
SEASON OF THE WITCH
Luna sangrienta iluminaba el manto nocturno, las estrellas comenzaban a perderse tras los nubarrones de un gris tenso. El pueblo de Rodorio cerraba sus puertas, asegurándolas con barrotes, cadenas, y algún mueble pesado que pudiera ser de utilidad para atrancar con eficacia, y así mantenerse seguros tras el escaso fuego que los miserables leños apenas y podían producir, pero que protegían sus manos de congelarse. Nadie quería estar afuera cuando la luna brillaba en un rojo sangre que pintaba la noche de carmesí. Esa noche maldita donde aquellos seres del averno salían de sus miserables cuevas, arrastrándose cuál gusanos en la tierra bendecida por los Dioses. Aquellos que habían vívido muchas primaveras e inviernos solían decir que aquella luna era sagrada para los maldecidos.
Los bosques, y hasta las mismas aldeas no eran seguras en aquellas noches que mancillaban el mundo una vez al año.
A pasos elegantes y cubierta por una capa roja transitaba el sendero solitario. Entre una de sus delgadas manos sostenía un canasto cuyo contenido era desconocido. La confianza plasmada en las finas facciones se escondían tras una cálida capucha.
«Track» — Se escucha de un momento para otro, y hace que la confianza se esfume de su rostro. Con perspicacia analiza su entorno; mira tras ella, derecha e izquierda. Todo parece demasiado tranquilo. El sonido de los animales nocturnos resuenan en sus oídos con parsimonia. Lo que le lleva a pensar que aquel sonido pudo provocarlo uno de ellos.
«La rama quebrada» — Piensa, y es que eso ha parecido. Niega. Es esa luna en el cielo que le pone paranoica. Ellos podrían estar acechando.
Su madre siempre le sermonea: “No transites el sendero sola. Aléjate de la luna sangrienta, ellos podrían atraparte”.
¿Cómo le pide eso cuando el hermoso carmesí toca la tierra? Manda sus temores al abismo, se mantiene firme en su decisión y prosigue su caminata en un silencio apacible.
Entre el espesor de los matorrales y la seguridad que le brinda la noche observa con cautela; ningún movimiento de aquella joven pasa desapercibido. Sigue sus pasos con la agilidad que se le adjunta entre los suyos. En un descuido ha pisado una rama que entorpece su persecución. La joven lo ha escuchado, porque busca con desconfianza el punto de donde proviene el sonido, y al no notar nada extraño continúa su caminata.
«Tan despistada» — Se regocija, saboreando su primera presa en aquella noche de tentación. Le ha seguido hasta parar frente al claro en el medio del bosque.
Las aguas cristalinas simulan un lago de sangre en el que la luna majestuosa se refleja magnífica. Aquella figura encapuchada deja el canasto sobre el césped, y se planta frente al lago por varios segundos.
Él ve su oportunidad; podría asestarle el golpe de gracia sin tener que esforzarse demasiado. Es una presa demasiado fácil. Lleva una mano a su espalda, e inmediatamente su mano encuentra el objetivo; una flecha dorada que con suma agilidad, coloca con una maestría inigualable sobre el inseparable arco de oro. Se yergue en completo silencio, apunta a su víctima, cierra un ojo y tensa la fecha. Solo tiene que soltarla, y la vida de esa mujer terminará. Así lo piensa hasta que una dulce voz llega a sus oídos, dejándole pasmado y aturdido por breves segundos.
—¿Por qué demoras, cazador?
Aioros frunce el entrecejo. No ha sido tan sigiloso como lo pensó; ella lo descubrió. Sin embargo, ¿por qué le da la espalda? ¿Por qué no se defiende?
—Muévete un centímetro maldita bruja, y tu asquerosa sangre teñirá la tierra.
La risa de aquel ser le estremece el cuerpo completo. Finalmente le da la cara, y Aioros abre los ojos con asombro sin poder creer lo que se muestra frente a él.
—No soy una asquerosa bruja — dice con burla, sus carnosos labios de rojo sobrenatural se levantan en una sonrisa sensual.
Aquel ser es poseedor de un rostro pálido, liso como la porcelana. Los ojos grandes y delineados son de un verde intenso, semejan esmeraldas genuinas mirándolo con escudriño. Y a pesar de ser dueña de unas facciones finas e innegablemente hermosas, descubre que no se trata de una bruja cualquiera, es una bruja roja, de las más raras en su maldita especie, por lo que ha escuchado de los cazadores más sabios de su aldea.
Aún con la impresión que se ha llevado no deja de apuntarle con mortalidad. Aspira profundo, maldiciendo la belleza casi inocente que destila la bruja.
—¿Por qué dudas? Me has estado siguiendo toda la noche por este momento — ríe con sorna, retando al hombre con el par de esmeraldas radiantes. — Anda, cazador...
—¡Cállate maldita bruja! — exclama fúrico. Se pregunta por qué demonios ese ser sigue respirando en su presencia.
—Saga… — murmura con suavidad, y en menos de un segundo yace fuera del punto de visión del arquero.
Aioros gira con el arco tenso, busca al ser que, tomándolo desprevenido, aparece a su lado. El fresco aroma a frutos invade su olfato, fríos dedos le acarician el hombro derecho, y un susurro estremece su oído.
—Mi nombre es Saga… — la sensualidad que desprende deja estático al hombre.
Saga sonríe, y valiéndose de su confianza va a por el arco entre las manos que parecen haberse quedado tiesas. Recorre la punta dorada con las largas falanges, y con una lentitud abrazadora lo inclina hasta dejar de ser una amenaza.
En ningún momento deja de mirar los turquesas que posee el cazador. Nunca en sus largos años había visto un rostro tan apuesto, y menos el de un cazador. Este era el primero con el que se encontraba frente a frente, y eso despertaba en ella un deseo arrasador. Oler esa fragancia humana y masculina le ponían la sangre a hervir. Entonces, dejándose llevar por sus más bajos instintos, realizó aquello que siempre se le hubo prohibido ante su posición entre los suyos. El verde de sus ojos cambió radicalmente a un rojo intenso que brilló con intensidad bajo la atenta y perturbada mirada del cazador.
Las pupilas del hombre se expandieron. La expresión ida en su rostro le dio al ser sobrenatural la confianza que necesitaba. Sabiéndolo bajo su encanto, se acercó al heleno hasta permanecer entre aquellos brazos. Rozó su respingada nariz en la mejilla morena. Un contacto visual, la sonrisa altiva y con ello se alejó segura de sí misma.
El cazador, ofuscado y totalmente perturbado observó a la bruja darle la espalda y caminar con una sensualidad incomparable hacia el claro.
Ante sus ojos la capa roja cayó al suelo, desprotegiendo a su portadora, cuyo cuerpo era abrazado por una túnica de impoluto blanco.
Aioros observó el largo cabello azul índigo rozar las estrechas y curvilíneas caderas de la mujer. Ante su mirada embobada la túnica se deslizó por aquel cuerpo maldito, como si acariciara la pálida piel. Su hombría despertó con furia ante la figura totalmente desnuda frente a sus ojos.
Con pasos elegantes la bruja se introdujo en el agua hasta que sus proporcionados glúteos fueron ocultados bajo el frío cristalino.
Aioros tragó saliva con dificultad.¿Estaba bajo un hechizo? Debía estarlo, de otra manera el arco entre sus manos no vacilaría, de otra manera esa maldita bruja no seguiría con vida.
El sudor frío recorrió su sien, la respiración agitada ante el calor que se apoderaba de él con intensidad.
Era consiente de sus manos deshaciéndose de toda arma y prenda hasta que quedó tan desnudo como la maldecida esperando con paciencia en el lago. De sus pasos lentos, del agua estremeciendo su cuerpo ante el frío que contrastaba con su interior hirviente en deseo.
Ella sonrió dándole la espalda; esta era la primera vez que experimentaría un acto como ese. La emoción recorría su cuerpo entero, su sangre llamaba al cazador con fervor.
—¿Qué me hiciste? — le escuchó murmurar a sus espaldas.
Mordió sus rojos labios antes de hacerle frente al cazador, apenas y volteó, su pecho chocó contra el fornido del hombre. Ambas respiraciones se mezclaron entre el frío de la noche.
—Solo he despertado ese deseo que duerme en ti… — sonrió juguetona, observando al hombre.
—Me has embrujado… Pagarás por ello — Musitó Aioros con dificulta, a cambio, Saga ensanchó la sonrisa.
—No es así… Si lo deseas puedes liberarte.
Aioros observó sorprendido como le daba la espalda nuevamente. Su cuerpo se sintió más ligero, pero de alguna manera no quería irse de ese lugar, no cuando esa carne de textura suave lo invitaba a quedarse.
«¿¡Pero qué está mal conmigo!? Es una maldecida. Si mi gente me viera…»
Mandó todo pensamiento a lo más profundo de aquellas aguas. Sus manos fueron ávidas al enredarse entre las caderas de la bruja, se apegó a la espalda de contextura delicada, y gozó de restregar su miembro con desesperación entre los glúteos de su presa.
Saga ahogó un gemido ante el contacto. Una de sus manos fue a enredarse entre los castaños cabellos del cazador, atrayéndolo a su cuello. El hombre no opuso resistencia, besó la suave piel descubriendo el dulce néctar prohibido en cada lamida. Los suaves jadeos que abandonaron la boca de labios rojos le hizo enloquecer, su libido se elevó hasta lo alto, como nunca antes.
Cerró con candado cualquier sentimiento de culpa. El rostro de sus compañeros caídos se fue a las profundidades junto a sus pensamientos de reproche.
Se perdió en aquella boca que encontró sus labios. Besó, saboreó, recorrió y encontró el dulce sabor del pecado en esa cavidad tibia, cuya lengua se sentía como una serpiente enredando la suya. Los movimientos por parte de la maldecida contra su torso desnudo le despertaba excesiva ansiedad. Bajo el agua sus manos recorrieron las proporcionadas piernas y los muslos temblorosos por su toque.
La calentura le hizo olvidarse del frío antes sentido.
El reflejo de la luna roja se distorsionó ante el ajetreo de ambos cuerpos. En minutos yacían fuera del claro, enredados bajo las capas que permanecieron unidas, abandonadas por sus portadores.
Saga gemía sobre el musculoso cuerpo del griego. Le montaba como si tuviera la experiencia de años, aunque nuca hubiera efectuado tal acto, y aquella maestría se la debía a los libros eróticos que solía tomar a escondidas del estante en la habitación de su hermano mayor.
Aioros experimentaba lo que era por mucho, el encuentro sexual más placentero de su vida. El interior de la bruja se lo tragaba en una estrechez que, lejos de lastimarlo, le provocaba un gozo inmensurable.
Los gemidos de Saga mezclados con el impúdico sonido de sus húmedas carnes chocando en sincronía lo estaban volviendo loco. La mujer echaba la cabeza hacia atrás, jadeaba cegada de éxtasis mientras las gotas de sudor recorrían su torso como lágrimas enjoyadas. Aquella vista casi lo hace tocar el clímax. Pero no era suficiente. Necesitaba más. Quería el control…
Se hizo con el tomando las definidas caderas, y llevándose el delgado cuerpo de la bruja bajo el suyo en un acto brusco que poco les importó.
Volvió a abrir las largas piernas para adentrarse una vez más a esa cavidad que lejos de parecer un templo, se convertía en el averno que lo consumiría lentamente entre las llamas por su terrible pecado.
Llevó las piernas de la bruja a sus hombros, apretó los muslos con fuerza arrancándole un alarido a su amante. Penetró su intimidad sin piedad, hasta el cansancio, hasta que la sintió vibrar y palpitar contraída apretando más su prominente miembro. Le siguió tras unas últimas estocadas, vaciándose dentro, dejando su esencia en un cuerpo maldito. Y aún cuando la sensación del orgasmo iba desapareciendo, no se arrepintió de sus actos.
Es que aún permanecía dentro. Aún tocaba la piel blanca y brillante por el sudor. Esos ojos verdes seguían mirándolo con anhelo.
Más tarde, con Saga recostada en su pecho y mirando la luna sangrienta meditó lo acontecido; ¿Por qué no la asesinaba? Aunque le hubiera embrujado con anterioridad, no se sentía motivado a terminar con la vida de ese demonio. Ya no sentía ningún candado en sus movimientos, ni la perturbación en su ser. Dejó de sentirlo desde que Saga le dio la espalda en el lago. Entonces… ¿Por qué abrazaba a esa maldita bruja? ¿Por qué no quería separarse de ella?
::
A mitad de aquella noche carmesí, Aioros despertó de su sueño ante la repentina sensación de abandono que abrazó su ser. Su ofuscada visión encontró la figura encapuchada de Saga dándole la espalda otra vez.
Con agilidad se hizo de sus pantalones, y prosiguió a vestirse mientras la bruja se mantenía impasible en su lugar. Más tarde llegó junto a ella, la descubrió mirando la luna con un brillo intenso en sus orbes esmeralda.
—¿No es hermosa? — susurró Saga tras un corto silencio. Aioros visualizó la luna en el cielo, prosiguió a asentir.
—Ciertamente lo es… Una belleza letal que ustedes saben aprovechar para hacer de las suyas.
Saga sonrió ante la actitud del hombre.
—Cazador… Una vez al año la Diosa Luna nos bendice. Las atrocidades que los hombres cometen día a día no se comparan a nuestra noche. Ustedes los humanos temen a lo desconocido, y crucifican todo aquello que sea diferente.
—No generalices, bruja ¿Tienes el valor de juzgar a los humanos cuándo tu gente ha teñido de rojo nuestras tierras? Miles de los nuestros han muerto desde tiempos inmemorables a causa de los tuyos.
—Estás haciendo lo que me pides que no haga — respondió tajante, enfrentado aquella mirada turquesa que le devolvía la misma expresión. —Típico de los humanos. Por si no lo sabes, cazador, muchos de los míos han muerto entre las llamas de tu pueblo. Nos denominan como malditos, cuando la bendición de la madre naturaleza nos ha elegido. Al igual que los tuyos, no todos somos los mismos demonios sin alma.
Aioros le miró con dureza, sin un argumento válido para confrontarla.
Era verdad. Brujas y humanos fueron enemigos desde tiempos inmemorables, era difícil comparar sus pérdidas pero quizás estaban en igualdad de condiciones.
—Te pareces mucho a él… — Aioros frunció el entrecejo confundido. Saga continuó: —El líder de los cazadores de esta región. Tú te pareces a él, más joven quizás. Pero es tu sangre. No me equivoco.
Aioros pensó en su hermano mayor. La cabecilla de su gente luego de la muerte de su padre.
—Esa sangre tuya persiguió a los míos hasta el cansancio. Se llevó varias vidas, incluida la de mi padre — la voz de la bruja lo estremeció. En sus ojos se apreciaba un odio descomunal. —Algún día su sangre también se derramará, pero no será bajo mi yugo.
—Es una pena — soltó el cazador, rebasando de ironía. —Aquella vez fue tu padre. Hace cinco años no solo fue mi padre, también mi madre y mi hermana en su vientre. Todas esas vidas truncadas a lo largo de esta cruenta guerra eran importantes para alguien. También eran padres, hermanos, hijos. Ese hombre por el que tus ojos destilan tanto odio, también está entre los tuyos. En cada ser maldito que se ha llevado una vida humana.
Saga sonrió de lado, inmersa en la profundidad de aquella verdad y el turquesa de esos ojos brillantes.
¿Dónde había estado ese hombre? No importaba nada más. Se quedaría a su lado por siempre aún si su corazón se detuviera.
—Los humanos son impredecibles. En su efímera existencia viven plenamente. Aman, odian, construyen cosas maravillosas y con esas mismas manos también destruyen. No hay bien ni mal. Son tan imperfectos, una semejanza de sus Dioses.
—Pasas mucho tiempo vigilando a los humanos, bruja.
—No lo suficiente… — acercándose al hombre no le fue difícil deslizar las manos por su torso, ascendiendió cual serpiente por sobre su ropa hasta tocar la piel helena. —Nunca conocí a un hombre como tú — saboreó sus labios con la punta de su lengua —Eres un digno hijo de esos humanos.
Aioros capturó sus manos con fuerza, alejándolas de su cuerpo que inconscientemente volvía arder por esa enigmática mujer.
—Espero disfrutaras ese momento, atesóralo bien porque no volverá a repetirse jamás.
—¿Vas a asesinarme? — En cuestión de segundos el arco y flecha dorada yacían entre las manos del hombre. —Anda cazador, hijo de Illías y hermano menor de Sísifo. Aioros, termina mi vida. Mancha tus manos con mi sangre maldita y recupera el honor que perdiste al tomarme en este claro.
Aioros tensó el arco. Sus manos temblaron por varios segundos para finalmente dejar caer el arma, provocando con ese acto el deseo inmensurable de Saga.
—La luna sangrienta llega a su final, pero yo estaré esperando por ti en este lugar, cada noche, sin importar la lluvia o el frío. Y tú vendrás a mí, cazador.
Y como si aquella maldita lo hubiera embrujado se presentó la noche siguiente, y consiguiente. Esos momentos de ardiente pasión se repitieron una y otra vez hasta volver a ver juntos otra luna sangrienta. Misma donde Saga viese reflejado los frutos de su ansiado futuro.
—¿Sabes lo que pasa cuando un humano se prenda de una bruja?
Aioros terminaba de colocarse la ropa. Descubrió aquella hermosa silueta reflejada en las aguas rojas del claro a causa de la luna, mientras los llamativos ojos verdes estaban clavados en la que consideraba su Diosa.
—¿Estas hablando del hechizo que me lanzaste para tenerme entre tus piernas cada noche? — replicó irónico. Aquello era habitual en la especie de relación que habían forjado, si podría dársele tal etiqueta considerando que sus únicos momentos juntos eran en aquel claro bajo el manto estrellado.
—Tu voluntad es única. Ni siquiera mis hechizos podrían contra tu fuerza interior.
—Ve al punto — exigió. Nunca se mostraría afable con esa mujer. La responsable de que ya no pudiera ver a su hermano a la cara sin sentirse un traidor.
La bruja giró sobre sus talones, observó a la distancia el apuesto rostro del hombre que le pertenecía en cuerpo y alma. Entonces actuó, y bajo la horrorizada mirada del cazador dirigió una mano a su vientre.
—Tu descendencia ya comienza a formarse, y será únicamente de mi vientre.
—No es posible… — Aturdido, buscó una expresión en el rostro de la bruja que revelara su mentira.
Su interior se contrajo con violencia al no conseguirlo. Nunca pensó que fuese posible, ni siquiera lo consideró en las innumerables ocasiones de pasión desenfrenada.
—Ahora solo tienes dos opciones, cazador. Quítanos la vida a tu hijo y a mí, o conviérteme en tu compañera.
Saga saboreó la indecisión del hombre. Había leído más allá de su corazón habiendo conseguido la certeza de que él no la lastimaría jamás, porque al igual que ella se había enamorado irremediablemente.
Pudo verlo una noche en sus sueños, cuando su don se hacía presente; un joven mestizo idéntico al cazador. El hijo del humano y la bruja roja. El próximo líder de ambas especies que daría fin a las guerras. La unión de los hombres y los maldecidos. Y también… El que daría fin al actual líder, Sísifo.
El hombre que masacró a su padre.
La bruja dibujó una sonrisa perversa en sus carnosos labios y sus ojos volvieron a brillar. Estaba ansiosa por el esplendoroso futuro que le esperaba más allá de ese claro, junto al hombre que robó su corazón maldito.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro