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11. Cuatro años

Para mi pequeño príncipe, el valiente y cariñoso Iki.

A veces es difícil poner en palabras tantos sentimientos que desbordan el alma.

Era una noche como hoy, y estaba igual que ahora, acostada mirando al techo y preguntándome si al día siguiente a esa misma hora, estaría aún aquí... Tú dormías pacíficamente en mi vientre abultado, inconsciente de que en la mañana irrumpiríamos en tu moradita de líquido y calor para sacarte de allí varias semanas antes de lo esperado.

Fueron treinta y seis semanas, las más intensas de mi vida. Días en los cuales conocí cara cara al miedo, lo miré de frente y me enfrió la piel, mientras me perdía en sus ojos negros profundos y enigmáticos y cual laberinto, no podía salir. Días en los que la incertidumbre se hizo mi fiel escudera, mi tormentosa compañía inseparable.

Al inicio solo quería alargar el tan incierto final, y hacia el final solo quería llegar a la meta y ver... Ver si lograría finalmente cruzarla y cargarte en mis brazos.

Te amé desde aquella calurosa mañana de diciembre en que me enteré que crecías dentro de mí, te amé incluso antes de eso cuando tras años de esperarte pensé que ya no venías. Te amé cuando te puse un nombre y un lugar en el asiento del centro en el auto para que tus hermanos mayores no se peleen por ese sitio, aunque cuando eso aun faltaban años para que llegaras. Te ame desde entonces, desde antes... desde siempre.

Soñé imaginando el color de tus cabellos, el color de tus ojos, el tono de tu piel. ¿Tendrías hoyuelos? ¿Te parecerías a papi, a mi o a cual de tus hermanos? Soñé contigo y recé sin descanso pidiendo a Dios que me dejara conocerte. Soñé y soñé, mientras más te soñé.

Hace cuatro años, una noche como hoy dejaba a tus hermanos y me despedía de ellos tragándome el nudo inmenso que se me atoraba en la garganta. Empujando al miedo a un lado los miraba a los ojos y les prometía que al día, siguiente a esa misma, hora nos veríamos de nuevo y tú ya estarías entre nosotros. Ellos te esperaban, papi te esperaba, yo te esperaba... Todos te esperábamos. Y yo esperaba cumplir mi promesa...

Yo solo quería poder conocerte y volver a abrazar a mis otros dos pequeños.

Temblaba... Todo en mi cuerpo y en mi alma temblaba cuando me colocaron en la fría camilla. Una habitación impersonal e impoluta me rodeaba y un cuadro de María me observaba solitario en medio de la pared. "Por favor, no quiero morir aquí", fue todo lo que pensé. Y entonces me entregué a mi suerte.

Muchos médicos, nervios en la habitación, nadie sabía qué podría suceder. El tiempo se me hizo eterno para verte, y entonces te oí llorar. ¡Estabas bien!

Gordito y rozagante como un bebé de termino te trajeron hasta mí. El miedo se hizo a un lado y me regaló un segundo de paz. "Te amo, bebé. Nunca lo olvides. Dios te bendiga siempre". Fueron mis pensamientos para ti. No sabía si volvería a verte.

Quise guardar tus ojitos en mi memoria, la ternurita de la textura de tu pielsita húmeda y caliente. Mi pequeño bebé.

Te fuiste en brazos del doctor, con papi atrás de ti. Con la mirada perdida intentando enfocarlo le pedí que te cuidara.

Y yo me quedé solita, en esa camilla fría, completamente vulnerable y expuesta... Abandonada a mi suerte y enfrentándome al momento más difícil de mi vida.

Nervios en la habitación, ansiedad y peligro se respiraban. Unos corrían, otros elevaban la voz. Los varios médicos eran todos prisa y sudor. La sangre se escapaba de mi cuerpo y de forma rápida la temida bolsa de color rojo oscuro fue colgada a mi derecha y empezó a adentrarse en mí. "Solo la usaremos si es necesario", me prometieron... Y cuatro volúmenes de sangre ajena a mí fueron necesarias.

Lo único que podía hacer era repetir una y otra vez mis oraciones rogando piedad, aferrándome a la fe. El miedo se burlaba de mi mientras observaba divertido en una esquina de la habitación la hora que por tantas semanas había esperado. El mejor y el peor momento de mi vida enfrascados en una sola experiencia.

Sudoroso y cansado el doctor dio por terminada la cirugía y se debatieron sobre mi destino: "¿terapia intensiva o sala normal?". El miedo reía aún más fuerte y yo seguía temblando.

Aun sintiéndome enferma, sin fuerzas ni colores. Con una debilidad extrema  y emocionalmente agotada, fui llevada a "sala normal". Ahí tú ya me esperabas. Mi pequeño muñequito quería tomar su leche. Y nos unimos por primera vez desde que saliste de mí en un acercamiento piel con piel, te aferraste sin problemas, y bebiste de mí. Y yo sonreí.

Te miré y me sentí obnubilada. Estábamos juntos, iba a poder conocerte, iba a verte crecer. No tenía fuerzas, ni color en la piel. El susto aun no me abandonaba, sin embargo estaba feliz...

Varios días de intenso dolor, noches en vela por el malestar, muchos momentos de desesperación, le sucedieron a aquel episodio. Sin embargo no te separaba de mí, no te alejaba de mis brazos, ni podía dejar de observarte; tan perfecto, tan hermoso, tan mío y yo tan tuya.

Tus hermanos vinieron a verte felices, ajenos a todo lo que pudo ser.   Yo estaba feliz de verlos también. Y entonces finalmente regresamos a casa... Y cuando todos hicieron silencio, papi y yo lloramos juntos. Abrazados y agotados por esta espera que costó tanto, por el temor que nos carcomía, por el triunfo de la vida.

Desde entonces han pasado cuatro años, hoy eres un niño hermoso y sano. Eres mi vida, eres mi luz. He vivido día tras día tu crecimiento, tus primeros pasos, tus primeras palabras, tus primeros besos y abrazos. Eres el niño más dulce del mundo, me desarmas con tus frases "Qué linda eres, mami", "Mami te amo mucho". Besas y abrazas a todo el mundo, tu corazoncito es bello y dulce, mi niño.

Llevas contando los días esperando el 20 de julio, así como yo los conté cuatro años atrás cuando marcaba en mi calendario los días que faltaban para verte. Esperas un camión grande que lleve muchos autos adentro y yo espero ver tu sonrisa cuando te lo de.

Cuatro años y ya no eres un bebé, ahora eres un niño, que para mí siempre será mi bebé. Cuatro años y se me hace que todo esto pasó ayer, y las lágrimas se derraman aun por mis ojos cuando recuerdo cada momento tan intenso que viví.

Sé que esto fue una victoria pero hace cuatro años también me cambió por completo la vida. El miedo me volvió vulnerable, me inyectó debilidad en las venas y ya nunca se aleja de mí. No se va de mi lado, lo siento como una sombra que me persigue escondido en la oscuridad de mis pensamientos. Entonces espera paciente y cuando estoy vulnerable se muestra de nuevo... Y sus ojos negros me hacen temblar, me arrincona y me recuerda de todo lo que es capaz y yo... yo no lo puedo manejar. Siento que clama venganza y me pregunto si alguna vez finalmente me abandonará...

Aquí en el silencio de la madrugada mientras duermes y escucho tu respiración acompasada, me permito un espacio para llorar y temblar. Para dejar que la melancolía me invada y que el temor se burle de mí mostrándome su rostro guardado en mis recuerdos. Mientras duermes, mi pequeño príncipe, revivo los momentos más duros y trato de drenar una vez más el sabor amargo que dejaron en mí.

Esta noche elevo una oración de agradecimiento, por tantas personas que estuvieron allí. Por la familia y los amigos, por las oraciones de los desconocidos, por quienes en todo ese tiempo pensaron en ti y en mí. Esta noche doy gracias a Dios porque puedo disfrutarte y verte crecer. Por tus cuatro años, por cada segundo de ellos... Y por todos los que aun tienes por delante.

Así mañana, mañana cuando amanezca ya no habrá espacio para el miedo y los malos recuerdos. No en tu día, no en nuestro día, el día que te abracé y besé por primera vez.

Mañana celebraremos tu día, iremos a los juegos y comeremos pastel. Soplaremos la vela con el número cuatro y te sacaré una foto cuando abras tus regalos. Mañana te abrazaré mucho mucho y te daré tantos besos como me lo permitas. Te diré que te amo y te miraré a esos ojitos tan tiernos que tienes y que tanto adoro. Mañana brillará tu sonrisa y se marcarán los pozitos que se te forman en las mejillas y bajo el ojito, porque mañana será un día feliz.

Te amo mi pequeño príncipe.
Feliz cumpleaños,

Mamá.

"Las palabras nunca alcanzan, cuando lo que hay que decir desborda el alma.

Julio Cortázar."

Gracias a todos por leerme siempre...

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