14. Intenso azul
Cierro los ojos y me concentro en el suave sonido de las olas rompiendo tan cerca de mis pies, aíslo todo lo demás, no oigo ni las risas, ni las voces ni los gritos de los niños que juegan a unos metros. Abro los ojos lentamente y observo el azul del mar fundiéndose en algún intangible punto con el cielo más allá. De inmediato recuerdo el profundo color de tus ojos en los cuales solía perderme, me gustaba compararlo con el océano y soñar que era ese buceador temerario que se adentraba a investigar sus más recónditas profundidades. Sonrío irónico al pensar que quizás el oxígeno se me ha acabado y he muerto allí mientras nadaba en tus aguas.
Y es que ya no puedo respirar, desde que te fuiste solo me queda el mar, dejo que las aguas bañen mis pies e imagino que son esas mismas aguas que bañan los tuyos al otro lado del océano... Quisiera poder caminar a través de él y llegar a ti, quisiera ingresar al agua y caminar, caminar a través de ella con la certeza de que en algún momento estarás ahí. Me gusta mirar los mapas e imaginar que es en realidad tan poca la distancia que nos separa, sin embargo hay demasiada agua en el mar, tanta profundidad y oscuridad en el fondo de ese azul que me tragaría, tal como lo hicieron tus ojos.
Anoche te soñé, estabas triste no sé por qué, pero lo bueno era que estaba a tu lado y podía abrazarte, intentaba consolarte. Te sequé ese torrente de lágrimas que solo hacía más clara tu mirada. Levantaste la vista, aún podía verme en tus océanos, ibas a decirme algo, Y entonces desperté... Y toda la distancia que nos separa se hizo palpable, más tangible que nunca, pesada, agobiante, desesperante. Por primera vez comprendí que lo que en realidad nos alejan son mucho más que los miles de kilómetros que marcan en los mapas, esos podrían incluso superarse con voluntad, con amor, con compañía... Entendí que cuando las almas se separan... cuando ambas caminan en direcciones opuestas, o una se queda viendo partir a la otra... Es cuando el final se acerca y el miedo, la impotencia, el abandono amenazan con aparecer.
Todavía recuerdo la lluvia en tus ojos cuando me pediste que te esperara. «No me olvides, no me sueltes... volveré y todo será como lo soñamos». Caminábamos de la mano por nuestra playa mientras el cielo oscuro nos envolvía con ese manto de paz y silencio, todo en esa noche era triste, hasta la luna lloraba y las estrellas sufrían mientras eran testigos de nuestras almas rotas que se prometían un amor eterno que murió en el camino.
—¿Ves el océano? No parece tan grande en la oscuridad, ¿no? Estaré allá, al otro lado... y me sentaré en las noches en la playa y miraré la luna, mojaré mis pies y si tú haces lo mismo, estaremos conectados por el agua.
—Prométeme que volverás, que no me olvidarás —rogué sintiendo mis lágrimas caer.
—Lo prometo —-dijiste y una sonrisa tímida asomó triste.
Tomé tu rostro en mis manos y sentí que me hundía en tus ojos tan azules como la noche y el mar que ocupaba todo nuestro espacio en ese momento, absorbí tu aroma a sol y sal, respiré tu aire, me perdí en tu mirada tratando de atravesar con la mía tu alma e impregnarme en ti tanto como tu lo estabas ya en mí.
No lo logré, fracasé.
Y ahora vivo atado a un recuerdo que no me deja respirar, hundiéndome en la melancolía que me asfixia, que me agobia, que me mata lentamente mientras me aferro a tu recuerdo. Ya no queda nada de tu aroma en mi piel, ni el sabor de tus besos en mi boca... ya el tiempo borró tus huellas en mi cuerpo... ya solo me queda el azul del mar que me habla de la profundidad de tu mirada... profundidad en la cual muero lentamente mientras se va terminando el poco oxígeno que con las últimas fuerzas intenta llegar a mis pulmones.
Ya no intento salir a flote, estoy aquí letárgico, sosegado, perdido en esta melancolía que ata mis manos y mis pensamientos a ti. Sé que ya estás con otro, que no me extrañas ni me piensas, que cuando caminas por la playa ya no soy quien sujeta tu mano. No soy quien limpia tus lágrimas, cobija tu alma ni venera tu cuerpo. Y lo peor es que ni siquiera pude verte a los ojos cuando me decías que todo había acabado, no pude mirar en ellos para intentar encontrar mis respuestas. Y así me quedé atrapado...
No quiero dejarte ir, no quiero olvidarte... ni siquiera sé si pueda hacerlo. Quiero aferrarme a la esperanza de que quizás un día decidas regresar, deseo quedarme aquí esperando, hundiéndome en la arena cada que viene una ola y azota mi cuerpo, fijarme en este sitio en el que me dejaste, para que si te pierdes puedas encontrarme otra vez.
¿Alguna vez sentiste la impotencia de ver cómo pierdes a alguien que quieres y no puedes hacer nada para impedirlo? Y mientras recuerdas las palabras bonitas, las promesas, los momentos, el futuro que no fue, todo va diluyéndose frente a tus ojos..., haciéndose polvo que el viento lleva...
Tu recuerdo llega fuerte como una ola, me golpea y me despierta, para luego retirarse de la misma forma que las olas que regresan al mar y se llevan arena y caracolas... Así me estira, así me arrastra a lo profundo donde entre la tristeza y la melancolía quedaré encerrado hasta por fin ahogarme. De pronto estoy solo, parado allí observando el vacío que quedó donde antes hubo algo, donde antes hubo mucho, donde antes hubo todo.
Y otra vez estoy solo... ni siquiera sé si estás al otro lado, quizá no haya «otro lado»... Quizás el «otro lado» sea para ti cualquier sitio donde no esté yo, mientras para mí no hay sitio donde no estés tú. Estás en mi cama, en la cocina, estás en la tienda o en la sala, estás en el patio o en la biblioteca... estás en todos los sitios donde antes estuviste y donde ahora vive tu recuerdo... Estás en mí...
La noche cae sin percatarme, el frío entumece mi piel y mis sentidos y se lo agradezco, de alguna forma eso me recuerda que estoy vivo. Me levanto con dificultad, demasiadas horas quieto con la vista fija en el horizonte. Camino hacia la casa y antes de entrar me volteo.
El mar, el cielo... intenso azul... tus ojos... de nuevo tú.
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