me llega el turno.
El hombre me mira en busca del niño que no se encuentra a mi lado y yo me encojo de hombros. La muchacha vestida de duende que está actuando de ayudante de Santa intenta ocultar una sonrisa y yo bajo la mirada confundido y avergonzado. ¿Qué demonios estoy haciendo?
—¿Qué es lo que quieres pedirle a Santa? —Me pregunta el hombre. Yo no respondo.
Es recién en ese momento en el que me doy cuenta lo perdido que estoy, tanto como para hacer el ridículo formando una fila para que un hombre a quien le pagan por disfrazarse me diga que estoy loco o se ría con sorna. Me alejo sin decir nada y esbozo un inentendible «lo siento».
Camino por las calles atiborradas de gente mientras intento huir de la vergüenza, de mis fracasos, de mis miedos, de mis recuerdos, de mi dolor. No sé cuánto tiempo pasa, pero cansado y confundido regreso el camino andado, un bar llama mi atención y la idea de olvidarte en vodka me atrae, necesito dejar de pensarte, necesito distraerme y callar a mi mente. Ingreso y tomo asiento en una de las mesas más escondidas.
El mozo trae mi pedido y yo me dispongo a quemar mi garganta y mis recuerdos con alcohol. Entonces él levanta su copa y me sonríe. No entiendo quién es hasta que el color de sus ojos se me hace familiar, sin la barba y el gorro Santa Claus luce más joven. Se acerca a mí y yo no sé cómo hacer que la tierra se hunda y me trague en este momento. El hombre se sienta.
—Hola, mi nombre es Lucio —dice y yo finjo una sonrisa mas no respondo—. ¿Qué ibas a pedirle a Santa hoy? —inquiere.
—Yo... olvídelo —digo y doy un trago.
—Una chica... ¿Un corazón roto? —inquiere y yo lo miro con curiosidad.
—Bueno...
—Se supone que la Navidad es una época de esperanzas, de paz, de amor, de felicidad...
—Se supone... —Lo interrumpo.
—Lo sé... Sé lo que es perder a alguien que amas y pasar las fiestas en soledad —dice y lo veo bajar la vista. Un par de arrugas se marcan a los costados de sus ojos y de pronto se ve bastante mayor—. Solía tener una esposa y un hijo, ¿sabe?, hace muchos años, él me pidió que lo llevara al centro comercial, allí estaría Santa Claus y él quería darle su carta. Yo no lo hice, me parecía una pérdida de tiempo, hacía dos meses había perdido mi trabajo y estaba malhumorado, llevarlo tan lejos y en medio del tráfico caótico para que le diera su carta a un idiota que no podía conseguirse un mejor trabajo que disfrazarse de un viejo gordo y aguantar durante todo un día a unos cuantos niños mientras fingía extrema felicidad. Le dije que ya estaba grande para creer en esas cosas y que venía siendo tiempo que dejara de creer en la magia...
Lo miro con sorpresa, no puedo imaginar a alguien con aquella mirada dulce siendo tan duro con un niño que encima era su propio hijo.
—Lo sé, soy un ogro —dice y sonríe con tristeza.
—No es eso... solo...
—Sé que es eso —repite y niega—. Y tienes razón, yo también lo pienso. Mi mujer se enfadó conmigo por haberle roto la ilusión en la víspera de Navidad, me dijo muchas cosas antes de marcharse y llevarle ella al centro comercial. Fueron en un taxi, uno que fue arrollado por un vehículo del transporte público que no respetó un semáforo.
—Oh... —digo sintiendo que se me estruja el alma. Los ojos del hombre se vuelven aún más claros mientras el agua chorrea de ellos.
—Sí, los perdí a ambos en la víspera de Navidad. La gente cree que perder a seres queridos en esta época duele más, sin embargo, no hay fechas para las despedidas... siempre duelen igual.
—No sé qué decir. —De pronto mis problemas parecían ínfimos ante el dolor de este hombre.
—Encontraron la bolsa de mi mujer y la mochila que llevaba mi niño, allí estaba la carta. Él le pedía a Santa un trabajo para que yo ya no estuviera de mal humor todo el día y volviera a sonreír. Eso decía la carta. —El hombre se lanza a llorar como si de un niño se tratara.
—Es horrible lo que tuvo que vivir, Lucio —digo mientras intento buscar palabras de aliento para una situación tan triste como la que me está contando. No encuentro nada más qué decir.
Espero en silencio y lo veo recomponerse con lentitud, se seca las lágrimas y se limpia el rostro con una servilleta, da otro trago a su bebida y una sonrisa triste se pinta en su rostro.
—¿A quién has perdido tú? —pregunta.
—Al amor de mi vida —respondo—. Pero no ha muerto, solo... se ha ido —añado sintiendo vergüenza de sufrir ante alguien que sufre más.
—Entiendo —dice y vuelve a beber—. Supongo que también duele que alguien que amamos salga de nuestra vida y más aún si lo hace por decisión propia —añade y yo solo asiento—. Me costó mucho reconstruir mi vida luego de esto, más de lo que puedes imaginar, pero lo he logrado.
—¿Cómo? —pregunto y él sonríe.
—Pasando por todas las etapas por las que tenía que pasar. Sufrí la pérdida, la culpa, el odio, el enfado, la resignación, de nuevo la culpa, la soledad, la incomprensión, la impotencia y otra vez la culpa, pero entonces caí tan hondo que ya no había más por abajo, solo me quedaba volver a salir a la luz o morir en vida. La carta de mi hijo pedía una sonrisa para mí, ¿cómo podía ignorar su último deseo? Me prometí a mí mismo que me recuperaría y luché porque así fuera... y ya ves, acá estoy.
—¿Y no le parece duro vivir estas épocas del año en soledad? —inquiero con curiosidad, él afirma.
—Todas las épocas son difíciles, pero tienes razón, estas son aún más complicadas. Por eso decidí trabajar como Santa. Todos los años pido permiso en mi trabajo para poder disfrazarme y regalar magia a los niños por unos segundos. En cada uno de ellos, en sus cartas, en sus besos, en sus sonrisas, puedo ver a mi pequeño y siento su perdón, siento su amor.
—Es usted admirable —digo con sinceridad y él sonríe.
—Solo soy un hombre que ha intentado salir adelante a pesar del horrible dolor de la pérdida, a pesar de las culpas.
—Sé que suena tonto lo que me sucede al lado de todo lo que ha vivido usted, pero no sé cómo seguir —admito y él sonríe.
—Nada es tonto si te duele y si te tiene mal. Lo único que puedo decirte es que si has hecho todo por recuperarla y no ha funcionado, la dejes ir. Suéltala, a veces amar implica dejar ir a quienes amamos. Amar significa ver más allá de nosotros, si yo lo hubiera hecho, si hubiera olvidado mi malhumor y lo hubiera llevado, quizás hoy ellos estarían aquí. Fui egoísta y los perdí. No la retengas más...
—No la retengo, ya la perdí —digo sin entender y él niega.
—La retienes en el dolor de tu alma, amigo —añade y recuerdo que no le he dicho mi nombre.
—Javier... me llamo Javier. —El hombre me mira con curiosidad y luego sonríe.
—Suéltala, Javier. Cierra los ojos y agradece su presencia en tu vida, perdónala y luego perdónate, entonces déjala ir, déjala ser feliz. Si es feliz lejos de ti, respeta su felicidad... —Sus palabras me duelen y derramo una lágrima sin pensarlo, soltar es tan doloroso pero sé que es todo lo que me queda por hacer, uno sabe muy dentro de su alma cuando ya ha hecho todo lo que podía y cuando no queda otra que dejar ir, uno advierte ese dolor incluso antes de admitirlo. Bajo la vista y me seco los ojos.
—Gracias... —digo y él asiente. Me pasa un papel y lo observo.
—Escribe una carta, pide lo que desees, pero no pidas que vuelva. No puedes forzar a nadie a hacer algo que no desea.
El hombre se levanta y va hacia el baño, supongo que desea dejarme un poco de privacidad, deja la mochila que carga en su asiento y yo saco un bolígrafo de mi bolsillo. Pienso qué es lo que deseo en realidad.
"Quisiera pedir que todo el amor que siento por ti se transforme en energía positiva y que caiga como lluvia sobre ti para que seas inmensamente feliz. Te amo, te amé y te amaré, pero necesito dejarte ir porque ya no puedo vivir con tu ausencia de compañera. Agradezco a la vida, a Dios o al universo, por haberte dejado ser parte de mi mundo aunque sea por un efímero momento, tu presencia ha construido mucho más de lo que tu ausencia ha destruido. Te pido perdón por fallarte, por no ser quien esperabas que fuera, por no haber sido suficiente y te perdono por todo lo que me duele haberte perdido y extrañarte tanto. Y te libero... si la magia de la Navidad existe, quisiera solo que el universo te dijera cuán importante eres en mi vida aunque no siempre he sabido hacértelo saber. Te amaré por siempre, porque no necesito tu permiso para amarte aunque hoy decida liberarte".
Doblo la carta y se la doy al hombre cuando regresa, él saca una bolsa roja llena de cartas que tiene en la mochila, reconozco que era la bolsa en la que metía la de los niños. Quiero preguntarle qué hace con ellas, pero prefiero no saberlo, por un instante deseo creer en la magia e imaginar que este hombre es Santa Claus. Le da un último trago a su bebida y luego se marcha, lo veo salir del local y suspiro. Estoy tan agotado mentalmente que siento que no puedo seguir, dejo un billete sobre la mesa y me voy a mi casa a dormir, de alguna u otra manera el aire se siente mucho menos denso, cierro mis ojos y me duermo como hace mucho no logro hacerlo.
***
—¡Hola, Don Lucio! —Giselle me saluda con su característica sonrisa, su mirada triste hoy se ve menos afligida—. ¿Recibió mi mensaje esta tarde? —inquiere y yo asiento.
—Sí, Giselle, me encantará pasar Navidad contigo y con Milagros —respondo y ella asiente, ambas viven en el departamento cuatro, justo al lado del mío y se preocupan mucho por mí. Hoy en la tarde, me envió un mensaje preguntando si deseaba pasar las fiestas con ellas.
—¡Fantástico, Don Lucio! —sonríe—. ¿Cómo le ha ido hoy? ¿Ha hecho feliz a muchos niños? —inquiere y yo asiento. Ella sabe mi historia, se la he contado una víspera de Navidad en la que estaba muy triste, aunque ella no me dijo el motivo de su tristeza—. ¿Tiene hambre? Ha sobrado comida.
Asiento y ella me indica que pase a su departamento, Milagros duerme en el sofá y yo sonrío. Voy a la cocina y ella me sirve un plato de sopa caliente, a veces pienso que mi esposa y mi hijo me han mandado a este ángel para que no pasara tan solo mi vejez.
—Cuénteme qué pidieron los niños —dice ansiosa mientras se sienta a mi lado.
—Lo de siempre, un auto, una muñeca, la casa de las muñecas, y los nuevos juguetes, ya sabes, el Play, el Xbox y un teléfono celular de último modelo —digo sonriendo—. Además hoy conocí a un hombre, no vino con ningún niño... él solo se acercó a pedir...
—¿Un hombre? —Rio ella con diversión y yo asentí—. ¿Qué pidió?
—Nada... se fue antes de hacerlo, pero me lo encontré luego y creo que quería pedir que regresara la mujer de su vida —digo y ella asiente.
—¡Qué romántico! —exclama, yo sonrío y asiento.
—¡Ojalá tuviera el poder para darle lo que desea! —añado—. Pero, creo que le he dicho lo contrario, le he dicho que la suelte —suspiro.
—¿Por? —pregunta ella con curiosidad.
—Porque estaba sufriendo mucho... lo vi en sus ojos —añado—. Y el amor no debe ser sufrimiento —agrego, ella no dice nada, solo baja la mirada. Sé que Giselle tiene el corazón roto, aunque no sé a qué se debe.
—El amor a veces es sufrimiento —dice y yo niego.
—Ese es el amor egoísta —afirmo—. Cuando aprendes que puedes amar a quien quieres, que eres libre de amar incluso cuando el otro decide no retribuirte, aprendes que el amor no debe ser sufrimiento, sino alegría solo porque el otro está vivo —añado y ella se encoje de hombros.
—Suena bien —susurra.
—El hombre tenía el nombre de mi hijo, ¿sabes? Y yo creo en la magia, en las señales del universo. Mi hijo debería tener más o menos su edad... Me gustó poder ayudar a alguien con el nombre de mi hijo y pensar por un minuto que hablaba con el hombre que pudo haber sido... —digo y ella sonríe.
—Nunca me dijo cómo se llamaba su hijo —dice y yo no respondo. No suelo pronunciar su nombre en voz alta, duele hacerlo. Acabo la sopa en silencio y luego me levanto para ir a mi departamento, estoy agotado y necesito dormir. Abro mi mochila para darle a Giselle un dulce, sé que le encantan y le guardé uno solo para ella, sonríe y lo toma mientras me acompaña a la puerta.
—Javier... se llamaba Javier —digo y sus ojos se tornan acuosos. Solo asiente y yo me dirijo a mi departamento luego de agradecerle una vez más y despedirme con un beso.
***
Veo a Don Lucio ingresar a su departamento y el nombre de Javier aún retumba en mis oídos. Es como si la simple unión de esas letras pudiera despertar a todas las mariposas de mi estómago, acelerar mis latidos y enervar los poros de mi piel. Hoy he pensado mil veces en él y terminar el día escuchando su nombre es demasiado fuerte, no creo en las casualidades, no puedo evitar pensar que esto es una señal.
Quisiera escribirle, he escrito miles de mensajes que he borrado sin animarme a enviárselo, he pasado horas viéndolo en línea y preguntándome a quién escribe, con quién habla. Quisiera explicarle todo, contarle lo que no sabe, pedirle perdón. Pero soy tan cobarde... ojalá tuviera la mitad de la entereza de Don Lucio, ojalá pudiera luchar por mi vida como lucha él que ha perdido tanto.
Ingreso al departamento de nuevo y voy a la cocina para limpiar los platos que me quedan antes de ir a dormir. Hoy fui al centro comercial e intenté comprar algunos regalos, algo para Mila y algo para Don Lucio, pero no pude dejar de pensar en qué le gustaría a Javier. Pasé por mi tienda de zapatos favoritos y no pude comprarme ni uno solo, a él no le gustaba esa marca, siempre se quejaba de que era cara y que perdía mucho dinero en esas cosas... Quisiera decirle que vendería toda mi colección si él me dijera que me perdona por haberlo dejado, andaría descalza el resto de mi vida si él me diera otra oportunidad.
Un papel está en el suelo y lo levanto, probablemente se cayó de la mochila de Don Lucio cuando me dio el dulce. Es una carta, mi curiosidad es más fuerte, la abro y la leo:
"Quisiera pedir que todo el amor que siento por ti se transforme en energía positiva y que caiga como lluvia sobre ti para que seas inmensamente feliz. Te amo, te amé y te amaré, pero necesito dejarte ir porque ya no puedo vivir con tu ausencia de compañera. Agradezco a la vida, a Dios o al universo, por haberte dejado ser parte de mi mundo aunque sea por un efímero momento, tu presencia ha construido mucho más de lo que tu ausencia ha destruido. Te pido perdón por fallarte, por no ser quien esperabas que fuera, por no haber sido suficiente y te perdono por todo lo que me duele haberte perdido y extrañarte tanto. Y te libero... si la magia de la Navidad existe, quisiera solo que el universo te dijera cuán importante eres en mi vida aunque no siempre he sabido hacértelo saber. Te amaré por siempre, porque no necesito tu permiso para amarte aunque hoy decida liberarte".
Mis lágrimas caen por mis mejillas, reconozco su letra, sé que se trata de él y aún no puedo procesarlo. No quiero que me libere, no quiero que me deje ir. De pronto todos mis miedos se esfuman y solo sé lo que debo hacer. Busco mi celular y entonces busco su nombre. Me pregunto si aún tendrá mi número entre sus contactos, si acaso me reconocerá.
«No me liberes... No me dejes ir otra vez. Por favor, tenemos que hablar...». Escribo mientras siento que mis manos tiemblan y el corazón amenaza con salirse de mi pecho. Su respuesta no tarda mucho en llegar, pero tengo miedo de abrirlo, finalmente lo hago.
«Ven ahora mismo si quieres, siempre he estado aquí. Aun así te libero, Giselle, el amor debe ser así».
No respondo, salgo así mismo como estoy.
***
El sonido característico que había elegido para su número volvió a sonar luego de tanto tiempo. Pensé que estaba soñando, sin embargo me desperté, el sonido había sido muy real. Localizo mi celular mientras me pregunto qué tan loco estoy para oír su sonido en sueños, sin embargo, no estoy loco, ni soñando, ni he imaginado nada. Su número, su nombre, su mensaje está ahí.
Me levanto nervioso, sé que viene para acá. El timbre suena, por algún motivo decide no usar su llave y lo respeto. Abro la puerta y la veo, tan cerca y a la vez tan lejos, quiero abrazarla y llorar.
—¿Ya no me amas? —pregunta y yo sonrío.
—¿Cómo podría?
—¿Estás enfadado? —inquiere.
—Ya no... Hoy he entendido que ni el orgullo, ni el rencor, ni el enfado, ni el mal humor, valen lo suficiente como para hacernos perder a quienes amamos de verdad —añado.
—Quisiera pedirte perdón pero no sé ni por dónde empezar...
—No necesitas hacerlo, ya te he perdonado, perdóname tú a mí.
—¿Yo? Fui yo la que me fui...
—Porque yo te dejé ir... algo tuve que haber hecho o dejado de hacer para que tomaras esa decisión.
—No fue tu culpa... —susurra y una lágrima cae por su mejilla.
—Ya no llores, amor, por favor...
—Te amo, Javier —dice con temor.
—Y yo a ti —respondo aún sin atreverme a tocarla, nuestras almas ya están abrazadas.
—Acepto que me liberes —dice y yo no comprendo, ella sonríe—. Y libremente vengo de nuevo hasta ti...
Entonces la abrazo, y ella me besa. Es en ese momento en que me doy cuenta que el único adorno que puse en mi casa fue el tonto muérdago, quizá porque ella lo adoraba y amaba que nos besáramos allí en cada Navidad, o quizá porque así tenía que ser. Entre besos y caricias una parte que solo Giselle puede despertar vuelve a renacer, el pequeño niño entusiasmado que hay en mí hoy elige creer en la magia, no en un Santa Claus en un trineo ni en regalos cayendo de la chimenea, sino en la magia del perdón, en la magia del universo o de Dios, en la magia de la vida y del amor.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro