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XI - Forbidden Fruit II


11.- Forbidden Fruit


—¡Pero _______! —Se quejó mi hermana del otro lado del teléfono. Estaba indignada y lo entendía. Lo que más deseaba era ver a su hermana mayor entre las damas de honor acompañándola en su boda. Me mordí el labio inferior con fuerzas, concentrando mi dolor en lo físico y no en lo emocional.

Me disculpé una y otra vez, totalmente abatida. Mentirle a mi hermana terminó por devastarme completamente. Me había sido soportable vivir con la imagen de Sebastian luego de haber hecho el amor con él. Pero mentirle a mi hermana por no querer ver cómo aceptaban ser marido y mujer, me mataba sin siquiera vivir el momento. Con tan solo imaginármelo, mi fisiología se alteraba considerablemente.

Decidí mentir y volar a San francisco por "asuntos de trabajo" Tenía contemplado volver una vez mis sentimientos hacia el rumano quedaran en el olvido, bien ocultos en mi memoria. Y, esperaba que él también pudiese lograr lo mismo. Estimaba cinco años como máximo. O quizás más.

No volví a ver a Sebastian después de nuestro último encuentro. Recibí llamadas y algunos mensajes que cesaron luego de cuatro días intentando contactarme; luego de eso, pude respirar tranquila sin tener que despertar durante la mañana y observar los miles de intentos de sebastian por querer comunicarse conmigo.

Era lo mejor para los tres.

***

—Entonces, le pedí que se fuera de mi casa y que no volviera más. —Narró mi compañera de trabajo. Sus manos trabajaban forzosas por querer sacar una mancha de la olla en la que previamente, había cocinado su famoso «ceviche» Su cabello negro amarrado en una coleta se movía a la par junto a su cuerpo; con un movimiento de un vaivén brusco que chocaba en su rostro repetidas veces.

—Después de esa noche...—Añadió. —obviamente no lo quise ver más. Se iba a casar con mi prima, ¿sabes lo que significa eso?

Claro que lo sé. Perfectamente. La diferencia es que era tu prima y no tu hermana, pensé en mi fuero interno. La muchacha seguía luchando contra aquella mancha rebelde que, por más que ella pasara el lado áspero de la esponja, ésta, no salía.

—¿Y tu prima se enteró de tu aventura con su novio? —Inquirí, sin querer parecer tan interesada en el tema. Quería saber cómo había superado el problema y de no ser así, qué técnica utilizó. Quizás se había mudado a una ciudad lejos del hombre con el que había mantenido una relación oculta. Lo cual me parecería perturbador, considerando el hecho de que le estaba contando su aventura justo a una mujer que pasaba por el mismo dilema.

—Sí, se enteró de lo nuestro. — Mary asintió. Suspiró y, de inmediato se dibujó una sonrisa en su rostro, dejándome completamente confusa.

—¿Qué hizo?

—Al principio se enojó. Me insultó, me trató de lo peor. — Seguía combatiendo contra las ollas apiladas a su lado. —Y era entendible. Yo hubiese reaccionado de la misma forma. Tú también, ¿no? —Me miró a los ojos. No contesté. — Con el pasar de los meses, quizás cinco, no recuerdo muy bien. Minerva me perdonó, entendió que su novio se había enamorado de mí y yo de él. supongo que aceptó ese hecho una vez que obtuvo una nueva pareja que le ayudó a olvidarse de Ian. —Se encogió de hombros. — Ian y yo somos felices ahora. Me cuesta creer que el amor se nos dio de esa forma. Bastante peculiar, ¿no?

Y nuevamente me quedé en silencio. No sabía qué extraer de aquella historia tan egoísta. Yo nunca tuve planes de tener algo más allá que solo una relación familiar con Sebastian. A diferencia de Mary, yo creía tener un poco de moral filial y buenos sentimientos. Pero, ¿de qué me sirvieron si igual terminé en la cama con él? Aún podía sentir sus labios en la piel de mi cuello y senos. Al igual que sus manos, ambas exploradoras. Pero solo era una ilusión que se incrementaba durante la noche, cuando soñaba. Me despertaba jadeante y con sudor. No porque el sueño tuviese contenido erótico, sino porque en él, Abby, nos descubría.

Tomé los platos con sus respectivos pedidos y los llevé hacia las mesas donde esperaban los clientes. El trabajo en San Francisco era bueno y ameno. Me daba para vivir lo justo y necesario. No había elegido mal, después de todo. Mi elección había sido bastante favorecedora.

—¿Te unes a nuestro día de fiesta más tarde? —Preguntó Mary antes de que yo saliera de la cocina. —Habrá mucho alcohol, por si te interesa. —Embozó una pequeña sonrisa, avivándome a aceptar su invitación.

—Vale, me uno.

***

Tomé un taxi que me llevara lo antes posible hasta el punto de encuentro con mis colegas de trabajo. Al lado de una pizzería que se encontraba abierta las veinticuatro horas del día. Allí estaban las dos muchachas vistiendo sus mejores ropas para cautivar al sexo masculino.

Asentí en aprobación una vez me bajé del taxi y las saludé. En el camino Mary iba comentando los planes a finales de año junto a Ian. Quise prestar atención a todo lo que decía; su deseo por querer conocer Europa o Asia, visitar lugares turísticos, hacer el amor con Ian en una playa. Pero por más que intentara enfocar mi atención en la risa y emoción de Mary al hablar, me encontraba pensando en Sebastian y en su nueva vida como esposo de mi hermana.

Había tenido un mal sueño durante la noche, en donde Sebastian me confesaba que no se había casado con Abby. Por alguna extraña razón, ese sueño me perturbó durante gran parte de la mañana después de levantarme, y parte de mi trabajo al escuchar la historia de Mary e Ian. Incluso hasta cuando escuché a Mary confesar sus deseos durante el camino hacia la discoteca.

—Me han dicho que este lugar están las mejores cervezas artesanales. —Dijo Jenny, la muchacha caracterizada por las pecas que cubrían gran parte de su rostro.

—Me parece. —Asintió Mary. —¿Qué dices tú, _______?

Asentí y nos adentramos al interior del recinto sintiendo de inmediato el ambiente caluroso y sofocante que, no dudó en golpear nuestros cuerpos. Caminamos entre medio del sinfín de personas que bailaban por donde uno fuese a mirar. Uno de ellos, alzó sus brazos al aire, rozando mi nariz. Retrocedí un paso con brusquedad y me alejé de él. El joven seguía bailando junto a su pareja sin percatarse de nada.

Frente a la barra, la situación era mucho más alentadora. Estaba vacío y fresco. Lo único molesto era el ruido que emitían los grandes parlantes a nuestro alrededor. Estos, no dejaban que escuchara lo que me decía la mujer tras la barra. Me incliné un poco hacia la mujer apegando mi mejilla a la suya, a la altura de su oído. Pude pedir mi cerveza artesanal.

Una gran jarra fue depositada en segundos frente a mí. La espuma goteaba por el borde del vaso, cayendo hacia la superficie sólida de madera. La tomé y la llevé a mi boca, absorbiendo cuanto pudiese. Estaba realmente helada y exquisita.

Mary sugirió unirnos y bailar junto a la gran masa de personas que se encontraban en la pista. Realmente no se me apetecía bailar con un desconocido que, lo más probable quisiera propasarse. Todos estaban bebidos, sus rostros sudorosos y forma de bailar me podían dar un indicio de aquello. Yo solo quería disfrutar de mi cerveza en soledad.

—Vale, si cambias de opinión estaremos allí, frente a ti. —Dijo Mary gritando para que la pudiese escuchar. No respondí. Asentí y sonreí.

Tomé otro sorbo de mi cerveza y me di el tiempo de mantenerla en mi boca antes de tragármela. Una especie de bienestar me inundó una vez estuve sola. La gente bailaba a mi alrededor, gozaba disfrutar de la compañía del otro; bailaban y reían. Otros se besaban y coqueteaban. Deseé tener a alguien con quien compartir mi vida tanto como Mary disfrutaba de su vida con Ian. Ambos parecían ser el uno para el otro. Me costaba trabajo creer que su historia de amor se diese de aquella forma. Tan inusual hasta el punto en el que, por un momento creí que era solo una historia de amor sacada de una película de Hollywood.

Tomé otro sorbo. Mis compañeras bailaban a lo lejos. La anatomía de cada una se movía de formas diferentes. Jenny no tenía mucho talento para bailar, por lo que intentaba imitar los pasos de una muchacha que se encontraba a su lado. Pero Mary, al parecer tenía bastantes experiencias en discotecas. Se movía con desplante y bastante coqueta pues, pude percatarme de que algunos muchachos ajenos al baile parados en una esquina, la miraban curiosos.

Di un vistazo rápido en general. Las luces del ambiente cambiaban cada un segundo. Me molestaba ese cambio repentino de luces que, lo único que hacían era marearme en conjunto con la cerveza en mi jarrón. Tomé otro sorbo. El ambiente se tornaba bochornoso a medida que el tiempo pasaba. La cerveza me comenzaba a tumbar de a poco. Parpadeé varias veces, restregando mis parpados con mi mano libre, tratando de despabilarme. Abrí los ojos y lo vi.

Entre la gente que bailaba eufórica estaba él, caminando con parsimonia. Mi corazón latió con fuerza y, la bebida alcohólica que acababa de consumir subió hasta la mitad de garganta. Temiendo vomitar la cerveza me levanté y dejé el jarrón sobre la mesa tras de mí. Volví a dar un vistazo; había desaparecido.

—Dios mío. —Murmuré, acariciando mi frente, alejándome un mechón de cabello pegoteado a la piel por el sudor. Caminé y me tambaleé unos segundos en busca de un lugar seguro por pisar. La luz cambiante me impedía ver con total claridad el piso. A tientas avancé y, con cuidado de no ser golpeada, me acerqué a la pared a unos metros de mí.

Temí volverme loca. Ver a Sebastian entre la multitud, caminando con tranquilidad había alterado mi fisiología considerablemente. Me pregunté si Abby había sentido lo mismo cuando lo vio por primera y segunda vez. Quizás tercera y cuarta. De las veces que llevó a Sebastian a nuestro hogar, se veía tan relajada que por un momento creí que ella no sentía mayor atracción física por él. Lo cual me mantuvo curiosa por un buen momento. Sin embargo, supe que lo amaba por la forma de mirarlo; ojos relucientes y llenos de admiración.

Caminé unos pasos más, observando a mi alrededor en busca de mis amigas. No las veía por ningún lado. Seguramente están en el baño, pensé. Y me encaminé hacia los baños que, para mi suerte, quedaban más o menos a seis pasos de donde estaba yo. Me apresuré en llegar hasta el lugar antes de volverme paranoica. Pero me detuve el percatarme de que el sujeto parecido a Sebastian, se encontraba a menos pasos de mí. Unos cuatro, lo más probable.

Retrocedí lo más rápido posible, chocando con la persona que estaba tras de mí.

—L-lo siento. —Me disculpé y hui de allí antes de que él se diese cuenta.

¡Estaba allí, definitivamente! Nada era producto de mi imaginación. El sujeto que caminaba con tranquilidad era nada menos que Sebastian Stan. Pero, ¿cómo llegó hasta allí? Resoplé molesta y me abrí paso entre la gente sin importa si los empujaba o pisaba. Lo único que quería era salir de allí lo antes posible y volver a casa.

Pero la vida es cruel muchas veces. Solo bastó con que se escuchara mi nombre entre la multitud para saber que, efectivamente era él quien estuvo todo ese tiempo merodeando en el recinto tal como la última vez antes de hacer el amor con él. Me detuve en seco y maldije para mis adentros, teniendo la esperanza de que todo fuese parte de mi distorsionada y atormentada imaginación.

—_______, al fin te encuentro. —Dijo esta vez, tras de mí. Justo al lado de mi oído. 




******

Aviso: tendrá tercera parte C: 


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