Capítulo 64
LILITH
En algún lugar...
12:22 horas
Todo fue mentira. Él, Leviatán, todos los que me rodean me mienten. Todos construyeron un castillo de naipes y me colocaron en la cima —a propósito— para derribarme con la misma facilidad que un soplido le brinda a una hoja.
Apenas si puedo sostenerme, respirar, dejar de llorar, cuando termino de entender que Leonardo y Leviatán, de alguna manera, están familiarizados con mi padre biológico.
«Adán quiere matarte».
Esa fue la señal que necesitaba para terminar de hacerme entrar en razón. Ahora comprendía que, pese a mis esfuerzos por intentar pertenecer a ellos, la mierda de mi vida siempre atropellará mis progresos.
—No... No es cierto. —Tiemblo de pies a cabeza, mirándolos a través del cúmulo de lágrimas en mis ojos.
Veo lo que son, y no me gusta. ¿Cómo pude ser tan ciega? La yo mala que vive en mí siempre supo que ellos ocultaban algo; ¡y tenía razón! No debí dejarme llevar.
—Nenita —Leonardo intenta acercarse a mí, pero yo se lo prohibo, retrocediendo.
Mi espalda choca contra la puerta principal, la misma que no conseguiré abrir por más que lo intente porque... ellos me tienen encerrada.
«¡Es un secuestro!». Sin importar lo lindo que traten de adornarlo diciendo que ésta es mi casa, sigue siendo un secuestro. Lo hicieron a mis espaldas, sin mi consentimiento.
—¿Qué demonios es todo esto? ¿Por qué estoy aquí realmente? ¿De qué conocen a Adán?
Son tantas preguntas las que expulsa mi boca a borbotones, mientras los miro e intento contener el llanto que amenaza con quemar mis córneas.
—¡Respondanme, carajo! —Estallo.
—Te lo explicaremos todo, ¿sí? Pero, por favor, siéntate.
—Aquí estoy bien. Díganme lo que tengan que decirme y después me largo.
—No podemos permitir que hagas eso, chula.
—Voy a gritar si me pones las manos encima, Leviatán —lo amenazo cuando veo su intención de acercarse a mí.
No puedo contener las solitarias lágrimas que derraman mis ojos. No puedo seguir aparentando fortaleza cuando siento la asfixia hasta el cuello. Estoy frente a frente con los hombres que son los culpables de mis pesadillas y tormentos, de los que siempre dudé que escondían sus verdaderas intenciones conmigo, a los que los puse como principales sospechosos del accidente de Juan...
Entonces, mis ideas esclarecen, el código azul en terapia intensiva, las fotos en mi celular, mi diario, Mario, las pruebas, esos recuerdos... ¡Todo, carajo! Todo está pudiendo conmigo. Me llevo las manos a la cabeza y me pongo en posición fetal en el suelo, sollozando como una bruta a la que timaron vilmente desde pequeña. Me hicieron creer que estaba paranoica, enferma mentalmente, casi esquizofrénica durante la mayor parte de mi niñez y adolescencia, ¡cuando nunca fue así! Me llenaron de pastillas la cabeza, pudrieron mis posibilidades de querer acercarme a la gente, y me inyectaron el veneno más letal que pudiera existir: el miedo a la sociedad.
Leonardo se acerca con cautela hacia mi cuerpo trémulo. Casi estoy convulsionando en el suelo por el aguacero que están desatando mis ojos. Se arrodilla frente a mí, y su palma protectora masajea con cariño mi espalda encorvada. Lloro con fuerza mientras su consuelo me permite cinco minutos de paz conmigo misma y mis súplicas quedas.
—No, basta... —Le pido lo imposible a la vida, porque sé que si antes no me permitía un respiro, no tendría por qué dármelo ahora.
Entonces, de una zancada, Leviatán se acerca y se arrodilla junto a su hermano. Él no se cohíbe y toma la iniciativa acunando mi rostro, usando sus manos. Sus dedos están fríos. Me observa con una expresión inescrutable en el rostro, y a mí se me caen las pestañas con cada gotarrón que cae de mis ojos.
—Llevemosla arriba.
Se me ponen los pelos como escarpias. Sé lo que pasará a puerta cerrada.
—¡No! ¡No quiero! —pataleo, pero no sirve de nada.
—Lilith... Oh, no, nenita, no es lo que crees. No vamos a...
—¡Aléjate de mí! —Mi voz se vuelve afónica.
—¡Lilith!
—Maldita sea —masculla Leviatán.
—Lilith, por favor... —me pide, tratando de tomar mi rostro entre sus manos.
Veo sus intenciones en su lenguaje corporal, y sé que no me hará daño. Pero no quiero que me toque. Quiere acunarme en sus brazos y mantenerme a salvo, pero no dejaré que lo haga. Si las circunstancias hubiesen sido diferentes, probablemente se lo hubiera permitido.
Pero no, ahora no. Porque es un mentiroso, un desgraciado que manipuló cada uno de mis movimientos para conducirme a este punto en donde mi cabeza es un tsunami de frustrantes ideas que se conectan todas al mismo tiempo y hacen cortocircuito en mi cerebro.
«¡Estoy hirviendo!»
—¡LILITH, BASTA YA! —grita Leviatán, tomando mis muñecas con decisión, sin temor a mis manos convertidas en puños; ni siquiera me di cuenta de cuando empecé a soltar golpes no certeros al aire.
Ahogo un sollozo, y las palmas tibias de Leonardo se apoderan de mi rostro. Me mira con ternura y determinación; por alguna razón, su expresión consigue tranquilizarme.
—Lilith, por una vez, deja que alguien te adore.
Aunque sus palabras están inyectadas de amor, no consigo traspasar el desconsuelo que sufre mi interminable pérdida conmigo misma. Aunque mi llanto baja su intensidad, no dejo de hacerlo.
—Lilith, sé que suena imposible, pero tienes que relajarte.
—No, no puedo.
—Abogada, tienes que dormir.
No. Me niego. No quiero.
—No confío en ustedes. No quiero dormir.
Leonardo se acerca más a mí, me llena la cara de besos mientras acaricia con ternura la pálida piel de mis mejillas, y yo sigo llorando. No tengo idea de adónde se fue el otro, y ni me interesa. No quiero pensar más en esos dos, en los hermanastros Bianchi Soto.
—Bebe esto, al menos.
Un vaso de agua aparece en mi campo de visión. La mano que lo sostiene es la de Leviatán. Así que desapareció para conseguirme un vaso de agua; qué tontería.
«¡¿Creen que soy estúpida?!»
—Bebalo, abogada.
—Le pusiste algo, ¿no?
—No, yo jamás usaría un truco como ese para hacerte dormir. —Está mal que confíe en él, lo sé—. Sé que no tienes razones para confiar en mí, pero por esta vez te voy a pedir que lo hagas. Olvídate de todo lo que ha pasado y de cómo te trajimos aquí para salvarte la vida. Bebe el agua, por favor.
Tomo el vaso y me lo llevo a los labios. El agua refresca mi garganta afónica. Cuando me lo acabo de una sentada, dejo el vaso de plástico a mi lado en el suelo y miro a ambos hombres con ojos asesinos.
—Si me quedo dormida después... —No completo mi amenaza porque los labios de Leonardo cazan los míos en un beso que arrebata mi oxígeno.
—No... —Apenas si puedo pronunciar la palabra mientras intento apartarme de su cuerpo—... No quiero.
—Te amo...
—¡No! —grito. Haciendo acopio de todas mis fuerzas: lo empujo, fuera de mí, poniéndome de pie como un huracán, con la piel encendida y los cabellos apuntando en todas direcciones, enfurecida con mi loco corazón, porque irradia y detecta el amor de estos dos mentirosos, porque a pesar de todo sé que ese «Te amo» fue real—. ¡Te odio! ¡Te detesto! ¡A ambos! ¡Los odio a los dos!
Y, como sé que jamás me dejarán ir, corro escaleras arriba, con esos dos pisandome los talones, diciendo mi nombre con la esperanza de detenerme; pero no, no lo hago.
—¡Déjenme en paz! —Llego al umbral de la habitación en donde desperté hace minutos. Ni siquiera les tomó una hora arruinar mi vida, o lo que aún quedaba de ella.
—La amamos, abogada —dice Leviatán, antes de que les cierre la puerta en sus narices.
Grito hasta quedarme sin aire en los pulmones. Me llevo las manos a la cara y la froto con furia hasta que se pone roja e irritada.
«Te amo. Te amo. Te amo.»
Soy débil. Su confesión me está volviendo débil. Le creo, cuando me dice que me ama, le creo. Si Leviatán se hubiera atrevido a declararme su amor, como Leonardo, seguro moría en la entrada de esa casa. Esta casa. ¡MI CASA! Esos hermanastros me compraron una casa.
Pero no. No les daré ese gusto a ese par de sociópatas.
Si Adán quiere matarme, ellos el doble.
Ahora sé que no puedo confiar en nadie, sólo en mí misma.
LEVIATÁN
—Llévale el almuerzo —le ordeno a Leonardo, deslizando la charola de plata por la barra hasta él—. La rosa es un gran detalle, manito. Seguro le va a encantar.
—Bueno, no podré saberlo porque no se la voy a llevar yo —me reprocha.
—Cálmate. Le diré que fue de tu parte.
Su silencio me molesta.
—¿Qué? ¿No confías en mí? —le pregunto.
No me responde.
—Después de todo lo que he hecho por ti y por ella, ¿aún no confías en mí?
—Sí, maldita sea, sí confío en ti —dice, irritado por mi insistencia. No le creo ni un pelo.
—Fuiste muy descuidado hoy cuando intentaste calmarla, Leo. No debiste decirle que la amabas. Estaba sufriendo un ataque de nervios, y tú vas y le dices que la amas. ¿A quién se le ocurre?
—Perdóname por no ser tan bueno en improvisar como tú, Levi.
—No te queda el sarcasmo.
—¿Te ayudo con eso? —Mi hermano mira la segunda charola que aún no le llevo a nuestra segunda huésped.
—No. Yo puedo.
Después de darle su almuerzo a Lilith, iré al sótano a alimentar a la indeseada que retenemos por nuestra seguridad y para el resto de la sociedad. Ahora también es por Lilith.
—No puedo ayudarte con Lilith, tampoco con la otra. ¿Qué se supone que haga?
—Mucho ayuda el que no estorba, Leonardo.
Finge que mi comentario le da risa, me enseña el dedo de enmedio y después subo las escaleras, con la charola que tiene la rosa, a la habitación de Lilith. Toco, pero no abre. La llamo, y lo único que obtengo de ella es una palabrota en extremo grosera que, si su madre la oyera, seguro rezaría diez Aves Marías en Latín hasta conseguir que sus rodillas sangraran.
Esa es mi chula.
Dejo la charola en el suelo, cerca de su puerta, y bajo las escaleras para alimentar a la otra.
Éste no era el plan. No fue lo que Leo y yo planeamos para nuestra mujer.
Iba a ser sencillo al principio: atraerla a nosotros, a esta casa, a esta cama, y hacerla nuestra. Pero, como de costumbre, era mejor vivir improvisando que planificar tus movimientos, porque al final, nunca podrás adivinar cómo van a resultar las cosas para ti.
Voy al sótano, pero no sin antes recibir una mirada agridulce de mi hermano desde el sofá mientras lee. Medio sonrío, con las llaves en la charola, y abro la puerta blanca con perilla dorada. Bajo los escalones de madera hasta llegar a la verdadera puerta que resguarda con candados a la loca que sólo come cuando yo me quedo en la habitación. Por eso sólo puedo ser yo quien le traiga sus alimentos.
Ella está tumbada de lado en su cama, con las rodillas pegadas al pecho, y con el pelo negro suelto y sucio desparramandose en su única almohada. Tiene los ojos fijos en una mancha que encuentra entretenida en la pared. Está casi desnuda, con un grillete en su tobillo, cuya cadena le impide alcanzar la puerta.
Dejo su almuerzo en una mesa que acerco a su cama.
—Hola, Ana —la saludo, y ella voltea su cabeza de inmediato.
Nota:
¡Ya volví!!!!!!!!
Aquí estoy. Perdonen por haber tardado tanto.
Pero ya estoy aquí.
¡Sigo vivaaaaaa!!!!!!!!
Es que estoy iniciando una nueva historia que escribo con mucho cariño para ustedes. Vayan a leerla. Se llama: ¿Sexo o Amor? [Amar a muerte #1] La pueden encontrar aquí en Wattpad.
Denle una oportunidad. A lo mejor les gustan mis nuevos personajes James y Laurie.
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