Capítulo 24: Inefable
Sebastián Michaelis Pov
“Duele tenerte cerca y no poder decirte que te amo, que cada sonrisa tuya, cada caricia y cada palabra quedará grabada en mi corazón… y es que hoy te hago una promesa… desde hoy, podrás continuar con tu vida sin ninguna interferencia de mi parte…” –H.E.
—
Vi en sus ojos la indecisión, aún así, no me detuvo, no dijo nada y se limitó a asentir lentamente con la cabeza en un gesto solemne mientras salía de la habitación, regresando con un enfermero que empujaba la que, desde hoy, sería mi silla de ruedas.
Seguía confundido y perdido con mi condición, pese a ello, necesitaba verlo y reafirmar mi decisión, porque no había realmente nadie que pudiera orientarme en cuanto a lo que estaba a punto de hacer. Quise dejar mi orgullo de lado y preguntarle a Alois lo que piensa, porque a pesar de que odie admitirlo, su amor por Ciel es tan grande, que jamás permitiría algo que le hiciera daño.
Pero ese idiota solo sabe meterse en problemas de último minuto. Me enteré que tras ingresar a Ciel al hospital, hizo una especie de rabieta por no tener su custodia, pese a la “unión” fraternal que había entre ambos. Fue como si lastimaran su orgullo y lo hubiesen hecho de lado para darle preferencia a un bastardo malnacido y arrogante que solo iba a traerle problemas a su chico.
Y como la diva caprichosa que es —palabras textuales de Ciel— prefirió largarse a Alemania por un contrato temporal que le estaban ofreciendo para filmar no-sé-qué-mierda. El problema central no fue ese, sino su incapacidad para no ingerir mierdas tóxicas que obligaron a su representante a internarlo en una clínica de rehabilitación en contra de su voluntad. En pocas palabras, él ni siquiera es capaz de tomar decisiones sobre su persona.
Lo último que supe de él, fue justamente eso, que los médicos lo declararon incompetente para tomar cualquier clase decisión sobre su salud, incluso cuestionaron su estabilidad mental. Ann intentó contactarse con la clínica en donde reside, y el médico a cargo de Alois nos dijo que en lugar de mejorar, su estado había empeorado a tal grado que era necesario mantenerlo medicado y vigilado las veinticuatro horas del día.
Todo era una mierda.
Apreté los puños y regresé a la realidad cuando el enfermero que acompañaba a Angelina me levantó para acomodarme en la silla. El cuerpo me seguía doliendo y en ocasiones sentía que me faltaba el aliento, por lo que no pude evitar quejarme. Actualmente no era diferente a un vegetal, tenía fracturas en ambos brazos y costillas, pero no eran tan graves como para no poder moverlos, lo hacía, muy despacio, pero algo es algo.
También debía usar un collarín y de mis piernas… prefiero no pensar en ello, en lo difícil que será acostumbrarme a la idea de que no volveré a caminar, de que no podré hacer alpinismo nunca más, de que tengo que aprender a vivir sin algo que jamás imaginé que perdería. Porque para mi es tan básico como respirar.
Dar un simple paso es algo en lo que jamás piensas, lo das y ya. Es natural, es instintivo y es relativamente fácil. Ahora veo mi cuerpo, mis piernas y sé que por más que las vea, por más que le ordene a mi cerebro mover tan siquiera un músculo, no podré porque ahora soy un inválido por voluntad propia. Porque si jamás hubiera corrido, si jamás hubiese salvado a Ciel… si jamás lo hubiese buscado… yo seguiría caminando, pero él estaría muerto y eso es algo con lo que jamás podría vivir. Ahora comprendo que él hubiera no existe más que como una maldita palabra que busca recriminar lo idiota que fuimos.
No niego, que de momento el shock inicial fue brutal y me negué a creerlo. Una parte de mi, gritaba que todo era culpa de Ciel, que por su culpa quedaría atado a una maldita silla de ruedas, que por su culpa, mi vida tal y como la conocía, había terminado… pero aquel murmullo fue aplastado con una verdad cruda y violenta, porque es un hecho cruel que puedo vivir atado a una silla de ruedas, pero no soportaría saber que Ciel se ha ido de mi lado si pude haber hecho más por tenerlo aquí, pese a lo egoísta que eso pueda sonar. Entonces pensé que sí regresará a aquel momento, no dudaría en saltar con él.
No quiero limpiar mis culpas con supuestas acciones heroicas. No quiero conseguir su perdón a base de lastima, ni quiero que esté a mi lado porque crea que me lo debe… tal vez solo quiero que sea feliz, que sonría hermoso, que sus ojos se iluminen y que entienda que no todo en la vida es malo. Y lo que más deseo es que su pasado no se convierta en las cadenas de su presente.
Finalmente, he comprendido que debo dejarlo ir. Hacer lo mejor para él, incluso si eso significa alejarme para siempre. Tal vez los dos nos equivocamos, tal vez las cosas pudieron haber sido diferentes pero ya no hay marcha atrás, y un día puede que su recuerdo ya no duela tanto como ahora. Quizás un día, todo lo que siento por Ciel se libere de mi cuerpo con un llanto infantil, entonces podré soltar su nombre de mis recuerdos y alejarme. Por ahora sigue ahí, tallado en piedra y clavado en mi corazón.
Incluso pensé que lo mío ya no era amor, sino una obsesión destructiva por él, por sus sonrisas emblemáticas junto al recuerdo de sus besos dulces y caricias descaradas, las mismas que me hacían desearlo de una forma que jamás tendrá explicación. Al menos no una creíble… entonces me pregunto, ¿qué siento por él?
—No lo sé —murmuré perdido y Ann me vio con atención, deteniendo la silla de ruedas en medio de un pasillo silencioso y solitario.
—¿Sebas? —se inclinó frente a mi, tomando mi rostro con ambas manos, deslizando su pulgar bajo mis ojos en una extraña caricia—. ¿Te duele mucho? ¿Quieres que regresemos?
—Estoy bien.
—Estas llorando —afirmó, pero su gesto se suavizó pese a que la preocupación teñía sus facciones.
—¿Qué? —por reflejo, toque mi cara y limpie las lagrimas que ni siquiera sabía que tenía—. No es nada —la mire a los ojos—. Necesito verlo.
Y al igual que hace unos minutos, tan solo se mordió el labio con indecisión y guardó silencio mientras volvía a empujar la silla hasta una habitación cercana que dudo en abrir. Cuando lo hizo, esta vez era yo quien no sabía si quería continuar o tan solo dar media vuelta.
Afortunadamente, Ann no notó el miedo en mi mirada y me colocó a un lado de la cama, tan cerca que pude escuchar el suave sonido de su respiración junto a la calidez de su cuerpo.
—Cuando quieras regresar, presiona el botón azul —colocó su pequeño comunicador en mi regazo, acariciandome el cabello como si fuera un infante.
—Claro
—Seb… —la mire, ella negó e intenté sonreír sin éxito, viéndola marchar de la habitación.
Yo fui el que le pidió con insistencia venir a ver a Ciel, las primeras veces negó tajantemente, después lo dudaba pero terminaba por negarmelo y en esta última, accedió sin decir nada y lo agradecí. Necesitaba estar con él, aun si me confundía con su padre o pensaba que era una alucinación de mi mismo. Tan solo bastaba verlo para tener una solución a todo esto.
—Soy muy egoísta —murmuré acariciando la punta de sus dedos con los míos—. No quiero perderte y si hay una oportunidad para tenerte, aun si después me odias, la tomare y me aferrare a ella.
—Eres demasiado egoísta…
Su voz adormilada me paralizo y sentí que me faltó el aire mientras era incapaz de levantar la vista y enfrentarlo. Lo deseaba, deseaba tanto poder volver a hablar con él como antaño, como antes de que nuestros caminos se separaran, tal como en Rochester, donde desee permanecer siempre, pero ahora tenía miedo, pese a ello, levante la vista y me tope con sus ojos, su expresión tranquila y su sonrisa suave, tan linda como en aquellas mañanas en donde amanecía entre mis brazos y podía amarlo y besarlo.
—Ciel…
—¿Por qué lloras?
Y el tiempo retrocedió en un instante, sintiéndome tan suyo, mis lágrimas empaparon mis mejillas y su mano se aferró a la mía en un consuelo que al parecer necesitaba. Pese a todo lo malo que le he hecho, Ciel me estaba animando con palabras dulces que no merecía y solo pude aferrarme a él junto al recuerdo de un amor que no supe conservar ni valorar como lo que era, dejando que el dolor fluyera en silencio, despacio y con sentimiento.
No sé cuántas veces había intentado hablar con él sin éxito. Ahora, las palabras tropiezan unas con otras dentro de mi mente porque no logran existir fuera de mi. No quiero arruinarlo mientras un sentimiento extranjero va tomando forma. Culpa y agradecimiento. Porque ya no puedo decir su nombre sin que me arda el pecho, ni pensar en su cuerpo sin el arrepentimiento de mis acciones. Quisiera que no fuera así, borrar esa parte de la historia que parecía escrita desde siempre.
No soy capaz de hablar. No soy capaz de explicar cómo después de él ya no hay nada. Porque enamorarse es y será siempre lo que me pasó a su lado, ya que amar es lo mejor, al mismo tiempo, aquel sentimiento guarda uno de mis dolores más profundos, y es aquella incapacidad que me embarga, cuando mi amor no es capaz de tocar al suyo. Porque aquella parte del cuerpo en la que duele el rechazo, es la misma que me tiene aquí, esperanzado de algo sin forma y que solo él puede darme.
—Porque te necesito… —dije al fin.
—No es verdad.
—Lo es —mi voz se ahogó con recuerdos y fui incapaz de continuar.
—Estás aquí —volvió a apretar mi mano—. No eres una ilusión…
—Nunca lo fui.
Apretó los labios pero jamás me soltó, solo analizó cada detalle mientras lo miraba en silencio, esperando el momento justo para irme, consciente de que debía alejarme pero más tranquilo porque ahora sabía que hacer, tenía que aferrarme a ese pequeña esperanza sin dudas.
Sin miedos, me repetí con fuerza, intentando grabar cada detalle de su rostro en mis recuerdos, todo para evocarlo cuando sienta que ya no puedo más, que el mundo me ha sobrepasado y no pueda sostenerme por mi mismo. Entonces, tomaré este momento como soporte y haré lo posible para seguir adelante, y será por sus miradas y por sus sonrisas dulces y ajenas.
—Tu no puedes ser real —tajó con amargura—. El Sebastián real estaría con su esposa e hijo, no aquí, con un loco al que deben cedar cada dos por tres.
—Ciel, mirame —pedí con voz suave y dolida—. Estoy aquí… he estado aquí y no me iré… y yo no tengo hijos… tampoco esposa.
—No tienes que mentirme, entiendo que mis alucinaciones ahora son una mierda y un problema —finalmente me soltó y desvió la mirada—. Ya no sé que es real y que es una mentira, incluso dudo que estés aquí, dudo de lo que digo e incluso de lo que soy…
—¿Sientes eso? —con esfuerzo, volví a tomar su mano, apretandola tanto como podía—. Mi calor… mi tacto… soy real… lo soy…
—Tal vez… podría creer que eres real —me miró con calma, mientras sus dedos me acariciaban lento—, pero lo sigo dudando al verte tan lastimado y en silla de ruedas. ¿Qué fue lo que te paso? —sonrió con burla y sus ojo brillaron—. Te caiste de tu estupidez.
—De ser así, no hubiera sobrevivido.
Sonrió antes de reír. Su risa hermosa, cálida y líquida como el caramelo derretido, repto por mi piel hasta estremecerme de una forma nostálgica que amenazaba con desaparecer en cualquier momento. Y me perdí en sus zafiros, en sus largas pestañas y en la curva de sus labios que me incitaba a inclinarme y robarle un pequeño beso, un roce de sus labios de durazno, tentadores y prohibidos.
—Enserio —me miro con un mohín—. ¿Qué te pasó?
—No lo recuerdas —afirme aunque sonó más como una pregunta.
—¿Por qué tendría que recordarlo?
—¿Cómo te hiciste esas heridas? —lo cuestione con una expresión tranquila en lugar de responder, porque lo cierto es que no sé por dónde comenzar.
Finalmente pareció darse cuenta de algo, su rostro palideció y me preocupe de haber sido muy imprudente con mis comentarios.
—¿Yo te lastime?
—No —le sonreí para calmarlo y decidí que lo mejor era empezar con la verdad de una forma sutil, aunque lo cierto es que no hay mucha en algo así—. Caíste de la azotea… y cuando no logre sostenerte, todo lo que se me ocurrió fue saltar contigo… fue arriesgado pero funcionó —me encogí de hombros, o al menos lo intente, queriendo aligerar el tenso ambiente.
—¿Qué…? —su expresión de pánico me asusto pero logré mantenerme sereno—. ¡¿Por qué diablos hiciste algo así?! ¡Pudiste matarte!
—Tampoco podía dejar que saltaras frente a mi y no hacer nada —taje severo.
—No lo entiendo… ¿por qué ir tan lejos por mi? Por alguien como yo… alguien…
—Alguien perfecto y a quien amo —lo interrumpi—. Sé que no me crees. Sé que me equivoque y no voy a pedirte otra oportunidad porque no la merezco, pero al menos… al menos déjame permanecer contigo… no como tu pareja, ni siquiera como un amigo… —sonreí para no llorar—. Seré como una sombra, como un extraño recurrente al que te topas ciertos días pero ignoras.
—No lo valgo… dices que me lastimaste… y lo hiciste pero no de esta forma, no así... mírate, tú jamás me harías algo así… pudiste matarte —apretó los labios—. ¿Cuánto tiempo estarás en esa silla? ¿Cuánto daño te hice?
Esta vez fui yo quien bajó la cabeza.
—No importa. Tu siempre tuviste razón, pude haber hecho las cosas diferente, te mentí y te engañe, te oculte que tenía una prometida de la que ni yo recordaba porque era lo mejor y después, después de todo aquello solo seguí siendo más y más egoísta hasta el punto de pedirte que te quedaras aun si eso te hería.
—A mi me importa lo que te pasó —tomó mi mano de forma suave, atrayendola hacía él para que lo viera—. Nadie está libre de pecados, yo… —calló y desvió la mirada—. No lo sabes, pero también te hice daño, te oculte algo que no debería, a lo que tenías derecho y de lo que me arrepiento, pero ya llore, ya me culpe y no hay marcha atrás, al menos dejame saber...
—No lo sé —mentí y él lo noto.
—Merezco saberlo.
—¿Para qué?
—Para corregir mi errores.
—Yo fui un error en tu vida.
—Y yo arruine tu paraíso —sonrió.
—Mi paraiso fuiste, eres y siempre serás tú.
—Eres malo mintiendo.
—Pensé que no querías verme —evadí el tema, pero él no se molesto, solo pareció meditarlo.
—No quería verte —me miró—, incluso te odiaba, pero es absurdo, me han hecho cosas peores y he perdonado —se mordió el labio inferior—. Tal vez sean los calmantes… no lo sé ¿sabes? Me dijeron lo de mi tumor en un momento de lucidez, justo como ahora y solo pensé en que estaba bien, que debería morir tal y como me lo dijo Vincent… porque solo daño todo lo que me rodea.
—No es verdad.
—Lo es —se encogió de hombros—. Mi padre, mis abuelos, Vincent, mis hijos… —desvió la mirada—. Incluso a ti… yo te deje así.
—Es temporal.
—No lo es ¿verdad? —asentí y él suspiró cansado—. Ya he arruinado demasiadas vidas, Sebastián.
—Nunca has sido tú.
—Sebastián… —hice un sonido para indicar que lo estaba escuchando—. ¿Y tu esposa e hijo?
Me tensé antes de relajar mi cuerpo por completo, cerrando los ojos mientras recordaba lo que había pasado, intentando no hundirme en mi miseria conforme recordaba, narrandole todo de la forma más clara que podía. Y es que aquel día… el día en que me entere que Ciel abortó al bebé de ambos y me fui de casa dejando a Ann sola, fue un escape temporal a mis problemas.
Pero solo pensaba en mi, no me importó tirar cuanto encontré a mi paso mientras salía de casa. Ahora que lo pienso, ella tiene suficientes motivos para odiarme, pero no lo ha hecho, al contrario, sigue ayudandome. Aunque por mi culpa nuestro bebé murió. Ella tropezó porque yo cause un desastre, no pudo pedir ayuda de inmediato, el parto se adelantó, no estaba lista, no eran las condiciones.
Sasha… nuestro hijo nació muerto. Y ella… Ann sufrió un desgarre… no podrá embarazarse de nuevo. El daño fue tal que los médicos no tuvieron otra opción que remover su matriz. Llore con ella, me disculpe por algo que jamás tendría perdón y acepte todo lo que pidió, aún si eso significó alejarme definitivamente de su vida, darle el divorcio y acatar la orden de restricción que me puso, y que anuló cuando me internaron.
—Merezco todo esto que me ha pasado.
—Los accidentes pasan.
—Nada fue un accidente…
—¿Querías lastimarlos? —preguntó y negué de inmediato—. Ahí esta tu respuesta, fue un accidente, tal vez pudiste hacer las cosas diferentes, pero lamentarse no corregirá el pasado, no traerá lo que perdimos. Hay cosas irrecuperables, llámalo destino o una mierda, al final es lo mismo, pero no puedes perderte en eso.
—De forma indirecta mate a mi hijo —murmure con amargura.
—Yo hice algo similar y lo lamento tanto, incluso a mi pequeño Finny. Lo dañe tanto —sus ojos se cristalizaron—. No puedo dejarlo ir, Sebastián, él era tan pequeño.. tan frágil y yo no supe cuidarlo. Me quede dormido… estaba tan cansado, y cuando desperté, tarde en darme cuenta que él no se movía, estaba palido y frio. Los médicos dijeron que tan solo dejó de respirar.
—No debes culparte.
—Yo debía cuidarlo —sollozo—. Se lo prometí cuando nació, le dije que lo protegeria de todo, que yo no seria como mi padre, pero lo deje morir.
—Ciel, tu eres un gran padre.
—¡Claro que no! —Llevó las manos a su vientre—. Mate a nuestro bebé porque tuve miedo, pero lo rechacé yo le hice daño… yo…
Estaba entrando en un ataque de pánico. Y todo lo que pude hacer fue apretar su mano y llamarlo con firmeza para para que me prestara atención, y de un momento a otro, lo tenía aferrado a mi, llorando desconsolado mientras me apretaba con fuerza. Me estaba lastimando y me costaba respirar, pero no lo aparte porque ambos lo necesitábamos.
Cuando se tranquilizó, se disculpó, y pese al dolor punzante de mi cuerpo, le reste importancia y decidí cambiar de tema para relajarlo. No sé como, pero acabamos charlando de lo que pasó aquel día que lo recogí en el aeropuerto, de mis motivos y de todo lo que hizo tras marcharse, intentando omitir la parte de su visita al hospital…
—Sebastián… ¿me amaste? —preguntó con la mirada clavada en el techo.
—Te sigo amando, Ciel.
—Me costó trabajo asimilarlo, pero he entendido, que el amor no necesariamente es el primero que aparece en nuestras vidas —cerró los ojos tras un suave suspiro, mientras sus dedos se apretaban a mi mano con un leve temblor—. Aquel amor que lloras, extrañas, anhelas y al mismo tiempo disfrutas… ese amor que te destruye y recompone en segundos, ese mismo amor es el que siento por ti, uno tóxico y necesario.
—¿Te arrepientes?
Sus labios dibujaron una sonrisa irónica que me cerró la garganta porque la respuesta parecía demasiado obvia. Soy uno de los errores de su vida.
—Creo que es de lo único que no me he arrepentido en mi vida… al menos no realmente, porque siempre volvía al mismo punto, a la misma necesidad.
—Lo lamento.
—¿Por qué te disculpas exactamente?
—Fui un maldito idiota —baje la mirada—. Te amo tanto y jamás quise perderte, al contrario, mi miedo me impulsaba a hacer lo que creía más sensato para mantenerte a mi lado… para que no me odiaras.
—Pero pasó —el agarre que había mantenido sobre mi mano cedió y me obligó a levantar la vista, topandome con sus preciosos ojos azules—. Miranos ahora, somo menos de lo que imaginamos, pero aquí seguimos, destruyendonos con cada decisión.
—No sé qué hacer ahora.
—Es fácil —sonrió con burla.
—No, no lo es.
—¿Por qué?
—Porque… si me equivoco…
—No quiero morir —colocó una mano sobre mis labios, para impedir que lo interrumpiera—. Pero si ocurriera, estoy listo.
—Yo no lo estoy.
—Entonces hazme una promesa.
Se inclinó hasta que su frente quedó apoyada sobre la mía, y su voz se volvió dulce mientras me susurraba algo que negué sin siquiera pensarlo, entonces sonrió y continuó hablando... lo miré sorprendido por lo que me pedía, pero acepte sin saber si debía estar feliz o preocupado.
—Ciel…
—Sebastián —sus manos me tomaron suavemente del rostro, acercándome más a él—. Besame.
Ordenó seductor, y obedecí eliminando todas mis dudas, accediendo a cumplir aquella promesa aún si es egoísta, porque una parte de mi, grita que las cosas no pueden ser tan fáciles, que los finales felices no existen. Puede que sea un error, puede que me arrepienta y aun así, acepté. Esta vez sin dudas, sin miedos y se lo confirme besándolo como antes, sintiéndolo tan mio e ignorando la nostalgia de sus labios, de su aroma y de su voz pronunciando mi nombre.
~ * o0O0o H.E. o0O0o * ~
Continuará
Hola! Espero que les haya gustado y una disculpa por la espera, tuve un asenso en mi trabajo, mis bebés enfermaron, mis visitas al médico en fin, quise traerles este capi que sinceramente me encanto. Si piensas lo mismo, no se te olvide votar y comentar 😎 🌟🌟🌟
Lamento si hay fallas ortograficas, pero es que lo escribi en notitas desde el celular xD
Y la pregunta del millón, ¿qué creen que le haya hecho prometer Ciel a Sebastián?
Bueno, yo me despido y en serio espero estar por aquí cuanto antes con una continuación. Les mando muchos abrazos.
Haruka Eastwood
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