LXII - Cell Phone IV
62.- Cell Phone IV
Nota: smut >:)
La locura sobre la boda de mi hermana comenzó dos meses antes de que esta se concretara. Era de locos, a decir verdad, la fiebre que causaba el sólo hecho de contraer matrimonio con alguien que se dice es el amor de nuestras vidas. Creí, en un momento dado, que el amor no era más que una ilusión, una fantasía con la que las personas se alimentaban para poder, de alguna forma, calmar el instinto innato que llevamos para saciar nuestra necesidad básica y primitiva. El sexo.
Sin embargo, pese a que mis pensamientos eran más bien pesimistas y escépticas, mi visión sobre el tema había cambiado cuando Sebastian me había besado por primera vez. Ese día, cuando regresé a casa, con la dopamina a tope, sintiéndome eufórica como nunca antes, me di cuenta que el afecto hacia una persona era mucho más fuerte que cualquier cosa en el mundo. En este caso, mucho más fuerte que mis ideales. El cariño, el afecto y el amor, podía lidiar hasta con el alma más pesimista y nihilista del mundo.
Eso me sucedió. Cuando besé al rumano, todo mi mundo guiado por la filosofía, había cambiado abruptamente.
Megan no dudó en mofarse de mí cuando, cohibida le conté mi secreto. No pude guardarlo por mucho tiempo pues, cuando recibía un llamado o mensaje de Stan, mi boca se curvaba en una sonrisa boba. Ello no tardó en llamar la atención de quienes me rodeaban.
—Invítalo a mi boda. —Me dijo Megan un día. Le miré con una ceja en alto y lancé una risotada nerviosa. Más ella, no parecía bromear.
Megan me convenció para que lo invitara a la boda. De cierta manera, también quería que fuera, pero no me atreví a invitarlo por miedo a que mi hermana se pudiera molesta. Pero, al contrario, fue ella la de la idea, persuadiéndome de que, su boda era la instancia perfecta para forjar algo más con el rumano.
No logré entender a qué se refería con "algo más", tampoco me dediqué a buscarle el significado. Sino más bien, a imaginarme ese día, con semejante espécimen acompañándome a la boda de mi hermana.
Sebastian no dudó en aceptar mi invitación. Se sentía halagado, por lo que, al otro día, me llamó para que le ayudara a buscar una teñida ad hoc a la boda que se realizaría dentro de tres días.
—Vaya, creo que tendré que ponerte un letrero que diga "propiedad de Sebastian" para que nadie intente coquetearte. —Me dijo en cuanto me vio salir de la habitación. Me planté en medio del living y giré sobre mis talones, modelándole el vestido que llevaba encima.
—No soy propiedad de nadie, Stan. —Reí. El rumano se levantó del diván y se acercó a mí con total confianza. Habíamos adquirido aquello después de un mes del beso que nos dimos en la plaza, bajo la sombra que nos proporcionaba el gran árbol sobre nosotros. Recordar ese día me causaba cierto dolor de estómago. No porque fuese algo malo, sino porque aún podía sentir los estragos que había causado en mi fisiología.
—¿Entonces de quién si no eres mía? —Me cuestión. Tomó mis manos y me jaló hasta su lado. Rápidamente tomó de mi cintura y me aprehenso entre sus brazos.
—No soy tuya, Stan. —Reiteré. —Soy mía y de nadie más.
El rumano carcajeó. Creí que contestaría con algo ingenioso, pero sólo se limitó a besarme con ternura.
Salimos de mi hogar y nos dirigimos hasta la capilla en donde mi hermana daría el sí a Aiden. Me sentía feliz por ella, finalmente había encontrado al muchacho ideal para su vida después de tantos fracasos amorosos vividos. Él era capaz de soportar su mal genio, sus arrebatos de niña pequeña; su forma de ser en general. Ello me daba a entender que, para todos, había alguien destinado. Aiden, al parecer, era el destino o bien, la casualidad de Megan.
El rumano, en cuanto subimos el primer escalón de la capilla, tomó de mi mano y entrelazó sus dedos con los míos. Me regaló una sonrisa, y yo la recibí gustosa. Subí embelesada y sumamente dichosa al ser yo la afortunada de tomar su mano. Me dediqué a disfrutar de eso durante el tiempo que duró la ceremonia y, posteriormente, el beso de Megan y Aiden que selló finalmente la unión en matrimonio.
Mis padres conocieron a mi acompañante finalmente. Mi madre era la más emocionada, mencionando que él, ha sido el muchacho más respetuoso y bonito que ha tenido su hija como novio.
Quise aclarar que él no era mi novio, pero el rumano se apresuró en hablar y me cortó la conversación que tenía con mi madre para ser él quien llevara la batuta.
El número de invitados era enorme. No sabía de dónde mi hermana había conocido a tantas personas. Megan se caracterizaba por ser una persona extrovertida, social, muy amistosa. Pero nunca creí que lo fuese tanto. Tuve que interactuar con personas que jamás creí conocer en mi vida. Congenié con muchos, logrando formar un tipo de vínculo superficial con cada amigo y colega de mi hermana.
—No bebas tanto. —Le dije a mi acompañante. Tomó una copa de Champagne y lo bebió casi de un sorbetón. Le quité la copa y la dejé sobre la mesa. —No pienso cargarte devuelta a casa. —Le advertí.
—¡Bah! ¿quién dice que me tendrás que cargar? Todo lo contrario, yo te cargaré a ti. —Repuso, con voz rijosa. Lancé una risotada estruendosa. El champagne me había mareado ligeramente, pero no tanto como para privarme de una copa más. Me atreví a beber otra antes de abstenerme completamente. —Que tramposa eres. —Me acusó el rumano cuando vio que sacaba otra copa del alcohol.
—Yo no estoy tan ebria como tú. —Le dije.
—Tramposa. —Reiteró. Reí, tomé su mano y caminé hasta llegar al lado de mi familia y felicitar, nuevamente, a mi hermana.
Decidimos regresar a casa cuando ambos sentimos que era necesario volver pues, el champagne nos había hecho efecto. Más no nos había hecho perder la capacidad de decisión, por lo que aprovechamos de irnos antes de que uno de los dos hiciera cualquier estupidez.
—Me siento irresponsable. —Le dije cuando llegamos a casa. El rumano me miró con el ceño ligeramente fruncido.
—¿Por qué?
—Por que acabas de manejar bajo los efectos del alcohol. —Suspiré.
—Aún tengo los cinco sentidos intactos.
—Da igual, nos pudo haber sucedido algo. —Me encogí de hombros.
—A mi lado jamás te sucederá nada. —Dijo y sonrió airoso. Reí divertida. —Bien, ha llegado sana y salva a su morada, princesa. ¿Nos vemos mañana? —Inquirió.
—Claro, pero, ¿por qué no te quedas y duermes aquí? —Propuse. —Temo que te suceda algo.
El rumano no se hizo de rogar. Aceptó sin más. Comimos algo antes de irnos a dormir, y mientras lo hacíamos, Stan hablaba de diversos temas, banales y sin mucho contenido.
Me levanté de la silla y me dirigí hasta la pieza de invitados para cerciorarme de que mi acompañante tuviese todo lo necesario. Más, cuando volteé para salir, él se encontraba bajo el marco de la puerta, con sus brazos cruzados sobre su pecho y una sonrisa que logró derretirme por completo. Había retirado su chaqueta, quedando sólo con su camisa blanca, ajustada a su cuerpo escultural.
—Te ves hermosa. —Me dijo. Sonreí tímida.
—También tú.
El rumano se aceró a paso lento, creando un ambiente bastante tenso en la habitación. Tragué saliva, un tanto nerviosa, pero no me moví. Llegó a mi lado, tomó mi rostro entre sus manos y me besó sin siquiera dudarlo.
Sabía que ese beso, tierno y delicado, comenzaría a tomar fuerzas a medida que pasaran los minutos. No estaba segura de querer dar ese paso, pese a los cinco meses que llevábamos saliendo. Sebastian nunca se me había insinuado hasta el momento, y debo admitir que eso, me pareció extraño.
Más se lo agradecí. Hace algunas semanas atrás, dudaba estar segura de querer pasar de nivel.
No me despegué de él como tenía pensado hacer. Mi impulso fue mayor, por lo que, en vez de retroceder, me apegué más a su cuerpo; rodeé mis brazos alrededor de su cuello y lo besé con pasión. Ello, fue la señal para que el rumano comenzaba a mover sus manos por sobre mi vestido, buscando la cremallera para desprenderlo de mi cuerpo.
Mi pecho subía y bajaba, comenzando a necesitar más aire para poder llenar mis pulmones. Estaba nerviosa, temía cometer algún error que me dejara en vergüenza. Mis manos se movían torpes por su camisa, en busca de los botones que debía desprender. Ante el fracaso de mi motricidad, opté por tirar de su vestuario, haciendo que los botones de la camisa saltaran por todos lados.
Reímos divertidos. El rumano se despojó de su vestidura para ayudarme a deshacerme del mío. Mi vestido se deslizó por mis piernas hasta llegar al suelo; el ojiazul se dio el gusto de comenzar a repartir besos, explorando los lugares que nunca había besado. Hasta ese momento.
Gemí, excitada, y reí ante lo bien que se sentían sus caricias.
—Tócame, ___________. Por favor. —Pidió. Tomó mis manos y las posó en la hebilla de su cinturón. — Saca mi pantalón. —Ordenó. Le obedecí. Saqué su pantalón y con temor, comencé a toquetear por sobre la tela de su bóxer. El rumano gruñó por lo bajo y me alentó a que siguiera con mis caricias.
No duró mucho con mi tortura, a decir verdad. Tomó mi cuerpo y lo depositó sobre la cama. Besó, rápidamente, mis labios, mandíbula, frente y cuello. Sus manos recorrieron la curvatura de mi cintura, hasta llegar a mis muslos y amenazar con toquetear dentro de ellos.
Estaba en llamas, definitivamente. Y me gustaba la sensación que generaban sus caricias sobre mi dermis ardiente. Movía mi cuerpo en busca de más contacto, más besos, quería más de sus toques.
—Estás húmeda. —Me dijo cuándo rozó la yema de sus dedos por sobre la tela de mi ropa interior. Y no mentía, me sentía jodidamente húmeda. Me miró y asentí ante lo que quería hacer; mi ropa interior fue despojada en un santiamén.
—Sebastian... —Murmuré, me tapé el rostro con mis manos, tímida. De repente, comencé a sentir vergüenza; me cohibía que mirara mi cuerpo tal como era. Tenía ciertas manchas en mi abdomen, líneas blancas en torno a mis caderas y algunas en mis muslos. No me consideraba alguien atractivo y deseable, siempre fui alguien de bajo perfil, alguien que no estaba conforme con su cuerpo y que deseaba tener una piel tersa y lisa, sin ninguna imperfección. Y ello, el deseo de ser alguien aceptable ante los ojos de los hombres, me llevó a ser alguien insegura.
—Hermosa, no, no hagas eso. —Pidió el rumano. Tomó mis manos y las apartó de mi rostro. —No quiero que nunca más te tapes el rostro, ¿quedó claro? —Desvié mi mirada. —Y tampoco quiero que me dejes de mirar. ____________, ¡eres perfecta! ¡Mírate! Eres todo lo que un hombre puede desear.
—No te creo. —Murmuré.
—Pues créelo. Para mí lo eres. —Me besó. —¿Quieres seguir? —Asentí sin pensarlo. —¿Estás segura?
—Stan... —Gemí, impaciente. —Quiero ser de tu propiedad. Hazme tuya.
El rumano sonrió, rozó su nariz contra la mía, luego sus labios y me besó finalmente, dando inicio a la mejor noche que jamás imaginé tener.
Sus caderas y las mías se movía en contra del otro en busca de la expresión máxima del placer. Su rostro se encontraba escondido en mi cuerpo, repartiendo besos y reprimiendo los gemidos que fuesen altos en intervalo. Tomé su rostro entre mis manos y le obligué a mirarme; quería ver sus ojos, sus labios y su ceño fruncirse como claro indicio de que llegaría a su orgasmo.
Se movía lento, y algunas veces rápido, realizaba movimientos circulares y rectos. Todo con el fin de hacerme gemir y disfrutar la forma en la que me hacía suya. Toqueteaba mi cuerpo, y me mordía ligeramente si era necesario. Descubrió partes erógenas de mi cuerpo, y yo descubrí las de él. No tardamos en utilizarlas a nuestro favor, aumentando nuestros gemidos, perdiéndonos ante la agonía de poseernos mutuamente.
Cuando comencé a sentir mi orgasmo, pedí que apresurara sus estocadas sin importar nada. Me aferré a su cuello y me dejé llevar por el sinfín de reacciones que sentía mi anatomía cada vez que el rumano entraba profundo en mi interior.
Retorcí mi cuerpo bajo el de él, gemí y grité de placer. El rumano se inclinó y me sujetó de la cintura para tener mayor acceso a mi femineidad. Presionaba con fuerzas mi cuerpo, enterrando sus dedos en mi piel con bastante ímpetu.
Él, sin embargo, culminó primero. Estaba cansado, pero aun así no cesó sus movimientos sobre mí. siguió moviéndose hasta que me hizo gritar de placer y clamar su nombre.
Tomó de mi cuerpo y me sujetó a él, evitando que cayera de golpe sobre el colchón. Besó mi cuello, y susurró en mi oído un sinfín de palabras que no logré entender pues, estaba concentrada en guardar la sensación que me había dejado el maravilloso orgasmo que me hizo experimentar.
Sebastian sonrió y se recostó a mi lado.
—¿Te sientes bien? —Me preguntó. Asentí. —¿No te he lastimado, cierto?
—No, claro que no. Me siento bien.
Sebastian sonrió, enrolló su brazo en torno a mi cintura y cerró los ojos. En minutos, logró quedarse dormido.
Suspiré abrumada. Algo extraño envolvió mi anatomía, una especie de emoción o sentimiento que me dejaba casi a la deriva por saber qué era lo que acababa de suceder. Quería llorar, y no entendía por qué si Sebastian había sido cuidadoso en todo momento, demostrándome que él, realmente sentía algo por mí.
Sabía que no era arrepentimiento lo que sentía. No, claro que no. Me había gustado, y me sentía conforme respecto a la forma en la que me había hecho el amor. Más, el sentimiento era de otra índole, abstracto y difícil de descifrar.
Volví a suspirar. Sabía que no lograría clarificar lo que me sucedía, ni si quiera estando despierta toda la noche.
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Aja, tiene quinta parte ;)
(pienso cambiarle el nombre a este Os)
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