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Capítulo 17: Abismo

Advertencia:

Ya lo había mencionado antes, pero recuerden que el fic maneja el tema del aborto.

Si algo no te gusta favor de evitar ofensas.

Nota:

Para evitar confusiones, quiero decirles que a lo largo del capítulo se hace mención de lo que realmente paso en el prólogo, así como hay fragmentos de las escenas que correspondían al presente, aclarando la situación que de principio parecía no tener sentido. 

De todas formas, cualquier duda o  puedes dejarlo en un comentario que con gusto rsspondere ;)

Si después de saber las advertencias aun quieres leer, bienvenido seas ^w^



~ * o0O0o H.E o0O0o * ~

Ciel Phantomhive Pov

Ya era demasiado tarde, viví esperando que todo lo que me atormenta desaparezca, entonces me quedé con mil cosas por decirte y gritar. Entre ellas un secreto inconfesable, un arrepentimiento irreversible y millones de sueños efímeros de una vida contigo… junto al dolor de un amor inolvidable. –H.E

Lo observé con miedo y una absurda esperanza que nacía de mi tonto corazón enamorado. Me negué a creer que me estaba volviendo a pasar. Tan solo no podía aceptarlo, no quería hacerlo, pero su mirada desdeñosa lo decía todo y me quebré. Susurre su nombre sin aliento, temeroso y solitario mientras apretaba los puños intentando contener la rabia que me invadía con la furia de un huracán. O quizá solo era mi desesperación saliendo a flote… no lo sé.

Entonces su mano, tan similar a una garra demoniaca me sujeto de la barbilla con un odio mal contenido y no sabía ni siquiera que es lo que había hecho mal, o tal vez sí, pero jamás creí que aquello fuera un problema. No cuando decía amarme como yo a él. Y los ojos que tanto amaba y adoraba ahora eran diferentes, me veía con odio, con asco y me estremecí aceptándolo como algo natural.

Que él no me odie, por favor él no. ¡Ya no más! No más… Estaba tan cerca de mí que su calor me rodeó como una siniestra amenaza de la cual no podía escapar. Me hacía sentir como la basura que soy, como el bastardo del cual quise escapar… yo ya me odiaba, y estúpidamente creí que su amor me haría olvidar todo lo malo, cambiar el pasado y seguir adelante, pero entonces aquel cariño que decía tenerme se transformó y todo por mi culpa… ¿o acaso fue la suya?

—Te lo advertí, Phantomhive.

Su agarre sobre mi piel se intensifico hasta lastimarme de una forma incomprensible, pero al mismo tiempo pensé que me lo merecía. Entonces me soltó con brusquedad y llore, llore por él, por mí, por todo, enterrándome en la inmundicia del momento y de mi vida junto a mi amor por Sebastián.

—¡Eres un maldito bastardo! —grite viéndolo con furia e impotencia—. ¡Maldito mentiroso…!

—Vaya, vaya, tú fuiste el que vino a mí, así que no te equivoques, Phantomhive —se dio media vuelta y sin dignarse a mirarme, añadió—: será mejor que arregles tu maldito desastre y no me vuelvas a buscar.

Salió de la habitación sin voltear atrás, él también me abandono, me mintió y traiciono y yo lo permití mientras me derrumbaba ahí mismo. En estos momentos maldigo a Dios, maldigo a la vida y sobre todo maldigo a Sebastián por ser el bastardo al que amo con locura, por haberme mostrado un infierno camuflado de paraíso, por haberme hecho creer que podía seguir adelante cuando solo intentaba arrojarme al abismo.

Entonces mi contador marcó cero. Me quebré aún más de lo que ya estaba teniendo que asumir el final catastrófico que tanto rogué por evitar. No era fuerte, jamás lo fui… y mientras mi sangre se desliza por mi mano hasta la alfombra acabando con mi patética existencia… me pregunto si pude haber hecho algo diferente.

Me ahogaba, no podía respirar ni dejar de temblar cuando abrí los ojos asustándome al no reconocer mi entorno. Mi cuerpo se paralizó por lo que pareció ser una eternidad y mi corazón no dejaba de latir frenéticamente, teniendo que sujetarme el pecho porque comenzaba a doler, entonces todo fue claro… solo era una pesadilla y aun me encontraba en el avión de regreso a Londres.

Una maldita pesadilla, pensé agobiado. Una pesadilla que me altero de una forma escalofriante, sintiendo mis mejillas húmedas. Estaba llorando, pero nadie se había dado cuenta, por lo que rápidamente me limpie el rostro con el antebrazo y me levante yendo al baño. Necesitaba calmarme y poner en orden mis ideas. Comprender que Sebastián era diferente, que Sebastián jamás me lastimaría y que Sebastián me amaba de verdad, me amaba tanto como yo a él.

Sin embargo, mi maldito subconsciente parecía no estar de acuerdo y por más que lo intentaba no podía dejar de llorar por él, aunque ya no sabía si me sentía molesto o solo estaba asustado. Temía que me dejara, pero más allá de su abandono, me aterraba el que me pudiera rechazar, el que me odie… ya ni siquiera lo sé, por lo que solté una risa sarcástica mientras bajaba la tapa del retrete para sentarme.

Sin poder evitarlo me abracé y comencé a sollozar de forma patética. Tal vez habían pasado unos cinco minutos cuando por fin logre calmarme, me levante y lave mi cara haciendo ejercicios de respiración. Ya no era aquel chiquillo cobarde y temeroso de todo, ahora soy alguien diferente, alguien que pude seguir adelante así sea pasando sobre otros.

Con ese pensamiento, regrese a mi asiento intentando relajarme, lo bueno es que dos horas después la azafata anunció que estábamos por aterrizar. Me sentía mejor y un poco ansioso, había pasado un mes desde que vi a Sebastián y lo que más necesitaba en estos momentos era arrojarme a sus brazos y sentir sus labios robándome el aliento junto a sus manos anclándome al mundo.

Por lo que el aterrizaje se me hizo eterno, incluso pensé en abandonar mi maleta, pero al final desistí y al salir lo vi, se veía cansado y algo pensativo, casi podría decir que estaba enfermo, aun así, me sonrió en cuanto me vio abriéndome los brazos por lo que no dude ni un segundo en arrojarme hacía él, recibiendo aquel beso que me dejo en las nubes, confirmando que mi anterior pesadilla era una simple estupidez porque este hombre me amaba tanto como yo a él.

—Te extrañe tanto y las malditas llamadas no son suficientes —me queje de forma infantil y su humor pareció cambiar de forma radical, riendo sinceramente.

—Lo sé, cariño… me hiciste tanta falta.

—Y tú a mí, Sebastián ¿todo bien? —cuestioné sonrojándome sin motivo alguno por lo que le tomé de la mano saliendo de ahí.

No era un pervertido y jamás lo había sido, pero en verdad necesitaba llegar a casa de inmediato. Era absurdo, pero anhelaba besarlo, tocarlo y sentir sus manos junto a sus labios por todo mi cuerpo mientras me hacía el amor de forma lenta y dulce, escuchando su suave voz susurrarme palabras de amor. No quería nada pasional, rudo o salvaje, tan solo necesitaba sentirlo junto a mi… conmigo, como una confirmación silenciosa y significativa de que jamás se iría de mi lado.

Mi deseo por tenerlo no era carnal, era una necesidad de sentir que me amaba tanto como yo a él, de saber que estaba conmigo, de saber que me pertenecía de la misma manera en que yo me entregaba a él sin dudarlo, y que pondría mi vida en sus manos sin parpadear, pero me tensé al ver su comportamiento ausente y aquellos nervios que quise disipar en el avión regresaron.

—¿Por qué lo preguntas?

—Te ves demacrado. Es obvio que no has dormido bien. ¿Es porque me extrañaste? —quise bromear, pero el solo se tensó.

Y conforme más hablábamos, aquel sentimiento de que nada estaba bien con él se iba incrementando de manera alarmante, llegando al punto de asustarme. Sus palabras, su semblante, todo él era una señal de alarma en mi cabeza la cual no alcanzaba a comprender del todo. Hasta que él mismo terminó por destruirme con una simple frase que en primera instancia me negué a escuchar, procesar y creer.

Tan solo no podía ser cierto. ¡Todo tenía que ser una mentira! Estaba entrando en pánico, esperaba que se retractara, pero jamás lo hizo, al contrario, tan solo lo confirmó, me destruyó, me quebró y me desechó como si no valiera nada al mismo tiempo que afirmaba sin palabras que todo lo que hubo entre nosotros solo fue un maldito juego para él, un pasatiempo que le había aburrido y era hora de desecharlo.

Fui su juguete, me engañó de la forma más vil que existe. Él ya tenía una prometida, no una novia o amorío, una maldita prometida con la que pensaba unir su vida, una mujer que estaba esperando un hijo suyo. Una mujer que aun sin conocerla me demostró que Sebastián es un maldito bastardo que tan solo jugó conmigo dejándome a sus pies y a su merced.

Ni siquiera sé exactamente qué fue lo que termine gritándole, solo sabía una cosa y es que lo odiaba con toda mi alma, lo odiaba por lo que me hizo sentir, lo odiaba por lo que era y por lo que representó en mi vida. Lo odiaba tanto que no quería volver a saber nada de él, por lo que al llegar al departamento que aun compartía con Alois, tomé una bolsa negra de basura de la cocina.

Con frustración y el rostro inundado en lágrimas comencé a arrojar dentro todo lo que él me había dado. Ropa, zapatos, cartas, peluches, libros. Todo. No quería nada de él, ni un recuerdo o una sombra que me haga pensar en sus malditas mentiras. Y sin contemplaciones, arroje lo que encontraba con un inmenso odio dentro de la bolsa, rompiendo algunas otras en el proceso, y arrojando cualquier objeto que se interponía contra la pared hasta que no pude más.

Había terminado en medio de la habitación, rodeado de un desastre lleno de recuerdos mientras lloraba de forma ruidosa, gimoteando y lamentando lo estúpido que fui, abrazándome a mí mismo como si fuera un consuelo, aunque a cada segundo sentía más y más frio, repentinamente algo me cubrió los ojos y rodeo mi cuerpo otorgándome una extraña calidez que terminó por quebrarme.

—Ciel, ¿qué paso? —su voz era un murmullo distante, asustado y tan confundido que quise reaccionar, pero simplemente no podía—. Cálmate, por favor, respira… anda, inténtalo.

Negué, me estaba ahogando. No podía respirar, creó que gritaba, tal vez solo sollozaba, no lo sé, pero dolía mucho, dolía tanto que no lograba concentrarme en otra cosa que no fuera la opresión aplastante sobre mi pecho, el martilleo en mi cabeza y la incapacidad de respirar. Finalmente, todo el dolor se detuvo de golpe aligerando mi cuerpo hasta que mi alrededor se volvió negro… un abismo al cual me entregue gustoso.

●●●

Me sentía mareado y el cuerpo me dolía horrores, por lo que intenté abrir los ojos sin mucho éxito, tan solo me removí incomodo sintiendo un extraño peso sobre mí. Al final pude abrirlos y la luz matinal me cegó por un par de segundos teniendo que parpadear un par de veces hasta que logre enfocar mi alrededor y tuve miedo.

Paredes blanca, suaves… opresión, encierro… ¡No quiero estar aquí! ¡No quiero! Me removí inquieto arrojando aquello que me aplastaba lejos, escuchando un quejido que llamó mi atención, llevando mi vista a un confundido Alois, que mantenía sus manos frente a mí, como si intentara calmar a un animal herido. E instintivamente retrocedí cuando quiso acercarse.

—Ciel… cariño, cálmate… soy yo —de forma suave y lenta, tomo mis manos llevándolas hasta su rostro—. Soy yo —repitió mimoso viéndome a los ojos—. No pasa nada.

—¿Qué…?

Intente hablar, pero mi garganta dolía horrores, estaba confundido y al parecer mi expresión me delato, porque Alois me vio con infinita dulzura y mucha paciencia mientras se sentaba a un lado de mí, abrazándome mientras acariciaba mi espalda y repartía infinidad de besos en mi frente, meciéndose conmigo.

—¿Sabes que te adoro? —preguntó rosando su nariz con la mía y yo fruncí el ceño—. Me alegra ver que ya estés mejor.

—¿Qué paso…? —logre preguntar y él se tensó.

—Ciel, mírame —su intensa mirada azul se posó sobre mis ojos mientras me tomaba de las mejillas—. Ayer llegue y estabas en medio de tu habitación hecha un caos… tuviste… —pareció dudarlo, al final suspiró y me volvió a abrazar—. Tuviste un ataque de pánico, no sabía qué hacer y termine por… —sus mejillas se ruborizaron hasta que añadió—: tal vez yo te noquee, después de un par de horas no reaccionabas y tuve que traerte al hospital.

Yo fruncí el ceño. Me sentía más tranquilo entre sus brazos, al menos así fue hasta que recordé lo que había pasado y fui incapaz de retener mis lágrimas. Alois me vio asustado y volvió a abrazarme murmurando algo que no alcance a comprender, al final vi entrar a una enfermera junto a un médico y todo volvió a ser oscuridad junto a una falsa calma.

La siguiente vez que desperté me sentía mareado, tenía ganas de vomitar y al ver que seguía en el hospital quise salir huyendo, pero nuevamente ahí estaba Alois para impedir no solo mi huida, sino también mi descenso, solo que ahora su mirada era sería, aun así, no dijo nada. Tal vez pasaron tres horas antes de que me animara a hablar, intentando procesar todo lo que había pasado sin romperme, pero era muy difícil, al menos no volví a tener otro ataque de pánico.

—Soy un idiota.

—Sabes qué no.

—Lo soy —sentí como una lagrima se deslizaba hasta perderse en la almohada, pero al menos pude mantenerme tranquilo—. Volví a caer como un tonto pese a saber que acabaría mal.

—Cariño, no te entiendo.

—De Sebastián… —escupí con odio y su rostro se tensó.

—¿Qué te hizo el bastardo?

—Nada que yo no permitiera…

Entonces le conté todo, no omití detalle de nada, le dije como fue que empezamos a ser falsos amigos, nuestras salidas, llamadas, mensajes, el viaje y mis estúpidas fantasías a su lado. Y cuando llegue al final, creí que volvería a romper en llanto, pero hable de forma suave y serena, como si no importara… y es que me sentía tan vació que ya nada importo y le conté que Sebastián tenía una prometida, que pese a sus palabras me mintió y ahora esperaba un hijo de ella, ahí se tensó, palideció, pero no dije nada.

Y pese a su carácter explosivo, esta vez no sugirió irlo a golpear, tampoco es como si yo tuviera la intención de evitarlo. Tan solo se quedó junto a mí los dos días que permanecí internado, intentando animarme mientras me recomendaba que debería aceptar el contrato que me ofrece Nina, mi representante. Porque según él, debía distraerme y para ello lo mejor era participar en pasarelas y rodearme de personas que servirán para olvidar un poco lo que había pasado.

Acepte sin dudarlo, no tenía nada que perder. Sin embargo, el día en que me marcharía de ahí, apareció el médico y hablo con Alois por un tiempo, llamando mi atención sus expresiones junto a la palidez de su rostro, aun así, cuando entro solo dijo que el medico sugirió que me quedara otro día, pero él se negó, no le creí, pero tampoco se lo dije.

—Vamos a casa —me sonrió y todo el trayecto intentó hacer conversación, aunque yo no tenía ánimos de nada—. Te preparare un pastel dulce.

—No me interesa —murmuré y él apretó los labios frustrado, pero preferí ignorarlo.

Al llegar me recosté en el sillón y me hice ovillo, tenía mucho sueño y el sonido de Alois preparando la comida me empezaba a relajar, tal vez dormí media hora, puede que un poco más, cuando desperté, Alois me dedicó una sonrisa tensa, sentándose a mi lado.

—Tenemos que hablar.

—No hay nada que decir.

—Ciel —suspiró y me tomó de los hombros con poca fuerza—. Te mentí… —susurró y quise apartarlo, pero me lo impidió—. Escúchame… somos adultos y hay cosas que no podemos evitar, pero debemos superarlas y asumir las consecuencias con responsabilidad.

—No te entiendo, suéltame…

—Ciel —me tomó de las mejillas, obligándome a verlo a los ojos—. El medico quería que te quedaras más tiempo en el hospital, pero me negué porque me di cuenta que odias estar en esa clase de sitios y te podrías alterar más después de…

—No tengo porque alterarme —lo interrumpí y quise apartarlo, pero no cedió—. Necesito descansar, es todo.

—Sabes que yo te apoyare pase lo que pase…

—Me estas desesperando, quítate.

—El medico pensó que yo era tu pareja y no lo desmentí.

—Da igual eso, ¿no crees? No es el primero que lo piensa.

—No es eso —apretó los labios indeciso de continuar, al final lo hizo, pero mis pensamientos parecían rebotar en todas direcciones y no podía entenderlo, al menos no del todo—. Él estaba preocupado por el hecho de que mi pareja… mi pareja estaba embarazado y había tenido dos ataques de pánico.

—¿Qué? —lo mire atónito sin saber que decir.

—Ciel, el medico te mando a hacer varias pruebas, todas de rutina para descartar que tuvieses algo más, algo físico. Entre ellas estaba la de embarazo y salió positiva —esta vez me tomó con fuerza de los hombros, obligándome a verlo—. Estas embarazado, tienes poco más de dos meses.

—No es verdad —balbucee incrédulo, eso no era imposible—. Yo no puedo.

—Lo estas —tajó, y suspiró—. No es el fin del mundo…

—¡No es verdad!

—No tengo por qué mentirte —intentó mantener la calma, mientras me sostenía con fuerza—. Estas esperando un bebé, Ciel…

—¡No es verdad, y si lo es no lo quiero!

¡No lo quiero! ¡No lo quiero! No lo quiero. No sé si lo pensé o lo repetí. Tan solo no podía estarlo, no podía tener un hijo de él, no quería tener un hijo y menos de ese maldito bastardo al que odiaba con toda el alma. En ese momento mi respiración comenzó a acelerarse, empecé a temblar y los recuerdos del pasado me aplastaron sin consideración hasta hacerme trizas. Era imposible… no podía, mejor dicho, no quería, no lo quería, no puedo tenerlo.

—El bebé no tiene la culpa, Ciel…

—No voy a tenerlo.

En este momento era incapaz de controlar el temblor de mis manos, las cuales pasaba una y otra vez por mi cabello, desordenándolo y tirando de él cada cierto tiempo. Estaba ansioso, desesperado y con nauseas, por lo que corrí al baño devolviendo lo poco que había comido en los últimos días. Yo no puedo ser madre. No lo merezco y no deseo un hijo de alguien a quien odio, de alguien a quien aborrezco, por lo que tras devolver todo me levante, jale de la cadena y me lave los dientes con desesperación.

La cabeza me palpitaba y estaba mareado. A lo lejos podía escuchar a Alois gritar que abriera la puerta mientras golpeaba con desesperación para que le hiciera caso, pero lo ignore porque no tenía deseos de escucharlo. Lo conozco, sé lo que dirá, sé que intentara convencerme de que un hijo es una bendición, pero se equivoca, un hijo es todo menos eso, por lo que frustrado y desesperado comencé a quitarme la ropa mientras me metía a bañar intentando pensar qué hacer.

No todo estaba perdido, aún tenía solución, aun podía arreglar mi maldito desastre. Era un adulto que podía tomar decisiones sobre su cuerpo y lo último que haría es traer al mundo a un niño que no deseo, un niño al cual reprocharía por todo, un niño que sería el constante recuerdo de un engaño. Un niño al cual odiaría por ser de él. Tan solo no puedo, por lo que, al salir del cuarto de baño, me topé con la mirada aliviada de Alois mientras me examinaba minuciosamente, importándole muy poco que estuviera desnudo.

Ahora todo lo demás me era irrelevante, tenía que deshacerme de este niño antes de que sea demasiado tarde, por lo que fingí no ver su mirada sería mientras comenzaba a vestirme. Para este punto ya no era capaz de entender cómo podía mantenerme tan tranquilo cuando segundos antes había sido presa del pánico, cuando estuve los últimos días internado en un hospital porque cada que despertaba no paraba de gritar, sin embargo, ahora todo era demasiado claro.

—Ciel —su voz titubeó, por lo que se acercó a mí para que lo viera—. Ese bastardo de Michaelis es un imbécil y si lo vuelvo a ver, la primera paliza que le di será como una caricia… —suspiró bajando su mirada hasta mi vientre haciendo que frunciera el ceño—. Pero este pequeño… este niño no tiene la culpa de que su padre sea así, no puedes condenar a alguien inocente por un crimen que no ha cometido, y estoy seguro de que en cuanto lo veas lo amaras con toda el alma, adoraras sus sonrisas, sus gestos y sus mimos… y sabrás que habrá valido la pena cuando corra hacía ti y diga: “Te amo mami” —su voz tembló y sus ojos se llenaron de lágrimas que intentaba retener—. No lo rechaces por tener una basura como padre, porque él es alguien más, es una pequeña personita que merece ser amado… o amada, da igual. A lo que voy es que tienes que pensarlo, Ciel, un hijo es felicidad, es un regalo.

—Alois —lo aparte con molestia y señale mi vientre—. Esto es un feto, un maldito paracito que planea adueñarse de mí no solo por nueve meses sino para siempre, es una maldita carga que no tomare si puedo deshacerme de esto lo hare —solloce lleno de frustración—. No es un bebé y jamás lo veré como tal. No tiene sentimientos, no piensa y no me importa quién sea su padre, no lo tendré y no me vas a hacerme cambiar de opinión —mi voz se quebró y de nuevo las malditas lagrimas empaparon mis mejillas—. Tu dijiste que me apoyarías, dijiste que estarías conmigo… y ya tome mi decisión.

—Ciel… piénsalo bien.

—Lo hare contigo o sin ti.

Mi voz ronca delataba todo lo que había estado llorando y lo estúpido que era porque por más que quisiera no podía detener mi llanto. Aun así, él solo bajo la cabeza apretando los puños.

—Lo lamento —fue lo último que escuche antes de largarme de ahí.

●●●

Había ido hasta el hospital en el que estuve internado los últimos días, sintiéndome perdido mientras observaba fijamente la entrada, sabiendo que era la solución a mi maldito problema, pero al mismo tiempo no podía dejar de pensar que me sentía tan solo. Dolía darse cuenta de lo idiota que fui, aunque por dentro entendía que esta vez sería diferente, sin embargo, tras media hora esperando un milagro que jamás iba a llegar, fui incapaz de entrar, recordando que he hecho cosas impensables por puro egoísmo, así que una más no marcara la diferencia.

Sonaba sencillo, pero parecía imposible, por lo que di media vuelta comenzando a caminar al mismo tiempo que divagaba entre recuerdos absurdos, llenos de sus sonrisas hipócritas y caricias toxicas. No tenía idea de cuánto había caminado, por lo que saqué el celular y vi que eran las tres de la tarde… dos horas me dije, entonces comprobé que la vida es una hija de puta, pero también es sabía.

Frente a mi había un hospital, uno muy lujoso. Esta vez no lo pensé, no me detuve para meditarlo, tan solo entre decidido a no cargar con un hijo que empezaba a odiar, y tras casi cinco horas en las que me hicieron estudios, entrevistas y cientos de mierdas, finalmente me pasaron con el medico que podría terminar con mi inconveniente, mientras la enfermera me pedía cambiar mi ropa por una bata, lo cual hice sin dudar.

—Eres Ciel, ¿verdad? —una atractiva mujer de cabello rojo y curiosos ojos del mismo color me sonrió mientras sostenía una tablilla con mis datos—. Mi nombre es Angelina Durless —se presentó, sacando una pluma del bolsillo de su bata—. Y estoy segura que ya te lo han de haber preguntado infinidad de veces, pero ¿estás seguro de hacer esto? Un aborto es un procedimiento delicado, y quiero estar segura de que entiendes las consecuencias que esto puede generarte, tanto físicas como mentales.

—Lo estoy y las entiendo.  

Hizo una mueca casi imperceptible y discretamente llevó una mano a su vientre. Tal vez este embarazada y le cueste creer que alguien no desea un hijo, pero no me importo socializar ni contarle mis motivos pese a que era alguien muy amable. Me limite a hacer lo que me pedía, recostándome en aquella especie de camilla, mientras la enfermera me ayudaba a acomodar mis piernas, para mantenerlas abiertas.

Entonces, Angelina me dedicó una última mirada, como si esperara a que me arrepintiera, pero eso nunca ocurrió, por lo que se preparó y colocó entre mis piernas. Fue silenciosa… fue amable y yo lo agradecí… no dije nada, ni siquiera me queje o voltee a verla mientras hacía su trabajo, solo espere… espere mientras sentía unas silenciosas lagrimas descender por mis mejillas al mismo tiempo de que me sentía vacío y despreciable.

Tal vez me arrepentí, tal vez lloraba porque por dentro sabía que era un error, sin embargo, ya era demasiado tarde… ya no había marcha atrás… nunca la hubo.

●●●

No volví a ver a Alois y tal vez era mejor, lo más seguro es que ahora me odiaba y no lo culpo… yo me odiaba por lo que había hecho y me sentía despreciable, pero fingía que no me importaba. Al mismo tiempo era como si todo hubiese vuelto a la normalidad… Nina y Wólfram estaban felices porque había aceptado el contrato de un año, aunque aún faltaba un mes y medio para iniciar, por lo que me dieron unas vacaciones.

Y solo había un lugar al que deseaba ir, por lo que hice mi maleta y tomé el primer vuelo directo a Alemania; el trayecto al destino que escogí era complicado. Schiltach es un pequeño pueblo desconocido que se encuentra en el corazón de la Selva Negra, estaba lleno de casas con entramados de madera del siglo XVI que prácticamente te transportaba a un escenario medieval, en el cual crecí y de donde hui en cuanto cumplí los dieciocho.

El lugar seguía tan tranquilo como lo recordaba, por lo que me tome mi tiempo y utilizando el camino más largo, llegue al cementerio. Había comprado un bonito ramo de rosas blancas momentos antes y una vez dentro, fui con calma hasta una lápida que comenzaba a notarse descuidada. No me sorprendía en lo más mínimo.

—Lamento haberme ido, así como así —susurre y deje mi maleta a un lado mientras me agachaba y comenzaba a limpiar—. Me has hecho tanta falta, papá… y si supieras todo lo que hice tal vez me odiarías tanto como yo me odio.

Apenas y fui capaz de refrenar el llanto, por lo que, tomando el ramo, saqué una rosa blanca que sostuve con fuerza, mientras el resto de las flores las acomodaba con mucho cuidado, dejándolas de pie sobre la lápida. Hice una oración y me quedé a charlar imaginando que me escuchaba atentamente como cuando era un niño, sin embargo, ya no obtendría más regaños, mimos o apoyo de su parte… pensándolo bien, ni siquiera merecía estar aquí, después de todo era mi culpa que papá haya muerto.

Lo sabía, así que me despedí prometiendo volver antes de irme. Y dando un suspiro, coloque la flor que quite del ramo en una solitaria lápida que estaba al lado de la de mi padre, una lápida que anhelaba olvidar, pero no podía al ser parte de mi tormento, parte de mi pasado y parte de mis errores.

—Lo volví a hacer —murmure con culpa marchándome de ahí.

Mi casa quedaba a quince minutos, afortunadamente aún conservaba mi vieja llave y no creía que él hubiese cambiado la cerradura. Mi hogar… pensé y me sentí estúpido, ¿hace cuánto que dejo de serlo? No lo sabía, y lo cierto es que no importaba el sitio, mientras papá estuviese cerca yo estaba bien, cuando murió todo dejo de importar… corrección, cuando lo mate ya nada me importo.

Por lo que entre y deje la maleta en la entrada, observando cada cosa con cierta nostalgia. Todo permanecía justo como lo recordaba, el lugar estaba limpio y en orden... porque seguramente él estaba aquí. No quería encontrarlo, pero debía hacerlo, así que camine despacio escuchando un suave murmullo en una habitación que consideraba prohibida.

Apreté los puños clavándome las uñas en las palmas, avanzando con furia hasta quedar frente a la puerta de una habitación cuya decoración infantil me abrumó, pero no más que el hecho de ver a Vincent frente a la mesita que se convirtió en un pequeño altar, cuyo centro era ocupado por una foto de un pequeño niño rubio de poco más de un año, cuyos enormes ojos verdes me recordaban lo mierda que era el mundo.

—Jamás creí que regresarías… Ciel.

—¿Qué diablos haces aquí?

—Orándole a mi nieto, creí que era obvio… ¿o es que ya te has olvidado de tu propio hijo?

~ * o0O0o H.E o0O0o * ~
Continuará



¿Alguien se sorprendió? 

¿Se lo esperaban?

XD Yo les dije que esto no era tan cliché muajaja okno

¡Bueno, la verdad no iba a subir capítulo hasta el siguiente año, pero me arrepentí y quise dejarlos con un final de decente xD así que esta vez sí lo cumpliré y no me verán por aquí hasta el 2019! 

Y aunque ya lo dije, lo repito:

Espero que se la pasen genial en estas fechas, que disfruten al máximo lo poquito que queda de este 2018 y ¡¡FELIZ 2019!!! Que sea un año muy próspero y que todos sus deseos se cumplan :*

Haruka Eastwood

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