V - ¡Not here!
5.- ¡Not here!
La felicidad de mis suegros se hizo evidente en la sonrisa que plasmaron en su rostro al vernos llegar al hogar. Habíamos planeado visitarlos durante meses atrás, pero nuestras obligaciones nos impedían realizar aquello. Sebastian con una agenda totalmente repleta de eventos, grabaciones, sesiones de fotos y yo, sumida en trabajos dentro de clínica. Por alguna extraña razón, la salud mental de las personas se vio alterada como nunca antes.
Ambos decidimos pedir un mes de vacaciones para poder escapar de la ciudad. Agradecía que los padres de Sebastian vivieran lejos del bullicio. Un gran campo nos esperaba en Rumania. Lo justo y necesario para desaparecer de la tecnología y todo lo que implicara estrés.
-Sebastian, por favor, no desaparezcas tantos meses de nuestras vidas. –Pidió su madre, en tono suplicante. Se acercó a su hijo, abrazándolo con desesperación. –No desaparezcan tanto tiempo.
-Mujer, tienen sus vidas. –Dijo el señor Stan, negando una y otra vez. –¿Qué tal la vida en New York, ______? ¿Mucho trabajo?
-Es la razón por la que estamos acá –Respondí entre risas. –La ciudad es un caos, nuestras vidas se resume en trabajo y más trabajo. –Me encogí de hombros. –Así es la vida en la ciudad.
-Temíamos distanciarnos demasiado –Comentó Stan. –No nos veíamos durante la noche, y durante el día solo en la mañana. –Suspiró con pesadez. Realmente nos estábamos distanciando y de ello nos dimos cuenta cuando ambos olvidamos nuestro cuarto aniversario.
Esa tarde, decidimos dar un paseo por los alrededores del campo. Si algo necesitábamos ambos con urgencia, era desligarnos de todo lo que la ciudad y la globalización nos ofrecía. Televisión, celulares, gente, bullicio, redes sociales, etc. Sabía que había sido una buena idea escapar de todo ello. El estrés en ambos era notorio, nos estaba consumiendo.
La señora Stan hablaba sin parar. El tema era sobre una sobrina que había sido madre recientemente. Algo que impresionó a Sebastian pues, él jamás supo que aquella muchacha con la que compartió un par de veces, había estado embarazada.
-Es niñita, y se llama Margaret. ¡Oh Sebastian! Si la vieras, de seguro te darían ganas de tener una hija igual a ella. –Dijo su madre con emoción. Tanto Sebastian como yo sonreímos. – ¡Oh pero que hermosa niña tendrían ambos! –Exclamó con felicidad.
-Mamá, estoy seguro de ello. –Rió Sebastian.
El resto de la caminata, no fueron más que temas variados. Sus padres mostraban un interés enorme por la vida de nosotros. Sebastian les mencionaba las próximas películas que debía realizar, por lo que, sus padres de ante mano, ya sabían que no nos verían mucho tiempo en su hogar. Y, por obviedad, yo sabía que nos esperaban otros días o, quizás meses separados.
Muchas veces me ofreció viajar con él, y, fueron solo dos veces a las que accedí a ser su compañía. Pero, en ese entonces, me di cuenta que, daba igual si lo acompañaba o no a sus viajes, de igual forma, permanecía sola en la habitación del hotel.
Era exigente su vida, pero ambos nos amábamos demasiado como para dejar cuatro años de relación atrás. De alguna u otra forma nos las arreglábamos para pasar tiempo juntos, aunque fuesen cinco minutos. Cinco minutos que, lograban ser bastante divertidos si sabíamos utilizar nuestra imaginación.
-Tu madre está bastante ilusionada con que tengamos un hijo –Comenté entre risas, una vez ambos nos preparábamos para dormir. Y, a decir verdad, ese tema fue mencionado muchas veces por la señora Stan. En cambio, su esposo no hacia más que negar ante la insistencia de su señora.
-Soy su único hijo, ______. Espera que la haga abuela dentro de estos años –Carcajeó.
- ¿Y tú quieres tener un hijo, Sebastian? –Inquirí.
- ¿Y tú? – Preguntó de vuelta. Un hijo era todo lo que quería tener en mi vida. No había día en que no me imaginara el aspecto de aquel pequeño ser, producto de nuestro amor. Deseaba que tuviese los ojos y labios de Stan. Aquel azul reluciente en su mirada y el carmesí de sus labios. Pero nuestras vidas ajetreadas me recordaban que nos era difícil traer a un niño al mundo. Estábamos tan sumidos en nuestra labor que, olvidábamos que la vida se construía también, en base a otras situaciones que valían la pena vivir.
-Siempre me he imagino tener un hijo. –Admití, casi avergonzada, como si ello fuese un pecado. –Que tenga tus ojos, esos labios, y tu sonrisa. –Reí levemente. –Pero nuestras vidas, Stan... giramos en torno al trabajo. Día y noche, no nos vemos casi nunca. Ese niño se criará prácticamente solo.
- ¡Oh amor! Eso lo podemos arreglar. –Sonrió. – ¿Por qué no me lo habías dicho?
-La actuación es tu vida, Sebastian. No quiero que dejes de hacer lo que más amas. –Me encogí de hombros. Stan rio, atreviéndose a dejar un beso tierno en mis labios, aquel que no dudó en recorrer con destreza, hacia mi cuello. Tomé una bocanada de aire, tratando de regular mi respiración. Más me era difícil si Sebastian seguía recorriendo mi piel de aquella forma. Tan seductora.
- ¡Sebastian, aquí no! – Dije entre risitas divertidas, captando sus intenciones. Su mano, atrevida se abrió paso bajo mi polera, tocando con descaro mis pechos sobre el sostén.
-Quiero hacer un bebé ahora –Susurró en mis labios, al mismo tiempo en el que depositaba pequeños besos en ellos.
- ¿Y si nos escuchan? –Jadeé. –¡Stan! –Gemí.
-No lo harán, bebé. –Aseguró, extasiado. Sus manos se aferraron a mi cintura, y con un leve movimiento, logró dejarme totalmente recostada sobre la cama. Sobre mí, no dudó en seguir besándome a su antojo. – Te extrañé tanto –Murmuró, mientras sus labios se deslizaban por la piel de mi abdomen. –Tu calor, tu piel... tus besos. –Atrapó mis labios.
- A-amor, ¿c-como sabes que no nos escucharán? –Cuestioné, al mismo tiempo en el que soltaba un gemido. –¡Sebastian! –Chillé.
-Ese zumo de naranja, del que no te ofrecí. –Y solo bastó que dijera eso para entender que él, mi novio, administró relajantes a sus padres para que durmieran plácidamente. No dudé en soltar una carcajada que resonó en toda la habitación.
-Eres un idiota, Stan. ¿Lo sabes? –Dije entre risas.
-La necesidad hace al genio –Respondió.
Tomé su rostro entre mis manos, acercándolo al mío para besar sus labios. Stan no tardó en desnudarme y hacerme suya tal como lo pedía hace minutos atrás. La sensación de su cuerpo y sus gruñidos eran gloriosos. Era todo lo que necesitábamos para asegurar que nos seguíamos amando con la misma intensidad.
Tenía la certeza que, esa noche, concebiríamos un pequeño ser. Aquel ser que, alegraría nuestras vidas. Por sobre todo la vida de la señora Stan. Ya podía imaginar su rostro y lágrimas de felicidad cuando le anunciáramos las buenas nuevas.
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