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Capítulo 56

ADÁN

"La apariencia es importante, así que cuida la tuya."
Harvey Specter.
(The Suits.)

El primer acercamiento siempre es el más importante. Eso lo comprendí cuando entablé una conversación con Andrea, la mujer que quería como incubadora de mi heredero.

Lo había decidido.

Lo tenía planeado.

El día, la hora, el momento adecuado... Todo. Fue como si hubiera planeado una primera vez con una virgen real. En teoría lo era: nunca había conocido a alguien como yo.

Me arreglé para la ocasión, en frente del espejo, y peiné mi castaño pelo hacia atrás con gel. Me puse mis lentes oscuros de sol, y sonreí de medio lado, al revisar mentalmente los puntos de mi lista, que aún me hacían falta por tachar. Sucederían, eso estaba asegurado. Jugaría solo por un tiempo, uno que jamás creí que requeriría de paciencia y años de planeación. Pero sí pasaría.

Y pasó.

Meticuloso y manipulador de nacimiento; sería como visitar la tumba de su antepasado para ella, y unas pequeñas vacaciones de nimias ilustraciones para mí. Ambos nos haríamos un favor.

Ajusté mi corbata roja, como el color de la sangre. Quise que mi ropa combinara con su futuro a mi lado, las pruebas en sus sábanas no serían suficiente para mostrarle al mundo quién soy, y lo que represento para sus aburridos recordatorios de mirar por encima de los hombros de sus hijas, por el resto de sus vidas. Yo sería para ella más que una mundana experiencia que aprender en su cabeza, representaría una realidad que muchas mujeres ignoran al entrar o salir de algún lugar, incluso con gente transitando las aceras. Viviría dentro de ella, y también a su lado. Mi olor sería suyo. Su piel me pertenecería. No sólo tendría que verme en la cara de nuestro hijo, también lo haría en sus escalofríos y espasmos, aparecería en sus sueños, y la acompañaría en sus pesadillas hasta el día de su muerte, con o sin su consentimiento, como lo haría en horas, cuando vaya a su casa.

Mi traje negro, con camisa blanca, estaban impolutos. Mis zapatos nuevos eran profesionales, adecuados para la ocasión.

Seguro de mí mismo salí del hotel, caminé hacia su casa con las manos metidas en los bolsillos costosos de mi pantalón de vestir. Abel no estaría en casa. Mis sobrinos tampoco: práctica de fútbol.

No soy un monstruo. Jamás les haría a esos niños, lo que mi padre me hizo a mí durante años en mi niñez. No los obligaría a ver cómo despojo a su madre de su dignidad. Menos a Abel. Después de todo, es mi hermano mayor, siempre le he tenido algo de respeto. A pesar de que me abandonó, sé que uno de los dos nunca podría estar enojado con el otro eternamente. Y ese soy yo. Obviamente, tuve que arreglar nuestros problemas calculando esta ardua ecuación.

Pero valdría la pena. Sí lo haría. Nuestra danza de la muerte a penas está comenzando.

Toqué el timbre de su casa. Ella abrió la puerta. Una extraña sonrisa se dibujó en sus labios planos e independientes. Y la duda y el miedo en sus ojos se asomaron por microsegundos.

¿Quieren saber cómo supe que ella sería la madre adecuada para mi bebé?

Fácil: sabe cuando una persona, entre un millón, es un peligro. Pero uno real, del que temes dejar a solas en tu sala o en tu cocina, porque piensas que en momentos de absoluto mutismo, un solo farfullo suyo, podría ser letal de percibir para su futura víctima.

Esa clase de intuición es nata. Aprendió por años de su madre y hermanas mayores, viendo sus gestos, estudiando sus vidas y los defectos que tuvieron por errores de su calvario corazón mal instruido. No fueron tan listas como ella. No cayó por cualquier imbécil que le ofreció una rosa, esperó a tener las armas necesarias para defenderse. Sabe sobre los riesgos de una sonrisa fingida, porque ella también ha utilizado una, durante sus ratos entre familia. Piensa como yo. Es una belleza imperfecta e indescifrable su mente, y eso me atrae en una mujer real. Si fuera normal, apuesto que la cortejaría con chocolates y serenatas, como habrá hecho mi hermano. Pero no. Porque soy inestable e insano, y no poseo una pizca de bienintencionado.

Es como si me pidieran que dejara de respirar: imposible. Yo soy así, yo nací así. ¿Habrá alguien que ame ese aspecto inhumano de mí? Tal vez mi futuro hijo quiera.

—¿Adán, qué haces aquí? —me preguntó, alerta y confusa.

Inteligencia e ingenuidad, ella es el paquete completo.

—Vine a hablar con mi hermano. —Mentí.

—Abel no está.

Lo sé, baby.

—Bien, lo espero —dije, girando sobre mis talones y, guiando mis pasos hacia la acera.

—¡Espera! —Me detuve—. No lo esperes ahí, hace calor y no sé cuánto tarde en su junta. Mejor ven adentro.

Sonreí, perverso y triunfal, pero no me volteé.

—No quiero incomodarte —dije, fingiendo una leve convalecencia.

—No me incomodas. Estoy preparando una rica limonada, los chicos me dijeron que eso tomaste la primera vez que visitaste nuestra casa. ¿Quieres ayudarme a prepararla?

Un ligero pinchazo surcó mi pecho.

¿Se acordó de un detalle tan insignificante de mí? ¿Cómo fue posible? No me conocía de nada, y sólo nos presentamos por cortesía hace una semana. ¿Sabía que vendría o fue una coincidencia?

No... Yo no creo en las coincidencias.

Quizás ella toma la misma agua que yo. No debería darle demasiadas vueltas a su inesperada invitación y amabilidad. Es mejor aprovechar ahora que tiene la guardia baja, y aceptar antes de que se arrepienta.

—Claro, si tú insistes —respondí, sonriente y con pasos calmados al umbral de su casa.

Entré, ese día en su casa, y también en su vida. Fue una visita de por vida.

Soy más poderoso que un virus. Más resistente que una enfermedad del siglo XIX. Soy el mejor resultado de diversos brotes con pacientes cero. Yo soy el peligro silencioso, y algunas veces expansivo entre los hombres. Me muevo rápido bajo las sombras. Soy un olvidado. Crees que acabaste conmigo, cuando a penas estoy calentando mi siguiente jugada. A mí es a quien deberían temerme, no a mi padre o a mi hermano o a mis subordinados. Yo les enseñé todo lo que saben. Yo soy el maestro. Nadie es más inteligente que yo.

Fue fácil: una conversación amigable, un vaso de fresca limonada, un descuido... mézclalos bien, y tienes como resultado una hora de pasión con las maravillas de su cuerpo.

No la até a la cama. No la escuché llorar como a mis anteriores chicas. Cuando se quedó dormida, la llevé en brazos a la sala, la deposité con un dócil movimiento en su decorativo y púrpura sofá de tres piezas, perfecto para los dos, y acomodé su cabeza en la almohada decorativa.

Bisbiseó palabras bajo ningún concepto, y sus pequeños ojos se mantuvieron cerrados mientras desabotoné su vestido, hice a un lado una copa de su sostén, y su turgente teta, con su sensible pezón marrón, salió a la luz. Me lo llevé a la boca, saboreé poco a poco su inconsciente estado. No tardé en desnudarla, en chupar partes de ella, que de seguro Abel consideraba sagradas.

Miré su cara adormilada, sumergida en algún sueño bueno que incluyera a su familia de fotografía, y desabroché mi pantalón.

La hice mía, una y otra vez, mientras ella dormía. Fueron suficientes veces para asegurarme un heredero. Uno que ella querría, quisiera o no a este bebé. Lo desearía como yo a su tiempo. Ya lo vería.

Y así fue.

En realidad, fue demasiado predecible que una mujer con su fuerza, aguantara ver la cara de su violador en un inocente. Siempre ha sido más fuerte que todos. Incluso para Abel fue difícil no encontrar similitudes entre ambos (su esposa y yo), a partir de ese momento, cuando la encontró tendida en el sofá, recién cogida por su hermano, que desapareció del mapa días después, de saber que Andrea estaba embarazada... de una niña.

Una nenita. Por primera vez, en generaciones de primogénitos varones, esa bebé rompió con la tradición. Nunca me vi criando a una niña, siempre lo visualicé como a un varón. Aunque había conseguido que Andrea se embarazara de mí, jamás creí que mi heredero, mi despiadado y próxima generación, fuera una chica.

Una niña no podría con la carga. No haría lo mismo que yo.

Fue un desperdicio de tiempo y semen. Andrea no me sirvió para nada. Papá no hubiera permitido esto. No lo aceptaría. Y yo tampoco.

El día de su nacimiento le hice una pequeña visita al hospital, al área de maternidad. Entré, me deshice de las enfermeras y, busqué su nombre en las cunas. Andrea decidió honrar la memoria de su madre, poniéndole su primer nombre a la bebé. Una bebé que acabaría con el legado de mi bisabuelo, si decidía no seguir con la tradición. ¿Qué se supone que haría con esta niña que buscaría vestidos y castillos rosas? ¿Tratar de ser un buen padre? ¿Amarla?

No... Yo no quería ser un padre empalagoso que besara sus manos si se raspaba. No serviría haciendo eso.

Y..., mi padre no aceptaría que mi hija fuera criada por mi hermano. Un hermano que desaprobó y blasfemó en la tumba de papá. Yo tampoco lo permitiría.

Así que ahí me encontraba, frente a su cuerpo cobijado por una manta rosa, gorro rosa, y en su boca un chupón de abeja. Sostuve mi navaja de plata que accionaba la cuchilla con tan solo presionar un botón, sin ninguna emoción de culpa por lo que planeara hacer en mi rostro.

Leí el nombre en el transparente soporte:

Lilith Caballero Chávez.
Peso: 3 kilos, 300 gramos.

Llevé mi navaja hacia su carita, sus redondas mejillas, y... hacia sus ojos... Unos ojos que me miraron con inocencia y sin rastros de temor, por primera vez en mi vida desde hacía años. Unos grandes ojos cubiertos por unas pestañas de camello. Unas preciosas ventanas del alma... que eran del mismo color que las mías. Ojos azules, color eléctrico, como la luz de neón en lámparas de pared con formas diferentes de cualquier cosa.

Son mis ojos. Son los ojos de papá. Son los ojos del abuelo.

Aprecié sus facciones, sus tiernos músculos de la cara. ¡Oh, Dios! Era como sumergirse en un laberinto sin retorno de todos mis antepasados. Fue una imagen digna de ver.

Moriría por ella.

No pude pensar en algo más verdadero que en eso: las cosas que aún le faltaba por descubrir, y cómo tomaría sus decisiones, su camino, su rumbo, a quien incluiría en su viaje, en su vida.

Cuando nació lo supe. Supe que jamás amaría otra vez, que nunca intentaría buscar al amor de mi vida o un propósito nuevo que cumplir, porque ella se convirtió en el mío, en mi proyecto de eterno alcance. Este momento, este pedacito de mí que ayudé a procrear... era yo; pero en otra vida, una libre de culpas, una nueva e incorregible con posibilidades de guiar su alma hacia donde ella lo deseara.

La sostuve en mis brazos. La abracé y quise a esta fuerza de la naturaleza, que podría romper en dos mi corazón cuando creciera, y averiguara la clase de hombre que soy. La miré con orgullo, elevándola, sintiendo el peso de su cuerpo en mis manos. No se veía frágil, menos débil. Era fuerte y ruda. Podía ver en primera fila la clase de persona que sería: hermosa, inteligente, agresiva y versátil.

Nunca creí que un ser humano podría consumirte en segundos con tan solo mirarte. Pero así fue conmigo y Lilith. Ella fue el imán, y yo fui el triste metal olvidado en el abismo de una construcción. Me complementó. Este busanito de ojitos tiernos me iluminó.

—Eres el amor de mi vida... —dije, conmovido y honesto, al ver su pequeña nariz de ratón, sus ojos enormes y cerrados, su boquita de princesita, y sus mejillas gordas y rosadas.

Y sonreí. Jodidamente lo hice.

—Mírate, hija. Tienes una hermosa carita. Tu pelito castaño... como el mío. Tus ojitos... como los míos. Tus manitas... Tus pies. Tus dedos. Tus diminutas uñas —dije, apreciando cada centímetro de ella, cuando la sostuve en mis brazos, por primera y única vez—. ¿Sabes cuál es tu nombre, pequeña?

Mi bebé no me respondió. Pero no importaba, llegaría un momento en que lo haría, en que compartiríamos un secreto, pasado y futuro juntos. Sabía que jamás tendríamos un presente, pero tampoco moriríamos sin antes conocernos.

Saber que nuestros días estaban contados me encantaba, porque una parte de mí se regocijó en las cenizas de su inocencia, se despertó con una nueva meta, se calentó a las brazas de su formación, lo que lograría y aún le faltaría por aprender de mí, del abuelo, de su bisabuelo.

Y la amé.

Si esto es amar a otro ser humano, a uno que se mantendrá bajo las sombras de tus ramas, y lo protegerás de todo mal mientras crezca... Entonces he cumplido mi deber como padre.

Y ahí lo decidí: mi hija no sufrirá los tratos que yo pasé. Ella tendrá una vida normal. Ella decidirá su camino. Ella sabrá qué hacer en el momento adecuado.

Y lloré... ¡Maldición, claro que lo hice!

—Te prometo, pajarito mío, que siempre estaré cerca de ti —juré—. Yo nunca voy a dejarte. Ahora eres mía. Es mi deber cuidarte. —Hice una pausa y tragué mis emociones—. Lilith... —susurré su nombre—, ¿Sabes?, antes de Adán y Eva... existió Adán y Lilith. Esos somos nosotros hija —sorbí por la nariz—. Tú y yo. Y aunque, ahora deberé irme, te juro que más pronto de lo que crees estaré ahí para ti. Te encontraré, pajarito. No te abandonaré, nunca te haría eso. Pero tengo que volver a un lugar o si no... sabrán que me escapé para venir a verte —dije, sollozando—. Te amo. Todavía no sé lo que piensas y ya te amo. Juro que sí, pequeña. Lo hago con toda el alma.

Acerqué su frente a mis labios y le di un beso. Tendría que dejarla. Me dolía. Repudiaba el dolor porque era señal de debilidad, pero por ella valía la pena desafiar las creencias de mi padre. La deposité suavemente en su cuna. Hizo un mohín, como si no quisiera que me fuera, y empezó a llorar. La volví a besar y se calmó. Besé su tierna carita, y gráciles mejillas. Acaricié su nariz de botón, y mi dedo se quedó en su chupón, tentado a quitárselo para averiguar si sus labios y los míos se parecían como toda su carita de ángel.

Me fui, pero no por mucho tiempo. Aunque no me importó, cuando dieron conmigo, tenía por seguro las jugadas de mis peones. Ellos sabrían qué hacer, mientras yo permanecía en cautiverio en ese hospital psiquiátrico, lejos de mi bebé y nueva familia.

Escogí bien a quienes quería como parte de mi estrategia para recuperar a mi ángel.

Dos niños atormentados por sus padres...

Leonardo y Leviatán. A uno lo traicionó su padre, él necesitaba una figura paterna a la cual seguir. Otro sufría constantes abusos de su madre y hermano mayor Lázaro, y presenció el suicidio de su hermana Beatriz. Él sería un buen partido para mi hija.

El idiota enamorado...

Mario, un niño en quien mi hija vio un amigo fiel, fue la pieza clave que preparar en este juego. Le pagué a una familia para que cuidara a un crío que adopté de un orfanato en Rumania. Nadie sabía quienes eran sus padres o lo que ese chico había hecho antes con otros compañeros de su mismo orfanato. Le gustaba lastimar a los que se propasaban con las niñas. Fue un guardián perfecto para mi pajarito. Ayudó el hecho de que se enamorara de mi hija, así tenía por seguro que él siempre vería por ella.

Mi subordinado...

Juan sería el que me mantendría informado de los movimientos de la familia de mi hija, las cosas que dirían de ella, y la doble moral entre sus primas y tías. Sabría cómo aprovechar sus estupideces. La gente hace cosas malas, cuando cree que nadie las está viendo.

Su madre...

Fue un infierno para sus hijos conocer el principio de esa gestación, para toda su familia de ella fue un calvario. Un horrible calvario que, los esposos de sus hermanas no soportaron. La decisión de quedarse con mi bebé en su vida, provocó que abandonaran a sus hijos y hermanas de Andrea. En consecuencia: mi hija pagó por años con desprecio e indiferencia de parte de su propia familia.

Ellos pagarían, lo harían con lágrimas de sangre por lastimar a mi hija con sus constantes humillaciones.

Pero no ahora. Le dejaría a mi hija la estocada final de mi venganza. Ella querría hacerlo por su cuenta, cuando se entere de la clase de personas con las que ha convivido por años, me pedirá el cuchillo y hundiría con gusto en sus cráneos el filo de su desquite.

Además, sería bueno tener un compañero... después de tantos años luchando contra mis instintos bajo la superficie.

📝📝📝
Nota:
Holis Holis!!!
Ay, Jesús... Qué alguien me dé aire porque desfallezco.
Ya casi llegamos al final de esta historia.
Dije "casi", eh. Aún nos quedan unos cuantos capítulos.

Si desean leer su secuela, está disponible en mis Obras.
Se llama: Dos están bien, pero... ¿cuatro? [POLIAMOR 2]

Lean a voluntad. No tiene ninguna relación con esta historia. Es como si estuviera ocurriendo en otra vida de diferente año.

Un beso 💋 y gracias por leer y votar. O comentar. O en todo caso leer.
Pasen bonita noche.

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