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LX - Cell Phone II

60.- Cell Phone II


—Y, ¿te ha llamado? —Me preguntó Megan desde la cocina. Asomó la mitad de su cuerpo en cuanto vio que no hubo respuesta de mi parte.

—No. —Respondí sin quitarle la vista a la serie televisiva. —No lo hará, Megan. Además, ¿qué extraño te invita a salir después de verte sólo quince minutos? —Pregunté entre risas pequeñas, camuflando en parte, la decepción por no haber recibido llamada alguna del sujeto.

Habían pasado dos semanas exactamente, el tiempo suficiente para hacerme la idea de que no iba a recibir llamado alguno de su parte. Y era lógico, después de todo, no era más que un desconocido agradecido ante la honradez de una mujer a quien jamás vio en su vida hasta ese momento. Estaba segura que, después de aquel día, el sujeto no iba a recordar mi nombre y menos mi rostro.

Tomé el control remoto y cambié de canal. Megan sirvió la cena y ambas decidimos dar por finalizada la conversación con respecto al sujeto. Hablamos de su pronto casamiento y la emoción que sentía ante el día que tanto esperó en su vida: casarse con quien ella estaba segura era el amor de su vida.

Al día siguiente me desperté temprano ante la alarma emitida por mi celular, avisándome que era hora de levantarse y comenzar a trabajar. Como todo día lunes, el ambiente en el establecimiento escolar era somnoliento, por parte de todos, pero más, por parte de los alumnos a quienes les constaba centrar su atención en la materia que dictaba. Era de saber que no a todos les gustaba la filosofía.

Afortunadamente, durante la mañana no hubo mayor problema con los cursos. Había sido bastante productivo y ameno.

Fue durante la tarde cuando escuché mi celular vibrar ante el silencio reinante en la sala de profesores. Dejé a un lado las pruebas que me encontraba corrigiendo para tomar el aparato tecnológico y ver que un número desconocido me llamaba.

Alcé una ceja y contesté, pensando, ilusamente, que era alguien de mi familia o amigos. Pero no, su voz la pude reconocer de inmediato y con ello, un dolor se alojó en mi vientre producto de los nervios y la impresión de haber recibido su llamada cuando menos creí que lo iba a hacer.

—Creí que no llamarías. —Reí tímida. —Sebastian, ¿no? —Inquirí, mordiéndome el labio con nerviosismo.

—El mismo. —Rio él. —Perdón si he tardado en llamarte, pero estas semanas no me han dado tiempo para agendar nuestra salida. —Explicó y pude notar una ligera risita, suave y melodiosa salir de su boca. —¿T-tienes tiempo hoy en la tarde?

—U-uhm... —Tartamudeé. —¿H-hoy?

—Sí, hoy. —Volvió a reír. —He tardado mucho, ¿no? —Y soltó un suspiro, al parecer, lamentando la tardanza con la que me había llamado.

—No, claro que no. —Reí. —¿Hoy a las 6:00?

—Perfecto. —Aceptó. —Te paso a buscar.

—¡N-no! —Me apresuré en decir, y cerré los ojos, casi a punto de colapsar. Mi voz había sido un poco brusca y tajante y ello, me hizo maldecirme mentalmente. —No te preocupes, Sebastian, puedo llegar sola. —Dije, esta vez más calmada.

—¿Segura? Puedo ir a buscarte, no tengo problema en hacerlo. —Insistió.

—Segura. —Suspiré.

Acordamos el lugar en donde nos reuniríamos el cual, afortunadamente quedaba muy cerca del colegio. Terminando la jornada escolar, me despedí de mis colegas y emprendí camino hacia el local de comida rápida. Por cada paso quedaba, mis piernas se debilitaban, mi corazón palpitaba con fuerzas y mi temperatura corporal variaba de lo frio a lo caluroso. No pude lograr mantener un óptimo equilibrio emocional ni fisiológico pues, por lo que recordaba, Sebastian era dueño de una belleza excepcional y ante ello, mi memoria fue bastante rápida en grabar.

Me armé de valor una vez llegué a la entrada del local. Miré desde el ventanal y busqué identificarlo.

—H-hola Sebastian. —Saludé tímida. Sonreí en el proceso y él me devolvió el mismo gesto con bastante amplitud y dicha.

Me senté frente a él y volví a sonreír, bastante incómoda y nerviosa. Realmente era atractivo, por lo que, mi cerebro se vio expuesto a realizar corto circuitos altamente peligrosos y humillantes. Me mentalicé y repetí variadas veces que aquel momento sería breve. Tenía entendido que él lo hacía por agradecimiento y, que luego de ello, no volveríamos a interactuar más. Pero, al contrario, el momento no fue breve y yo, me vi envuelta en risas animosas y un entusiasmo bastante fuera de lo común ante la simpatía del sujeto de origen rumano.

Me habló de variadas cosas de las que solo presté atención a muy pocas. Me vi embelesada por la forma en la que brillaban sus ojos cada vez que se reía y mencionaba lo que le apasionaba hacer, como también, el resplandor que figuraba su sonrisa, siendo así, un conjunto perfecto de sus expresiones faciales.

—A sí que profesora de filosofía. —Dijo y yo asentí cortamente. —Jamás creí que pudieras ser docente de filosofía. —Carcajeó. Yo fruncí el entre cejo y no dudé en soltar, igualmente, una carcajada.

—¿Por qué no? —Inquirí entre risas suaves.

—Creí que eras artista, o algo relacionado con ello. —Se encogió de hombros. — ¿Y hace cuánto tiempo ejerces como docente?

—Hace un año.

—Poco tiempo. —Rio el rumano. —Y qué tal tu experiencia?

—Bastante buena, sabes? superó mis expectativas. De igual forma, es lo que me gusta hacer, así que me dedico a realizar mi trabajo lo mejor posible, así disfruto yo y mis alumnos. —Sonreí.

— ¿Puedo confesarte algo? —Preguntó cauto. Asentí. El rumano se mordió el labio, inquieto, pero con una semi sonrisa dibujada en sus labios carmesí. —Pero no te vayas a enojar...

—No puedo prometer nada si no sé de qué se trata tu confesión. —Reí.

—Bueno, aquí voy. —Rio de vuelta. —Jamás en la vida me gustó filosofía. —Dijo y rio casi lamentando aquello. Reí divertida, y negué ligeramente en el proceso. Bien sabía yo que aquel ramo no era muy bien recibido por su complejidad.

—Bueno, yo también te tengo que confesar algo. —Le dije, y el ojiazul me miró expectante. —No eres el primero en odiar el ramo. —Me encogí de hombros y reí. —Muchos lo hacen, mis alumnos, la gran mayoría aborrecen la materia. Incluso mis colegas...

Sebastian carcajeó.

—¿Y te lo han dicho directamente?

Asentí.

—He tenido unos muy buenos debates con el profesor de religión. —Dije, y el rumano volvió a carcajear. —Ya sabes, ambas materias no van de la mano. Pese a que hubo filósofos que también eran teólogos. Pero, eso depende de cada individuo, después de todo, lo que haya elegido mi colega y lo que elegí yo, es lo que cada uno optó en base a sus intereses.

El rumano asintió, concordando con mi postura.

—Algún día tendré que escuchar esos debates. —Dijo.

—Te gusta ver el mundo arder, Sebastian. —Indiqué con mi dedo índice. Volvimos a reír, como dos personas que, ya se conocía desde años atrás.

La tarde transcurrió rápido entre las anécdotas que cada uno le contó al otro, con la intención de conocernos un poco más. Finalmente, uno de los personales del local nos avisó que iban a cerrar y, que necesitaba que nos retiráramos. No dudamos en soltar carcajadas divertidas cuando verificamos la hora.

—Me gustó hablar contigo, __________. —Dijo el rumano, un tanto cohibido. Caminábamos lentamente por la acera. —¿Sería mucho si te pido salir nuevamente? —Inquirió, notablemente nervioso.

Le miré con ternura, y asentí.

—No me molesta. —Dije. —Me he divertido mucho.

—También yo. —Asintió cortamente.

Nos despedimos con un ligero beso en nuestras mejillas, prometiendo que, durante el fin de semana, nos volveríamos a juntar para concretar nuestra segunda salida. 





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Creo que este Os tendrá tercera y quizás cuarta parte. 

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