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S E I S | F L O R E S 🎡

«Me gustaba verle, pero a veces era un incordio de hombre»

Zoe.

Un joven Rhett se despertó a la hora de siempre, como de costumbre, antes que el despertador.

Las 5 de la mañana se mostraba en el reloj digital que tenía en su mesa de noche.

Semidesnudo, con tan solo unos calzoncillos que tapaban su desnudez, caminó hacia su cuarto de baño para darse una ducha rápida y, mientras la radio que había encendido previamente decía las noticias del día en Los Ángeles, él salió con solo una toalla tapándolo demasiado poco. Se peinó sin importarle mucho el aspecto de su cabello y salió.

Ese día lo iba a aprovechar para estudiar antes de irse a clases y ya, durante el día, entrenaría como de costumbre, para prepararse para su próximo partido de baloncesto con su equipo de la universidad.

Mientras se preparaba el desayuno, no paró de darle vueltas a la conversación que había tenido con el padre de Zoe el domingo, después de estar con ella. Empezó a preocuparse realmente por esa chica, más de lo que ya estaba el domingo.

Y cuando el padre de la chica le preguntó si ella estaba pasando un mal momento, él le dijo algo para no preocuparles y que estaba estresada por los exámenes, que él también estaba igual que ella. Y les prometió, antes de que sus padres se lo pidieran, que estaría ahí para lo que ella necesitara, que no iba a estar sola y que, cualquier cosa, les avisaría a ellos.

Rhett sabía que no debía agobiarla, ni hacerle preguntas incómodas, pero iba a estar ahí, la intentaría ayuda y, si un día ella hablaba con él, sería todo oídos para ella.

Tomó un sorbo de su café, notando como el sol se iba poniendo y los rayos de luz entraban por la ventana para chocar contra el torso desnudo y fuerte de Rhett.

Aprovechó toda esa mañana para estudiar, hasta que escuchó, ya a las 6 de la mañana, un ruido en el pasillo, ya que su piso parecía tener paredes de papel.

Alguien estaba tocando la puerta de Zoe y se levantó de su silla para poder observar quien era y tener ciertas pistas sobre su secreto.

Entonces, al mirar por la mirilla, observó a un repartidor entregándole unas flores rojas a la joven, dejando completamente dudoso a un Rhett que solo tenía más y más dudas sobre lo que escondía Zoe.

No paraba de preguntarse que es lo que hacía ella, como cuando hacía varias semanas la vio subirse al coche de un hombre mucho más mayor que ella y, hacía un tiempo, algún que otro hombre la acompañaba al edificio y lo veía desde la ventana, pero nunca llegaban a subir o, incluso, como llegaba tarde algunas noches o por las tardes ni aparecía por su piso. Quizás solo salía con Faith o quizás simplemente iba a la biblioteca, pero no explicaba el motivo del porqué recibía muchas flores desde hacía tiempo y aquellos extraños hombres.

Ya hacía tiempo que no la veía con ningún hombre, pero quizás no quería que nadie la viera por esa calle con personas extrañas o, simplemente, había una explicación muy diferente a esas extrañas salidas.

Rhett no sabía que es lo que hacía realmente, pero quería averiguar si lo que temía era cierto.

Él, enterado como siempre, abrió la puerta con solo sus pantalones de deporte medio caídos y viendo, nuevamente, su buen torso bien trabajado.

La joven, una vez se marchó el repartidor y que estaba observando esas flores, levantó la vista y elevó la ceja, cansada de verlo siempre sin camisa. Ya se sabía de memoria la forma de sus abdominales, sus pectorales y aquella «v» que alguna que otra vez, y no lo negaba, se imaginaba como debía de ser su miembro.

Aunque, bueno... Tampoco es que la molestase verlo sin camisa. Le alegraba el día. Y ese día se sentía con humor.

Rhett sabía que a ella debía gustarle verlo así, por eso la provocaba y lo hacía adrede.

Este último sonrió sutilmente, apoyando su antebrazo en la puerta y dijo;

—¿Más flores? Eres muy ligona.

Ella elevó la ceja y contestó;

—Cómprate un cerebro nuevo. —La risa de su vecino se hizo presente y ella negó con la cabeza, al recordar algo—. ¡Oh, no! Lo siento... Seguro que te quedaría muy pequeño con esa cabezota que tienes y tuviste que devolverlo.

Rhett elevó la ceja, divertido, y se sintió feliz de verla animada ese día.

La conocía muy bien, cada gesto de ella, todo y ese día realmente estaba siendo ella, contestando a Rhett cuando este le gustaba molestarla.

—Pues a las mujeres no parece importarles mi cabeza tan grande, más si le hace un recorrido turístico entre sus piernas. —Elevó las cejas, mientras hizo un gesto con sus pectorales, moviéndolos para que ella los viese en movimiento.

Aquello hizo que esta levantase la mirada para ver el techo y negar con la cabeza por lo estúpido que era la gran mayoría de las veces Rhett.

—Mucha información.

Él volvió a reír y luego, volviendo al tema de las flores, preguntó;

—¿Quién te envía flores?

Zoe, antes de darle la espalda, lo miró una última vez en esa hora y le guiñó un ojo, para luego cerrar la puerta, dejándole sin respuesta y con más dudas, a la vez que lo dejaba con ganas de más después de aquel guiño tan sutil de ella.

🎡

En un edificio algo lejano al de Rhett y Zoe, una joven pelirroja se encontraba en un gran dilema, en el cual no paraba de darle vueltas y vueltas a ese tema en su mente. Como un bucle en el que se había quedado ahí, atascada sin que nadie la pudiese zarandear para que saliera. Pero lo cierto es que no se atrevía a sacarlo a la luz, dejar que esa espinita que sentía que la oprimía por dentro saliera.

Se miró al espejo, con aquel cabello amarrado en una coleta y, nerviosa, trató de tomar todo el valor para hablar con su hermano. Para decirle que es lo que le pasaba, ya que él la entendería a la perfección y le daría todos los consejos posibles y, quizás, atreverse a hacer otras cosas. Pero hasta que no lo dijera, no iba a sentirse cómoda en esa burbuja que se había metido.

Contó hasta 3 y luego hasta 10, hasta que se dijo que ya era la hora.

Tomó su bolso y caminó hasta el pequeño pasillo que separaba las habitaciones de su hermano y la suya, con el salón. Pero antes, si quiera, de llegar al salón, escuchó la voz de su hermano y sabía muy bien con quien estaba hablando, simplemente por su tono apagado de voz que nunca solía tener.

De nuevo, las dudas en hablar con él aparecieron nuevamente.

—Mamá... —Trató de decir, pero su madre no le dejaba terminar. —Mamá, por favor. Solo te pido que me escuches.

Blue comenzó a escuchar la conversación de Izan con su madre y sintió que su corazón estaba a punto de pararse.

Solo podía imaginarse que, esa relación tan estrecha que tenía ella con su madre, acabaría igual que la de su hermano si le dijese como se sentía realmente. Y eso solo la ponía más triste.

Llevaba años viendo a su hermano de esa manera con su madre y él lo había pasado mal porque su madre no lo aceptase tal y como era, por simplemente amar a personas del mismo sexo. Aquello la hacía temblar y temió bastante.

Habían 2 opciones; o contarlo y perder a tu madre. O guardártelo y no ser fiel a ti misma. En ambas perderías algo valioso, pero no podía guardárselo siempre para ella sola.

—Si, lo sé. ¿Pero para que te llamo? Si luego vas a gritarme. —Nuevamente dejó de hablar para escuchar a su madre, mientras su hermana estaba en el pasillo, escuchándole—. No digo nada, mamá. Pero desde que te dije que soy gay, tu simplemente me ignoras, no quieres ni que me presente cuando estás con tus amigos porque te avergüenzo. Antes no me tratabas así.

Blue apretó la mandíbula y, todo ese valor en hablar con su hermano, se esfumó por completo.

Se pegó a la pared y se mordió el labio con fuerza, por la rabia de no poder sacarlo a la luz, por miedo. Todo era por miedo.

—¿A no? Mira, no quiero discutir de esto otra vez. Ya lo discutimos todas las veces que te llamo.

Nuevamente se hizo el silencio y estaba segura de que su madre estaría hablando cosas que Izan no le gustaba.

—Estoy bien y Blue también. Ella tiene mejor relación contigo, te llamará después.

Aquello último hizo sentir mal a la joven pelirroja, que solo se imaginó por unos segundos que pasaría si se lo contase a su madre alguna vez.

—Adiós, mamá —se despidió el joven pelirrojo y apagó el móvil.

Soltó un fuerte suspiro y, cuando se giró para irse a la cocina que estaba a unos metros, su hermana había desaparecido por completo.

La muchacha estaba escondida en su cuarto, mirándose nuevamente al espejo y negando con la cabeza, aún no estando preparada para decirle a su hermano que era lesbiana. Y sabía muy bien que, si lo contaba, su madre terminaría por no hablarle en la vida y eso le dolía mucho más, porque un hijo necesitaba el apoyo de su madre, directa o indirectamente.

—¡Blue! ¡Vamos, que va a empezar la clase!

La joven, sintiendo algo atorado en la garganta, contestó;

—¡Voy!

Respiró hondo y volvió a salir de su cuarto, para seguir ocultando que estaba enamorada de su amiga Faith en secreto.

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