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18. Mi corazón está de luto

Este texto lo escribí hace poco más de un año, cuando mi papá falleció. Estaba en otro libro pero lo estoy mudando... 

Él estaba viejito, su cuerpo que un día fue alto y fornido, fruto de años de entrenamiento deportivo, estaba cansado y enfermo. Sus manos, que un día fueron para mí el lugar donde podía sentirme segura y a salvo, estaban temblorosas y arrugadas.

No mucha gente sabe de él, la mayoría de mis amigos no lo conocieron, y los pocos que sí lo hicieron, solo lo vieron en algunos momentos importantes de mi vida. Él no vivía conmigo, pero él siempre estuvo allí.

Solía decirme "Mamuchi" o simplemente "Uchi"... Tuve la suerte de ser hija de un hombre que bien podría haber sido mi abuelo... un hombre que cuando yo era niña, ya no tenía demasiadas responsabilidades ni ocupaciones, no tenía que cumplir estrictos horarios ni preocuparse en demasía por su trabajo. Él me venía a ver todas las mañanas, en su pasión por hacerme comer sano, me sentaba en su regazo y me daba manzana con cucharita o cortaba una a una las pepitas de la mandarina, poniéndola en sus dedos para que me las comiera de una forma divertida. Me tomaba las lecciones de la escuela, o simple y espontáneamente, me llevaba a pasear a la plaza o al zoológico.

Mi papá nunca estaba apurado, él era como un niño más en un cuerpo de adulto. Me hizo una casa en el árbol, me enseñó a cazar mariposas (sin matarlas), pescábamos en el arroyo y luego devolvíamos los pececitos al agua porque yo no quería que murieran, subíamos caminando al cerro en exploraciones en las cuales juntábamos miles de flores silvestres. Me enseñó a amar la naturaleza, las plantas, los amaneceres y las flores... Me contaba historias de miedo, de personajes inventados por él con sus nombres fantásticos sacados de su imaginación, monstruos que no me daban miedo, porque él decía que eran sus amigos y que no me harían nada si estaba con él.

Lo recuerdo llegando en las tardes de invierno, enfundado en su sobre todo beige con su boina siempre puesta, cada día traía consigo un juguete, un animalito de esos d plástico, que tenían una base negra y que cuando los apretabas, se ablandaban por completo. Nunca llegaba a casa sin uno de esos, por ende yo tenía toda una colección de ellos, y los armaba cuidadosamente para jugar en el suelo, a los pies de mamá y papá, mientras ellos conversaban... Quizás no estaban juntos, y habían cosas que mi mente de niña no entendía ni aceptaba, pero jamás discutieron delante mío y se trataban con amistad y cariño.

Él era pelado, pero tenía algunos cabellos en el centro de su cabeza, que siempre me dejaba peinar, ponerle moños y cintas, también podía maquillarle o pintarle las uñas. Mi papá se bañaba en la piscina conmigo siempre y jugábamos en el agua, él hacía trucos con sus manos fingiendo que atrapaba peces que yo nunca encontraba. No recuerdo una sola vez que me haya retado o levantado la voz si quiera, él no hablaba mucho, casi nada... tenía un sentido del humor característico, con bromas que a mí me parecían geniales.

Durante la primaria, me buscaba todas las mañanas del colegio, llegaba media hora antes y estacionaba donde pudiera verlo, sólo para que supiera que ya había llegado y no tuviera miedo. Llevaba una docena de naranjas o mandarinas que pelaba mientras me esperaba, para que cuando subiera, ya estuvieran listas para comerlas. Y así veníamos hablando de la escuela, comiendo naranjas y mirando la calle, mientras manejaba tranquilo, nunca apurado.

Su pasión era el futbol y por supuesto, Olimpia, equipo donde jugó por mucho tiempo, así que el único momento en que se abstraía, era cuando había algún partido. La adolescencia y otras cosas, nos fueron alejando un poco, pero él siempre estuvo a mi lado, aunque no pareciera, aunque nadie lo viera... en silencio allí estaba... y mi lugar favorito era su regazo.

Quizás cuando alguien se va solo recordamos las cosas buenas, pero en realidad que mi papá solo pintó mi infancia de buenas historias, y aquello que dolió, hace mucho que ya no importa, cuando uno se hace grande, entiende las cosas, entiende a la gente... o simplemente, las acepta.

Hoy su corazón cansado dejó de latir, ya me había despedido, pude decirle lo mucho que lo quiero y escuchar que él me lo dijo también, cosa que como buen hombre de su época no era algo que solía hacer. Él no era perfecto, estaba lleno de imperfecciones, como todos, pero era mi papá, y me regaló la mejor infancia del mundo, una llena de magia, de juegos y sueños...

Si hoy escribo esto es sólo por desahogarme, soy parecida a él, no hablo mucho, y lo que tengo dentro muy poca gente conoce. Escribir es la forma en que libero mis sentimientos, es la forma en que mi alma respira, y quería que el día de su partida, supieran que mi papá, era un genio.

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