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Capítulo 55

Nota:
Perdón, me equivoqué anteriormente, el capítulo 54 puede ser leído a voluntad.
Disculpen mi error.

ADÁN

Aún recuerdo su olor...

Me atrajo como una polilla a una luminaria.

He hecho esto demasiadas veces. Me he enamorado deprisa y sin dudas. Se supone que una persona como yo no puede sentir nada que no sea su propio lucro. Sin embargo henos aquí, devuelta a las andadas, creyendo que esta vez será diferente, por tratarse de la esposa de mi hermano.

»La quiero a ella.
La deseo a ella.
La necesito a ella.»

Es Andrea a quien amo. Aunque no desee esto ahora, sé que no se arrepentirá de mi decisión final, cuando rememore sobre nuestro momento, lo que planeé desde que supe de su existencia.

Y es tan bonita.

Ya querrá estar conmigo.

Ella me interesó desde el primer segundo en que la vi, colgada del brazo de mi hermano, con una espléndida sonrisa en su cara, contoneando sus caderas fértiles de madre de dos hijos, a los que daba su cariño, paciencia y amor, y con una vida feliz por delante que encajaba a la perfección con la onda de mi hermano.

Encajar...

Eso había conseguido Abel, al alejarse de mi padre y de mí: ajustarse a los cambios que la sociedad le deparaba, lejos de las reglas de papá, o los gritos desesperados de nuestras mujerzuelas encadenadas en mi salón de juegos.

Papá...

Ni siquiera a él lo quiso ver cuando murió. Ni cuando le supliqué por teléfono que viniera a verlo, que hiciera las paces con él, que le mintiera al menos una sola vez para decirle que lo amaba.

Pero no, no quiso volver a saber de él, ni una maldita vez.

O de mí.

Mi propio hermano me dio la espalda. Con el tiempo comprendí que yo fui su carga, su causa pérdida.

Se deslindó de mí, del peso muerto.

Ni así vino a verme.

Incluso fingí tristeza por estar solo, depresión por su muerte, o ansiedad por las dudas que sus enseñanzas me trajeron.

No me creyó.

Conocía bien mis trucos, y sabía cuándo mentía.

Para mi desgracia, él también aprendió lo suficiente de papá, como para conocer sus alrededores y visitantes no deseados. Al fin y al cabo, fue y sigue siendo su sangre, aunque él insista en no reconocerlo.

No voy a negarlo: Me sentí perdido sin la compañía de un familiar con mis mismos hábitos a mi lado.

Mis juegos no eran iguales sin papá. Aprendí a jugar por mi cuenta hace años, pero lo cierto es que extrañaba los consejos de mi padre, sus gestos, anécdotas y comentarios, hasta llegué a extrañar las miradas desaprobadoras de mi hermano y lágrimas ocultas tras sus lecturas a media noche, con la excusa de que sus ojos enrojecidos le dolían y soltaban gotas cansadas en lugar de tristes.

No entendía porqué se esforzaba tanto en mentirme, cuando él sabía que yo podía leer sus expresiones a la perfección.

No crecimos con el mismo padre por nada.

Puede que sea bueno averiguando quién le miente, pero es mediocre haciéndolo. En cambio yo soy excelente en las dos áreas, porque dejé que papá me entrenara bajo sus términos.

Fue ahí en donde le pedí que me visitara, que recordara que aún tiene una familia, un hermano menor que lo necesitaba en su vida. Y él no me creyó. Ni siquiera hizo el intento por interesarse en mí. Fue como si me hubiera olvidado.

No lo culpo, fui yo quien se separó de él.

Pero no negaré que me dio mucho coraje, más el hecho de no entender sus razones.

¿Me abandonó por nada?

No lo creí.

Así que lo busqué. Hizo un gran esfuerzo por cubrir sus huellas, se cambió el nombre y apellido, no se quedó con el mismo número de teléfono por más de un mes, o compartió información de ningún tipo en redes sociales con sus compañeros de universidad. Tampoco tenía amigos o amantes. Era nadie. Al final, sí aprendió a tener un bajo perfil, como papá le había enseñado; a comprometerse con las sombras, como papá le había enseñado; a ser más inteligente que el resto de los demás, como papá le había enseñado.

La pequeña mierda sí aprendió a jugar después de todo. Nunca sería como nosotros (papá y yo), pero jamás negará que sus manías de enfrentar sus problemas se parecen a las nuestras.

Se volvió alguien más, para pasar desapercibido entre los borregos. Fue astuto. Incluso me dio envidia: reprimir sus instintos para sobrevivir. Admirable.

Mientras más investigaba sobre este personaje que creó para interpretar, mejor me caía la nueva personalidad de mi hermano: Un idiota tímido y nerd, que haría lo sea por mantener sus secretos tras las rendijas de un clóset. Obviamente tenía que encontrarlo, decirle que estoy orgulloso de su disposición por asegurar un futuro aburrido y ordinario, asegurarle que no delataría su encubrimiento de crímenes ante la policía que aún investigaba el caso de papá.

Me tardé, pero sí lo encontré.

Lo hice.

Tehuantepec. Bajo el nombre de Abel Caballero García. El hombre ideal: padre de familia y esposo ejemplar. Alguien a quien le aseguras tu mascota, o confías que riegue tus plantas. Era el perfil perfecto, uno que no levanta sospechas.

Valieron la pena las doce horas de viaje.

En cuanto lo vi, saltaron a mí diversas emociones que creí faltantes.

¡Mi hermano tenía una familia!

Una de verdad: dos hijos varones que apreciaban las horas en la oficina de papi, y una bellísima esposa que vestía provocativa y conservadora a la vez.

Y ellos lo querían, lo amaban, apreciaban y, le rogaban que se quedara con ellos dos minutos más en casa, en la playa, en el parque o la plaza.

Era obvio: su familia no sabía sobre su verdadero yo.

El perfecto Abel no quería que nadie se enterara de su pasado.

Y eso me enfureció.

¿Por estos pendejos me remplazó? ¿Ellos le dan algo, que no le haya dado mi padre mientras vivía?, ¿yo? ¿Cómo pudo dejarme por este comercial barato de familia feliz?, ¿por esta farsa? ¿Quién carajo's hace eso?

No me había sentido tan humillado, encabronado, triste y colérico desde que murió papá. Jamás tuve tantas ganas de descargar mi ira contra alguien que no fuera del todo inocente, o una perra de tacones altos que prostituye su cuerpo.

Y empeoró, cuando desde lejos leí los labios de los enamorados, aun después de haber procreado, diciéndose dulcemente:

—Te amo —dijo mi hermano.

Su mujer le dio un beso corto y respondió:

—Yo muchísimo más, Abel. Te amo con locura, no quiero vivir sin ti.

Ambos se abrazaron después de eso. Andrea envolvió sus brazos alrededor de su cuello, y su esposo querido la hizo girar como a una bailarina, en sus brazos, unos que muchas veces se llenaron de cortadas a causa de la culpa en la que vivió sometido por papá.

¿Cómo pudo sobrevivir a todo eso?, ¿dejarlo todo atrás y jamás descargar sus penas con nadie?

¿O conmigo?

¿Por qué no me buscó a mí? ¿Por qué no me necesitó a mí?, ¡¿soy su hermano?! ¿O acaso no me amaba?

Decepción.

No podía describir el sentimiento que me robó el aliento del pecho, mientras lo veía disfrutar de su sueño cumplido, durante esos días de espionaje.

Fue un tiro de gracia, una cachetada, una indirecta, un sutil y efectivo golpe que me dejó por los suelos.

Volví a casa esa noche.

Claro, antes de incendiar alguna casa, matar a unos perros callejeros en mi camino, y... ensayar mis próximos movimientos con una estudiante que encontré caminando sola en la noche.

Eso me ayudó a despejar la mente.

Cada quien lidia con sus pérdidas a su estilo.

No quería seguir viendo lo que a mí me hizo falta durante mi niñez, esa es la verdad.

Entonces, un resplandor iluminó el espacio de ideas en mi cabeza. De repente supe qué puerta cruzar. Me asaltaron mensajes de mi subconsciente. Fue una ilustración de Aleluyas cantando a coro mi salvación.

Otra vez encontré el camino.

Hallé la respuesta.

Si mi hermano nunca iba a amarme, a acompañarme en mis crisis o a hablarme, entonces encontraría a los propios miembros de mi familia —como hizo él— que lo hicieran, que no tuvieran otra opción que quedarse a mi lado.

No sería fácil, requeriría tiempo, paciencia y disciplina. Por suerte fueron justo las lecciones que papá me enseñó, antes de que lo mataran en prisión.

Tuve demasiados días para estructurar mis movimientos. No pretendía dejar cabos sueltos, al menos no a propósito.

Y así es cómo empezó todo.

¿Qué necesitas para crear a la familia perfecta?

Simple: un heredero.

Papá entendía la importancia de los buenos hábitos, de los aliados y amigos que te acompañan en la vida. Y lo supo porque me sostuvo en brazos, me alimentó y crió. Yo fui el resultado de sus grandes logros.

Me pregunté si será así con todos los hombres que se vuelven padres.

Bueno..., no hay mejor manera de comprobar una teoría que intentándolo.

Lo único que necesitaba era una candidata, y claro que la había encontrado.

Andrea...

Ella era perfecta: madre ideal, esposa cariñosa y trabajadora, nacida de un hombre que le gustaba golpear a su madre (Lilith), y abusar sexualmente de su hermana mayor María Isabel del Carmen... Si que era un prestigio. La niña perfecta tenía problemas paternales como la mayoría del mundo, pero lo que atrajo mi atención fue su manera de lidiar con ellos: fingiendo que no existían.

Admito que eso me excitó... algo.

Porque yo hacía lo mismo: fingir que nada me hería, cuando en realidad moría lentamente con cada pensamiento que caía sobre mí en las noches.

Era más fácil pegarme un tiro en la sien o suicidarme con pastillas. Pero siempre me gustaron las tramas largas y complejas.

¿Qué puedo decir? Lo dramático es de familia. Y yo quería a la suya.

Ojo por ojo, ¿no?

Él me debe todo lo que yo sufrí por los dos, ¿no creen? Lo menos que merezco es una probadita de su mujer.

Mi amor por ella se creó no por elección, sino por necesidad.

¡Ah!, pero sí la amaba. La amo. La amé aunque no fuera mía, incluso a nuestro destino incierto o a las consecuencias que esto nos traería.

Hubiese sido más sencillo si ella se hubiera entregado a mí. Porque Andrea —la fiel y enamorada mujer de mi hermano—, no caería tan fácilmente ante mis juegos, no por mucho que la manipulara para que abriera sus piernas. Ella amaba a su marido.

Y para que ella cayera, primero tendría que hacerlo Rogelio, mi hermano mayor (alías Abel).

Tenía que ganarme su confianza.

Por eso un día fui a verlo, poniendo mi mejor cara de arrepentimiento, con la excusa de formar lazos con él. Eso fue lo que le dije. Pero como era costumbre en nuestra relación: no me creyó.

Y buenas razones tenía para no hacerlo.

—¿Qué quieres?

Torcí el gesto, burlón, —Mmm, qué directo.

—Estoy hablando en serio, Sergio...

—Adán —lo interrumpí, autoritario.

Mi hermano mitigó el impacto de mi nuevo nombre, —¿Cómo dices?

Le sonreí como papá solía hacer, —Ahora me llamo Adán.

Mi hermano quedó mudo. Lo que me dio oportunidad de escalar hacia mi siguiente meta, —¿Qué?, ¿no te gusta mi nueva identidad, hermano? —fingí que su mutismo me dolía—. Ay, qué pena, porque a mí me encanta. Hasta lo consideré poético, dadas las circunstancias en donde nos pusiste.

—Lárgate de mi casa —pronunció cada sílaba con odio y rudeza, como si en verdad tratara de intimidarme, cuando él sabía que es imposible hacerlo.

Mi sonrisa creció, —¿Por qué? ¿Te doy miedo, Rogelio?

—No me llames así. Ahora soy Abel —me advirtió con una mirada asesina—. Quiero que te largues de mi casa. Hazlo, y nunca vuelvas a molestarme a mí o a mi familia.

Mordí mi manzana roja sin desvanecer mi sonrisa, —Tus hijos se parecen a madre. —Me corregí—: No a la suya, me refiero a la nuestra. ¿No lo habías notado? Los mismos ojos, facciones..., y noté que Aarón es meticuloso y precavido, y Moisés hace esto: —dije, acariciando mi barbilla con mi índice—, cuando está pensando. Y eso lo hacía mamá, ¿te acuerdas?

Mi hermano me miró, expectante, —Te equivocas, mis hijos se parecen a mí. Andrea siempre me lo dice.

—Ay, mijo tan chulo, es porque ella no sabe la clase de asesino que eres, o los secretos que te guardas como yo —le di otro mordisco a la manzana.

Sus facciones se endurecieron, —Cállate.

—¿Te imaginas si se enterara? Guau, qué cubeta de agua helada se echaría de la noche a la mañana. ¿Tú crees que se volverá loca? —pregunté casi en un anhelo.

—Vete de aquí, Sergio.

—Yo espero que sí —lo ignoré—. Si se ve sexi ahora, me la puedo imaginar echa un tsunami. Y, ¡oh, Dios! Te juro que se siente mejor que estar en el interior de una mujer.

Pude prever lo que pasaría, apenas terminé de hablar. Mi intención era esa: hacerlo enojar, que perdiera los estribos, que recordara su verdadera naturaleza. Mi manzana voló por los aires, y aterrizó cerca de la puerta. Rogelio se echó encima de mí e instintivamente inmovilizó mi cuerpo. Llevó ambas de sus manos a mi pescuezo y apretó con fuerza descomunal mi cuello, hundiendo mi manzana de Adán como si realmente fuera a ahorcarme.

Su mirada decidida sobre mí le erizaría los vellos a cualquiera. Claro, a cualquiera menos a mí, —No vuelvas a hablar de mi mujer de ese modo, ¿me oyes, Sergio?

Le sonreí en pleno acto de ahorcamiento, —Ahí estás, hermano —soné ahogado—. Ya apareció el hombre que quería ver.

Rogelio parpadeó, incrédulo, al mismo tiempo que disminuyó su agarre y dejar de apretar mi cuello, lo que me hizo inhalar en un apuro como una bocanada de aire, después de pasar varios minutos bajo la superficie.

Tosí y me incorporé sujetando mi garganta. El muy pendejo por poco me mata, —Aún... —tosí—, aún tienes el toque, precioso.

—Vete a la chingada —dijo, incorporándose.

Fingí conmoverme, —Qué adorable que lo digas.

—Quiero que te largues, Sergio —retomó su autoridad.

Fue allí en donde me di cuenta que era ahora o nunca. Había probado mi punto, no tenía otro que demostrar. Además, no debía olvidar mi plan, mi propósito y la meta que tendría que cruzar sí o sí.

Era momento de actuar, de poner lo mejor de mí y dejarme de tonterías.

—No puedo —dije, simulando el asco que me daba ser vulnerable.

—¿De qué hablas? ¿Qué haces aquí? ¿Qué es lo que quieres?

Fui al grano, —Quiero una relación contigo.

Estalló en carcajadas convincentes, —¿Qué?

No me creyó.

—Quiero empezar de nuevo. Quiero conocerte a ti, y a mis sobrinos.

Los ojos de mi hermano demostraron terror, —Con mis hijos no te metas —me avisó.

"Lo sé", pensé. Él sabía de lo que era capaz si me dejaba a solas con esas criaturas.

Fue mi momento de reír, —Ay, hermano, no seas imbécil. Se nota que son unos angelitos, o bendiciones o cualquier mamada que representen los niños —dije—. Pero ellos no me interesan. Sólo me importas tú, Abel. Y quiero estar siempre contigo, a tu lado, como hermano u ofreciéndote mi apoyo —soné creíble.

Rogelio no mostró emoción alguna de desaprobación, sólo estupor. Negó con la cabeza varías veces y musitó, —No sé si creerte.

—No soy un monstruo —respondí—. Tengo sentimientos, Abel. Yo te quiero, y quiero volver y ser el hermano menor que pintaba en sus viejos cuadernos de escuela, o leer e interpretar escenas de Jane Austen. Quiero estar contigo. Eres mi hermano mayor, mi única familia. Jamás te lastimaría a ti o a tus pequeños.

—¿Siquiera sabes sus nombres completos?

—Aarón Sergio Caballero García, y Moisés Alejandro Caballero García. Aarón va en segundo de secundaria, y Moisés en último de primaria. Ambos tienen ojos color chocolate, iguales a los de mamá —sonreí y me encogí de hombros—. Lástima, ninguno sacó tus ojos mar oscuro.

—Tenemos los mismos ojos tú y yo —me recordó.

—No, los míos son azul cielo, casi eléctricos. Los tuyos son azules, pero más oscuros. No son iguales —recordé el tema anterior y volví a sonreír—. Por cierto: te perdono.

—¿Qué? —sus cejas se arrugaron—. ¿Como porque o qué?

—Por haberme abandonado.

—¿Estás demente?, yo no te abandoné.

Bajé la mirada, triste y cansado, —Sí, lo hiciste. No me buscaste o llamaste después de cinco años —él me miró—. No volviste por mí o querías saber lo que había hecho en todos estos años. Porque en el fondo sabías que nací como él. En el fondo te alegraste de que no hubiera escapado contigo. Supiste que no era bueno, no un monstruo, pero sí que no era bueno —medité—. No soy una buena persona. Perdón.

—¿Te disculpas por no ser una buena persona?

—No, por haberte perdido en mi necedad de querer convertirme en papá —dije, sincero—. Me disculpo por eso.

Casi le da un infarto. No me creyó capaz de soltar tremenda disculpa o discurso improvisado.

Obvio: planeé todos mis escenarios, y mi discurso no fue para nada improvisado.

Fui un actor de primera. Papá hubiera estado orgulloso. Siempre lo estuvo, al menos de mí, sentí que era mi obligación darle de qué hablar o en qué pensar, considerando que su primogénito lo decepcionó durante su desarrollo personal.

Fingí tantas emociones que hasta juré sentirlas. Pero la verdad es que nunca pude atravesar la delgada línea entre la realidad y la ficción. Mi cerebro no procesaba o admitía esa información.

Pero sí entendía el sufrimiento de Abel, lo que debió ser para él, crecer con esa clase de abusos psicológicos, dentro de su propia casa.

Le dolía ver la clase de hombre que era, lo que papá y yo hacíamos para convivir, o el cómo compartíamos ciertos afectos sin decirnos personalmente «Te amo». Él creía que alejándome de nuestro padre podría encontrar el camino devuelta a los dibujos en cuadernos de la escuela, a las mañanas gloriosas de un buen desayuno, o las fiestas mediocres del vecindario; pero la verdad, es que ningún problema o trauma en ese cuarto afectó mi crecimiento, ni siquiera las enseñanzas de mi padre o los recuerdos de mi extraño nacimiento.

Es simple: yo nací siendo así, nada me cambió para ser la persona que soy ahora.

Así que sí, no dije nada. No abrí la boca. Mantuve su secreto lejos de la superficie.

Jamás pude entender por qué mi hermano odiaba mi estilo de vida. Repudiaba las enseñanzas de papá y quería conseguir ayuda profesional para mí.

No entendía por qué, no estaba enfermo o tenía problemas físicos o cicatrices en la piel.

Supongo que nadie busca lo mismo.

Él quería ser como todo el mundo, y al final lo consiguió. Hizo su vida, formó su propia familia, con el pasar de los años, lejos de la mala influencia de mi padre, y los recuerdos dolorosos de mi madre.

Creo que esta historia podría comenzar fácilmente conmigo siendo un niño esquelético y bocazas atormentado, con mi hermano mayor diciéndome mil veces que no imite a mi padre, con mi madre cariñosa que murió cuando me dio a luz, o con el rencor hacia mí mismo que incitó mis tendencias psicóticas.

Pero no.

Porque no hay una explicación o justificación para mi comportamiento. Simplemente hago las cosas porque quiero, no hay razón que determine mi conducta.

Miren a mi hermano, él creció junto al mismo hombre, y lo parió la misma madre, y Abel no siente esta escabrosa necesidad de calmar los tormentos azotados contras las olas del mar.

No es un agua sucia y/o fraudulenta, de la que podría surgir un cocodrilo desde el fondo del pozo, en el último segundo, para enterrarte los colmillos afilados en la cara. No es un especialista en cualquier clase de juego en la que planees derrotarlo. No es un hombre siniestro con corazón de piedra, que piensa con la cabeza fría, y ama a las mujeres libres que buscan una salvación dentro de mi salón de juegos.

Lo que dicen de mí es cierto: soy un monstruo. Lo admito, y no me enorgullece. Pero... ¿me creerían si les digo que no puedo evitarlo? ¿Que aun así me alegra tener en mis manos ciertos beneficios injustificados que me ayuden a ser más llevadera mi existencia?

¿Me creerían si les dijera que la danza de la muerte es original, y podría ser mi destino el hacer que alguno de mis enemigos caiga? ¿Sacrificar a los inservibles es pecado o beneficio?

¿Eso es ser un monstruo?, o, ¿sólo un ser muy inteligente?

¿Qué soy?

¿Qué parezco?

¿Quieres que sea el amable vecino, o el villano desalmado?

•••
Perdón Perdón por no actualizar ayer, apenas llegué de Tapachula y hoy me acabo de conectar.

Muchísimas gracias por seguirme, por leer, votar y comentar en mis historias.
Son perfectos tal y como son, no saben lo agradecida que estoy con todos ustedes.

Me enorgullece saber que les está gustando mi historia. La estoy haciendo con mucho cariño, y aunque no parezca me está costando un montón terminarla, pero no se preocupen porque yo di mi palabra y planeo cumplirla.

Hice un compromiso de terminar mi historia, y así dedicarme al resto de mis obras en mi plataforma.

Un beso y tengan bonita noche.

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