10. Tu amistad, mi tesoro.
Este cuento está escrito con mucho mucho mucho mucho amor, desde el fondo de mi corazón para mi mejor amiga. Nació anoche, cuando terminábamos de hablar y nos despedíamos, me quedé pensando en qué podía hacer para ella. Estamos lejos y no puedo regalarle algo tangible (todavía). Pero escribir me pareció buena idea, es lo que ambas sabemos hacer.
Y así nació esta historia.
Escribir no me llevó mucho, pero los dibujitos sí jajajaja. No es la primera vez que los hago, ya en LCDLC hay algo parecido... No serán perfectos pero están hechos con amor. Espero les guste a todos.
El 30 de julio es el día internacional de la amistad.
Bueno... para escuchar a la par de este cuento, escuchar "Las cosas que vives" de Laura Pausini. Vos también, "Lucero"... tenés que escuchar esa música porque te la dedico.
"En cada sitio que estés, en las cosas que vives, yo también viviré;
porque en cada sitio que estés, tu me llevas contigo dentro del corazón;
porque en cada sitio que estés, nos encontraremos unidos , es el destino"
Había una vez en un remoto país una niña llamada Cielo. Era una pequeña soñadora, espontánea, y cariñosa a la que le gustaba muchísimo escribir historias. Su corazón —como el de todos los demás de aquellas tierras—, estaba formado por piedras preciosas y semipreciosas de diferentes tamaños y medidas.
En aquel mundo, cada persona poseía una piedra, y cuando entraba a formar parte importante de la vida de otra, colocaba en el corazón de esa persona, su piedra preciosa o semipreciosa característica. Por tanto, en el corazón de Cielo había un montón de colores brillantes. Sus padres habían insertado allí las dos primeras piedras, una esmeralda y un zafiro azul. Su hermano había dejado un cuarzo. Además había un enorme rubí y tres brillantes diamantes. Muchas más piedrecitas de variados colores y tamaños, adornaban también el corazón de Cielo.
Aun así, en algunas ocasiones, Cielo se sentía sola. Sentía que no encajaba, que había cosas dentro suyo que no podía compartir con nadie... se veía a sí misma como si estuviese fuera del mundo que conocía.
En el corazón de Cielo, había un espacio, uno grande que no había sido llenado nunca, ninguna piedra tenía la forma de ese espacio. Hubieron personas en la vida de Cielo que le regalaron piedras que ella pensó quedarían bien allí, pero nunca encajaban. Cielo creía que por eso se sentía de esa forma.
Cielo era amiga de la luna, y por las noches le gustaba mirarla rodeada de estrellas por la ventana de su cuarto. Hablaba con ella y ésta le contaba historias que veía desde arriba. Cielo escribía después esas historias en su libreta naranja.
Una noche hermosa Cielo se asomó a su ventana para conversar con la luna, fue allí cuando vio un movimiento en aquella estrella que está siempre cerca del satélite blanco y redondo.
Para ver mejor lo que sucedía, Cielo corrió a la terraza y se acercó al telescopio de su padre. Desde allí enfocó a la luna y luego buscó a su incondicional amiga, la estrella de al lado. Entonces se asombró muchísimo al ver lo que allí había. Una niña como ella estaba sentada en aquella estrella.
—¡Luna! ¡Luna! ¿Quién es esa niña? —gritó Cielo a la luna.
—Es una amiguita con la que suelo hablar, justo como tú —respondió la luna—. ¿Quieres venir a conocerla? —preguntó
Cielo entusiasmada asintió y la luna le pidió que cerrara los ojos. La niña sintió entonces una suave brisa que la envolvía y unos segundos después oyó la voz de la luna diciéndole que ya podía abrirlos.
Cuando Cielo abrió los ojos, se encontró en una estrella. Era un sitio mágico y brillante cubierto por una nube de polvo de estrellas suspendida en el cielo como si miles de brillantinas hubieran sido desparramadas en el aire; pero no caían, quedaban allí suspendidas. Sus ojos brillaron de la emoción al ver a la luna tan cerca y luminosa. Entonces vio a la niña que la miraba sorprendida.
Era una niña muy bonita, su pelo era negro y largo, sus ojos eran oscuros y muy expresivos. La niña no sonreía pero sus facciones eran hermosas.
—¡Hola! —saludó Cielo con ese carácter chispeante.
—Hola —respondió la niña.
—¿Quién eres? ¿Vives en una estrella? —le preguntó y se apresuró a sentarse al lado de la pequeña.
—Me llamo Lucero y no vivo aquí. Vivo allá —dijo señalando un sitio del planeta lejano que se veía perfectamente desde aquella altura—. ¿Tú? —preguntó entonces la niña.
—Soy Cielo, y vengo desde allá —dijo ella señalando otro sitio hacia el otro lado del mismo planeta.
—¡Wow!, vives lejos de mi casa —exclamó la pequeña Lucero.
—Parece que sí —sonrió Cielo—. Pero desde acá nada se ve muy lejos —agregó—. ¿Qué haces aquí?
—Vengo cada noche a mirar los planetas. Me gusta mirar las cosas que la gente hace, desde aquí se ve muy bien. Luego voy a casa y escribo historias al respecto.
—¿En serio? ¿Te gusta escribir historias? —preguntó asombrada Cielo—. ¡A mí también me encanta! —exclamó
—¿De verdad? —preguntó Lucero y una sonrisa tímida se pintó en sus labios. Cielo pensó que se veía muy bonita cuando sonreía.
—Sí... Pero cuéntame una de las tuyas —pidió Cielo acomodándose para oírla.
Entonces los ojos negros de Lucero brillaron con entusiasmo y se giró para sentarse frente a la otra niña y así mirarla mientras le contaba una bonita historia. Cielo la escuchó asombrada, le encantaba la forma en que la niña unía las palabras... era como si al hacerlo fluyera música.
Cuando terminó, Cielo se paró para aplaudirla y exclamar que la historia había sido perfecta. Lucero sonrió con timidez y sus mejillas se tiñeron de rosa. La niña se encogió de hombros sintiéndose un poco sobrepasada por la efusividad de su compañera.
Cuando Cielo se calmó, volvió a sentarse. Permanecieron allí observando en silencio, dejándose llevar por el canto de las estrellas. Y de repente, de un momento a otro, comenzaron a platicar. Hablaron de todo y de nada al mismo tiempo, se contaron algunas cosas propias de cada una y se asombraron al sentir una conexión fuerte y agradable. Las palabras no se agotaban y ellas disfrutaban de la conversación.
Cuando el cielo se fue aclarando, señal de que el sol ya despertaba. La luna bostezó.
—Niñas, niñas... deben ir a casa. Tengo sueño, ya debo dormir —dijo la somnolienta luna.
—¿Volverás mañana? —preguntó Cielo y Lucero asintió.
—¿Nos vemos aquí? —Quiso saber la pequeña y Cielo entusiasmada aceptó.
Se despidieron agitando las manos, cerraron los ojitos y volvieron a sus hogares.
Aquel día Cielo se sintió feliz. Aunque sabía que Lucero estaba muy muy lejos, cruzando valles y colinas, montañas y ríos... ella la sentía cerca y esperaba con muchas ansias la hora de volver a verla.
Esa noche y todas las siguientes, Lucero y Cielo se encontraron en aquella estrella. Las horas pasaban como si fueran minutos, las palabras nunca faltaban. Se leían sus historias, se contaban lo que les había pasado en el día. Hablaban de sus miedos, de sus alegrías, de sus tristezas, e incluso se contaban sus secretos. Algunas veces reían mucho, y en otras lloraban juntas cuando una de las dos estaba con alguna pena. Inventaron nuevos sueños y nuevas historias en las cuales un día, atravesarían los kilómetros y se encontrarían también en su planeta. Había veces en que por algún motivo una de ellas no llegaba a la noche... entonces la otra se preocupaba, no quería que le pasara nada.
Durante el día, Cielo se sentía cada vez más contenta. Como si aquella soledad que de repente inundaba su alma, se esfumara con la simple idea de contarle a Lucero como se sentía. No importaba si el problema que tuviera fuera grave, tampoco si Lucero no podía ayudarla... El simple hecho de contar con ella, de saber que pasara lo que pasara podía confiárselo a ella, le hacía sentir menos sola. Una calidez dulce y una sensación cómoda, abrazaba su alma.
«¡Esto es lo que llaman amistad!» —pensó un día Cielo mientras miraba una foto de una noche estrellada en la clase de Ciencias Naturales—. «Saber que entre las miles de estrellas en un cielo oscuro, hay una que brilla para mí. Una donde no estoy sola, una donde siempre te encuentro, donde nadie me juzga... una donde puedo ser yo misma y me aceptas así. ¡Esto es lo que llaman amistad! Saber que yo también brillo para ti, que quiero estar contigo cuando estés alegre, pero también quiero estar allí cuando se te acaben las fuerzas, cuando no tengas ganas de seguir. Darte la mano cuando caes para recordarte que debes levantarte, porque tú eres importante para mí. Sin ti, no habría una estrella especial en el cielo brillando para mí».
Cielo tenía una piedra, era una aguamarina. Era su piedra favorita por su hermoso e intenso color celeste y su significado. Su abuela le había dicho que era una piedra que brindaba alegría y paz, calma y sosiego. Que tenía propiedades especiales contra la depresión y la ansiedad, que purificaba los pensamientos y las emociones; y que aumenta la creatividad y la intuición. Esa piedra era importante para Cielo, y entonces esa noche, la guardó en un bolsillo de su vestido.
—¡Hola! —saludó cuando llegó.
—¡Hola! —respondió Lucero.
—¿Qué tal tu día? —preguntó como siempre Cielo, y la conversación inició.
Luego de muchos minutos compartiendo vida. Ambas quedaron un rato en silencio. Cielo no sabía qué estaba pensando Lucero, pero ella sentía muchas ganas de decirle algo. Un poco de vergüenza se apoderó de su ser. Hablar de sentimientos no siempre era fácil... no cuando no se sabe cómo serás recibido por la otra persona. ¿Lo entendería Lucero? ¿Se burlaría de ella por ser tan emocional? ¿Sentiría lo mismo? ¿Acaso Cielo era para ella tan importante como ella lo era para Cielo?
Aun así Cielo entendió que las oportunidades pasan muy pocas veces, y que cuando vienen no hay que dejarlas ir, no sin intentarlo; además hay personas en el mundo que valen la pena. Era mejor hablar que guardárselo todo, era mejor sacar, que quedarse con la duda. Era mejor confiar.
Una persona muy sabia le había dicho una vez: «La amistad es un acto de fe». Cielo lo entendió. Se trataba de creer, de creer en el otro. Se trataba de intentarlo, aun cuando antes se había fallado.
Cielo recordó a cuantas personas quiso regalarle su piedra antes... Algunas la rechazaron, otras no la valoraron, un par incluso se burló. Entonces Cielo decidió guardarla, nunca más sacarla, nunca más intentar dársela a alguien. No quería sufrir un nuevo rechazo o una nueva traición. La amistad verdadera como la veía Cielo, era algo complicado.
Ella pensaba que el amor —en cierta forma—, era más fácil que la amistad. Requería de dos personas que sintieran lo mismo, y sucedía mágicamente cuando esa situación estaba dada. Si solo uno amaba, entonces simplemente no había amor... y terminaba por acabarse.
La amistad sin embargo, era mucho más difícil. Requiere de dos personas que crean en el otro y que esperen lo mismo. Pero a la vez, no necesitan tener la misma intensidad de sentimientos. Eso hace que la amistad a veces no sea correspondida en la forma en que uno lo espera... y duele. Cielo daba, daba mucho cuando quería a alguien... pero pocas veces recibía, y eso dejaba un espacio grande en su corazón.
La gente solía decir que las relaciones son como plantitas, que deben ser regadas para que crezcan. Pero entonces todo el mundo se esfuerza por regar el amor, sin embargo pocos riegan la amistad. Muchos quieren TENER amigos, pero pocos SON amigos. Cielo quería SER la mejor amiga en el mundo, pero también quería TENER su mejor amiga en el mundo. Su estrella brillante.
—¿Qué sucede? Estás callada —preguntó Lucero sacando a Cielo de sus pensamientos. La niña entonces se animó.
—Quiero darte algo —pronunció de forma tímida.
—¿Sí? ¿Qué? —preguntó Lucero sonriendo. Cielo pensaba que le gustaba ver sonreír a su amiga.
—Esto —dijo Cielo sacando la piedra de su bolsillo—. Es mi piedra —comentó pasando su pulgar por ella—. Es celeste como el cielo, y no hay nada que de mayor sensación de pureza que un cielo limpio y celeste. Es algo transparente, como yo cuando estoy contigo. Tú me conoces, sabes mucho de mí, he sido muy sincera contigo y siempre te he abierto mi corazón. Quiero dártela porque creo que no estará en mejores manos. Confío en que cuidarás de ella, confío en que vale para ti lo que vale para mí, confío en que la sabrás valorar. Porque confío en ti... confío en esta amistad.
»Tú eres mi amiga, eres mi mejor amiga en el mundo... y el mundo es grande. Ser la mejor amiga de alguien en el mundo es un puesto importante —bromeó—. El caso es que te quiero... y estoy feliz de que entre todas las personas, tú seas mi amiga y yo sea la tuya. Estoy feliz de darte mi pierda.
Lucero sonrió, sus ojos brillaron con emoción y entonces abrió su corazón para que Cielo colocara su piedra entre las otras importantes para ella. Cuando lo hizo ambas sonrieron, se sentían cómodas, se sentían bien.
Entonces Lucero también habló.
—Es mutuo, ¿lo sabes? —dijo con timidez y Cielo sonrió. La conocía, sabía que ella era genial para escribir sentimientos en sus historias, pero le costaba mucho hablar de los propios—. Eres mi mejor amiga también, y te quiero. Hoy pensaba darte mi piedra —dijo sacando una piedra negra de su bolsillo.
—¿En serio? —preguntó Cielo sintiendo que su pecho se inflaba de emoción y alegría. Querer a alguien era hermoso de por sí, pero sentirse querido y retribuida en el cariño, lo hacía a una sentirse completa... parecía que todo valía la pena. Lucero asintió.
—Mi piedra es el ónix, es llamada la piedra protectora. Dicen que absorbe todas las energías negativas. Y quiero que la tengas.
Sin decir mucho más, Cielo abrió su corazón y la piedra de Lucero encajó perfecta en aquel sitio que durante tanto tiempo había permanecido vacío. El corazón de Cielo latió emocionado, se sentía feliz, completa.
—¿Sabes? —preguntó obteniendo la mirada de su amiga—. Dicen que nada es para siempre, que todo acaba al fin... y me da mucho miedo que esto también termine, que un día nos perdamos... que la distancia nos gane... Pero pase lo que pase mañana, esa piedra ya siempre será para ti, ese espacio te lo has ganado tú. Si algún día yo llegara a faltarte, solo mira al cielo y recuerda el color de mi piedra... solo siente que estoy. Yo te prometo que aunque pasen los años, aunque ya no hablemos... cuando tú me busques me encontrarás... En el azul del cielo, en la estrella más brillante, yo te estaré esperando...
No hicieron falta más palabras, las niñas que hasta ese momento nunca se habían abrazado, se estrecharon una a otra en un abrazo fuerte y profundo, cargado de sentimientos, emociones y promesas. De esos abrazos que son del alma.
Aquella noche esa estrella brilló mucho más, desde la tierra se pudo ver incluso a la luna sonreír. Ella había sido testigo de un pacto de amistad.
—Una cosa les voy a decir —dijo la luna mirando a las niñas separarse emocionadas de aquel abrazo—. La gente puede pensar que las distancias separan en realidad, pero no les crean. Desde aquí donde yo veo todas la noches el mundo, todo parece muy cerca. La distancia es subjetiva, hay gente que está cerca físicamente pero su corazón está muy lejos... y hay gente que está lejos, pero su corazón está muy cerca. Ustedes tienen el corazón cerquita, cerquita... esa es la distancia que importa. El día que sus corazones se alejen el uno del otro, allí es cuando estarán lejos. No dejen que eso suceda.
»Es hermoso saber que siempre hay alguien para ti. Yo tengo a mi estrella, ella está siempre a mi lado. Ustedes se tienen a cada una, y cuando las cosas no sean fáciles, porque a los humanos les gusta complicarse la existencia con peleas y discusiones, no dejen que la estrella se apague.
»Recuerden que ya por algo se dice que: «Encontrar un amigo, es encontrar un tesoro». Eso solo realza la dificultad de la tarea. ¿Cuántos tesoros podemos hallar en nuestras vidas? Probablemente no muchos, a veces ninguno. Si encuentras ese amigo, cuídalo... como cuidarías tu tesoro si lo encontraras.
El cielo empezó entonces a aclararse, el sol pronto haría su entrada triunfal. La luna bostezó.
—¡A casa pequeñas! —sonrió.
—¡Nos vemos mañana en nuestra estrella! —exclamó Cielo.
—¡Te quiero! —sonrió Lucero, y en vez de despedirse con las manos, se volvieron a abrazar.
—¡Te quiero también!
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