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Capítulo 18: Tormenta

Sebastián Michaelis Pov

“Se vivir sin ti, no te necesito para nada, pero te quiero para todo…”

«Yo… le practique un aborto…»

Escuché las palabras de Angelina, vi en su rostro la desesperación, y la culpa a cada lagrima que caía de sus bonitos ojos, pero al mismo tiempo era incapaz de decirle algo, de reconfortarla y de tranquilizarla porque ni siquiera entendía lo que me dijo. La escuche, sí, pero al mismo tiempo fue un murmullo tan distante que mi cerebro se negaba a procesar porque acabaría por destruir algo de mí. Un hijo con Ciel… desde hace mucho era parte de un anhelo tan profundo que me motivaba a seguir día con día.

Muchas veces lo visualice. Quise imaginar cómo sería verlo embarazado, sentir su vientre, besarlo y hablarle como como un tonto mientras le repetía a mi hijo cuanto lo amaba y deseaba conocerlo, mimarlo y malcriarlo. Tantas noches lo soñé, soñé que Ciel me daba la gran noticia, me vi cumpliendo sus caprichos, e incluso marcando cada día en el calendario. Suena tonto, pero me adelante y comencé a decorar el cuarto del que sería nuestro tesoro.

Sé que no tendría derecho a reclamar nada, Ann espera un bebé mío. Me emociona, me gusta tocar su vientre y sentir como mi hijo se mueve, pero al mismo tiempo una vocecilla malvada no deja de decirme: “ese bebé pudo ser de Ciel y tuyo”. Lo sé y es difícil reconocerlo, pero no pude dejarla, no tuve el valor suficiente y cometí error tras error con él. Desde un principio todo lo que hacía lo dañaba… no deje de hacerlo hasta el final, pese a todo, el sentimiento de molestia solo se incrementa en mi pecho.

¿Lo odio por lo que hizo? Sí, lo odio, me molesta… me enoja. Era el hijo de ambos, decía amarme y aun así se deshizo de una parte de ambos. ¿Tenía derecho de enojarme? Claro que sí, había más soluciones, y acabar con la vida de alguien inocente no era una.  Pero tampoco sabía que pensar, mi cabeza era un lio y mi pecho dolía, aun así, sentí el cálido toque de la pequeña mano de Angelina sobre mi mejilla, trayéndome a la realidad.

—Lo lamento… lo lamento tanto —gimoteó agarrando su vientre—. Era mi trabajo, pero él… él se veía tan decidido, tan molesto. Tal vez si hubiera hablado con él…

—No lo sabías…

—Pude haber hecho más —se limpió torpemente las lágrimas—. Él estaba llorando…

—Ann —llame con voz autoritaria y finalmente volteó a verme—. Ya no hay nada que hacer, Ciel tomó una decisión, debo de aceptarla porque no me queda de otra, pero jamás estaré de acuerdo con algo así. 

—Sebastián….

Me levante e ignore su llamado mientras salía de la habitación tirando varias cosas a mi paso. Estaba molesto, decepcionado y no sabía cómo calmarme, al mismo tiempo estaba tan frustrado y tan triste que no podía evitar llorar. Muchos hombres huyen con la noticia de un hijo, yo no, yo lo hubiera dado todo por él o ella, aceptando incluso toda la responsabilidad de criarle. Ciel debió saberlo.

—¡Maldición! —golpee la pared del garaje sintiendo un dolor punzante que se extendió por todo mi brazo.

Cuando aparte la mano, vi que los nudillos me sangraban. No le di importancia y acabé por recargarme en la pared, deslizándome hasta el suelo contemplando un punto fijo. Me sentía vació, e incapaz de aclarar mi mente, por lo que, tras una eternidad, me levanté y me subí al auto comenzando a manejar sin rumbo fijo. Tan solo daba vueltas yendo cada vez más rápido. Ciento cincuenta… ciento ochenta… doscientos… doscientos diez Km/h…

Solté el volante y pisé el acelerador. Si chocaba sería mi fin, pero no me importaba, aun así, fui bajando la velocidad poco a poco, curiosamente me detuve cerca de una gasolinera en medio de la carretera. Había anochecido y todo estaba tan oscuro que incluso parecía un lugar tétrico que por algún motivo se me hacía familiar.

Sonreí irónico, cuando vi que la aguja del combustible estaba en rojo. Al menos no todo en mi maldita vida era tan malo. Haciendo un recuento de todo, sí, tuve un amorío con un doncel extraordinario del que me enamore como idiota y a quien le hice mucho daño, pero aun así me termine casando con mi prometida, una mujer que pese a saber de mis infidelidades siguió conmigo. La misma mujer que está esperando un hijo mío y a quien le acabo de confesar que amo a alguien más. ¿Así o más bastardo? 

—Señor… —gire mi vista hacia el lado derecho del auto, viendo a un chico despeinado y con enormes anteojos que traía el uniforme de la gasolinera—. ¿Se encuentra bien? —se ajustó los lentes—. Mi nombre es Othello, trabajo ahí…

—Mi vida es una mierda —murmure, pero él no me escucho.

—¿Disculpe?

—Nada, solo me quede sin combustible y estoy cansado de manejar —forcé una sonrisa que dio resultados porque el asintió.

—Es una lástima.

—¿Por qué? —lo mire arqueando una ceja.

—El pueblo más cercano es Rochester —sacó su celular—. Son casi las cuatro, llegara allá como a las seis o siete de la mañana, pero podría tomarse un café en el combini mientras llena su auto —sonrió—. El expreso es de lo mejor.

—Si claro…

Asentí sin muchas ganas pensando en lo absurdo que estaba resultando todo. Hace más de un año, recorrí esta carretera con Ciel mientras lo veía dormir y me tomaba el atrevimiento de robarle un par de besos que lo hacían sonreír entre sueños, murmurar mi nombre y hacer pucheros que me daban ganas de despertarlo y hacerlo mío en el auto, sin embargo, me limite a tomarle infinidad de fotos que aun hoy siguen en mi galería, pensando en ellas como un recuerdo de algo que me era imposible.

●●●

Othello tenía razón y el expreso era muy bueno. No tenía sueño, pero sirvió para animarme, aunque sea un poco en seguir un camino que poco a poco tenía más claro. No sabía porque, pero desee llegar al principio de todo y para mí eso era Rochester. Ahí aclaramos muchas cosas, nos amamos por primera vez y sin que él lo supiera, le jure amor eterno entre poesía del alma: dulce, sutil y con la devoción digna de un amante que había caído a sus pies gustoso.

Fui feliz como jamás creí serlo, aunque ahora mi regreso era nostálgico, carente de aquella alegría que viví, por lo que solté un suspiro deteniendo el auto. Eran las seis treinta de la mañana, pero seguía sin tener sueño, al contrario, estaba ansioso por lo que me baje comenzando a caminar un poco, estirando el cuerpo, pensando en que este día parecía querer decirme algo importante.

Estaba frente a la misma iglesia que Ciel y yo visitamos, por lo que entre sin pensarlo mucho. La luz del sol se filtraba levemente por los vitrales haciendo un juego de colores único que me tranquilizo y me hizo suspirar cansado. No entiendo que he estado haciendo, que hice ni cómo arreglar mi vida de todo el caos que yo mismo provoqué.

—¿Te encuentras bien? —una voz sería me regreso a la realidad, logrando que frunciera el ceño, mirando al sacerdote que permanecía estoico a un lado de mí.

—Ni siquiera soy religioso, padre.

—No necesitas ser religioso para tener problemas.

—En ese caso no espere que me siente frente a un cubículo a contarle mis penas.

No tenía ánimos de lidiar con alguien, menos con un sacerdote que únicamente me va a sermonear sobre lo idiota que fui y sigo siendo, lo cual no iba a tolerar porque es algo que ya sé. Por lo que solo tenía una opción y por muy religioso que este hombre fuera, todos teníamos un límite, sin embargo, el padre no se molestó por mi actitud arisca, solo esbozo una sutil sonrisa, mirando al frente con un gesto sereno.

—Claro que no, por cierto, mi nombre es Johan Agares —me miró con un gesto severo, que me recordó a mi padre cuando está a punto de darme un consejo—. ¿Qué te parece si te invito a tomar algo?

—¿Agua bendita? —me burle comenzando a seguirlo por un pasillo que hasta ahora notaba, entrando a una pequeña y cálida oficina—. Y yo soy Sebastián —murmure al aire y no me intereso saber si me escucho o no.

—El agua bendita no se toma, hijo —arqueó una ceja y solo rodé los ojos comenzando a sentirme cómodo con su presencia—. Hubiese sido más lógico si dijeras que querías vino de consagrar, ¿no crees?

—¿Realmente eres sacerdote?

—Lo soy, Sebastián —afirmó con una vaga sonrisa, sacando una botella de whisky y dos vasos de una gaveta tras su escritorio—. Sin embargo, también entiendo el comportamiento humano.

—Vaya, vaya, ahora resulta que eres sacerdote-psicólogo.

—Cerca —sirvió whisky en ambos vasos y me entregó uno—. Era psiquiatra, lo deje hace cinco años para convertirme en sacerdote.

—¿Por qué?

—Porque fui incapaz de ayudar a alguien —bebió un poco—. Fue mi último caso, pero no por ello el más difícil, aun así, se puede decir que aquel niño me dio el impulso que necesitaba para dejarlo todo —se sirvió un poco más y me miró a los ojos—. Pero no estás aquí para saber de mi vida, ¿o sí?

—No sé ni porque estoy aquí —sonreí bebiéndome el contenido de mi vaso—. Llegue a lo que considero el principio de todo por una simple casualidad.

De un momento a otro y sin saber porque lo hacía, le hable de todo, de mi vida, mis decisiones, de lo que me atormentaba desde hace años, de Angelina y lo más importante… le conté sobre Ciel, del como lo conocí y me fui enamorando, incluso le confesé cuánto daño le hice, el cómo me gane su perdón y todo para que al final terminara dejándolo por un fallo que tenía que asumir.

Y en algún momento de mi relato, termine sentado en el pequeño sofá con Johan frente a mí, bebiendo lentamente mientras me escuchaba con serenidad y me daba un consuelo silencioso, un consuelo que no sabía que necesitaba pero que me doblego cuando llegue al final del relato y el motivo por el que acabe en Rochester.

—Ciel Phantomhive —dijo tras una larga pausa que ocupe para respirar, e intentar serenarme—. Lo conozco.

—¿Qué?

—Mejor dicho… lo conocí… un hermoso doncel… mi último paciente.

Me quede en silencio intentando procesar lo que me acababa de decir. Ciel había sido el niño que motivo a un psiquiatra como Johan a dejar de serlo y convertirse en sacerdote. Sin embargo, en todo lo que podía concentrarme era en la frase que me dijo cuando iniciamos esta conversación: «Fui incapaz de ayudar a alguien». Si eso era cierto, ese alguien resulto ser Ciel, mi Ciel.

—No lo entiendo —murmure frunciendo el ceño.

—Hace poco más de un año —meditó cerrando los ojos—. Vi entrar a una pareja a esta iglesia. Su alegría era casi palpable y el amor en cada mirada que se dedicaban me llenaba de dicha.

—¿Qué tiene que ver eso con Ciel?

—Todo —respondió viéndome con una mirada afligida—. Porque esa pareja eran ustedes —sonrió ante el recuerdo—. Quise acercarme en cuanto reconocí a Ciel, pero no lo hice porque terminaría con la pequeña burbuja en la que se habían encerrado. Él ya no era ese niño que yo conocí y sonreí al saber que finalmente estaba bien, porque lo que terminó por ayudarlo no fue un profesional que creía saber todo, sino un hombre que no sabía nada pero que lo amaba con locura.

—¿Qué fue lo que le paso? —exigí encarándolo, pero Johan solo negó.

—Si no lo sabes es porque él así lo quiso, y pese a que ya no ejerzo como psiquiatra, Ciel fue mi paciente y debo de respetar su privacidad —suspiró—. Solo te puedo decir que entiendo porque hizo lo que hizo y desde su punto de vista fue lo mejor y lo único que podía hacer.

—Siempre hay más alternativas —solté mordaz.

—Sebastián, ¿tú conoces el pasado de Ciel?

—No —apreté los puños—. Todo lo que sé es que vino a Inglaterra cuando tenía dieciocho, escapando de su pasado y que se culpaba de la muerte de su padre varón… aunque nunca mencionó a su padre doncel, pero era un muy reconocido modelo.

Johan suspiró y pareció meditar lo siguiente que diría, pero al final, permaneció callado por lo que considere una eternidad, observando cómo se servía más whisky y lo bebía de forma lenta.

—¿Amas a Ciel? —preguntó repentinamente.

—Lo amo, pero él ya dejó en claro que yo no signifique nada en su vida, así que no tiene caso seguir con este sentimiento. ¿No cree?

—¿Te equivocas?

—Tengo suficientes pruebas —refute irritado—. Si me odia por lo que le hice lo acepto porque me merezco eso y más, pero no le perdono lo que le hizo a nuestro bebé.

—Te contare algo.

—Creí que iba a respetar la confidencialidad médico-paciente.

—La respetare, pero hay cosas que debes saber —se acabó el contenido del vaso y regresó a sentarse tras el escritorio—. Ciel no solo se culpa de la muerte de su padre varón, sino de dos personas más.

—¿Realmente fue culpable?

—No, pero él no lo ve así —respondió sereno—. No tiene familia y siempre fue alguien solitario, alguien que prefería alejar a las personas para no salir dañado. Él tan solo tuvo miedo, y sus recuerdos lo llevaron a tomar lo que creyó la mejor decisión —bajo la mirada—. Pero lo que ahora me preocupa es como esta después de perder al hijo de ambos y perderte a ti.

—Está bien —desvié la vista hacía la ventana—. Sigue trabajando como modelo y es muy solicitado.

—Que lo veas bien no significa que este bien, Sebastián.

—Tampoco puedo hacer algo por él.

Me levanté y salí de ahí con más dudas que respuestas, pero lo cierto es que tal vez Johan tenía razón y debía hablar con Ciel, sin embargo, aún no era el momento, por lo que conduje a casa ignorando el cansancio de mi cuerpo. Solo deseaba llegar, darme una ducha, disculparme con Ann por irme así e ignorar sus llamadas, si es que me llamo, y dormir. Pero cuando llegue a casa eran casi las ocho de la noche y todo estaba a oscuras. Prendí la luz notando que el desastre que hice seguía tal cual por lo que camine hacía la habitación que comparó con Angelina. Pero en cuanto abrí me di cuenta que haberme marchado fue otro terrible error.

●●●

—Debes de salir un poco —Agni me volvió a sermonear en cuanto nos subimos al elevador.

—Saldré —lo volteé a ver y oprimí el botón de la planta baja—. Iré a una cena de negocios.

—Sabes a lo que me refiero.

—Y tú sabes que no tengo ganas.

—Sebastián —me sujeto para que lo viera a los ojos—. A pasado un mes, no puedes seguir así.

—Y tú no puedes obligarme.

—Soy tu amigo.

—Lo sé —murmure en cuanto las puertas se abrieron.

El silencio entre Agni y yo se estaba volviendo tenso, pero conforme nos acercaba a la recepción, escuchaba un inusual escándalo, proveniente de la voz chillona de Wendy, la recepcionista y otra que me era familiar pero no podía recordar donde la he escuchado.

—Necesito verlo.

—Señor —Wendy hablo con fastidio—. Necesita una cita, de lo contrario el señor Michaelis no podrá recibirlo. Ya le he proporcionado los números a los que puede contactar, el primero es de su secretaria personal, ella le agendara una cita.

—Te repito, necesito verlo ahora.

Fruncí el ceño ante esa voz molesta y sigilosamente me acerqué en compañía de Agni, quien con una mirada me preguntó si conocía a aquel tipo insistente, por lo que negué. Ya que hasta donde recuerdo, me he portado bien como para que venga un novio celoso a reclamarme.

—Wendy, ¿qué es este escándalo?

—Señor Michaelis —su rostro palideció—. Lo lamento tanto, es solo que el señor aquí presente —fulminó con la mirada a un rubio idiota que, para mi desgracia, si conocía—. Insiste en verlo, pero ya le he dicho que necesita una cita, ¿pero si gusta puedo llamar a seguridad?

—No es necesario —le dije, centrando mi vista en aquel tipo con cara de nena al que sigo odiando—. Soy un hombre ocupado, Alois, ¿qué es lo que quieres?

—Hablar contigo.

—No tengo nada que discutir con alguien como tú —espete y el apretó los puños, como si se estuviera conteniendo para no saltarme encima y golpearme.

—Sabes que puedo golpearte, aun así, estoy aquí dispuesto a hablar en vez de estampar mi puño contra tu rostro.

—Tienes un minuto —cedi, viéndolo rabiar.

—Necesitamos hablar contigo —volteó a ver a un hombre que me recordó mucho a Johan, solo que sus ojos eran de un inusual tono ámbar—. En privado —estaba a punto de negarme cuando agrego—: es sobre Ciel.

En cuanto dijo aquel nombre mi expresión cambio y le hice una seña a los de seguridad que ya habían llegado, para que se retiraran, obteniendo miradas de duda por parte de varios, y una muy curiosa por parte de Wendy, la cual decidí ignorar, haciéndole una seña a Agni, Alois y el tipo que lo acompañaba para que me siguieran.

Nos adentramos al elevador en medio de un silencio incomodo que preferí ignorar, y cuando llegamos al piso correspondiente, Doll se me acercó corriendo, sujetando una carpeta con mirada nerviosa.

—Señor Michaelis, el socio lo espera a las tres —vio su reloj de pulsera—. Apenas y tendrá el tiempo justo de llegar.

—Cancela esa cita y las del resto del día, voy a estar en mi oficina y no quiero que nadie me moleste.

—Pero…

—Solo hazlo —asintió no muy convencida en cuanto me vio entrar a mi oficina y cerrar la puerta en cuanto Agni y los otros dos ingresaron—. Y bien.

—Dije a solas —farfulló Alois, mirando mal a Agni.

—Él se queda, así que habla o retírate.

Apretó los puños y cuando creí que se lanzaría a golpearme, volteó a ver al hombre que lo acompañaba, quien le entregó una carpeta negra que colocó sobre mi escritorio, instándome a tomarla.

—No sé porque, pero al parecer Ciel te nombro como su… Tutor.

Fruncí el ceño tomando la carpeta, solo para darme cuenta de que era un contrato laboral, mejor dicho, era el que Ciel había firmado cuando lo contrataron como modelo.

—Esto…

—Señor Michaelis —el hombre que venía con Alois se ajustó las gafas mirándome con expresión aburrida—. Mi nombre es Claude Faustus y soy el abogado del señor Trancy —explicó—. El motivo por el que estamos aquí es porque se necesita su firma para realizar ciertos tramites.

—¿Tramites de qué?

—La carpeta que usted tiene en las manos, es una simple copia del contrato que el joven Phantomhive tuvo que llenar y firmar cuando se le contrato como modelo por la agencia Elite —sacó otra carpeta de su maletín—. Este es el contrato original, sin embargo, en la página veinticinco, sección B, se le pidió al Joven Phantomhive nombrar un representante legal. Dicho representante será la única persona que podrá tomar decisiones sobre sus bienes en caso de fallecimiento…

—¡Espera! —Lo interrumpí abruptamente—. Ciel… él esta…

—No imbécil —protesto Alois, para voltear a ver a Claude.

—Cómo iba diciendo —Claude volvió a ajustarse las gafas—. El representante que nombro el joven Phantomhive también puede tomar decisiones sobre su salud si se cree que él no está facultado o en todo caso, si se encuentra imposibilitado de alguna forma —tosió un poco, esperando a que leyera el contrato y al hacerlo pude entender mejor todo—. Como puede ver, Ciel Phantomhive al ser una figura pública y reconocida por el medio artístico, tiene que estar protegido por su empresa y únicamente esa persona que está estipulada en el contrato tiene poder de decisión.

—¿Qué paso con Ciel? —cuestione sintiendo mi garganta secarse.

—Es algo que no te importa —farfulló Alois—. No sé porque mierda te dejo a ti como su representante legal después de todo lo que le hiciste, sin embargo, estamos aquí para que firmes esto —me arrojo otra carpeta, una mucho más delgada que solo contenía unas siete hojas.

—Es una sucesión de derechos —dijo Claude—. En cuanto usted firme, se le quitara toda responsabilidad y poder decisivo sobre el joven Phantomhive, cediendo su lugar a mi cliente: Alois Trancy.

Era incapaz de pensar de forma coherente, por lo que agradecí cuando Agni tomo ambas carpetas comenzando a leer. Sabía sobre derecho, leyes y contratos, era básico si quería tomar la empresa de mi padre, pero Agni era uno de los mejores abogados que conozco, mi mejor amigo y la única persona a la que le confiaría analizar algo así, porque en estos momentos todo lo que deseaba era sujetar a Alois del cuello de la camisa, golpearlo y exigirle que me dijera donde estaba Ciel y que le había pasado.

—Sebastián —susurró por lo que le preste toda mi atención—. Si firmas esto jamás podrás saber nada de Ciel, e incluso podrían obligarte a estar lejos de él.

Eso fue más que suficiente, por lo que me puse de pie.

—No firmare —le entregue la carpeta de sucesión de derechos a Claude y encare a Alois—. Así que te exijo que me digas donde esta Ciel y que le ha pasado.

—Tú no tienes derecho después de todo lo que le hiciste.

—Legalmente lo tengo, así que habla.

De un momento a otro me soltó un puñetazo que casi logró derribarme, y sin darme tiempo a nada, me sujeto del saco con la ira a punto de explotar, porque el golpe que me acaba de dar fue solo una advertencia.

—Tú lo lastimaste de tantas formas que no tienes derecho a nada, deberías de desaparecer de su vida, no entrometerte como la maldita plaga que eres —gritó soltándome—. Por tu culpa Ciel intentó suicidarse… ¡Por tu culpa casi lo pierdo!

~ * o0O0o H.E o0O0o * ~
Continuará



Hola!! Mil perdones por la tardanza, solo espero que les haya gustado el capítulo, si es así no se olviden de comentar y votar 🌟🌟🌟

Haruka Eastwood 😘

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