II
Namjoon
—Acaba de dormirse. Madre mía le ha costado muchísimo esta vez. Empiezo a pensar que es cosa tuya.
—Quién sabe.
La pantalla del móvil recupera su brillo y eso hace que me distraiga un segundo. Por un instante he pensado en ella. Es una cuestión química, aunque empieza a afectarme a nivel más profundo. Esta mañana al despertarme oí a mi hermana calmar a su niña. Al bajar la vi de espaldas, sentada en el taburete al lado de la ventana envuelta en el albornoz con el pelo aun mojado.
Me recordó a ella.
—Te vas a tener que poner gafas, ya lo verás. No puede ser bueno pasar tantas horas delante del ordenador.
—No te preocupes— le digo con una sonrisa. ¿Dónde se ha visto a la pequeña cuidando del mayor? Claro que ella siempre ha sido igual. Siempre al pendiente de todo.
Ya desde niña me cubría las espaldas en cada travesura. Ella fue mi coartada el día que falté a clase para ir a ver una de mis novias. También fingió que nos robaron el coche el día que olvidé poner el freno de mano y se fue calle a bajo hasta despeñarse. Ha estado conmigo a muerte desde muy niña. Tan pequeña y ya sabía que a su hermano le tiraban los problemas. Ni aun así me quitó de su pedestal.
Hace más de un año su pareja la dejó sola, no sin antes rechazar la idea de que fueran a tener una niña preciosa de la que ahora disfrutamos, tanto de sus miradas de extrañeza y curiosidad como de sus llantos interminables. Lo cierto es que no recordaba los despertares de la última niña a la que me tocó cuidar.
—Papá llamo ayer. Dijo que vendría el 16 a vernos. ¿Supongo que no querrás quedarte un par de días más?
Levanto la vista hacia ella y le sugiero mi respuesta levantando una ceja. En segundo y medio asume lo que ya sabía, y ríe avergonzada como si le hubiera preguntado si ya es de noche a la mismísima luna. Aunque no tuviera trabajo lo cierto es que no me quedaría mucho más. Tal vez por ellas, pero desde luego no por nuestro padre. Mucho ha llovido desde la última vez que celebramos Acción de Gracias todos juntos, ya no pienso en ello demasiado.
Últimamente me he dedicado a acunar a una mujer por la que hasta hace poco no reconocía ciertas sensaciones. He de empezar a asumir el hecho de que mi apetencia por las demás mujeres se ha vuelto prácticamente nula.
No. No se trata de eso, pero es diferente lo que me ocurre con ella.
No sé quién ni tampoco porqué, pero mi apetito por el sexo opuesto me lo dio alguien que no conocía los límites. Desde muy temprana edad me vi a mí mismo admirando y buscando la atención de las chicas. Ellas han sido con mucho mi distracción por excelencia. Mi despertar sexual fue prematuro y hasta la fecha difícil de controlar. Llegué a hacer muchas locuras en mi juventud por las chicas que me gustaban.
Sin embargo ahora, admito que hay muchas menos mujeres que logran distraerme.
Sería al rededor de trece meses atrás cuando me llamaron de Nueva York para afiliarme a un bufete que estaba en alza. Venirme a la gran manzana y sumar un par de cifras a mi cuenta, eso sin contar la plétora de encantos que me depararía Manhattan. Nada más trasladarme al nuevo departamento se me antojó una de mis vecinas, y en el despacho también tropecé con un par de ojos inolvidables. Pero había una compañera con la que no tendría que trabajar demasiado, me dijeron, pues era el tipo de mujer que prefería llevar sus propios asuntos.
Una mañana nos encontramos en circunstancias, digamos, poco apropiadas. Andaba tras una de las becarias del director del bufete y esa mañana había quedado con ella en la sala de informes más pronto de la hora habitual solo para compartir un café y lo que viniera a continuación. No fuimos más allá de la primera base, sus piernas aún no se habían abierto del todo para mí y su blusa solo dejaba ver su hombro terso con mi marca dibujada cuando ella apareció.
Su mirada entre sorprendida y acusatoria nos observó por unos segundos, sobre todo centrada en la chica que yo sostenía sobre el escritorio. Quise estrecharle la mano al presentarme pero mantuvo la distancia y la cara de póker con elegancia y altivez. Tras aclarase la garganta con suavidad cerró la puerta sin decir palabra, sin molestarse a detenernos.
Tres días más tarde me la encontré en uno de los pasillos de arriba con la ventana abierta y con un ligero olor a marihuana. "Si tú no dices nada yo tampoco" me dijo. A lo que yo respondí "Conozco un sitio mejor" .
No sé que fue exactamente. Desde luego me fijé la primera vez que la vi. Era preciosa, pero todas lo son. Es la elegancia de sus andares, la forma en que acaricia sus labios con los nudillos mientras piensa más allá del despacho, esa especie de mal humor que refleja ante la gente porque le da seguridad, porque no le gusta compartir palabras si siente que están vacías. No me importaban las prohibiciones, ni su anillo en el dedo, ni su negativa la primera vez que le ofrecí acercarla a casa en mi coche. Una palabra suya, una mirada de complicidad cuando se trataba de discutir un acuerdo, una sonrisa de sus labios al prestarle mi encendedor me provocaba una reacción desmesurada a todas las que me conocía. De vuelta a mi apartamento era capaz de llamar a la puerta de mi vecina sin la más mínima excusa y hacerle a ella todo lo que aún no podía hacerle a la mujer que me había puesto así.
Sabía que el día que la tuviera por fin, como a muchas otras por las que tuve que escalar vertiginosos picos, iba a estallar algo dentro de mí. Esa sensación lenta y adictiva del deseo cuando te esquiva con determinación, con arrogancia, cuando se niega a caer, que te hace protestar y casi suplicar por que sea para ti... Cuando lo atrapas, se convierte en un bocado tan glorioso que te desvaneces cada vez que lo pruebas.
—¡Nam! No pienso calentar la cena así que deja eso y sienta el culo aquí de una vez.
Tú siempre has sido hermanita, la preciosa mujercita que tiene mi fidelidad, pues no es otra cosa que fidelidad la constancia de la confianza. Tú y tu pequeña, mi sobrina, que vino al mundo la víspera de una noche que se ha repetido una y otra vez con los placeres más suculentos que he llegado a saborear. Como si algo tan preciso como el destino lo hubiera dictado así, a fe de enseñarme algo que aún no había visto.
Como si se hubiera preparado desde el principio que era momento de hacer un cambio. Que algo nuevo iba a ocurrir. ¿Acaso puede ser así? ¿Desde cuándo un ateo dibuja dilemas en las casualidades?
La suerte hace y deshace.
Y yo solamente estoy aquí, viviendo el ahora, a la espera de algo más.
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