16. La niña y el colibrí
Este cuento fue el premio para la primera ganadora de los #JuegosDeLunna. La estrella de esa semana fue Juanita, de Colombia. Este es el relato que le corresponde, pero ella quiso regalárselo a su amiga así, que el cuento es para ella y Alicia es nuestra protagonista.
Música elegida: Colores en el viento
Alicia despertó temprano como todas las mañanas y suspiró buscando las fuerzas para levantarse y enfrentarse a un día más. Se giró sobre sí misma y buscó el lápiz con el que marcaba los días que faltaban para la Navidad. Ya hacía tres meses que había escrito su carta a Papá Noel pidiendo una caja de lápices de colores mágicos, ella estaba segura que si la conseguía podría llenar de colores ese lúgubre lugar en el que vivía, al menos eso le había dicho aquella señora que solía hacer la limpieza del orfanato cuando le contó un cuento sobre unos lápices de colores mágicos que eran capaces de cambiar toda una habitación en solo unos minutos.
Un sonido en la ventana llamó su atención, se levantó en silencio y caminó con sigilo, no quería despertar a ninguna de sus compañeras. Al otro lado de aquella pared oscura y sucia que delimitaba el rincón del mundo donde Alicia crecía, se veía un hermoso amanecer. El cielo celeste y limpio estaba teñido en diversas tonalidades: rojo, naranja, violeta. Alicia maravillada no fue siquiera capaz de identificar toda esa gama de colores.
—Está pintado con colores mágicos —dijo una suave voz proveniente de algún sitio. Alicia dio un respingo mientras buscaba con la vista al emisor—. ¿Te gustan? —Un colibrí apareció revoloteando alrededor del rostro asombrado de Alicia, ella enarcó las cejas.
—¿Puedes hablar? —inquirió entre asustada y sorprendida.
—¿Me puedes oír? —preguntó el ave.
—Eso creo... —murmuró Alicia pensando que se había vuelto loca.
—Te decía, Alicia, que...
—¿Sabes mi nombre? —interrumpió la niña y el colibrí que aleteaba frenético frente a su rostro pareció detenerse por unos instantes para observarla a los ojos.
—Escucha, Alicia, no tengo mucho tiempo, pronto despertarán las niñas. —Alicia asintió—. Solo vengo a contarte que aquel paisaje está hecho con colores mágicos —añadió.
—Me gusta, ojalá que pronto tenga mis colores mágicos también —sonrió con ilusión mientras perdía la vista en el horizonte.
Justo en ese momento, una brisa suave y fresca se coló por la ventana. El cabello rizado y oscuro de Alicia ondeó al ritmo del viento fresco y la niña sonrió, por un instante se imaginó pudiendo volar como esa pequeña avecilla que se encontraba enfrente a sus ojos.
—¿Sientes eso? —preguntó el colibrí.
—Ajá... y me agrada —dijo Alicia cerrando los ojos y estirando sus brazos como si quisiera volar—. Volar ha de ser divertido, ¿no es así? —preguntó.
—Lo es... pero tú también puedes hacerlo Alicia, puedes volar y puedes hacer paisajes tan bellos como el que estamos presenciando —dijo el colibrí. Alicia abrió los ojos y lo miró como si lo que dijera no tuviera el mayor sentido.
—¿Estás loco? Si yo me pongo a volar me caigo y me rompo unos huesos —respondió—. Y hasta que no tenga mis lápices no tendré los colores mágicos —añadió encogiéndose de hombros.
—Es que no entiendes, Alicia. Los colores y la magia están en ti —explicó el ave.
—¿En mí? —preguntó la niña observando sus manos y sus brazos en busca de aquellos colores pero no halló nada.
—Exacto —afirmó el colibrí.
—¿Pero dónde? —inquirió la pequeña sin dejar de mirarse.
—En tu imaginación, Alicia. Sé que quieres pintar el orfanato de muchos colores y hacerlo un lugar más divertido, pero no es el color de las paredes lo que cuenta, pequeña, es el color de tu corazón, los colores de tu imaginación. Mira, siente el viento que sopla, cierra los ojos e imagina que te llena de muchos colores, de todos los que a ti te gustan —dijo el colibrí y Alicia obedeció.
—Violeta, naranja, celeste, azul —recitó uno tras otros aquellos que eran sus colores favoritos mientras se imaginaba que ese viento la llenaba por completo. Entonces abrió los ojos y se observó de nuevo las manos, los brazos. Tenía los dedos pintados en amarillo y los brazos chorreaban rosa oscuro, las palmas de las manos eran naranjadas y su antebrazo estaba azul. Se miró las piernas que eran verdes y por el reflejo del vidrio en la ventana observó sus mejillas de color carmín, sus ojos, que solían ser negros, eran celestes y enormes. Alicia sonrió feliz—. ¡Estoy llena de colores!
—De colores y de magia, pequeña —susurró el ave—. Nunca lo olvides...
—¿Ya te vas? —inquirió la chiquilla con un dejo de tristeza en la voz.
—Me voy, Alicia, pero los colores se quedan en ti. No dejes que la opacidad del mundo se apodere de tu ser, no te olvides de imaginar y de soñar... y cuando sientas que has perdido tus colores, solo siente el viento, él te traerá más.
Y entonces Alicia vio al ave volar hacia el horizonte y difuminarse con el amanecer. Desde ese día la niña aprendió a ver los colores de los demás, y si alguien era muy gris, ella con su sonrisa le regalaba un poco de magia y de color.
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