LV - Blind Date IV
55.- Blind Date IV
—No, no... Así no. —Tomé su mano y posicioné sus dedos correctamente. Luego tomé su otra mano, la que llevaba el arco y la moví lentamente, demostrándole cómo debía sonar el violín. El rumano asintió rápidamente. Me alejé de él y le observé detenidamente.
—¿Me cobrarás por esto? —Inquirió.
—Debería. Eres el alumno más terco que he tenido.
—No tengo dinero. —Frunció su nariz y esbozó una sonrisa. —¿Te podría pagar de otra forma?
Rodeé los ojos.
—A lo que viniste, Stan. El pago lo veremos después. —Y, lanzando una risotada, Sebastian volvió a intentar dar con la escala musical.
Muéstrame tu mundo, fueron las palabras que el rumano utilizó aquel día en el local donde tuvimos nuestra primera cita a consciencia. Aunque ciertamente, mi intención nunca fue tenerla, ese día, el rumano logró impresionarme. Accedí a mostrarle mi mundo y él, el suyo. Me pareció justo, ello me daría una idea de cómo era realmente en su diario vivir. Hasta el momento, no me decepcionaba; Sebastian, extrañamente, me sorprendía cada día.
Me volví a posicionar tras suyo con la intención de poder corregir su postura. Sin embargo, cuando quise mover su mano, éste lo hizo en conjunto con su rostro, quedando cerca del mío. De inmediato sentí mi corazón latir con rapidez. Traté de alejarme de él, pero las ordenes que mi cerebro les daba a mis piernas para que se movieran y me alejaran de él, eran en vano.
Me quedé quieta. Muy quieta. Él, sin embargo, se movía cada vez más. Logré sentir su aliento ventilar mi mejilla derecha, y ello, lo único que hacía era alterar toda mi fisiología.
—Aún no me das las notas correctamente. —Murmuré, sin siquiera hacer contacto visual con él.
—Si lo hago bien, ¿podré besarte? —Preguntó sin siquiera balbucear. Tragué saliva.
—Sólo si logras sacar ésta melodía. —Y rápidamente me alejé de él para dirigirme al atril y dar vuelta la página del libro el cual Sebastian estaba ensayando. Era una melodía bastante simple y, la primera que toqué cuando comencé a interesarme por el violín. Dudaba que él lo fuese a lograr, pero, aun así, no subestimé sus capacidades. Tenía claro que Stan era de las personas que conseguía siempre lo que quería, y mi desafío, no haría más que avivar su deseo por demostrarme que él era capaz de sacar aquella melodía.
—Tendrás tiempo suficiente para ponerte al día. —Añadí. El rumano asintió, excitado.
—¿Cuánto tiempo estarás fuera de la ciudad?
—No lo sé. —Me encogí de hombros. —Tres meses, cuatro quizás...
—Dame un mes, ___________. —Dijo. —Uno sólo, y sacaré esa partitura. —Sonrió, convencido de que así sería.
—Sorpréndeme, Sebastian de Rumania. — Lo desafié. Le arrebaté el violín y comencé, esta vez yo, a ensayar las partituras que debía interpretar dentro de dos días en distintos puntos del país.
******
Cada vez que terminaba mi interpretación, me giraba hacia el público y miraba en los asientos de primera fila, buscándolo entre las personas que ovacionaban nuestro espectáculo. Pero en ninguno de los conciertos interpretados lo vi. Me veía envuelta en una ligera desilusión cuando aterrizaba en la realidad y me percataba de que él no estaría en primera fila como deseaba que estuviese.
Entonces suspiraba, abrumada, pero con una sonrisa que camuflaba la inquietud que significaba comenzar a sentir algo por el rumano.
Pensaba, durante la noche, en el riesgo que corría si dejaba a Sebastian tomar las llaves de mi corazón y abrir la puerta para poder ingresar. Tal como lo hizo mi ex. No, no quería repetir lo mismo nuevamente, no quería desmoronarme en un mar de lágrimas y despreocupar mi vida por un hombre. Pero, cada vez que pensaba en Sebastian las cosas se sentían mucho mejor y eso, era lo que me daba miedo.
Cuando regresé a mi hogar, lo hice con cierto temor pues, sabía que no podría escapar de su presencia por más que lo quisiera hacer. Él se empecinaría en seguirme y hacer coincidir nuestras vidas hasta en el lugar más estúpido del país. Tarde o temprano, le tendría que dirigir la palabra y yo, volvería a sucumbir a sus encantos.
Estaba envuelta en lío.
—¡Te extrañé tanto! —Exclamó mi amiga, por quinta vez. Me abrazó y besó mis mejillas como cuando una madre besa las de sus hijos para demostrarle amor. —He traído pizza para ponernos al día con nuestras vidas. —Dijo y dejó las bolsas sobre la mesa de la cocina.
Madison había llegado temprano durante la mañana siguiente a mi regreso. Nos sentamos y hablamos sobre temas variados mientras degustábamos la pizza y bebíamos gaseosa, entre risas y palabras que denotaban cuánto nos habíamos extrañado.
Hasta que el rumano fue mencionado.
—Fuimos al bar con Sam... —Contó mi amiga con una sonrisa en su rostro. —Bailamos toda la noche. Invitamos a Sebastian, pero no quiso ir. Dijo algo de estar ocupado con una partitura. ¿Es verdad que está aprendiendo a tocar el violín? —Me preguntó y su sonrisa se transformó a una amplía. Elevó ambas cejas, de arriba hacia abajo, socarrona. —Lo tienes en la palma de tu mano y tú no haces nada al respecto, __________.
Suspiré.
—No sé si quiera hacer algo al respecto, Madison. —Me encogí de hombros. —Han pasado tres meses. Lo más probable es que ni si quiera haya sacado la melodía que le dejé como tarea.
—Ok... —Mi amiga alzó una ceja, al parecer confundida. —No logro entender que tiene que ver una cosa con otra.
Accedí, con cierta vergüenza, contarle a Madison sobre el "trato" al que habíamos llegado con Sebastian días antes de irme de gira. La pelinegra parecía sorprendida, pero también un poco impresionada. Sin embargo, pasado los minutos, su semblante cambió a uno totalmente neutro, tomó un sorbo de su gaseosa y dio un mordisco a su pizza.
—Entiendo. Le has puesto una prueba... —Volvió a darle un sorbo a su bebida. —Muy inteligente... y precavido. Pero, aun así, pese a la oportunidad que le diste a Sebastian que, cabe destacar se lo ha tomado muy enserio, no logro saber si tú estás convencida. Digo, siento que lo quieres evitar a toda costa. ¿Por qué quieres evitar ahora a Sebastían? —Inquirió. —Hasta donde yo sé, ambos parecían estar cómodos antes de que tú te fueras. No me gusta que pienses mucho en el futuro, ___________. Tú misma te boicoteas tu felicidad.
—No me quiero acostumbrar a él. —Confesé. —Sé que terminaré hecha pedazos si algo sucede. —Madison frunció su nariz. Iba a hablar, pero me adelanté: —Me estoy acostumbrando a su presencia, Madi. A su insistencia por conseguir algo de mí... Le he puesto obstáculos, pero el sigue allí, empecinado en querer ser parte de mi mundo. —Suspiré. Alcé la mirada y me atreví a mirar a mi amiga quien, no dejaba de mirarme, atenta a cada palabra que diría. —C-creo que me gusta. —Me mordí el labio, inquieta y con cierta vergüenza al exponer tan abiertamente mis sentimientos a Madison.
La muchacha esbozó una sonrisa tierna, posó su mano en mi hombro y dio un ligero apretó fraternal.
—Te has enamorado, amiga. —Dijo. —Te has enamorado de Sebastian.
No pude dormir pensando en lo irrefutable que eran las palabras de mi amiga. Intenté negármelo a mí misma entre los monólogos que tuve antes de ir a dormir. Pero sabía que, pese al esfuerzo que hiciera por negarlo una y otra vez, éstas no dejarían de ser ciertas.
Al día siguiente me desperté con el sonido que emitía mi celular ante la llegada de un mensaje. Dejé pasar unos segundos, pero los mensajes seguían llegando. Alcé mi mano y tomé el aparato tecnológico, esperando ver los mensajes que me había dejado Madison para anunciarme que durante la tarde saldríamos junto a Sam. Algo que, tenía en mente rechazar.
"Logré sacar la melodía" Decía el mensaje. Abrí los ojos y parpadeé un par de veces antes de asumir que el mensaje era de Sebastian.
Era de él.
Suspiré, abrumada, pero feliz en el fondo al saber que lo había logrado.
"Podrías bajar y abrirme la puerta. Por lo que sé, el frio es nocivo para los instrumentos de cuerda"
Me incorporé rápidamente y me acerqué a la ventana. Entreabrí la cortina. Bajé las escaleras y con cierto temor a lo que me iba a enfrentar, abrí la puerta.
Sebastian sonrió, pero yo le miré confundido y casi sin creer que él se encontraba allí, con un violín en manos.
—Buenas noches, mademoiselle. —Dijo. — Hoy la vengo a deleitar con el "himno de la alegría" de Ludwig Van Beethoven...
Mi cuerpo temblaba; mis piernas, mis manos, mi anatomía en general era remecida por la impresión de tenerlo frente a mí, con aquella sonrisa que hacía brillar sus ojos azules. Tomé aire y, esperando a que mi voz saliera limpia y sin rastro de alteración alguna, hablé:
—Adelante. Sorpréndame.
El rumano posicionó el violín y el arco, y comenzó a interpretar la melodía. Asentí aprobando el avance que había logrado realizar sin mi ayuda; las notas se escuchaban limpias y sus manos parecían expertas deslizándose por las cuerdas y el diapasón del instrumento, como si fuese ya un profesional en el tema.
Cuando terminó, suspiró y sonrió.
—Y ¿qué tal lo he hecho? —Preguntó. Alcé una ceja, y sonreí.
—Bastante bien para ser un novato. —Me encogí de hombros, fingiendo desinterés. —Te felicito. Has logrado subir de nivel.
—¿Nivel desbloqueado?
—Nivel desbloqueado. —Afirmé.
Nos quedamos en silencio, mirándonos el uno al otro. Incómoda, desvié la mirada cuando comencé a notar el ligero bochorno subir por mis mejillas. Él no me dejó de mirar, tampoco dejó de sonreír; mi corazón se aceleró y mis extremidades se remecieron ligeramente.
—T-te debo un beso. —Mencioné casi con frustración, algo de lo que Sebastian pudo percatarse.
—Si no quieres, está bien.
—Después me dirás que no cumplo con los tratos. —Rodeé los ojos.
—Descuida, no te obligaré a hacer algo que no quieras. —Repuso el rumano. Fruncí el entrecejo y me crucé de brazos. Ahora, mi postura era demandante y molesta.
—¿Cómo sabes tú que no lo quiero hacer, uhm? —Cuestioné.
—No lo sé... Yo simplemente no te quiero obligar. —Se defendió. —¿Me quieres besar? —Alzó una ceja y sonrió socarrón. La sangre acumulada en mis mejillas aumentó de temperatura.
—No, pero hice un trato y, aunque no me guste, debo cumplirlo. —Repuse. El rumano carcajeó. —¿De qué te ríes? ¿Quieres o no el beso? —Cuestioné con desazón. El castaño me miraba y sonreía afable, cosa que, me molestó aún más. —Vale, no tengo ánimo de perder el tiempo contigo, te pue...
La impresión al sentir sus labios contra los míos fue inefable. Estaba segura que ahora, el sentimiento de ambivalencia se transformaría en un único sentimiento. En aquel que, por miedo, temía volver a experimentar. Pero, también estaba segura que sus labios eran algo que no quería dejar de sentir.
Sonreí embobada cuando nos separamos ligeramente.
—Me gusta tu perseverancia. —Murmuré, muy cerca de sus labios. El rumano sonrió.
—Y a mí me gustas tú. —Respondió él. Volvió a besarme.
Nunca creí que una cita a ciegas que, traté de evitar y boicotear, fuese a terminar de aquella forma. Traté de alejarlo, fui reacia y esquiva con quien creí un patán, algo que, claramente no era cierto.
Y es que pese al esfuerzo que hice por alejarlo de mí, yo misma había ocasionado nuestro acercamiento y afecto pues, cuando dejé que conociera mi mundo, inconscientemente, también dejé que entrara a mi corazón.
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