X - Forbidden Fruit
10.- Forbidden Fruit
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Observé la pared pintada de gris a mi lado. Mi cabeza reposaba sobre la almohada de seda. Suave, agradable, de tonalidad blanca. Sujeta a las sábanas, me removí con lentitud, sin cambiar de posición pues, ante cualquier movimiento demasiado brusco, el hombre a mi lado, despertaría.
La lluvia golpeaba contra el techo, cada vez con más fuerzas. Así mismo, se sentían mis lamentos internos. Cada uno, golpeando sin piedad las paredes de mi mente, haciéndome sentir la peor persona que haya pisado la faz de la tierra. Y, es que razón de sobra tenía al sentirme tan sucia e indigna de hombre alguno. Nada de lo que había pasado la noche anterior, debió haber pasado. Estaba arrepentida. Total, y patéticamente arrepentida.
La lluvia no hizo más que remontarme al día anterior, específicamente durante la tarde. A las 8.OO de la noche.
Jurando que nos divertiríamos, Jazmín prometió que aquella noche jamás la olvidaría. Claro, hizo alusión a lo bien que lo pasaríamos junto a nuestros amigos en aquel bar de la ciudad. Pero nunca se le pasó por la cabeza que tendría un encuentro intimo con él. Algo que, claramente, no olvidaría nunca.
Me pregunté por un momento qué tanto me odiaba la vida pues, entre toda la gente que decidió asistir al mismo bar, justo él, el hombre que, lamentablemente pertenecía a otra mujer, había optado por visitar el mismo lugar.
La vida me odiaba. De eso estaba segura.
—Iré por cervezas —Anunció Jazmín, excitada. —¿Me acompañas?
Acepté acompañarla. Caminamos hasta el otro extremo del bar, donde se encontraba la barra y detrás de ésta, el barman que nos entregaría el alcohol suficiente para poder divertirnos un rato. Mientras esperábamos, Jazmín me comentaba algo sobre su nuevo trabajo como diseñadora de moda para una famosa agencia de modelaje. Eso fue lo último que escuché conscientemente después de verlo entre medio de la masa de gente, caminando en dirección a la barra.
Caminaba con desplante, seguro y erguido. A su lado, iban dos hombres más en su compañía, intercambiado palabras. Su sonrisa, decoraba su rostro a la perfección y ante ello, yo moría lentamente.
Acababa de llegar mi perdición. Mi fruto prohibido. Lo que parecía una noche perfecta, se vio arruinada por la presencia de Sebastian en el mismo lugar en el que estaba yo, a sólo metro de mí.
No se percató de mi presencia, y aquello me sirvió para huir del lugar. Me excusé con Jazmín, mencionando que iría al baño a lavarme las manos. La pelinegra asintió, pidiendo que por favor llegara a tiempo para recibir las botellas de cerveza.
Pero aquello, nunca sucedió. En cuanto había logrado llegar al baño y meterme dentro de uno de los cubículos, no hice más que regañarle a la vida y pedirle que lo sacara de allí. Pedí misericordia pues, bien sabía que él, sólo me causaba daño al no poder ser yo la afortunada de poder besarle todas las noches.
Salí del baño, respirando con profundidad. Mentalizándome al tener que verlo por ahí, merodear entre la gente, bailando o quizás, sentado con sus dos acompañantes en alguna de las mesas que otorgaba el bar.
Ante el sinfín de pensamientos, logré sentir unas manos que, con osadía tomaron mi brazo a mitad de camino, atrayéndome fuera de todo ruido posible. Antes de que pudiese reclamar, él con bastante astucia, me había sacado al exterior. Lo fulminé con la mirada, soltando su agarre de mi brazo, empujándolo lejos de mí.
—Déjame. —Espeté molesta. Decidida a volver al lado de Jazmín. Mas él, insistente, volvió a tomar de mi brazo, frenando mis pasos. —¡Que me dejes! —Insistí, elevando la voz.
—______. Necesito hablar contigo —Dijo. Pestañeé rápido un par de veces, sin poder imaginarme lo que me quería decir.
—¿Qué quieres? —Me atreví a decir, demostrando poco interés. —Y más vale que sea rápido, me están esperando. —Anuncié tajante.
—Tranquila, no serán más de cinco minutos. —Sonrió.
Grave error. No hacía falta ser tan curiosa. Lo único que debía hacer era ignorarlo y seguir mi camino hasta donde estaba mi amiga. Servirme esas cervezas y pasar las penas comentando cualquier estupidez con tal de que Sebastian no estuviese merodeando en mi mente. Pero no, nada de eso sucedió. No recibí palabra alguna que me quisiera decir. En cambio, lo único que hizo, fue besar mis labios con necesidad, casi con desesperación.
Me alejé de él esta vez demostrándome furiosa. No tardé en golpear la palma de mi mano contra su mejilla, dejando al instante, la marca de mis cinco dedos en ella.
—¡Eres un idiota! —Espeté furiosa. —¡Tienes novia!
—¡Lo sé, maldición! — Se quejó. — Pero es a ti a quien quiero. —Confesó sin darme tiempo a responder. Sus palabras me hicieron callar al instante. Perpleja, no sabía qué responder a tal indebida revelación. —Te quiero, ______. —Dijo, con más tranquilidad, totalmente entregado a sus sentimientos.
—S-sebastian. —Murmuré, negando una y otra vez. Mas él, volvió a tomar mi rostro entre sus manos, atreviéndose así, a depositar otro beso. El gran error.
Extasiada tras sentir sus labios recorrer mi rostro con necesidad, no logré darme cuenta en qué momento habíamos llegado a la que era su habitación. Estaba cegada. Sebastian tenía ese poder sobre mí. Con solo una mirada, una sonrisa, un beso en la mejilla, él, simplemente lograba aumentar los latidos de mi corazón, como así también, mi tiempo sobre la tierra.
No me quejé, en ningún momento y ello, me hizo sentir culpable después de lo que había sucedido durante gran parte de la noche. Entre gemidos, me declaraba su amor. Su deseo, y el anhelo que sentía por ser yo quien estuviese a su lado.
Cerré los ojos dejándome llevar. Mis manos que, agarraban las sabanas a mi alrededor, se cerraron con fuerzas tras la excitación que Sebastian lograba crean con tan simples palabras y besos en la zona de mi cuello.
Comí del fruto prohibido. Entregándome totalmente a él. Ahora, no era más que arrepentimiento lo que sentía. Estaba destrozada, completamente abatida y consternada por mi deslealtad. Había cometido traición hacia la muchacha que confiaba ciegamente en mí, así como yo confiaba en ella. Y, por eso mismo había decidido alejarme de ella. Porque sabía que, tarde o temprano, estando al lado de ella, significaría aumentar mis sentimientos con respecto a su novio.
Pero ni si quiera aquello había sido suficiente. Traicioné de la peor forma a quien decía llamar mi hermana.
Su brazo rodear mi cintura me devolvió a la realidad. A la dura y cruel realidad. No pude evitar tensarme, remontándome esta vez a lo bien que se sentían sus manos recorrer cada punto de mi cuerpo en llamas.
Respiré profundo, aclarando mi mente en el proceso. Debía salir de allí y alejarme de él cuanto antes.
—Fue un error. —Suspiré apenada. —Lo siento sebastian, esto jamás debió pasar. —Aclaré. Quité sus manos de mi cintura, con la intención de salir de la cama.
—No decías lo mismo hace horas atrás. —Dijo, mientras fruncía el ceño.
—Da igual. —Repuse. —Fue un error. Estás con mi hermana y yo, acabo de acostarme con su novio y futuro esposo. Es suficiente para sentirme la peor. —Negué, totalmente abatida. Busqué mi ropa esparcida entre la habitación, mientras Stan, siguiendo mis pasos trataba de persuadirme. Me apresuré en salir lo antes posible de su casa, escapar lejos de la ciudad y no verlo jamás. Ni si quiera a mi hermana. ¿Cómo la podría ver a los ojos nuevamente?
—Maldición, ______. —Se quejó Stan, bloqueándome el paso hacia la salida en cuanto quise salir. —¿Qué no entiendes? Te amo, y no sé cómo detener este sentimiento. —Expresó, desesperado. —Te amo, te amo y te amo, hasta el punto en el que lo único que hago es pensar en ti todo el día, a toda hora. — Admitió, casi al borde de la desesperación. — Está mal, lo sé. Pero no puedo negarlo. —Añadió. — Me has dado la mejor noche de mi vida.
Sus palabras dolían, era como si fuesen cuchillas ensartándose en mi pecho. Si su intención era tranquilizarme y no hacerme sentir mal por todo, estaba equivocado. Lo único que logró, fue convencerme de que definitivamente debía huir de allí.
Y, así fue. Aunque doliese, aunque mi alma se destrozara en mil pedazos. Aunque sentía que moría lentamente, aunque pareciera que todo mi mundo se desmoronaba a mi alrededor, lo mejor y más sensato, era alejarme de él. No verlo nunca más, y hacer como si nada hubiese pasado.
Derramé un par de lágrimas al salir de su casa. Mas, no miré hacia atrás en ningún momento.
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Me dieron ganas de hacerle una segunda parte >:)
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