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Capítulo Cinco: Recolecta de Flores

Rabirinsu Garden, el misterioso y pequeño reino, donde está mal revelar secretos y "falsos" rumores. Hace años el pueblo sufrió de varias catástrofes cuando se construyeron viviendas cerca del Río Yuné, aquel río al cruzarlo te ayudaba a encontrar el laberinto. Desde hace años el pueblo se cuestionaba: ¿Quién había construido ese laberinto?. Para responder a su pregunta, creaban historias, una de las más conocidas es que: es un regalo maldito de los Dioses, la razón del apodo "regalo maldito" es porque aquel jardín te cautiva y te ofrece todo lo que anhelas y cuando te das cuenta de qué ya no tienes regreso, es demasiado tarde, no hay salida, quedas ahí para siempre, los del mundo exterior no sabrán nada acerca de ti, morirás atrapado ahí.

Los reyes siempre dejaban que sus princesas pasaran las tardes ahí, bajo la supervisión de alguien, pero aún así, ¿cómo la princesa Mina se perdió en el laberinto? Cuando los reyes -sus padres-habían establecido sus propias reglas para ingresar y poder salir a salvo. Pero, una vez éstas fallaron, no permitieron que alguien volviera a ingresar al jardín, y así quedó en el olvido.

Jihyo abre la puerta, se encuentra a la princesa durmiendo, la campesina inquiere más curiosidad por ver su rostro, pero cuando se acerca se percata, en qué todo el cuerpo está envuelto sobre la sábana.

No quiere molestarla, solo sale de la habitación sigilosamente y camina por los pasillos sin parecer muy sospechosa, luego sale al patio preguntando por un tipo de flor que sabía que no conseguiría en el jardín principal del castillo, solo quiere conocer donde es el sitio en el cual se perdió la princesa Mina. Tiene tanta curiosidad para hallar el laberinto, pero al seguir la dirección que supone que es la correcta, solo volvía al mismo sitio repetitivas veces.

Se rinde y toma asiento bajo la rama del gigantesco árbol.

—Si el laberinto se ve claramente desde habitación de la princesa, ¿por qué es tan difícil encontrarlo?—se cuestiona ella.

Escucha un crujido de rama a su lado derecho y voltea su cabeza hacia aquella dirección, ve a una mujer encapuchada que intenta trepar un muro decorado con hojas y espinosas ramas. Pero en su intento, cae y la manta que la cubría queda enredada sobre las ramas espinosas, dando a la vista; una chica de piel pálida y cabello naranja rizado con su mano izquierda recién lastimada.

Jihyo corre hacia ella y recuerda con claridad el cuadro, una de las princesas tenía el cabello naranja, mientras la otra rubio.

—¡Princesa! ¿Qué haces aquí? ¿Qué no estabas en tu recámara?—le pregunta desesperada y Sana se levanta del suelo y agarra su capucha para cubrirse nuevamente. A la princesa aún le gusta conservar su apariencia física como un misterio para todo el reino.—No temas, solo quiero ayudarte, por favor muéstreme su mano.—le pide ella y Sana solo cubre su herida con la misma manta que la encapucha.—Se puede infectar. ¡Vamos a curarte, por favor! No quiero problemas nuevamente.—expresa en un tono desesperado.

Lo único que logra escuchar de Sana es un suspiro pesado.

—¡Quiero esas flores!—señala hacia lo alto del muro—¿Las alcanzarías por mí?—le pregunta ella.

—Pero mi señora, las espinas podrían lastimarme a mi también.

—¿Entonces pretendes que me lastimen más?

—¿Qué? No, no, no. Soy yo quien debo cuidar...

—¡Quiero esas flores!—vuelve a repetir en el tono gruñón que Jihyo se había acostumbrado a escuchar.

Jihyo se coloca frente al muro y lo observa, es mucho más alto de lo que se visualiza en la lejanía.

—Los campesinos son buenos trepadores.—Jihyo voltea y la observa instantáneamente.—Eso he escuchado decir. Por cierto, no me gustan las pinturas que me llevaste, son muy aguadas.—le vuelve a decir. Jihyo comienza a trepar el muro cuidadosamente para evitar caer.—¿Qué hacías aquí? Se supone que permanezca en la puerta de mi habitación.

—Pensé que estabas dormida, pero ya veo que soy una novata para tus engaños.—le responde Jihyo.

—Vaya, tú madre jamás me hablo de esa manera. Tu rostro refleja una adulta joven, rebelde y sin vergüenza.

—¿Sin vergüenza?

—He notado que eres una correveidile. ¿Por qué tanta curiosidad en nuestro reino? ¿Sabes que si lo pido puedes perder tu cabeza?

La campesina entreabre sus labios y hace una expresión ofensiva. Dispuesta a responder, es interrumpida por el ruido que acaba de avisar que uno de sus pocos vestidos acaba de romperse.

—¡Cuidado!—le grita ella y baja su cabeza.—Solo tienes dos vestido.

Jihyo sigue escalando la muralla espinosa con más rapidez para recolectar las flores que la princesa tanto le pide. Se va rasguñando cada vez que escala, pero el dolor es lo de menos. 

—¡Guau! Los campesino son excelentes escaladores. Deberías enseñarme a escalar, señora Park.

Jihyo está agitada, al escuchar que le digan señora, le enoja, pero sabía que no podía reclamar.

—Ten paciencia Jihyo, ya estás a punto de llegar.—se dice a sí misma.

Las gotas de sudor comienzan a rodear su sien, hasta resbalarse a sus mejillas y llegar a su barbilla y caer en su pecho. Su respiración es bucal, y sus movimientos torácicos aumentan, las palmas de sus manos no aguantan ni un poco más, solo sus dedos índice y medio, agarran las ramas para evitar cortarse.

—¿Qué te cuesta renunciar? ¿Acaso esto es mejor que cuidar a tus hermanos y sobrinos?—murmura en voz baja.—Igual, gasto la misma energía.—sigue escalando.

—Menos diálogo contigo misma, cada vez estás más cerca.—escucha decir desde abajo.

Una vez Jihyo alcanza la cima de la muralla, se queda perpleja al observa una quebrada en el lado contrario.

—¡No te distraigas y baja mis flores!—le grita Sana. Jihyo voltea sus ojos y agarra las flores, mientras mantiene su vista en el río.—¡Cuidado al bajar no quiero que mis flores se aplasten!

—Sí, y yo que me joda.—le responde Jihyo.

—¿Dijiste algo? No logré escucharte, señora Park.

—Nada importante, ¿podrías atraparme?—le pide.

La muralla no es muy alta, pero intentar bajar rama por rama, provocaría más heridas en la ama de llaves.

—Tira mis flores, una por una, las atraparé con la canasta.

—¿Y me atraparás a mi también?

—¡Por favor, señora Park! Soy muy débil para atraparte.—responde ella con ironía.

Jihyo mira hacia la otra parte del muro, y se fija en qué hay una escalera, mira su estructura y es lo suficientemente larga y un poco pesada para trasladarla hacia el otro lado. Pero, por su incontrolable personalidad, opta por bajar a la parte contraria del muro y explorar el río.

—¿Qué haces? ¡Vuelve!—escucha a Sana decir.—¡No ingreses ahí, señora Park! ¡Haz lo que la princesa ordena!

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