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Capítulo 61

LILITH

Ojalá hubiera pasado en otro momento...

Ojalá Mario no hubiera aparecido y visto las cosas que hice mientras mi boca alternaba entre uno y el otro, mientras mi lengua sentía las suyas, mientras nuestros dientes chocaban y la saliva de ambos se mezclaban con la mía.

Ojalá no hubiera dicho nada. Ojalá no lo hubiera seguido. ¿Por qué lo seguí? Ojalá no hubiera clavado en mí esa espinita de dudas astillada que puso en una interrogante varios escenarios que después cobrarían sentido.

—¿Qué carajo?

Todo rastro de excitaciones y planes sexuales que quería cumplir con ellos, los primeros hombres a los que les compartí mis inseguridades y miedos escondidos, los destrozos de mi piel y costillas marcadas por la falta de algunos alimentos que aún me cuesta trabajo consumir, fueron pulverizados por los ojos enrojecidos y llenos de decepción de Mario.

El impacto y susto que experimenta mi —de por sí— encogido corazón cuando lo veo ahí de pie, es un segundo de sobresalto en el que se detienen mis latidos y hiela mi sangre. Los males y la visión que ahora tiene Mario sobre mí, serán para siempre. Estoy segura de que esto se convertirá en mi contra. Lo sé por las diferentes emociones perturbadoras que surcan su mente mientras me mira. Están pululando a su alrededor como una niebla helada y carente de visión.

—¿Qué carajo, Lilith?

Me levanto hecha una masa distorsionada de excitación y miedo, pánico literal, completamente ofuscada por las lágrimas que azotan mis ojos cuando... nuestras miradas se encuentran en un maremoto que jamás había visto en sus ojos. Mira a Leo y a Leviatán con la misma expresión de perplejidad y... algo más interesante como la expectación o los celos por haberlos visto comiéndome la boca y, manoseando mis ocultos senos y palpitante sexo —debajo de mi ropa holgada— que ahora ha olvidado la idea de una noche de pasión al lado de esos dos hermanastros.

Oh, no...

Me llevo la mano a la boca y ahogo un sollozo de culpa.

—Mario... —le pido en una súplica, cuando lo veo tomar la iniciativa y darme la espalda, caminando a paso veloz, lejos de mí, con ambos puños apretados y postura cruel, como si fuera un verdugo que estuviera a punto de cortarle la cabeza a alguien.

¡Oh, Dios, la mía!

¡Me llevaaaaaaaaa!

—¡Mario! —lo llamo en un grito de súplica, pero él me ignora y sigue alejándose de mi vista.

Corro detrás de él mientras grito su nombre, mientras las plantas de mis pies duelen, mientras lágrimas de —sólo Dios sabrá qué motivo— escapan de mis ojos en gruesas gotas que arden por debajo de mis pestañas. Intento alcanzarlo, luciendo patética, que los demás me vean como a una bruta dejada o una que cometió un delito gravísimo (digno de ser ignorado por él). ¡Pero todos ellos me importan una mierda! Ahora no es momento de que me interese la opinión pública. Debo alcanzar a Mario.

No puedo dejar que se vaya sin antes pedirle... No, suplicarle que no diga nada, que no se haga una idea equivocada de lo que vio; aunque... ya ¿para qué? Al final es lo que es, me estaba besando con uno y luego al otro, pensando en quién querría entrar primero en mí, en cómo sería probar a Leo, en la confianza de Levi al exhibir sus cicatrices delante de los dos. No tengo pudor. ¿Qué clase de mujer soy? Se supone que no quería que nadie lo supiera. Nunca. Al menos hasta que yo lo decidiera.

—¡Mario, espera!

Un atisbe de esperanza me sonríe cuando se detiene, pero la desilusión surca mis facciones cuando veo las lágrimas debajo de sus ojos, pestañas empapadas y cejas fruncidas que resaltan la inquietud de sus pupilas cuando me mira. Realmente me odia ahora.

—¡¿Por qué, Lilith?! —me pregunta en un mar de lágrimas que deshidratan sus globos oculares—. ¿Por qué me hiciste esto? ¿Por qué ellos? ¿Por qué no yo?

—Mario...

Me interrumpe:

—¿Por qué cediste, Lilith? ¿Por qué? —me exige saber.

Me untan la lengua con mantequilla. No sé qué demonios responder. A todo esto, ¿qué hace Mario aquí? ¿Cómo supo dónde encontrarme? Creí que ya se había ido. ¿Nunca lo hizo?

—¿Ya te los cogiste? —me pregunta de un momento a otro, volviendo incómoda y tensa la conversación... que siempre fue una batalla perdida—. ¡Respóndeme!

—Mario, no es... Esto no es asunto tuyo —le aclaro con voz temblorosa, intentando ser la Lilith de sentimientos fríos, que enfrentó a su familia hace horas, cuando expuso sus secretos—. No es asunto tuyo. Es mi vida y yo decido cómo vivirla.

—¡¿Qué estás diciendo?! —Alucina—. ¿Cómo no va a ser asunto mío lo que te pase? ¡Eres mi mejor amiga, carajo! ¡Mi amor! ¡Te he amado desde la primera vez que te vi metida en ese vestido blanco sin medias con ese listón en tu cabello que te hizo ver como un angelito de...! ¡Dios...! ¡TE AMO!

Me quedo de piedra. Sus palabras calan hondo en mis recuerdos y, en segundos, la amistad que yo creí duradera como anclas del uno y el otro, el Río que yo conozco y al que le gusta llamarme Fray... Todo eso se extingue en microsegundos, como si hubiera quitado la piedra clave que sostiene la torre aparentemente firme de mi corazón. Acabo de perder a mi mejor amigo.

—Mario...

—No, Lilith —me ruega, interrumpiéndome—. No digas nada, sé que es imposible que tú sientas lo mismo... Sé cómo son las cosas.

Me trago las lágrimas que no merezco derramar porque le estoy rompiendo el corazón a quien sólo me ha traído alegrías y buenos momentos que compartir para animarme. Quizás nunca supo con exactitud todo lo que sucedía dentro de mi cabeza, cuando la depresión tocó un día a mi puerta, pero lo supuso por días enteros cuando nunca atendí sus llamadas o mensajes durante años. Y luego, un día cualquiera en el que decidí volver a levantarme, contesté un mensaje trivial que llevó a otro, y a otro, y a otro más... Poco a poco me fui levantando del mierdón en el que creí permanecer para siempre. Y Mario, sin saberlo, me ayudó a salir adelante, a respirar otra vez.

¿Por qué sólo lo veo como a mi crush de la infancia, y no como un amor que creció y creció hasta volverse duradero?

¿Por qué él no, y los hermanastros Bianchi Soto, sí?

—Lo siento... —digo, sinceramente—, lo siento mucho, Mario. Yo... —Me llevo la mano al corazón y presiono fuerte mi pecho, ordenando mis ideas—: nunca quise lastimarte.

—Lógico —agrega, indiferente, mientras se limpia la cara.

—Lamento haberte confundido, cualquier indicación que te haya hecho pensar que tú y yo podríamos ser más que buenos amigos...

—Ahórrate el discurso, Lilith. Me lo sé de memoria.

Suspiro. —Mario...

Entonces... mis ojos se posan en sus zapatos... «Tenis», me corrige mi subconsciente. Pero... no es eso lo que llama mi atención y me inclina a levantar sospechas de mi amigo, sino lo impolutos que se encuentran, casi nuevos, como si se los hubiera cambiado hace poco y apenas estuviera estrenándolos. La paranoia me invade de a poco mientras pienso, pienso y pienso... Pienso en Abel, en mi madre y... en ese hombre de nombre Adán, el mismo que fotografió la cabeza destruida de Belén, el mismo que me heredó estos pensamientos extraños que me han hecho la persona que soy.

Pero..., ¿por qué recuerdo a todos los que me mintieron?

Quizás porque esa fotografía instantánea, y... ese video... El video que muestra a aquella chica de aspecto físico similar como la que me encontré en el baño de damas, la gordita de lentes de pasta y frenos... Y Valeria... Val fue la niña, la testigo que se puede ver esperando sentada en el auto de Juan, mientras un hombre...

No... Un chico... Creí que era un hombre el que la drogó, cargó y metió en el portaequipajes de un auto porque... se veía alto, fuerte... Pero..., esos zapatos... ¿Tenis? Vi el video varías veces y, en todas las tomas, enfocaban zapatos negros, no blancos. Eso es cierto. Pero Mario... Los zapatos que vestía cuando lo vi..., cuando me entregó esas pruebas... Pruebas que aún no entiendo cómo diablos consiguió. ¿Quién se las entregó?

Intento ir con un problema a la vez. Primero es lo primero: Mario, el asunto de los zapatos que no me deja en paz.

Vaya, esto de no tomar medicamentos me vuelve intuitiva.

Ya no me siento adormilada o, incluso sonará extraño lo que pienso, porque se supone que estas cosas callan a las voces dentro de mi cabeza, pero... creo que estos antipsicóticos me atrofiaban en lugar de ayudarme. ¿Raro, no?

Mi cerebro trabaja como una máquina locomotora y encuentra eso que tanto me está molestando.

—No eran tenis... —Hablo para mí misma.

Exacto, no era tenis blancos los que traía puestos esta tarde, cuando me chito todo sudado y temblando detrás de esa puerta abandona en el pabellón abandonado, cuando me entrego aquellas hojas, esa evidencia, esa fotografía con la cara de mi verdadero padre...

Un momento.

—¿Qué? —pregunta el acusado, sintiéndose inquieto y preocupado, cuando sigue adonde apuntan mis ojos. Pero disimulando bastante bien su nerviosismo—. ¿De qué estás hablando? —pregunta, cínico.

Algo dentro de mi cerebro hace click, como el aparato de encendido del televisor, después de varios días sin ser utilizado. Entonces lo miro, cohibida y algo cautelosa, mientras le pregunto con paranoia en mi voz: —Mario..., ¿cómo supiste que Abel no es mi verdadero padre? ¿Quién te lo dijo?

—Eso no importa. Tuve razón, ¿o no? —se defiende con una pobre acusación.

—¡No, claro que importa! ¡Y ahora mismo me lo vas a terminar de contar todo!

—¡No hay nada que contar! Además, ¿por qué estás a la defensiva conmigo? ¿Por qué has decidido estar en mi contra?, ¿sólo por lo que vi?... ¡¿Por qué no desconfías de ellos también?! ¡Son culpables, Lilith!

Su grito es tan fuerte y potente que... una enfermera tiene que venir a callarlo y pedirle que se retire de esta área si no quiere que llame a seguridad. Y de paso a mí también, sólo porque estoy cerca de él. Mientras la miro con una cara de «¿yo por qué? ¿Qué hice?», ella no se compadece en lanzarme el mal de ojo y reclamarme como una bruja que mis lágrimas no convencen a nadie y me retire del hospital.

—¡Deje de mirarla! —Oigo una poderosa voz a mis espaldas que me rescata de los ojos pesados y cansados de esta mujer con el pelo rojo y rizado.

Leviatán y Leo aparecen en mi campo de visión. Mis chicos... Respiro y sonrío. Ese par de hermanastros son los pilares que sostienen el techo en donde me he encontrado hecha un ovillo por demasiados años, sin poder moverme, hablar, respirar... Ahora, gracias a ellos, siento que puedo dormir tranquila, caminar entre los escombros, incluso salir del lugar que ha sido mi zona de confort por años de confinamiento impuestos por mis miedos, por el recuerdo de Belén y Guillermo.

—No vuelva a mirar a mi mujer de ese modo, ¿me entendió? —Le habla, fuerte y autoritario, marcando su territorio, provocando que la mujer se encoja ligeramente.

Una sonrisa torpe y tímida se dibuja en mis labios, cuando escucho a Leviatán decir que soy suya, su mujer, su única...

No hay vuelta de hoja. Esconderse es inútil. Y la expresión de Mario lo confirma, su mandíbula llega al suelo y su consternación es palpable por donde quiera que lo mires. ¿Así o más claro no pudo haberle quedado que ellos me quieren?

Leonardo se posiciona detrás de mí, callado, severo y alerta, mirando con ojos sádicos a la misma enfermera que me trató mal. Sus dedos toman con tiento el dobladillo de mi chaqueta y tira de mí con suavidad hacia él, rodeándome la barriga con ambos brazos, también protector.

La cara de la enfermera del tinte pelirrojo no tiene nombre. Sus ojos se desencajan y su mandíbula roza el suelo.

—S-Sí —titubea la enfermera que ya no parece tan bruja—. Perdón —murmura en mi dirección, completamente atemorizada por la presencia de estos dos. Mario está en segundo plano.

Cuando se va; corriendo, déjenme añadir, mi Leviatán se gira y me observa con esos ojos brillantes y apetecibles..., que una vez soñé que me atrapaban y acorralaban contra una pared de concreto, incapaz de romper o atravesar, dejándome más que en claro, que la única manera de salir era entregándome a la serpiente.

Su mano viaja a mi mejilla y acuna mi frágil y flaco moflete que ruega por ser besado. Y lo hace, me besa tiernamente la piel que ansia su amor. Su frente se une a la mía, y ambos nos miramos con la intensidad que despierta la excitación con la que dejé a ambos hace minutos. Y todo por seguir a Mario, un amigo cercano que me conoce de toda la vida, que me confesó que está enamorado de mí desde la primera vez que me vio, quien puso sobre la mesa sus celos resentidos por Leo y Leviatán, el mismo que no ha parado de mirarnos como si fuese un espectador de otra dimensión viendo un canal de paso en su televisión.

Pero no lo miro o le presto atención a Mario. Ya no. En lo único que pienso es en Leo y Levi, y en lo mucho que me gustaría que ambos me desnudaran, que ambos me besaran e hicieran que me viniera en sus lenguas. Pienso en ellos y nada a mi alrededor trabaja adecuadamente. Mi mente se estropea sin aviso o prevención. Soy plenamente consiente de las simplezas que tengo que atender, pero de ahí en fuera, nada me es interesante; todo para mí es indiferente cuando ellos me quieren.

Sus labios besan mi otra mejilla, la punta de mi nariz y mis párpados. Y todo ocurre aquí, mientras Leo me sostiene y Mario continúa patidifuso. Sólo cuando el roce de sus labios hacen contacto con los míos, entiendo cuál es la razón de su demora en avasallar mi boca... Yo soy su presa, su dulce y chula abogada que, según él, tiene unas nalgas espectaculares. Al final será cierto lo que dicen de mí: soy medio puta y mojigata. ¿Cuál es el punto intermedio para definirme? ¿Entre estos dos seres parezco su mascota, o, su novia?

El beso termina. En ese momento, los dedos largos y gruesos de Leo toman con cuidado y determinación mi mentón, obligándome a girar el cuello en su dirección y... verlo atentamente. Nunca me voy a cansar de su cara. También me besa, lo hace como si quisiera competir frente a su hermano; pero sin excederse o humillarme, siempre respetándome.

—Me das lástima, Lilith. —Palabras crudas e hirientes de Mario interrumpen el momento.

Leo y yo dejamos de besarnos y ambos miramos con emociones distintas, al que creí que siempre sería mi mejor amigo.

Mario no se detiene y me ataca con todo. —¿Cómo puedes ser tan estúpida? ¿No te das cuenta de que sólo se están burlando de ti?

Leviatán da la cara por mí. —Cállate de una puta vez, si no quieres que yo mismo lo haga.

Se ríe sin otra emoción, que no sea la del odio y la tristeza, mientras se enfrentan. —¡Claro! —Deja caer los brazos, derrotado—. ¿Por qué no te conviene que suelte todo delante de ella, verdad? —pregunta, irónico.

Me aborda la duda. Quiero saber más. ¿De qué está hablando Mario? Pero, antes de que pueda preguntarle a qué se refiere con sus acusaciones, mi amigo me mira y mete la mano en el bolsillo de su pantalón, saca un objeto rectangular moderno, apagado. Me enseña la pantalla de su celular.

—No contestas mis llamadas o mis mensajes desde el día de la fiesta. Me has estado ignorando y quiero saber ¡por qué! —exclama.

—No le hables de ese modo... —sisea mi serpiente.

Lo interrumpo poniendo una mano sobre su hombro, calmándolo al instante. Desenrosco los brazos de Leo de mi barriga y me acerco a Levi sobando su espalda y relajando sus músculos. —Leviatán, déjame a mí, por favor.

—Abogada, sé que usted puede defenderse sola, pero...

—Entonces déjame defenderme sola —lo interrumpo, mirándolo con ojos de cordero. Él acepta. Retrocede y Mario y yo nos miramos como si sólo existiéramos los dos.

—¿Me has estado ignorando?

—Lo sé —respondo.

—¿Por qué? —espeta—. ¿Me bloqueaste?

—Sí. —No voy a mentir; siempre he sido honesta con él.

Se guarda el celular en sus pantalones azules, mirándome como si de un momento a otro fuera a acabar conmigo, o, como si le diera asco verme aun sabiendo la verdad.

—Ellos te lo pidieron —afirma con cierta malicia en su sonrisa de medio lado—. ¿No es así?

—¿Qué? —La sorpresa es evidente en mi voz.

—Sí... ¿Qué te dijeron?, ¿que no puedes tener amigos? ¿Te quieren sólo para ellos? ¿Los dos juntos?, ¡¿mientras a ti te tratan como a su puta?! —me grita.

Hay delirio en sus palabras, uno que me aterroriza, uno que me hace retroceder por instinto. Sus ojos se mantienen en silencio, pero la ira es ostensible en ellos.

—¿De qué rayos...? ¿Qué me estás diciendo? —Me mantengo serena, a pesar de las terribles circunstancias que parecen ir en mi contra.

Las facciones de Mario se transforman en unas endemoniadas, carentes de amor y sabiduría. Es como si una personalidad distinta, a la del Mario dulce y cariñoso que conozco, se estuviera apoderando de él.

—Que eres más ingenua de lo que parece tu linda y tierna carita de princesa, Lilith —me responde su otro yo, el Mario malo. Me sonríe con mala intención y añade—: Piensas que, ¿esos dos te quieren?

¿Qué?

—Mario, ¿qué...?

—Ellos no te aman. Sólo sienten por ti, lo que un ladrón por un quilate de oro, pura lujuria. Para ellos sólo eres un capricho. Cuando terminen contigo, te olvidarán y harán a un lado como a un juguete usado. Lo han hecho antes, Lilith. ¿Piensas que eres su primera vez? Lo mismo le hicieron a Ana y ahora nadie sabe de ella.

—¿Cómo? —Alcanzo a preguntar, antes de que saquen de mi vista a Mario.

Las poderosas manos de Leo caen sobre mis hombros y me apartan de la mirada ensombrecida de Mario. Oigo la voz de Leviatán, pero no me volteo a asegurarme que, cualesquiera que sean sus palabras, en ninguna venga alguna amenaza. Leo me guía hacia otra parte, pero no estoy atenta hacia donde. Mi mente se ofusca con la nueva información y nombre que ahora golpea en mí, como las olas del mar chocan contra las rocas: «Ana».

Leo me conduce por un pasillo que conozco. Estamos cerca, pero me siento perdida. Lo estoy porque ahora no sé qué rayos hacer con los datos que mi disco duro tiene, pero no procesa.

¿Qué le está pasando a mi vida últimamente?

Quizás... eso provoca que me deshaga de su sumisión, y lo mire con ojos y cara de: «Ahorita mismo me vas a explicar todo». Leo me entiende y estruja sus dedos, dejando escapar el mal aire en sus pulmones.

Me cruzo de brazos y espero una respuesta. —¿Y bien? ¿De qué demonios está hablando Mario? Además, ¿desde cuándo los tres se volvieron tan cercanos, eh?

—Yo no usaría esa palabra para describir la situación en la que estamos metidos.

—¿De qué estás hablando? Habla claro —le exijo.

Sin aviso que martillear antes en las puertas del Reino, Leo acorta la distancia que nos separa y me besa. Sus labios presionan los míos por segundos, antes de dejarme llevar por las emociones que ambos escondemos del otro y, abrir ligeramente la boca para dejarlo entrar. Es dulce. Gentil. Sus manos se apoderan de mis mejillas y me acaricia con las yemas de sus pulgares. Me mira por momentos, y me besa otros pocos. Me sonríe, tierno; y yo también.

Sacudo la cabeza e intento despabilar. —Esto no cambia nada. Me debes una explicación.

Toma mis manos. —¿Qué quieres saber?

—¿Quién es Ana?

—Fue... un error, una mala persona que sólo nos quería para pasar el tiempo.

—¿«Fue»? —Se me salen los ojos de las órbitas cuando saco ideas equivocadas—. ¿O sea que está muerta?

—¿Qué? No... No está muerta, sólo... loca —se apresura a responder las primeras dos sílabas. Las demás palabras sólo las masculla.

Mi cerebro hace click otra vez mientras lo miro con ojos entrecerrados. —¿Cómo que «loca»? ¿Por qué hablas de ella como si aún...?

Me detengo. Pienso dos veces antes de seguir trabajando en mi corazonada. No debería sacar especulaciones apresuradas; hay falta de evidencia. Pero... habla de ella como si aún la viera, estuviera al pendiente de lo que sea que haga, o supiera que no ha cambiado en nada... Suena absurdo, a locura, pero...

Pero...

—Nenita... —dice. Me mira como si algo en él se debatiera en contarme sí o sí, pero tampoco quisiera hacerlo cuando continúa sujetando mis manos y añade—: Mi Lilith, te juro que pronto te contaré todo lo que quieras saber. —Besa los dorsos de mis manos—. Te lo prometo.

—No sé si creerte —soy sincera con él. Es mejor así.

Me sonríe y mira como suele hacer Leviatán, cuando algo en su interior lo dominara a dominarme. —Te lo demostraré.

📝📝📝
Nota:
Perdón por haberme demorado demasiado.
Seré breve porque creo que el capítulo me quedó un poco largo. Sorry... Espero que lo hayan disfrutado.
Un beso.

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