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Seamos Magnolias

Era verano, el color vivo de los árboles relucía bajo el resplandor de aquel coqueto sol. Las pequeñas gotas a causa del amanecer, impregnadas en los follajes de los altos árboles del bosque verde, brillaban en un gran desfile de colores que traspasaban en un hermoso vaivén. Algún que otro pájaro entonaba su bello cantar y otros animales más grandes, huían furtivamente de los arcos de los elfos jóvenes del reino de Mirkwood.

El sol estaba en el medio del firmamento, unas pequeñas y abultadas nubes corrían cerca de su propio eje. La tarde dentro del bosque parecía ser una de las mejores y más calurosas, perfecta para el entrenamiento de esos pequeños bribones que la mayor parte del tiempo se la pasan haciendo travesuras. Thranduil había ordenado a Nur y Solden entrenar a los jóvenes eldar con la intención de pronto agregarlos a las filas o algo similar, pero, sacarles provecho era lo primordial. Todo avanzaba con normalidad allá por las afueras del recinto, los dos elfos mayores podían controlar a unos veinte jóvenes, más toda enseñanza impartida o consejos, eran olvidados por las preguntas o comentarios que hacían los respectivos.

—¡Entonces! —dijo un elfo interrumpiendo a Nur—. ¿Sí han matado orcos? Siempre están con el señor Thranduil o con el Rey Oropher, supongo que hacen más que cuidar a su heredero.

Frente a este tipo de preguntas, Nur y Solden solían rodar las miradas con un notable fastidio en su semblante. Obviamente ambos habían matado ya un centenar de orcos porque eran grandes y habilidadosos guerreros del rey. Generalmente estos dos elfos no se llevan muy bien, pero debían estar unidos, lo comprendían, para no dejarse derrotar por una ráfaga de juventud inexperta y totalmente curiosa.

—¡No hables de esa forma sobre Legolas! No veo qué pueden ganar o aprender con ese tipo de preguntas —Nur, elda de piel morena, ojos y cabello castaño oscuro, respondió llevándose las manos a sus caderas. Un par de elfas jóvenes suspiraron encantadas más no prestaron demasiada atención a su respuesta—. Lamento no poder hablar de esto con ustedes, pero...

Solden, viendo la ternura con la que Nur se les refería, bufó y con un agarre en su pecho, lo hizo retroceder. Más valía acabar con eso rápido, antes de comenzar una pelea.

A decir verdad, tenía cosas qué hacer más importantes que soportar a un grupo de molestos elfos.

—Lo que este hombre quiere decir, en pocas y sinceras palabras es —interrumpió Solden; elfo de aparente misma estatura que Nur, un poco más delgado, pero igual de fuerte y de cabellos y ojos castaños claros. Con él, el público femenino sí que quedó embelesado—. No están aquí para perder el tiempo como siempre lo hacen. Ahora —escrutó con severidad los rostros de los aprendices—. O escalan árboles y aprenden a usar los arcos sin hablar boberías, o podemos dejarlos atados a un árbol pero no exactamente de este bosque.

Una sombra de miedo atravesó por los rostros de algunos, ya que todos conocían los rumores sobre Solden y sabían que bien podía cumplir su palabra. Eran dos hermanos, Solden el mayor y Solan el menor, pero ambos infundían el mismo temor.

Una nube de murmuros se alzó en el lugar; algunos seguían hablando mal de Legolas mientras que otros se mantenían escépticos a lo que les podían hacer. En cuanto a las chicas, se reunieron en varios grupos, murmurando por lo bajo y de cuando en cuando lanzando miradas a los dos mayores.

Algunos minutos de silencio se hicieron presentes, los suficientes para que Nur, observara la severidad de Solden y aplaudiera una sola vez para llamar la atención de todos.

—Dicho esto —dijo Nur con una suave sonrisilla porque él era más amable y carismático que Solden—. ¿Quién quiere empezar? Comenzaremos por usar los arcos, tenemos pocos por lo que me temo que será de dos en dos.

Una elfa, de baja estatura y caderas un poco anchas, con cabellos cobrizos, alzó la mano. Sonrió y dio un paso adelante en el momento justo en que Solden hacia aparecer su propio arco y una flecha con plumas esmeraldas en uno de sus extremos. La chica soltó una leve burla.

—¡Yo, Yo! —gritó atrayendo la atención de todo el mundo. El grupo que parecían ser sus amigas, se reían con un leve tono durazno en las mejillas encogiéndose de hombros—. ¿Ya tienen pareja?

Un obvio sonrojo se pintó en ambos mayores; Solden frunció el ceño y dio unos pasos atrás. La cuestión lo tomó con la guardia baja y de no haber sido orden directa de su señor, ya habría tomado camino lejos de ese maldito lugar. Hablando sobre Nur, él sólo alzó las cejas incomodado y se encogió de hombros. El moreno dedujo la razón por la que Thranduil no se había parado en ese lugar; iba a ser un completo problema enseñarles algo sí no se tomaban nada en serio.

—Vamos, hagamos esto con la seriedad requerida —dijo Nur en un pobre intento de no tartamudear debido a su terror con las chicas.

Al poco rato, y después de un par de regaños y amenazas de Solden, los jóvenes acataron todas las órdenes. Afuera, desde el balcón del estudio de Thranduil, se podían ver flechas correr en una pesada carrera contra el viento. Solden enseñaba a tirar con el arco, mientras que Nur les mostraba cómo subir un árbol sin morir en el intento. Sea como fuera, las risas y caídas se escuchaban, no parecía tan aburrido al menos para los chicos.

Y si bien el entrenamiento sería una tortura para los mayores, nada se le podía comparar a lo que Thranduil sufría dentro de su estudio con su hijo recostado sobre el escritorio. El pequeño Legolas bufó, vio cómo Thranduil se servía otra copa de vino y rodó la mirada. Comenzaba a aburrirse de pasar el verano aprendiendo historia.

—Ada... —llamó Legolas pero no recibió una respuesta más allá de un leve asentimiento. Comenzó a jugar con el tintero y una orilla de la hoja de papel—. Ada, te estoy hablando. Vamos, Adaaa.

Thranduil no respondió porque conocía a su hijo, porque las risas de los otros eldar se colaban dentro de esas paredes y se hacía una idea sobre el próximo reproche del menor. Dio un sorbo suave a su bebida y entreabrió los ojos.

—Ada... —insistió Legolas.

Thranduil hubiese soportado ser llamado y sin dar respuesta, al menos por unas dos horas. Se consideraba, en algunas ocasiones, un elfo bastante paciente y más aún cuando ésta paciencia la tuvo que encontrar dentro de sí al ser hijo de su padre; Oropher era incluso más molesto, inquieto y travieso que cualquier otro elfo que haya conocido. Legolas volvió a llamarlo, pero esta vez le pintó un puntito con tinta en su alargada y eternamente joven mejilla.

—Ada —dijo el príncipe volviendo a picar la mejilla del mayor con una pluma llena de tinta, haciendo otro falso lunar. El menor dejó aparecer una leve burla viendo a su padre con dos nuevos lunares, pero esto no le hizo ni un poco de gracia a Thranduil.

Thranduil apartó la dichosa pluma arrancándola de las pequeñas manos de Legolas y le brindó, como regalo, una de sus mejores miradas de severidad.

—¿Qué quieres Legolas? —le cuestionó el mayor evocando una mueca—. Me pregunto qué será esta vez lo que no te deja concentrar.

Legolas bufó para sí mismo, recordando que hace quince minutos ya había molestado a su padre con el pretexto de que el asiento de la silla quedaba muy bajo. Pronto le encontraron solución y el príncipe estaba montado a un par de almohadas para alcanzar debidamente el filo del escritorio.

—Lo haces sonar cómo si lo hiciera a propósito... —gruñó el menor aún recostado en la mesa.

—¿y no es así? —defendió Thranduil viendo a su hijo por sobre los hombros. Se recostó en la misma silla con la copa aún en sus garras—. De igual forma tomaré el riesgo. A veces de ti aparecen cosas divertidas, dime ¿Qué sucede esta vez?

El pequeño elfo dio una rápida mirada a la ventana, logró ver con nitidez a Nur trepado en la copa de un árbol con follaje oscuro, acompañado de un par de elfas más o menos rondando su edad. Refunfuñó un poco, siendo descubierto por Thranduil, no estaba de acuerdo en compartir a dos de sus mejores amigos con simples elfos.

—Bueno... —inquirió intentado ocultar una extraña vergüenza—. ¿Los demás niños y niñas no me quieren?

Al instante una burlona sonrisa surcó los labios finos del rubio, quién se apoyó de improviso en la mesa y observó con detenimiento las acciones de su hijo. Es cierto, Legolas ya estaba llegando a esa edad en la que se interesaba por la opinión de otros, así como por tener amigos de su edad.

—¿Por qué dices eso, Legolas? —respondió el rubio.

—Porque he notado, en las cocinas o en los mismos jardines que sólo me observan. Ni siquiera me dirigen una sola palabra o buenos días, aunque sí que hay una que otra niña que me sonríe ¡Pero no me habla! —explicó el pequeño bajando la mirada—. Ellos son diferentes, Ada. Incluso ahora, están afuera en grupo y divirtiéndose, cosa que yo no puedo. No tengo amigos Ada.

El rubio no pudo evitar sentir un poco de culpa. Desde pequeño, Thranduil había decidido que Legolas sería educado en soledad, que tendría sus lecciones de tiro con el arco a una buena edad y aprendería historia mientras más joven estuviera, pero ahora, todos esos anhelos del elfo se veían un poco injustos y más ante la triste expresión de un inocente Legolas.

—Dices no tener amigos —a duras penas respondió Thranduil sintiendo esa sonrisa abandonarlo—. Entonces ¿Näre, Nur, Solan y Soldën qué son para ti?

Legolas enmudeció por un rato, ocupó unos minutos para deliberar sobre los mencionados y después, con mirada decidida, haciendo un aire a la mirada de su abuelo, se dirigió a su padre con tono eufórico.

—¡Son mis amigos, mejores amigos diría yo! —respondió el pequeño escrutando con la mirada todos esos buenos y valiosos recuerdos que tenía con ellos—. Näre me ha enseñado muchas cosas. Es tan divertida que con ella olvido todos mis pesares. Nur, él es un ángel, digno de servir a Elbereth pero no puedo decir que puedo ser tan libre con él como lo soy con Näre. Y los otros dos, son unos completos bribones bajo las pieles de dos santos. Los adoro a los cuatro, Ada, pero no es eso a lo que me refiero.

—¿No? —extrañado, Thranduil levantó la mirada porque a los ojos de un ser mayor, le parecía que su hijo tenía todo lo que necesitaba, al menos para esa edad—. ¿Entonces?

—Quiero tener amigos de mi edad, Ada —explicó Legolas arrugando un poco la hoja de papel, incrédulo al indiferente comportamiento de su padre—. Quiero tener amigos tan curiosos como yo, que nos metamos en problemas juntos y que si vemos algún hongo que desconocemos, arriesgarnos y probarlo. Estar aquí encerrado, haciendo compañía a un montón de viejos y empolvados papeles, es aburrido. Como si sólo esas hojas esperasen el momento oportuno para engullirme y convertirme en uno de ellos.

Legolas evocó un pequeño gritó y dejó caer su cabeza sobre la mesa, haciendo chocar su frente contra la madera. Thranduil lo observó y aún con todo ese dolor, ciego se mantuvo ante el sufrimiento del menor. Su expresión cambió a una más seria y poco flexible, él no tenía buenos recuerdos de su infancia con aquellos que se hacían llamar sus "amigos" y no quería que su hijo pasara lo mismo.

—¡Una completa tortura para mi! —gritó Legolas antes de cerrar los ojos e imaginar estar abajo con los otros, quizá jugando y practicando.

De pronto, le pareció a Thranduil que la platica no llegaba a un punto en particular. Una pérdida de tiempo, lo describiría él. Se tragó secamente los comentarios y deseos de su hijo. Afinó su garganta con un carraspeo y después dio su sentencia final.

—Entiendo lo que dices —respondió el mayor y a Legolas, un segundo después, se le dibujó una expresión de enfado. El joven ya sabía lo que diría su padre—. Admiro tu valor y deseos de tener esa cosa que llamas amigos, más no me parece que sea lo correcto para mi hijo. Y yo mando sobre ti, te guste o no, hijo mío. No te traje aquí para admirar esas cosas —se levantó y dando una media vuelta a su silla, corrió a la ventana para cerrar las cortinas—. Tu tienes que estudiar ahora, no hay sentido en que vayas a perder el tiempo como esos plebeyos.

Legolas frunció el puente de la nariz, por sus ojos un brillo de furia corrió para después, levantarse haciendo demasiado ruido con la silla. Él no deseaba morir en cuatro paredes, él quería, en el mejor de los casos, salir y correr por los bosques, acompañado de amigos o bien, siguiendo esos sueños locos de su padre.

—¡Pero yo no quiero! —rechistó el joven golpeando la mesa.

Thranduil se irguió y con cólera escudriñó la figura de su hijo, de pies a cabeza. La calma que el vino le había dejado, estaba desapareciendo de poco a poco. Dio un paso adelante, mismo que Legolas ejerció para atrás con la intención de desaparecer en la puerta.

—¡No te lo he preguntado! —alzó la voz con un tono fuerte y horrendo—. Vuelve a tú asiento.

Cualquier elfo ya se habría amilanado en su lugar, tomado la pluma y comenzado a escribir. La furia de Thranduil no era algo como para tomarse a la ligera. Era como un huracán, el cual cuanto más avanzaba, más se llevaba consigo la valentía y juicio propio de los demás para terminar convirtiéndolos en simples muñecos. Pero Legolas era distinto, había heredado de su madre aquel fiero valor que le presentaba frente a aquella parte de Thranduil, tomó la hoja donde estaba estudiando sobre el reino de Doriath y la partió a la mitad, esperando enfurecer aún más a su padre.

—¡No, Ada sordo! —replicó Legolas y corrió hasta el umbral de la habitación para dedicarle una última mirada y palabras a Thranduil:— Tú vuelve a tu asiento si quieres, ponte a beber y sigue perdiendo el tiempo en tus viejos libros. Yo no soy como tú.

Dicho esto, dejando a Thranduil pasmado y casi derramando el vino de su boca, Legolas salió del estudio cerrando con fuerza la puerta. Hubiera continuado su camino de no haber sido por alguien con quien chocó.

—¿Uh? Legolas —saludó una voz grave pero dulce—. ¡Ahora lo recuerdo! Estabas en una sesión de estudio con tu padre... Bueno, vendré en un rato entonces.

Hojaverde levanto la mirada, aún molesto, y se encontró a un elfo de cabellos oscuros, mirada celeste y piel blancuzca. Emitió un bufido y rodó la mirada. Solan, hermano menor de Solden parece que quería hablar con su señor y había llegado en el primer momento.

—Ah, eres tú Solan —respondió Legolas.

—Sí, príncipe —dijo percatándose del enfado de Legolas. Ladeó un poco la cabeza, se inclinó otro tanto sin soltar los rollos de papeles que cargaba—. ¿Sucede algo malo?

Legolas negó con la cabeza, poco le faltaba para también desquitar su enfado con su amigo, pero él poca o nada de culpa tenía, apenas lo había visto en todo el día. Tragó una bocanada de aire y con el semblante más relajado, se refirió al azabache.

—¿Ibas con Ada? —le preguntó sintiendo un millón de púas en la garganta de sólo decir Ada.

—Así es —afirmó el mayor con un tierno brillo en el rostro—. ¡¿Sabes?! Me pasé toda la mañana enumerando las razones por las que el Rey Oropher debería desterrar a Näre.

Solan afirmó con orgullo los papeles que llevaba en mano. Era conocido en todo el reino, sino que en toda la Tierra Media, la rivalidad que había entre Solan y Näre, así como el hecho de que ambos en ocasiones se jugaban malas bromas. Legolas asintió dándole poca importancia.

—¿Toda la mañana? —repitió el menor extrañado—. ¿No tenías otra cosa que hacer, como ordenar la armería o algo por el estilo?

—Ah, sí eso —respondió aún orgulloso—. Se lo encargué a Näre, ella está bajo mi mando y por tanto puedo ordenarle si quiero.

—Aja, pero lo malo es que lo más seguro se cobre tus ordenes con una travesura —murmuró el príncipe un poco más divertido. Exacto, lo que le hacía falta era ese tipo de charlas y vida.

—¿Eh, dijiste algo? ¡Cómo sea! —inquirió Solan tomando el pomo de la puerta, decidido a entrar y hablar con su señor—. Si ya acabaron, iré a hablar con él. Deséeme suerte.

—La necesitaras, porque Ada no sabe escuchar —fue lo último que Legolas le dijo a Solan antes de que ambos tomarán sus caminos.

El azabache entró al estudio y una vez la puerta se cerró, Legolas partió a donde sea que sus pies aún con un poco de cólera, le llevarán. Llegó entonces, después de un rato de perder el tiempo jugando por aquí y por allá, a un pequeño cuarto que fungía como una tradicional biblioteca. Era un poco irónico, Legolas escapaba justo de ese tipo de habitaciones, pero había dos motivos por los que se había encaminado a un lugar así; no había encontrado a Näre en todo este rato, por lo que pensó que ésta estaría en la biblioteca no leyendo, sino escondida comiendo un poco de carne seca que había robado de las cocinas, acompañada de otra elfa de hebras rubias. Ambas sus amigas. Y la otra razón, no tenía el valor para ir y agregarse a las filas de los elfos que a coscorrones iba aprendiendo de las lecciones de Solden y Nur.

Abrió con lentitud la puerta y casi como una sombra, sirviente del país enemigo, se deslizó por el lugar. La biblioteca era de verdad pequeña ya que sólo contaba con dos estantes en los que un millón de libros esperaban a ser leídos. Los muebles eran más altos que Legolas. En esa habitación había una pequeña ventana, por la que aún se colaban las risas de los otros. Hizo un poco de ruido al caminar dentro del lugar y en la segunda mesa, la que estaba al fondo y separaba los dos estantes, se encontró con dos elfas; ambas lo saludaron con unas hermosas y joviales sonrisas.

La elfa que se encontraba comiendo, como Legolas había pensado, carne, era la más glotona del reino y Justamente, en la que Thranduil confiaba más. De ser posible, Thranduil le confiaría su vida a Näre; eldar de cabellos castaños claros rozando un color cobrizo a la luz del alba. Sus ojos juguetones eran de un color celeste, siendo adornados por unas carismáticas pecas en sus mejillas. Näre era la hermana mayor de Nur y mejor amiga de Legolas, el dúo perfecto para poner el reino patas arriba.

—¡Ah, mira, mira, ¡¿quién es?! —gritó Näre jugando con su silla y golpeando la mesa con alegría—. La pulga ha llegado, qué dicha.

—¡Deja de llamarme pulga! —replicó Legolas tomando otra silla al lado de Näre y frente a la otra elfa—. Creí que estabas ordenando la armería, Solan me dijo que te lo había ordenado.

—Claro, lo hizo. Ah, es un hombre tan responsable —burló la elfa mordiendo otro poco de su carne seca—. Lástima que yo estoy bajo su mando y no soy ni un poco como él. Me lo encomendó, pero jamás me dijo la hora que podía hacerlo, yo sólo espero el momento en que el rey se entere y lo regañe a él y no a mi.

La elda de cabellos dorados que tenía lugar frente a Legolas, rompió en risas. Se cubrió los labios y cerró el libro que estaba leyendo. Aquella hermosa y siempre joven mujer, se hacía llamar Vanïa, la siempre dulce, y cuentan los más viejos, que ella hubo despertado en el Cuivienen teniendo una historia tan desgarradora y digna de los primeros días de Arda, estando bajo el mal del innombrable.

—Los regañará a ambos —musitó controlando sus risas y dedicándole a Legolas una tierna mirada—. ¿Puedo saber qué hace aquí, príncipe?

Legolas asintió, era él en verdad, el que disfrutaría del regaño de Näre Y Solan.

—Lo mismo puedo preguntar, Vanïa —le dijo con cierto tono pícaro. Se recargó en la mesa y le robó un poco de carne a Näre—. Creí que estabas haciendo guardia.

—Vaya, qué atento es —le reconoció Vanïa ocultando su sorpresa—. Al igual que Solan, hoy no me apetecía hacerla y por tanto le ordené a alguien más tomar mi lugar. Rara vez hago esto y decidí venir un rato a leer. Después de unos minutos llegó esta niña —apuntó a Näre quien parecía un perro hambriento mientras terminaba con su comida—. Y aquí estamos las dos, pasando esta tarde de verano de la forma más relajante que sabemos. Ahora usted ¿Qué lo trae por acá? Me atrevo a decir que no son los libros.

—¿Comiendo? —cuestionó burlón a lo que Näre le respondió con una mueca. Pronto, bajo esa pregunta, se encogió de hombros y frunció levemente el ceño—. ¡No, eso es precisamente de lo que vengo huyendo!

—Entiendo que no te guste leer —dijo Näre prestando más atención porque el repentino enfado de Legolas le preocupó—. ¿Pero tanto coraje te provocan un simple grupo de hojas?

Legolas negó, formó una mueca con sus rosados labios y bajó la mirada. De la nada comenzaba a sentirse mal por haberle hablado altanero a su papá y Vanïa pudo darse cuenta de ello. Su mirada viajó del libro que la rubia tenía en manos hasta toparse con la mirada compasiva de la misma.

—No, eso no me provocó.

—¿Entonces qué fue, mi príncipe? —se adelantó Vanïa a preguntar porque era ella la que sabía darle buenos consejos a Legolas, así como mostrarle en lo que siempre fallaba—. Puede decirnos, y si teme que Näre se burle, puedo darle más tarde un escarmiento.

—¡Hey! —interrumpió Näre. La relación entre ambas solía ser muy camaleónica, en ocasiones eran buenas amigas y en otras, perfectas contrincantes—. No pensaba burlarme. También estoy preocupada.

Legolas tardó unos segundos en responder y habiendo caído en ese ambiente de complicidad que sólo las mujeres infunden con una gran cantidad de confianza, dio su brazo a torcer. Suspiró vencido y les contó todo lo que hubo pasado en el estudio con su padre y de lo cual, ya no es necesario hablar más.

—Estoy de acuerdo en que necesitas amigos de tu edad —Näre fue la primera en romper el silencio que había precedido al relato.

Pero Vanïa pronto dio su opinión después de haber meditado un poco. Observó a Legolas, como lo haría una madre y con la cabeza, levemente inclinada, negó con lentitud.

—No creo que haya hecho bien —le dijo, pero pronto fue callada por Legolas, quien golpeo la mesa sacando de Näre un pequeño susto.

—¡Pero él no entiende!

—No, ya lo creo. Thranduil siempre ha sido un elfo sordo a lo que sus cercanos necesitan ¿No es así, Näre? —dijo Vanïa con la manos entrelazadas sobre la mesa. Näre asintió—. Su padre, mi príncipe, siempre ha sido un excelente señor pero suele fallar en algunos aspectos personales, dentro de ellos usted está en primer plano. Entiendo, como Näre, que necesita sentir otras cosas, conocer nuevas personas y vivir muchas aventuras. Pero también entiendo a mi señor procurando siempre su bien.

Vanïa tenía mucha razón, ambos elfos, tanto Näre como Legolas lo sabían y no se atrevieron a llevarle la contra. Los menores enmudecieron y prestaron oídos a lo que Vanïa tenía por decirles, porque tan sabia era como vieja.

—Le diré una cosa, para que su padre se entere de lo que sucede con usted, debe de ser claro, un poco agresivo pero directo.

—¡Eso hice! —replicó Legolas.

—Sí, pero sólo al principio —dijo ella—. Después decidió darle la espalda y huír. Eso no es propio del Legolas que todos conocemos aquí.

No había mejor consejo que ese, mejores y más cálidas palabras, las cuales pusieron la piel de gallina en Legolas y soportó el llanto. El príncipe reconoció su error ahora ya con la cabeza fría, pero le sería difícil ir arrepentido frente a su padre y pedirle perdón. Simplemente no podía, ambos eran igual de orgullosos y decir algo como un "Lo siento" no cabía dentro de esa hermosa y agria relación de padre e hijo.

Vanïa puso, suavemente sus manos sobre la mesa, se levantó en silencio y colocó el libro rojo de donde lo había tomado. Después se giró en dirección de sus amigos y abrazó a Legolas con la mirada.

—Esto que estoy por proponerle, tómelo como un favor, el cual en algún momento me ha de devolver —dijo Vanïa acomodado un mechón rubio tras su oreja levemente picuda—. Le diré qué haremos, usted no tiene nada de qué preocuparse, pero no vea esto como una mala costumbre por favor. Näre y yo iremos con Thranduil, hablaremos con él. Y usted, debe de hacerlo sí o sí, vaya con Nur y Solden, pídale que lo lleven al árbol de estrellas rosas y tronco viejo.

Näre se mostró sorprendida, ir con el mayor sería lo último que haría, pero está vez se trataba de su mejor amigo. Tragó saliva y de sus manos formó dos puños.

—¡Bien, puedo con esto! —pensó la castaña quién aún permanecía sin evocar una sola palabra—. ¡Vamos, por Legolas!

—¿Pedirle a Nur y Solden que...? —musitó Legolas. No conocía un solo árbol como ese—. ¿Pero que piensan decirle a mi padre?

Los dos restantes se levantaron cuando vieron a Vanïa con la intención de abandonar ese lugar. Näre pronto se colocó detrás de Vanïa, mientras Legolas salió también de la biblioteca y cerró la puerta tras de sí. Vanïa le sonrió guiñando un ojo.

—Me temo que eso ya no es algo que deba incumbirle —dijo y junto con Näre, hicieron una profunda reverencia para después dar la espalda y encaminarse al estudio de Thranduil.

De pronto, viendo las espaldas de las dos elfas, un sentimiento cálido invadió el pequeño cuerpo de Legolas. Se comenzó a preguntar si en verdad era bueno ambicionar más amigos de los que ya tenía.

—Quizá... Es suficiente con lo que tengo —se dijo y después una floja sonrisa se posó en sus labios. Frente al pasillo en soledad, dio una suave reverencia despidiendo a sus amigas y tomó camino fuera del recinto.

Tuvo que cruzar aquel puente tan alto y conocido del reino. Saludó a los elfos que hacían guardia y les hizo saber dónde estaría. Por un sendero, que giraba al oeste, se desplazó Legolas para admirar por un pequeño rato un camino de arbustos. El sol estaba a nada de comenzar a ocultarse, un frío sereno se levantó cuando Legolas llegó por fin con el grupo. Nur lo recibió dejando atado a un joven elfo en el árbol que estaban escalando.

—Legolas —saludó Nur haciendo un leve asentimiento—. ¿Vienes a practicar? Me temo que ya es un poco tarde, estábamos por terminar y volver al reino.

El rubio lo saludó con una gran sonrisa. Intentó ocultar esa inseguridad que apareció justo cuando todos los niños lo vieron llegar y comenzaron a hablar entre ellos. Negó y apuntó al bosque.

—No, está vez no —le dijo con un poco de timidez—. Vanïa me pidió que me llevaras al árbol de estrellas rosada.

Aquellas palabras pareciendo ser nuevas para Nur por un momento, pero habiendo callado un poco, pronto llegó a la conclusión que la elfa había esperado. Entreabrió los labios y después sonrió.

—¡Entiendo! —dijo para después dirigirse a sus alumnos—. ¡Oigan! Ustedes regresen ya al reino. Vuelvo en un minuto —después se volvió al rubio y se adentró un poco al bosque—. Parece que ya llegó el momento.

Mientras tanto, en el estudio en donde Solan intentaba convencer a un Thranduil bastante aturdido, se abrió la puerta de sorpresa dejando ver a las dos elfas de la víspera. En el escritorio se podía ver el propósito del azabache y Näre sonrió al descubrirlo.

—¿No les enseñaron a tocar antes de entrar? —Solan se dirigió con obvia molestia.

—¿Y a ti a entender que no me pueden correr de este lugar? —atacó a Näre acercándose rápidamente al lugar donde reposaba Solan. Éste se levantó, bastante intimidado y corrió hasta estar detrás de Thranduil—. Es más probable que tú seas desterrado a que yo, ya que al menos tengo la valentía de estar en el campo de guerra y no esconderme detrás de unas paredes.

—¡Tu no entiendes! —defendió el azabache temblando un poco—. Yo no estoy en el mismo lugar que tú porque en lugar de tener músculos, tengo cerebro. Te repito, soy el estratega del reino.

Näre entrecerró sus ojos. Las peleas de estos dos era cosa de todos los días en Mirkwood. Se cruzó de brazos y asintió.

—Sí, ajá —dijo ella—. yo sólo escuche, pégame Näre, pégame y no dejes de pegarme.

En cuanto a Thranduil, mientras ese par discutía como era su costumbre, Vanïa entabló con él una larga platica. Tenía ella cierta magia para poner las cartas sobre la mesa y hacer entrar en cordura a cualquier elfo u hombre que ella conozca de tiempo.

—Ya se lo he dicho a Legolas, comprendo ambas partes —repitió la elfa con paciencia—. Pero déjeme decirle unas pocas palabras; no todos los tesoros son de oro y plata, y no todos los tesoros necesitan ser cuidados con tanto recelo. Un hijo —cuanto hubo ella deseado tener un hijo—. Es su tesoro, mi señor.

Thranduil no encontró respuesta y más bien, meditó todo lo bueno que pudo agarrar de las palabras de la rubia.

—¿De verdad va a perder buenos momentos con su hijo por culpa de su necedad? —le dijo ella llevándolo a las afueras de la habitación—. Algo me dice que su hijo no necesita algo que ya le pidió de mala manera, pero usted tómese el tiempo de escucharlo. Vaya al árbol de las estrellas.

Los ojos de Thranduil engrandecieron, hacía tiempo no escuchaba de ese sitio y un leve rubor apareció en sus afiladas mejillas.

—Sí, ese árbol —inquirió ella dándole unas palmadas en los hombros—. Vaya y reúnase con su hijo. Charlen y admitan las partes del problema que le toca a cada uno. Mientras, nosotros ordenaremos todo esto.

El rubio asintió, dio sus agradecimientos a la elfa y después, amenazando a los otros dos, tomó carrera como nunca antes había hecho, hasta llegar con Nur. Intercambiaron algunas palabras y Thranduil pronto llegó a un árbol con un tronco enorme, parecía viejo, como si fuera testigo de esas viejas y olvidadas edades. Bajo el frondoso follaje y con el color anaranjado del atardecer colándose por las aberturas, encontró a su hijo Legolas. Lo llamó por su nombre completo y él niño giró en su propio lugar.

Legolas sintió su pecho apretarse, el arrepentimiento se podía leer en su tierna carita y Thranduil le extendió los brazos. El rubio corrió e hizo realidad la muestra de afecto dejando escapar unas pocas lágrimas.

—¡Ada! —lloriqueó aferrándose a las caderas de Thranduil y sumergiendo su rostro en el vientre del mayor—. Yo no quería decir todo eso. ¡Sí quiero ser como tú, quiero ser tan grandioso!

—Legolas —llamó pero su suave tono se voz se vio opacado por los gritos arrepentidos de Legolas.

—¡Ada, Ada! —gritaba con genuina honestidad—. Tú, y los demás son mis amigos no puedo desear algo más. Yo... Yo sólo quería estar contigo un momento diferente a solo estar encerrado con los ojos en un libro. Quiero verlo reír, quiero verlo sucio y con ramas, como un niño... ¡Quiero a mi papá!

¡Era suficiente! Esas palabras habían aniquilado el pobre y frío corazón del rubio. Tragó saliva en un intento de enterrar esos sentimientos y después separó un poco a Legolas de su persona. Se colocó de rodillas y contuvo el mentón de Legolas en sus enormes manos.

—Mírame, Legolas —le dijo con una suave sonrisa. Jamás lo diría abiertamente, pero esa era su forma de pedir disculpas—. ¿Aún estamos a tiempo de mejorar las cosas? Porque tenía planeado hacer cierta cosilla que tu deseabas.

Los ojos de Legolas pronto brillaron y sonrió mostrando una hermosa, pero infante sonrisa. Abrazó a Thranduil por los hombros y asintió.

—¿Qué es, Ada?

A la sazón, y teniendo a Legolas aún atado a su cuello, lo cargó con un sólo brazo mientras que con él otro libre, treparon ese árbol el cuál estaba adornado por un millar de magnolias, la flor favorita de aquella mujer que a ambos mantenía unidos aún después de su partida a los salones de Mandos. Era la primera vez que Legolas trepaba un árbol y ahora, ya no sentía la misma envidia que antes porque era con su padre y eso, fue lo más divertido.

Una vez estuvieron en la cima del árbol, Thranduil depositó a Legolas detrás de él en la misma rama. El joven se agarraba con fuerza a las ropas de su mayor, bajaba la mirada y se daba cuenta que una caída sí será mortal desde esa altura. Chilló un poco, sacando de su padre unas risas.

—¿Qué pasa? Te encontré viendo a los demás y creí que querías trepar un árbol —se burló Thranduil cerrando los ojos y sintiendo el fresco aire del oeste en su rostro. Los cabellos le bailaban con el viento y las memorias parecían más vivas que antes.

—¡Lo quería! —respondió el menor defendiéndose—. No tengo miedo, hasta solo puedo descender.

Thranduil rió pero después calló de súbito pero jamás abrió los ojos.

—Hijo, lo siento —dijo con serenidad—. A veces puedo ser muy terco, pero es tú trabajo ayudarme a entender. Sabes, en este árbol de magnolias conocí a tu madre...

Hubo un silencio por un momento. Legolas conoció algo por fin sobre su mamá y no supo exactamente cómo reaccionar. Sentía que ya no estaban solos y que con el caer de las pequeñas florecitas un frágil cuerpo se formaba en el viento.

Ambos fuimos magnolias por unos instantes —dijo Thranduil pero de la nada cambió el tema, quitándole a Legolas el tiempo para hacer preguntas—. Tú y yo somos iguales, ¿No te parece? Espero que puedas ser incluso mejor que yo y que recuerdes, siempre tendrás amigos a los cuales recurrir. Yo no los tuve, pero estoy seguro que Näre y los demás no te dejarán solo.

Charlaron un rato más. Desde abajo se podían divisar sus figuras recortadas por el crepúsculo y para cuando por fin desentendieron, Legolas tardó un poco más porque no sabía dónde poner los pies y las manos, Thranduil lo bajó del trecho que aún le faltaba tomándolo de las caderas. Vanïa los recibió con una reverencia, en todo momento había montado guardia bajo el árbol acompañada de una elfa de hebras rojizas y ropas esmeraldas. Era joven, tan joven como el príncipe Legolas.

—Bienvenidos —dijo Vanïa para después dirigirse a Legolas—. Mi príncipe, tengo un presente para usted. Quiero presentarle a alguien.

Entonces apuntó a la elfa, tímida y coqueta, pelirroja. Ésta se encogió de hombros, bajó la mirada enrojecida y saludó a los varones.

—Ella es Tauriel, amiga mía y discípula —dijo Vanïa obligando a Tauriel a dar unos pasos adelante—.Vayan a jugar y conocerse.

Legolas se mostró al principio igual de tímido que la niña pero después de unos segundos, le dio a Tauriel una sonrisa tan grande que sus colmillos asomaron. Miró a su padre y éste le dio el consentimiento de salir a jugar un rato.

—¡Tauriel! —volvió Legolas y la tomó de la mano, asustándola un poco—. Yo soy Legolas.

—Lo sé, príncipe —respondió ella. Temerosa no sabía sí era correcto ese agarre.

—Eso es bueno, pero no quiero que me digas príncipe —le ordenó el rubio fingiendo severidad—. Soy Legolas, te dije, y quiero que me llames por mi nombre. Vamos, quiero que conozcas a mis amigos.

Los pequeños niños corrieron, dejando solos a los mayores. Vanïa y Thranduil los vieron alejarse, mientras que la noche se elevaba en el cielo.

—Te debo demasiado —dijo el rubio.

—Estoy al tanto de ello —respondió ella con brillo propio—. Pero es el tiempo el que le dirá cuándo devolver el favor.

—Eso supongo —respondió él, tomando en compañía de Vanïa, camino dentro del reino—. Pero siento que aún tienes mucho por hablar sobre ti.

La rubia sonrió, era cierto, pero no creía que fuese ese el momento. Asintió.

— Tiene razón, pero ahora prefiero dejar todo en las sombras. No todo el dolor es fácil de hablar o encontrarle solución —dijo y los guardias cerraron aquellas enormes puertas que protegían a Mirkwood.




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