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Capítulo 1: Una mirada

Autor: Haruka Eastwood

Ciel Phantomhive Pov

Un año antes...


Hace mucho tiempo mi madre me dijo que tenía que ser positivo, sonreirle a la vida y entonces las cosas buenas vendrán hacia mí...

—Joder... —susurre en cuanto el contenido de mi mochila cayó al suelo mientras intentaba buscar las llaves.

Estúpidas llaves, estúpida puerta y estúpida música. En cuanto di con ellas, arroje todo lo que había caído al suelo nuevamente a la mochila mientras habría la puerta, siendo recibido por un nauseabundo aroma y una estridente música de black metal, ¿o era metal satanico? Ni me importa. Estúpido Alois, en ocasiones me pregunto porque lo soporto y entonces lo recuerdo, es ahí cuando solo me queda callar.

Hace un año me mude a Londres y necesitaba un lugar donde vivir, fue una suerte que viera un letrero que decía: se busca compañero de cuarto. No tenía nada que perder, llamé al número y así conocí al idiota de Alois, quien vivía en un buen departamento del centro, en ese instante me desanime al creer que la renta sería demasiado alta, mi sorpresa llegó cuando me dijo la cantidad que tendría que pagar al mes, era un monto ridículo, básicamente él iba a pagar el 80% de la renta si yo me comprometía a mantener limpio el lugar, hacer las compras y preparar la cena.

—¡Ciel... ¿eres tú?! —gritó volteandome a ver.

—No idiota, soy un fantasma —camine hacia la sala, viéndolo con molestia. Estaba sentado en el suelo, recargado en el sofá, rodeado de latas de cerveza y con una pipa de cristal en el regazo—. Deja de fumar esa mierda.

—Oh, creí que eras un lindo Ciel —sonrió divertido—, y no le llames mierda, solo es un poco de paraíso.

—No tenía idea de que actualmente a la droga se le conociera así.

Chasqueé la lengua ignorando su parloteo sobre los beneficios de fumar esa basura tóxica que me ahoga y agobia aun cuando es él quien la consume y yo no. Mejor me dedique a abrir las ventanas y a encender el aire acondicionado, con suerte el humo se disipara rápido o de lo contrario comenzare a marearme y tendré que salir de aquí.

—No seas enfadoso, Cielito —ronroneó abrazándome por la espalda, depositando un suave beso en mi cuello.

—No empieces a joder.

—Puedo joderte si es lo que quieres.

—Y yo puedo romperte las bolas de una patada.

Con una expresión entre miedo y diversión se separó de mí alzando la manos frente a su rostro como si fuera a golpearlo. Si no lo conociera tan bien, diría que realmente planea que acabe en su cama, pero solo es parte de su maldito juego para joderme la vida. En un principio, creí que Alois era un doncel al igual que yo, por eso acepté de inmediato su propuesta de vivir con él, esa semana casi no lo vi porque estaba muy ocupado trabajando, y las pocas ocasiones en que coincidimos traía ropa de doncel y el cabello suelto, incluso usaba un poco de maquillaje que resaltaba sus finos rasgos. Cabe resaltar que uno no va por la vida diciendo, ¿oye eres un doncel o un travesti?

Después me enteré que era un varón y actor de teatro, quien por sus facciones andróginas no tenía problemas en interpretar el papel de mujeres o donceles. Normalmente me parece medio afeminado pero en estos momentos tiene pinta de varón con el cabello atado en una coleta baja, una musculosa que dejaba al descubierto su cuerpo trabajado y una expresión seria. Si no fuera tan idiota y fastidioso probablemente diría que es algo atractivo con su metro setenta y cinco, cabello rubio y ojos azules, aunque jamás será mi tipo.

—Hoy estás más irritable de lo normal, te falta sexo.

—Y tu eres un maldito anciano pervertido.

—¡¿Anciano?! —se escandalizo—. No le puedes decir anciano a alguien de veintiocho años.

—Tengo diecinueve, claro que puedo —lo miro con molestia— y no me falta sexo.

—Da igual, cuando te animes a dejar de ser virgen, me avisas.

Me guiñó un ojo con toda la coquetería que pudo y use mi fuerza de voluntad —la poca que aún me quedaba— para no decirle un par de cosas mientras me metía a la cocina, fingiendo que me concentraba en preparar la cena, pero es algo tan monótono que ni siquiera debes de pensarlo ya que mis manos se mueven automáticamente. Desgraciadamente mi paz no dura ni cinco minutos, Alois entró la cocina con una expresión extrañamente seria, sentándose en una silla, tomando una manzana del frutero.

—No estoy de humor para tus tonterías.

—Lo sé.

Su voz me estremeció, era raro verlo actuar como el adulto que se supone que es, aun así seguí picando las verduras con la esperanza de que se fuera, y terminará este tenso silencio entre nosotros. Entonces se levantó, me rodeó fuertemente entre sus brazos y besó mi cuello con una intimidad abrumadora, una que no sé cuando le permití pero a la que me acostumbré muy rápido. Tal vez se deba a que era él, pero antes de darme cuenta ya había dado la vuelta para enterrar mi cara en su pecho.

—Renuncie... —mi voz era queda pero por su suspiro sabía que me escuchó, y estoy seguro que ni siquiera a de estar sorprendido de que sea el tercer trabajo al que renunció en un mes, pero como dicen los clichés baratos—: "son ellos, no yo".

—Tienes razón —soltó una risita—, ¿qué te hicieron esta vez, Ciel?

—Kelvin, mi ex jefe —bufé mosqueado, separandome de Alois—, el idiota me acorralo en el baño e intento manosearme. Me amenazó diciendo que no me convenía hacer un escándalo y no sé cuantas estupideces más.

—Entonces le pateaste las bolas y renunciaste.

—¿Cómo sabías? —dije sarcástico.

—Intuición —susurró antes de besar mi cabeza e ir por otra manzana del frutero—. Por cierto, ¿ya te hable de Hannah?

—No.

—Es una mujer hermosa —ensanchó su sonrisa mientras sus manos dibujaban en el aire la figura de una fémina con grandes atributos—, se encarga del aseo en el teatro y su esposo es un idiota que no la merece.

—Y tu eres un drogadicto alcohólico —termine de preparar la ensalada, colocando el bol en la mesa—, creo que cada vez escoge a un hombre más idiota.

—¡Ciel! —chilló con dramatismo, y cuando lo ignore suspiró resignado—. Algún día cambiarás de opinión y será muy tarde porque ya no estaré disponible.

—No lo creo, tampoco eres mi tipo y a ti no te gustan los donceles, prefieres a mujeres de grandes curvas.

—Hablando de mujeres, llamó Lizzy, dijo que tenía grandes noticias y que la llamaras.

—Lo haré después de cenar.

Alois simplemente se encogió de hombros sacando otra cerveza del refrigerador. Y tal como lo prometí, después de la cena me encerré en mi habitación sin ánimos de hablar con Lizzy, ella puede ser mi mejor amiga y una buena compañera en la universidad pero en ocasiones —o la mayor parte del tiempo— es bastante molesta, escandalosa y cientos de cosas más, así que tras un gran suspiro, marque su número, alejando el móvil de mi oreja, presintiendo que gritaría como siempre.

—¡¡Ciel!! —y ahí va de nuevo—, te estuve marcando después de pasar al restaurante por ti. Me dijeron que te corrieron porque intentaste seducir al jefe por un ascenso.

¡Que se jodan esos...! Ni siquiera vale la pena insultarlos, respire varias veces y le conté lo que en realidad pasó. Al final —después de maldecir por más de media hora— resultó que Lizzy realmente tenía grandes noticias para mi. En la empresa donde trabaja su hermano solicitan un ayudante de oficina, y dado que me acabo de quedar sin trabajo, dije que si gustoso, el pago era bueno y el horario no interferia con mis clases.

●●●

Cuando uno piensa en trabajar como ayudante de oficina se imagina que va a sacar copias, acomodar archivos o esa clase de cosas, sin embargo toda la semana fue un ir y venir con estúpidos recados como si fuera el chico de mensajería y hoy sábado heme aquí con una bandeja repleta de tazas de café, entregandolas como si fuera una camarera y no es que las minimice, después de todo ya trabaje de eso. Entonces, cuando estoy seguro que mi día no puede ir peor, un idiota tropieza, me empuja y terminó chocando con alguien, derramando parte del café caliente en el traje del "pobre" desconocido.

—¡Mierda!

—Lo lamento, fue un accidente —me disculpo separandome de él, logrando que un par de tazas caigan al suelo. Todo es un jodido desastre que empeora cuando levanto el rostro mirando la expresión molesta de un varón guapísimo de cabello negro e intensos ojos borgoña que parece querer matarme sádicamente—. ¿Se encuentra bien?

—Me acabas de tirar el café caliente encima y has arruinado un traje que vale más de tres meses de tu sueldo, ¿cómo crees que estoy?

Su voz era suave, aterciopelada, tan envolvente y seductora como una íntima caricia de seda y terciopelo que me estremeció de pies a cabeza, retrocediendo un paso por instinto. Aquel varón frente a mi era peligroso y malditamente intimidante con su casi metro noventa y pese a que su expresión resultaría afable para cualquiera, me era fácil reconocer la molestia de este maldito perro que se cree superior a todos.

—He dicho que fue un accidente.

La sonrisa se desdibujó de su sensual rostro, dando paso a una mueca disconforme mientras avanzaba acortando la —ya de por sí— inexistente distancia que nos separaba, sintiendo el calor de su cuerpo sofocarme con lentitud como una siniestra amenaza, dándose el gusto de acorralarme con su gran cuerpo, mirándome con detenimiento, evaluando cada gesto y tomando mi barbilla entre sus largos dedos.

—¿Cómo piensas compensarme?

—No tengo porque hacerlo, me he disculpado —mi arrogancia superó la suya por fracción de segundos y cuando pienso que se cabreara, me regala una sonrisa de dientes blanquísimos, irguiéndose con prepotencia.

—Debes hacerlo, Zafirito~

—Mi nombre es Ciel —espeto con molestia—, no "Zafirito".

—Vaya, vaya... que doncelito tan más enojón —repentinamente su rostro estaba a escasos centímetros del mío, y cuando creí que iba a besarme cerré los ojos, sintiendo su respiración mezclarse con la mía—, ten por seguro que me compensaras después... Ciel.

Estaba seguro de que se me encogió el estómago estando a la expectativa de aquel varón y mi cuerpo se negaba a reaccionar como era debido, no fue hasta que escuche sus pasos alejarse que solté el aire que en algún momento retuve, abriendo lentamente mis ojos, encontrándome solo en aquel inmenso pasillo, con la novedad de que el idiota que me empujo salió huyendo en cuanto noto a quien le tiré el café.

—¿Te encuentras bien? ¿Te despidio? ¡Realmente lo lamento, tropecé sin querer y fui por papel al baño... —y no fue él, sino "la" idiota. Frente a mi estaba una mujer menuda, bajita y torpe, de cabello negro la cual sostenía una bola de papel mal enrollado entre sus manos, mirándome con pena— en verdad lo siento, yo...

—¿Quién era él? —corte su discurso de mala gana, comenzando a limpiar el desastre.

—¿Eh? —me miró por unos segundos antes de comenzar a ayudarme—. Es Sebastián Michaelis, único hijo del dueño, solo viene por aquí los fines de semana —sus manos temblaban, logrando que la mirara extrañado—. Muchos dicen que es un demonio.

—¿Demonio? —pregunté escéptico, terminando de limpiar.

—Si... él es muy bueno en su trabajo y tratando a los clientes, incluso parece amable pero es muy cruel y un mujeriego de primera —se acercó, comenzando a susurrarme en el oído— a tenido muchas amantes que trabajaron aquí, pero cuando se aburre de ellas las amenaza y despide de forma humillante. A su última conquista la acusó de robo, actualmente Mathilda es una monja...

—¿Se hizo monja por él?

—No sé si por él, pero si es monja —rode la mirada ante sus estupideces—. Oh, casi lo olvido, mi nombre es Sullivan.

●●●

Al parecer Sullivan tenía razòn, no me volví a encontrar con Sebastián en toda la semana, lo cual agradecí antes de tiempo, porque justo cuando me dirigí al elevador para irme a casa, lo vi recargado a un lado, mirándome atentamente con una sonrisilla que cualquier doncel o mujer catalogaria de seductora. En lo personal me erizó cada vello del cuerpo de forma siniestra, como si algo dentro de mí me quisiera advertir que debo alejarme de él o algo malo podría pasar.

—Es bueno volver a vernos —ronroneó—. Tu y yo tenemos asuntos muy importantes que tratar en privado... Ciel...

—No sé de qué me hablas —pase de él, presionando fuertemente el botón del elevador.

—Mmm como compensación por quemarme con el café y arruinar mi traje tendrás que aceptar mi invitación a cenar.

¡Dios! ¿En qué jodido momento se acercó tanto y quedó detrás de mí? Intente inhalar un par de veces para calmarme, entonces su aroma embriagante y varonil me envolvió como una sensual prisión de la que dude en escapar, deseando ser inundado en ella hasta desaparecer. Tan solo podía concentrarme en su olor cálido, salvaje y tan erótico como él, acompañado de un regusto a menta, dejándome llevar por mis más bajos instintos, cerrando los ojos en cuanto se inclinó sobre mi hombro para que acepte su propuesta de una noche. Entonces el elevador se abrió, trayendome a la realidad.

—Te equivocaste conmigo si piensas que conseguirás sexo de una noche.

—Tan solo es una cena —sonrió con mofa—, jamás se me paso por la cabeza terminar teniendo sexo.

—Como sea —bufé mosqueado, entre más rápido me libre de la cena y de él será mejor.

Debió tomar eso como un si, porque diez minutos después me encontraba en su auto para ir a cenar a quien-sabe-donde. El trayecto al restaurante fue en un incómodo silencio que no me importo romper y que él parecía ignorar, cuando llegamos nos condujeron a una mesa apartada, lo cual agradecí porque no estaba vestido acorde a este sitio pijo. El mesero nos sirvió vino —o eso creo— y sin preguntarme, Sebastián ordenó por ambos, fingiendo una sonrisa amable que me revolvió el estómago por motivos que no alcanzo a comprender.

—Te gustará lo que ordene.

—Tsk, no lo creo —tomé la copa viéndola con recelo, jamás he tomado y al vivir con Alois creo que me empezó a dar asco toda bebida alcohólica—. ¿Que se supone que es esto?

—Champagne —contestó con simpleza llevando la copa hasta sus labios—, es suave, espumoso y casi no contiene alcohol —bebió lentamente, dándose el gusto de cerrar los ojos y disfrutar el sabor.

Al final, me anime a probarlo, y tal como dijo el idiota, tiene un sabor muy suave y espumoso, en cuanto a la comida, no estaba tan mal, sin embargo seguía sintiéndome incómodo con su mirada fija en mí, sus ojos poseían un brillo malicioso que se intensificaba conforme pasaban los minutos, comenzando a darme mucho calor y una extraña incomodidad o puede que ansiedad por hacer algo.

—¿Qué fue lo que hiciste?

—Vaya, vaya, ¿por qué crees que he hecho algo, pequeño Ciel? —se acercó peligrosamente acariciando mi mejilla con sutileza y un deje de burla que intentó esconder—. Acaso has cambiado de opinión y planeabas que te follara duro.

—¡Ni lo sueñes!

Su mano me sujetó con fuerza del mentón, inclinándose lo suficiente para que sus perfectos labios rozaran mi cuello, depositando una larga y perezosa caricia con la lengua, ahí donde mi pulso era más evidente, enviando una corriente eléctrica por todo mi cuerpo. Me paralizo sin proponérselo y en un segundo hizo de mí un juguete a su entera disposición, un juguete sumiso al que envolvió con su abrasador calor que traspasó mi piel en oleadas de éxtasis interminables y continuas que nublaban poco a poco mi razón. Llegó el momento en que todo lo que mi cuerpo necesitaba era el suyo, fuerte, grande y duro junto al mio, embistiendo sin parar hasta retorcerme de placer.

Jadee con gozo y de forma vergonzosa ante el suave rose de su boca contra mi piel caliente, escuchandolo susurrar promesas diabólicas, llenas del más puro éxtasis y placeres carnales bañados de peticiones tan decadentes que estaba seguro que me derreti de dentro hacia afuera. Se produjo fuego liquido en mi organismo, que exigía ser alimentado con desespero y un hambre descarnada, el cual se concentró en mi entrepierna, obligándome a apretar los muslos con fuerza, intentando no gemir.

—Dime que lo quieres —su aliento caliente contra mi oreja me estremeció de pies a cabeza, sujetándome de la silla en un intento por no arquear la espalda en una vulgar invitación a tomarme—, dime que quieres que te folle duro una y otra y otra vez... dímelo, Ciel...

—Sebastián —fue lo último que susurre con voz temblorosa antes de sucumbir a las exigencias de un maldito bastardo al que comienzo a odiar, más sin embargo, no me importa lo que hará.

~ * o0O0o ♦ o0O0o * ~
Continuará

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