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12. Cómo duele el adiós

¡Hola! Hace mil que no escribo un cuento, pero ustedes saben que lo hago cuando lo siento, cuando me fluye... Y hoy tenía ganas de escribir uno, a ver si salió bien. ¿Me lo dicen en los comentarios?

La música que usé para inspirarme "Cuando se ama" de Laura Pausini, ya que esta semana estuve en su concierto.

Espero lo disfruten... o lo sufran jajaja

Lo veo levantarse, él piensa que duermo, pero últimamente eso es lo que menos hago, la preocupación, el miedo, el dolor me agobian. Se mete al baño a darse una ducha y luego sale con la toalla liada a sus caderas. Lo miro en secreto mientras busca lo que se pondrá, aún me gusta tanto como el primer día, su cuerpo, su cabello negro y rebelde, su piel morena con algunas gotas resbalándose rebeldes, colándose en su piel... Se deshace de la toalla mientras se pone el bóxer, luego las medias y el pantalón. Eliges una camisa, la azul que tanto me gusta, la que compró para nuestro aniversario del año pasado... me parece ya tan lejos aquel día.

Se la coloca sobre los hombros y se voltea a observarme, me descubre mirándolo y sonríe.

—Buenos días —saluda.

—Hola... —respondo con timidez.

—Voy tarde —añade mirando el reloj que cuelga en la pared—. Esta noche no creo que llegue temprano, vienen unos empresarios extranjeros y Lorenzo me pidió que lo ayude en la reunión, ya sabes que él solo no puede —sonríe nervioso mientras intenta encajar los botones de la camisa.

Me pregunto si en realidad me considera tan tonta, si piensa que en serio creo esas historias fantásticas de reuniones que implican trasnochadas y de las que siempre llega con olor a mujer, y no a cualquier mujer. No respondo, no sé qué decir.

—¿Por qué no aprovechas y sales con Luciana? —pregunta intentando que el abandono así se sienta menos doloroso. No respondo, solo suspiro—. Eres algo insoportable, ¿sabes? —musita incómodo ante mi silencio que le deja oír sus propias culpas. Sale de la habitación con los zapatos en la mano.

Suspiro...

¿Soy algo insoportable? Soy yo la que está soportando cosas que nunca imaginé, viendo como pisotea mi dignidad y mi autoestima mientras se revuelca en la cama de Daniela.

Trato de apagar mi mente, mis pensamientos, trato de acallar a esa voz que me dice: «¿Hasta cuándo piensas aguantar? ¡Eres una tonta!». No hay nada peor que sentirse estúpida.

Escucho el sonido de sus llaves y luego la puerta que se cierra y me tapo con la sábana hasta la cabeza. Quiero desaparecer, quiero quedarme aquí en la cama durmiendo y nunca volver a despertar, quiero hundirme en la tristeza y dejar que el mundo se termine de desplomar sobre mí... No tengo ganas de enfrentarlo, no tengo ganas de vivir la vida hoy... ¿Por qué simplemente no puedo vivir en un libro y adelantar las páginas hasta llegar a la parte donde recupero la alegría y las ganas de vivir o donde me pasa algo increíble?

No sé cuánto tiempo paso alternando sueño y vigilia pero siento mi estómago rugir. No tengo ganas de levantarme ni de comer en este momento, sin embargo la luz del sol colándose por mi ventana es demasiado brillante y me molesta, no quiero luz sobre mi tristeza.

Me levanto haciendo un gran esfuerzo y camino lentamente hasta la cocina. Abro la heladera para encontrarme con un tomate viejo, un poco de leche, jugo y una manzana. No hay nada, no me importa... Samuel ya ni se da cuenta, nunca viene a comer. Tomo la manzana y me voy hasta el sillón para comerla. Enciendo la televisión con la idea de engañar a mi cerebro a ver si deja de hablarme, intento confundir a mi mente que me tira preguntas como: «¿Ya la habrá llamado a desearle un buen día?».

El celular suena y me levanto para alcanzarlo. Me queda poquísima batería, olvidé cargarlo anoche.

—¡Hola, Camila! —Es Luciana, siempre tan alegre y divertida. No sé cómo es que somos mejores amigas, somos tan distintas—. ¿Por qué no estás en clases? —pregunta.

—No tengo ganas de ir —explico mientras doy una mordida a mi manzana.

—¡Qué casualidad! ¡Yo tampoco! ¿Voy a tu casa y salimos de compras? —pregunta y me encojo de hombros como si me pudiera ver—. ¡Bueno, allá te veo! —Se responde ella misma y cuelga.

No sé si tengo ganas de verla hoy, de seguro intentará animarme y no quiero, no quiero animarme.

Cuando llega sigo en el mismo sitio en el que estaba cuando llamó. Exclama un gritito de susto y exagera una cara de asco al verme desaliñada y en pijamas. Me insiste que me lave los dientes y tome una ducha. Lo hago, a regañadientes y para no escucharla gritar como si fuera mi madre.

Salgo del baño y la veo acostada en mi cama mirando algo en su celular y riendo.

—Este tal Walter quiere volver a salir —explica.

—¿Cuál era Walter? —pregunto mientas me pongo la ropa interior y busco un vestido de verano. Luciana me confunde con tantos chicos con los que sale.

—El rubio que te conté, el que tiene un hijo —agrega y solo asiento. No lo recuerdo pero no me interesa ahora mismo. Se vuelve a concentrar en el mensaje que está escribiendo mientras peino mi cabello. Recuerdo lo mucho que odiaba Samuel que yo saliera con Luciana, le preocupaba que conociera a otros chicos y lo desplazara... ¡Qué irónico! Ahora todos los días me insiste que haga algo con ella, quizás está buscando que conozca a otro chico, así él queda libre de culpas y puede hacer lo que desee. Así puede dejarme de una maldita vez.

—¿Qué te hizo Samuel hoy? —pregunta Luciana dejando el celular a un lado de la cama.

—Nada... nunca me hace nada. Nunca está para hacerme algo —respondo dolida, herida, lastimada.

—¿Por qué no vamos a comprarte algo de ropa sexy? Así lo esperas esta noche bien preparada y le das eso que solo tú le puedes dar —dice guiñándome un ojo. Luciana piensa que todo en esta vida se reduce al sexo, con el sexo se arreglará el mundo para ella.

—Llegará tarde —respondo—. Dijo que tiene una reunión con Lorenzo —añado.

—Lorenzo no tiene una reunión hoy, es el cumpleaños de Mara, no se lo perdería por nada del mundo. —Obvio que Luciana sabe dónde estará su hermano y compañero de trabajo de mi marido. Obvio que yo lo sabía cuándo Samuel me lo dijo. Mara es su novia desde hace siete años y sé perfectamente que hoy es su cumpleaños.

—Pues ya ves, ni siquiera se preocupa en idear mentiras creíbles —musito abatida sentándome al lado de mi amiga en la cama, ella me mira con tristeza y coloca su mano sobre la mía.

—¿Crees que la verá hoy? —pregunta sabiendo ya la respuesta.

—La ve todos los días, Lu —digo y la voz se me quiebra. Una lágrima se derrama rebelde por mi mejilla y mi amiga me abraza.

—No sé por qué no te largas de aquí de una buena vez, puedes venir a mi casa. ¿No te das cuenta que está burlándose de ti? ¿Por qué dejas que te humille así?

—No lo sé —me encojo de hombros—. Supongo que soy una tonta que aún lo ama y no quiere perder las esperanzas. Estamos por cumplir ocho años juntos y pensé que... pensé que todo sería como el año pasado. ¿Recuerdas todas las sorpresas que me preparó?

—Lo recuerdo —suspira Luciana—. Pero eso no va a suceder este año.

—Solo llevan dos meses de conocerse y lo ha cambiado tanto, Lu. ¿Qué hice mal? ¿En qué es ella mejor que yo? ¿Es más bonita? ¿Más buena en la cama? ¿Es más cariñosa? Yo lo he cuidado cuando estaba enfermo, he hecho cosas por él que jamás pensé haría por nadie... Yo nunca le he fallado... ¿Por qué, Lu? —Mi amiga solo niega con la cabeza desconociendo la respuesta.

—Quizá no es para ti, Cami —responde apenada—. A veces estas cosas suceden, sé que llevan mucho tiempo juntos pero quizás en algún lugar hay alguien mejor que él para ti.

Suspiro pensando en lo que dijo Luciana. ¿Entonces Daniela es mejor que yo para él? ¿Por qué?

—Llevamos tantos años juntos... no me imagino mi vida sin él. No puedo ni pensar en todos los momentos en los que me hará falta, los domingos en la tarde cuando vamos a andar en bicicleta por la playa juntos, o cuando arreglamos y limpiamos el departamento... Extrañaré regañarlo por dejar su ropa sucia tirada en el piso del baño, o dormir en su pecho... —sollozo ante aquellos pensamientos—. No sé si podré seguir sin él —digo con un hilo de voz rota.

—¡Claro que puedes, Camila! —dice mi amiga enfadada—. No entiendo por qué hablas como si fueras tú la que más pierde en esta historia. ¡Es él quien te pierde a ti! Y, ¿sabes qué?, un día se dará cuenta y ya será tarde. ¡No sabe lo que está haciendo! Tienes veintiocho años y has vivido mucho más tiempo sin él que con él. Claro que lo lograrás, y un día te darás cuenta que no valía la pena. No vale la pena llorar por alguien que no te valora, Camila —agrega enfática mirándome.

Sé que tiene razón, sé que este dolor está descolocándome y cambiando mis prioridades. Sé que mi vida no es él, que mi vida está en mi carrera, en el postgrado que estoy haciendo, en mis sueños de tener mi propia empresa. Pero en este momento parece que estoy encerrada en medio de un paréntesis, nada me importa lo suficiente pues el dolor agobia mi alma y me saca la respiración.

Es horrible sentir que quien amas se aleja de ti lentamente, es horrible saber que no puedes hacer nada para retenerlo porque simplemente ya no te puede ver ni es capaz de valorar nada de lo que hagas. Es doloroso sentir el hielo donde antes hubo fuego, es desgarrador mirar a los ojos a alguien y ya no encontrarte en ellos, sentir como te suelta la mano aquel que prometió no soltarte nunca, como día a día se convierten en dos desconocidos que ya no comparten nada, que ya no tienen de qué hablar. Como el amor y el cariño se convierten en hastío y cansancio. Es doloroso, es como agonizar... como morir lentamente, como si el aire fuera saliendo de tus pulmones y costara que volviera a entrar...

Luciana me insiste para pasar el día juntas, haciendo cosas que me ayuden a no pensar. No tengo ganas, además me es imposible no pensar; el dolor ha tomado todo mi ser, mi corazón y mis pensamientos como humedad que sube por las paredes. De todas formas acepto y salimos.

Almorzamos y luego vamos de compras, de allí paramos en el cine y luego la acompaño a su casa para buscar algo. Salimos de nuevo, caminamos y caminamos hasta que nos duelen los pies y cuando se hace de noche ella me invita a cenar. Estoy cansada y solo quiero volver a casa y dormir, dormir para no pensar, dormir para que deje de doler. Sin embargo insiste tanto que termino por acceder. Sé que sus intenciones son buenas.

Vamos a una pizzería en el centro y nos sentamos a comer. Por unos segundos me concentro en su historia con un chico al que conoció ayer. Necesito intentar prestarle atención y devolverle a mi amiga lo que ha hecho por mí hoy.

—Entonces, me llamó esta mañana y me dijo que...

Sus palabras dejan de tener sentido y se convierten en sonido de fondo cuando lo veo entrar. Lleva la misma camisa azul que lo vi ponerse esta mañana pero está desprendida en el pecho, dejándole un aire más rebelde y desaliñado. Su cabello se mueve ligero mientras mira con ternura a la pelirroja a quien lleva de la mano. Caminan ensimismados en su burbuja de amor y se sientan en una mesa algo alejada. Luciana se calla en algún momento para seguir la línea de mi mirada.

—¡Es un idiota! ¡Déjame ir a decirle lo que se merece! —exclama haciendo amague de levantarse, la tomo de la mano y la miro para que se siente de nuevo. Ella lo hace.

Los observo por un rato, ella sonríe mientras él envuelve un mechón de su cabello cobrizo y lo coloca tras su oreja. Ella acaricia su hombro derecho y luego se besan. Me quedo allí congelada, Luciana me observa atemorizada esperando que reaccione, que grite, patalee, que llore, que me levante y lo vaya a cachetear.

Mi mundo se vuelve silencioso, todo queda inmóvil a mí alrededor, como si el tiempo se hubiera detenido. Entonces siento un sonido interior, algo se ha roto. Puedo escuchar como si fuera vidrio partiéndose en miles de pedazos, no sé si es mi corazón o mi esperanza, no sé si son mis ilusiones o el amor mismo que tenía por él. Solo sé que nada podrá volver a unir esas pequeñas partes.

—¿Nos vamos? —pregunta Luciana y asiento. Ella insiste que pasemos a su lado para que vea que lo he descubierto pero yo decido ir por una salida alternativa. Él no necesita saber que lo he visto, él no necesita entender que finalmente he aceptado la verdad que he estado negando las últimas semanas.

Camino por la calle dejando que el aire fresco choque por mi rostro. Se siente horrible la traición. La impotencia nubla mi vista y tengo que respirar fuerte y rápido para sacar todo ese aire caliente que puja para salir de mis pulmones. Las lágrimas tratan de escapar de mis ojos y siento que mi corazón se hincha en mi pecho, incluso puedo sentirlo sangrar a causa de aquella herida que acaba de ser infringida en él. Lo sabía, yo sabía que me estaba engañando pero verlo lo hace distinto, lo hace real... lo hace tan tangible que es imposible encontrarle explicaciones o excusas y duele no poder hallarlas. Puedo escuchar mis latidos desde mis pies hasta mis oídos, sacuden todo mi cuerpo, sacuden toda mi alma...

No creo que exista un dolor más grande que el que causa la traición. Siento que me quema el alma y la marca para siempre. Pero entonces reacciono y me doy cuenta que era esto lo que necesitaba, asegurarme de que lo que sabía pero no quería admitir, era cierto... Y no hay nada mejor para matar al amor, que la traición. Lo deja malherido, maltrecho... tan agonizante que sientes que nada podrá salvarlo... Siento el dolor de la perdida, el dolor de lo que fue y ya no es ni será... el dolor profundo y agudo causado por la desilusión.

Llego a casa y saco una maleta, tiro en ella mis ropas y mis pertenencias. Luciana habla a mi lado, intenta calmarme, no sé qué está diciendo... No puedo ver por mis lágrimas cayendo y entonces las odio, las odio por estar demostrando que sufro, por estar cayendo por alguien que no las merece. Me las limpio y sigo con mi labor.

Escucho la puerta abrirse, no sé cuánto tiempo habrá pasado, he perdido la noción del tiempo, del espacio, de la vida misma. Luciana hace silencio y escucho que menciona su nombre. Entonces ingresa a la habitación, sonriendo como si nada...

Hipócrita.

Lo veo a los ojos y entonces se detiene, ha visto algo en mí que lo ha hecho reaccionar así. Mira a Luciana buscando respuestas pero ella sale de la habitación no sin antes decirme que me espera abajo. Puedo ver los ojos de Samuel observando mi valija.

—¿Qué pasa? ¿A dónde vas? —pregunta descarado como si no supiera la respuesta, como si no hubiera sido aquello lo que venía deseando hace tiempo. ¡Deshacerse de mí!

No le respondo, vuelvo a observar mis cosas y termino de cargarlas. Cierro la valijas como puedo.

—¿Cami? ¿Estás bien? —me pregunta con cinismo.

No quiero hablarle, no se merece mis palabras. Lo observo a los ojos intentando herirlo con mi mirada, intentando que nunca se olvide de cuanto estoy sufriendo, del daño que me está haciendo. Él parece notarlo e intenta acercarse.

—Amor... lo siento —se disculpa. ¿Cómo puede usar esas palabras en una sola frase? ¿Amor? ¿Qué clase de amor? ¿Lo siento? ¿Por qué lo siente si está haciendo algo que no ha intentado evitar?—. Yo...

No encuentra palabras, porque no las hay... no hay excusas. No puedo creer lo lejos que estamos, no puedo creer que ya no estemos juntos, que desde este momento él estará por su cuenta y yo por la mía. No puedo creer que ya no soy parte de él... no puedo entender al destino, no puedo creer que ha terminado.

Tomo la maleta y me marcho. Camino lento, paso por su lado mientras observo nuestros sueños de futuro desbaratarse uno al lado del otro, nuestros planes caer como dominó uno sobre el otro... Respiro mientras comprendo que estoy saliendo y cerrando una puerta y que no sé lo que hay fuera de ella...

—¡Camila! —intenta detenerme tomándome del brazo, pero es tarde. Ya no queda nada entre nosotros, ya ha matado mi dignidad, mi confianza y mi amor... Ya solo queda dolor y resentimiento, algo con lo que tendré que lidiar yo sola. Me zafo de su agarre, su piel rozando la mía por última vez, pero no en una caricia esta vuelta.

Me despido de él en mis pensamientos, agradeciéndole por los buenos momentos, por lo que hicimos bien. Lo miro una vez más y el baja la mirada, la culpa no lo deja observarme y puedo ver como se cuela en su ser como una sombra negra, atormentándolo. Son las consecuencias de las acciones... pienso.

Salgo de la habitación y me sigue...

—No te vayas, no me dejes —pide con la voz rota.

—Tú me has dejado a mi primero —respondo y entonces salgo.

Es ahí cuando me doy cuenta de que me había aferrado a algo que ya no existía, que estaba caminando de la mano de un muerto. Me decía a mí misma que hay que luchar por lo que amamos, pero no podemos obligar a nadie a devolvernos el amor, y en ocasiones rendirse también es parte de la lucha... en ocasiones soltar, nos ayuda a liberarnos, a hacer más liviana la carga y así poder volar.

Aun duele, y mucho... porque las despedidas duelen. Pero a veces es necesario decir adiós.

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