Capítulo 53
LILITH
"La definición de la vida es problemas".
Charles Bukowski.
Hasta siento que se me salió el chamuco.
—¡YA CÁLLENSE, MALDITA SEA! —grito, chillo, fuera de mí, hasta desgarrar mi garganta, consiguiendo la atención de todos los presentes de esta descarada familia.
Ojos oscuros, caras resentidas y miradas glaciales: acribillan mi inestable entendimiento hacia esta horrorosa situación, mientras lágrimas de rabia y coraje caen de mis acaloradas mejillas por tremendo rugido espetado.
Sandra es la única que se atreve a insultarme en pleno caos —Vaya, hasta que al fin te quitas la máscara de niña perfecta, prima —su contestación irónica me enerva más que encabronarme, pero no dejo que ella lo note.
—Yo nunca he dicho que sea perfecta, Sandra —digo, en lugar de pensarlo, mirándola directo a los ojos—. Si tú te crees tan poca cosa, no es problema mío —refuto con autoridad y claridad.
Eso la vuelve un poco loca, a ella y a tía Ilda. Y de paso a Constanza, que amaga con abalanzarse con todo y uñas postizas a jalarme de las greñas.
De no ser porque Ramón la está sujetando de los hombros, ya hubiera venido hacia mí.
—¡Maldita! ¡Maldita! ¡Maldita perra! —me gritan como un par de locas ella y Sandra.
Tío Jorge se mete en pleno griterío de las hurracas, y consigue calmar a sus hijastras con un par de palabras. Se lo agradezco.
Sandra me lanza una mirada de odio, —Eres una zorrita, Lilith.
Me rio sin intención de soñar agradable, —Ay, prima, no me cabe duda de que la cocaína te vuelve paranoica.
Eso la hace sudar.
—¿Qué? —dicen al unísono sus padres. Aunque al final es tía Ilda quien le termina por preguntar—: ¿De qué está hablando Lilith, tesoro?
La cara de Sandra es un poema, —De nada, mamá. Ya sabes que Lilith está loca, todo lo que dicen son mentiras.
Ante las palabras ácidas de mi prima, sus hermanos y primos no se quedan atrás:
—Sí, re... loca —dice Constanza.
—Y medio tonta —añade Carlos.
Mi expresión se endurece cuando escucho precisamente a Carlos decir aquello. ¡Qué hijo de puta es! ¿Me insulta con banales groserías, después de que fui yo quien le ayudó en trigonometría y geometría?
Maldito malagradecido, —¿Ah, sí? Pues, si soy tan tonta o estúpida como dices tú, Carlangas, entonces no creo que te importe que aquí enfrente de tu madre revele ciertos secretillos, ¿no? Digo, como soy tan bruta, no puedo detener más tiempo esta información que oprime a mi cerebro.
Mi primo, quien no se esperaba que contestara con tanta chulería, se queda mudo.
Y yo, prosigo: —Dime, Carlos, ¿le vas a decir a tu mamá lo que me pidieron tú y tus amigos, cuando estabas en exámenes finales de preparatoria, o te ahorro el fusilamiento directo y se lo digo yo?
Sus padres arrugan el entrecejo, pero esta vez es tío Jorge quien se adelanta y pregunta:
—¿De qué examen habla Lilith, Carlos? ¿Qué dice ella?
La respiración de mi primo se vuelve irregular ante el pequeño interrogatorio, —Lilith, por favor, prima —me pide, pero yo hago caso omiso a su súplica.
—Ah, ahora sí soy Lilith para ti, ¿no? ¿En dónde quedó la zorra de la familia, Carlos?
Ramón sale en su defensa. Claro, a él no le conviene que se sepa la verdad, —Cállate, asquerosa loca. Y sí —asiente para sí mismo—, sí eres la zorra de la familia, tu puta...
—¡Ya estuvo bueno, Ramón, no me estés insultando! —lo callo, sin alterar el orden de mi voz.
Ramón tampoco se esperaba que me defendiera. Aprovecho su distracción para mirar a Carlos y preguntarle: —¿Entonces, primo, le dices tú o les digo yo?
—¿De qué demonios hablas, Lilith? —pregunta tía Ilda.
Vuelvo a mirar a Carlos, pero su mutismo es patente en el aire. Hasta juro que puedo escucharlo rezar el «Ave María».
Bueno, con su perdón tía Ilda, pero el malagradecido de su hijo se lo buscó, —Cuando Carlos tenía quince años me pidió que le ayudara a estudiar y con las tareas. Y cómo le fue tan bien en los exámenes, pues sus amigos también quisieron que les enseñara. Sólo que ellos querían aprovecharse de la situación y mostrarme sus testículos, y todo porque Carlos les dijo que yo era una fácil, que a mí me gustaban que me trataran como a una prostituta. Ya después me enteré de que Ramón —lo miro a él—, fue el quien tuvo la brillante idea de hacerme daño psicológico con esa broma, porque según él, así es como hay que tratar a las mujeres.
Aún recuerdo esa tarde en casa de un amigo con granos en la nariz de Carlos. Ese día me persigue hasta la fecha. Ahora que lo pienso, Carlos o Ramón pudieron haber tomado esas fotos de mí, mandárselas a alguno de sus conocidos, y enviarme esos mensajes angustiantes que me pusieron los pelos de punta y a punto de un ataque de nervios.
Sí, ahora no tengo la menor duda de que fueron ellos quienes me amenazaron.
¡Estos pendejos me van a oír!
—Ah —digo, rehacía a aceptar cualquier tacto—, y ya que estamos, ¿porqué no les dicen de una vez a sus papitos queridos sobre las fotos que me tomaron mientras dormía? ¿O sobre los mensajes que me escribieron para asustarme a media noche?
El llanto ahogado de tía Ilda me devuelve a la realidad, pero de nuevo es tío Jorge quien habla.
—¿Qué? —brama mientras lo ve.
La cara de todos los presentes es distinta: tan pronto unos exclaman, como otros niegan ingenuamente con la cabeza. Pero mis padres, y los hermanastros Bianchi Soto: no hacen ninguna de las dos. No sé cómo describirlas, pero tampoco me importan en estos momentos. Aquí la que está fúrica e indignada soy yo.
Ramón traga grueso antes de dignarse a hablar, —Papá, no es verdad...
—Ay, por favor, Ramón, tú me odias. Compórtate como un hombre y dile a tus padres la clase de basura que eres.
—¿Es eso cierto? —pregunta tío Jorge.
Al final, quien no aguanta la presión es Carlos, —La historia de la broma con los exámenes fue cierta, pero lo que dice ella de las fotos no es verdad, papá.
—¡Carlos! —exclama tía Ilda, a medio acantilado de la locura.
—¡Qué hijo de perra! —exclaman, no sé quién; creo que fue mi papá.
Tía Isabel, como siempre, se mete en lo que no le importa, —Esperen un momento, ¿cómo saben que ella no está mintiendo? Podría estar inventando todo esto para llamar la atención, ¿verdad Carlos? —le pregunta a su sobrino, en busca de ayuda.
Pero no. No hay ayuda esta vez, —No, tía, Lilith no está mintiendo. Sí es cierto todo lo que dijo —confiesa con terror, mientras baja la cabeza en señal de vergüenza.
Las aletas nasales de tío Jorge me asustarían, si no estuviera en mi interior este tsunami asolador, —¡Eres una vergüenza para esta familia, Carlos! ¿Cómo se te ocurre hacerle eso a tu prima? Y tú —espeto, señalando a Ramón—, no tengo palabras para describir lo decepcionado que estoy de ti.
—Papá...
—Papá, tu pinche abandona hogares, Ramón. Yo no soy tu padre. Eso, tanto tú como tus hermanas me lo han dejado clarísimo por años.
Hasta risa me dan las circunstancias, pero me las ingenio para aguantarme las carcajadas.
Tía Ilda intenta calmar la situación, pero sólo consigue empeorarla, —Mi amor, por favor, ¿qué estás diciendo?
La ira de tío Jorge me arrincona, un poco. Nunca lo había visto tan molesto, a puntito de caer de un abismo catastrófico y sin boleto de retorno.
—¡A que esto ya fue el colmo, Dolores!
Uhhhhh, usó su primer nombre.
—Por muchos años permití que tú criaras a nuestros hijos, pero ya veo que fue el peor error que he cometido en mi vida —la mira de manera acusadora—. Mejor quédate con los tuyos, los arruinados; y yo me llevó a los míos, lejos de ti y las injustificables faltas de respeto de tus hermanas y sobrinos estúpidos, hacia tu propia sangre.
Silencio sepulcral y arrollador. Ni siquiera me imaginé que una decisión como ésta podría arruinar más de una vida. Guau. No creí que presenciaría una separación en primera fila, menos de parte de mi tío Jorge con mi tía Dolores Ilda Concepción. Sí... todos los nombres de mis tías son extra largos.
¿Quién lo diría? Soy la bomba, en el buen sentido.
Lo siento, pero es difícil sentirse mal por alguien que no ha hecho más que fastidiarme.
Los ojos de mi tía me dan pena, no quería llegar a tanto. Pero todo acto tiene su consecuencia, y ella —sin querer— causó su propio divorcio. Cada uno forja su destino, y provoca su propia peripecia.
—Vámonos, hijos —declara en voz autoritaria su padre, al jalarlos de los brazos.
Tío Jorge... Bueno, Jorge, se lleva a la fuerza a Alfonso y a Carlos, como prisioneros caminando por la milla verde, lejos de su madre y el broncón familiar que apenas está comenzando, pero ellos —los dos— se resisten y aferran sin pena a su madre.
—¡No, papá! No quiero —suplica Alfonso.
—Por favor, papá, no se divorcien —pide en un llanto ahogado Carlos—. Mamá no tiene nada que ver con lo que hice —llora, realmente está derramando lágrimas de culpa—. Lo siento. Lo siento, papá. No era mi intención.
Ambos logran zafarse de su agarre y corren a abrazar a su madre. Me alegra que tía Noemí se haya llevado a mis tiernas sobrinas, en cuanto Jorge empezó a hablar del divorcio. Ellas no tienen porqué ver esto.
—Por favor, Jorge, ¿qué haces? No te los lleves —pide tía Ilda en un mar de lágrimas, como sus dos hijos, mientras se aferra a ellos.
Nadie se mete.
—Cállate, estoy harto de ti, eres una pésima madre y una pésima esposa. Debería darte vergüenza, Dolores.
Al final, es papá quien termina metiéndose en la discusión y jaloneos entre ellos. Quien sabe, a lo mejor le dio pena la cara desesperada de su cuñada, —Basta, ya basta, Jorge, estás haciendo un escándalo en pleno hospital. Los trapos sucios se lavan en casa —sugiere como último recurso, para hacerlo entrar en razón.
Funciona, pues eso lo hace reaccionar, y liberar los brazos de sus hijos, quienes no demoran en abrazar a su madre mientras lloran.
Esa imagen pudo haber derretido mi corazón, si la voz chirriante de Isabel no me hubiera endurecido aún más.
—¡Todo esto es culpa tuya! —me acusa tía Isabel—. ¿Cómo puedes hacerle esto a tu tía, niña?
Ni siquiera bajo la cabeza, —Yo solamente dije la verdad —abogo por mí.
—Eres una...
—Ya cállate Isabel, si no quieres que también diga un par de cosas que sé de tus hijos —le advierto.
Tía Nancy vuelve a poner su cara de estúpida indignada, —Perdón, escuincla, a mi hermana la respetas, y le llamas «tía», porque eso es lo que es y somos familia.
—Sólo cuando les conviene económicamente somos una familia —se la regreso—. ¿O me va a decir que el tío Miguel no sabe sobre la "ayudadita" que tuvo que darle mi padre a Patricia, para que ella saliera de deudas que ni eran suyas, porqué el inútil de su segundo esposo la abandonó con una niña en camino?
—¿Qué? —dice tío Miguel, mirando a su esposa—. Me dijiste que ese dinero eran tus ahorros de toda la vida. ¿Y ahora resulta que le debo a mi compadre Abel como quince mil pesos?
Tía Nancy no dice nada, su cara lo dice todo. Aparte de arrepentida, también veo cómo incrementa su odio hacia mí. Creía que existían límites para su desprecio, pero ahora se está formando un nuevo nivel nunca antes visto.
Miro a Patricia, y de una vez suelto lo que he querido decirle hace una hora, —Y por cierto, la zorra no soy yo, es tu hermana preciosa Débora —digo con ironía—. Fue ella quien se estuvo cogiendo al pendejo de tu marido en plena fiesta. Y no sólo eso, también le mintió a Leonardo, diciéndole que la había violado, para ganarse de una forma patética su amor. ¡Ah! Y ya como todo me importa un pinche rábano, déjame decirte que tu marido, Juan, no era un alma de Dios. Ese ignorante me acosó en el estudio de tío Joel, dizque dándome a entender que se casó contigo porque yo le gusté. Y no sólo eso, también me insultó, me lanzó indirectas, y me vio como si quisiera meterme mano sin mi consentimiento. De no haber sido por Leo, no sé qué me habría hecho ese infeliz.
A Patricia se le cae el alma a los pies, pero aun así, se niega a aceptar que le he dicho la verdad, —No, no es verdad. Me estás mintiendo, salvaje. Sólo me engañas para hacerme daño; por envidia, celos, estás despechada, rabiosa porque yo sí tengo una vida...
—Déjate la trama de la telenovela para otro día, Patricia Alejandra, que no estoy de humor para soportar las idioteces que dices —la corto. Miro a Débora y digo—: La loca rabiosa de la que hablas es otra. Y sí, estoy hablando de ti, Débora —la veo con reproche—. Estás podrida, pútrida porque estás enferma del corazón, por eso ningún hombre te ama, por eso siempre se fijan en mí, por eso prefieren acostarse contigo que tomarte de la mano. Pero de mi cuenta corre que tú le digas a tu hermana las cochinadas que hiciste con su esposo.
La duda en los ojos de Patito me duele..., un poco. Es necesario que ella sepa la clase de mujer que es su hermanita: una mala mujer que es mentirosa y manipuladora.
—Ándale, Débora, dile a tu hermana la verdad.
Ella baja la cabeza y estruja los dedos, evitando completamente la tormenta que se avecina, —No sé de qué hablas.
Leo amaga con hablar, pero yo me le adelanto. Sé lo que iba a decir, y se lo agradezco. ¡Pero a esta perra me la ejecuto yo!
—Qué poca vergüenza, prima —digo, sin poder creerme lo que presencian mis ojos—. ¿Por qué, de entre tantas opciones, me elegiste a mí para echarme la culpa? Yo nunca te he hecho nada. Jamás te he faltado al respeto. Siempre te he apoyado. Es más, hasta rechacé a Dimitri, el chico del pueblo, tu ex novio, para que no sufrieras un mal de amores. ¿Por qué me hiciste esto a mí? Hasta tu autógrafo quería, caray. Pero qué maldita vergüenza me das. Más pena me da a mí, porque siempre te idolatré y quería ser como tú. ¡Oh, Dios! Qué ciega estuve.
Axel bufa en respuesta. Yo me lo quedo viendo como una víbora a su presa. ¡A este cabrón también lo mato!
—Ay, Lilith, no busques excusas para encubrir tus cosas, ¿quieres, prima? De seguro fuiste tú la que lo provocó en el estudio de tío Joel, para que te tocara —dice el muy estúpido, creyéndose el amo y soberano frente a la familia.
Patricia le da la razón, al igual que la hipócrita y dos caras de Débora, quien no me ha sostenido la mirada desde que empezó a echarme mierda por lo de Juan.
¡Estos pendejos ya me tienen harta!
Todos me tienen harta.
—Mira, Axel —digo—, mejor cállate si no quieres que le diga a tus padres que su preciado hijo es un ladrón, como su gemelo y hermano Alfredo.
Tío Joel agranda los ojos, y se gira a ver a los acusados, —¿Qué?
Hasta la sonrisa burlona se les borra de la cara a estos idiotas. Los gemelos están blancos como la cal, mientras Alfredo me fulmina con la mirada y me pide discreción, cuando su papi querido no lo está viendo.
Tía Isabel no da crédito a lo que digo, —Estás mintiendo, mis hijos serían incapaces de hacer algo así —dice, pero la vacilación en sus ojos me dice otra cosa. Vuelve a la carga cuando agrega sin pensar—: De seguro te lo inventaste como todas las cosas que me dijiste de Fernando hace un año.
Ahora tío Joel mira a su Chabelita. Vaya, el hombre se casó con una mitómana. Bueno, quién soy yo para no abrirle los ojos a su esposo. Además, es mi tío consentido; yo le debo una por ser tan santo.
—No soy mentirosa, tía. Todo lo que he dicho es cierto, así como lo que te dije sobre Fernando hace un año, cuando lo caché cogiendo con una muchachita de mi edad, mientras estaba comprometido en ese tiempo con Pilar —suelto al fin, el secreto de mi querido y mayor de mis primos: Fernando.
Silencio, nadie dice nada. Ni siquiera Fernando desmiente mis palabras, porque mi tía bien podría preguntarle a Pilar sobre la razón de su ruptura de compromiso, y ella le dirá la verdad sin tapujos o vacilaciones.
—Y en cuanto a tus otros hijos —vuelvo a la carga cuando los miro—, si no me quieres creer, revisa en sus teléfonos los mensajes que me mandaron los gemelos para jugarme una broma de pésimo gusto, haciéndome creer que Alfredo estaba mal herido en el hospital, pidiéndome dinero porque dizque le daba vergüenza que su mamita supiera que lo habían asaltado y machacado a golpes con un tubo de plomería. Sabrá Dios, para qué utilizaron los ahorros de mis becas los ladrones de tus hijos, porque que yo recuerde, no vi en ningún momento que te pagaran alguna deuda que tenían contigo o con tío Joel.
La familia de tía Isabel está irreconocible: callada por primera vez en mucho tiempo desde que los conozco.
Mejor así, porque voy a decir un par de cosas que es mejor que oigan de una buena vez.
—Anden, chamacos —los aliento de manera altanera—. Díganle a su mamita querida lo que hicieron, la angustia que me dieron y cuánto dinero me robaron para comprarse sabrá qué con los ahorros del fruto de mi esfuerzo estudiando. —Miro a Deb y espeto acusadora—: No como otras, que tenían que acostarse con chavitos inteligentes y necesitados de caricias, para que les hicieran las tareas y dieran las respuestas en los exámenes finales de cada semestre.
Ahora todos miran a Débora con muecas inescrupulosas. ¡Qué bueno!, así casi casi estamos a mano.
¡Ah, pero todavía me falta! Como diría aquel: guardé lo mejor para el final.
Miro a Sandra, y a ella le entra el miedo. Oh, hasta a mí me daría terror, —Y ya que estamos, porque no le dices de una vez a tía Ilda (tu madre), Sandra, las porquerías que te metes por la nariz, y cómo te gusta vomitar el desayuno, comida y hasta la cena.
—¿Cómo? —ahoga tía Ilda una exclamación.
La miro, y una parte de mí siente lástima. Yo también estaría decepcionada si fuera mi hija, tía Ilda; pero aun así no tiento mis palabras. Ellos jamás tentaron las suyas, ¿porqué debería hacerlo yo también?, —A tu hija le gusta drogarse, coger sin condón, y no conforme con humillarse, también es bulímica.
Los ojos de tía Ilda se descuartizan, pero eso no me detiene, ni ella o la caras de tío Joel o tía Isabel, —Anden, chicos, hablen. Porque de seguro fueron tan estúpidos los gemelos en no borrar los mensajes de ese día, como lo es Sandra que lleva en su bolso una píldora abortiva, o lo es Débora, que no contaba con la cámara oculta para niñeras de Sarah, en la misma habitación donde se revolcó con Juan.
Alfredo está sudando. Los gemelos están tragando nervio o sus falsas defensas; no lo sé. No importa si hasta se tragan el aire que les hace falta en los pulmones. Sandra está helada. Y Débora, frágil como el cristal.
—No es verdad, no es cierto —niega Patricia, en un mar de pena y llanto—. No es cierto.
—Es la verdad —sostengo.
—¡No! —grita tía Ilda. No me había dado cuenta de que ella, tía Nancy e Isabel estaban llorando. Si hubiese estado tía Noemí, también hubiera llorado.
—No te creo, puta —dice Patricia, necia en no considerar las pruebas que dejé a su disposición.
¿Cómo puede ser tan ciega?
De repente, el celular de tía Nancy suena, cortando el silencio y anunciando la llegada de un nuevo mensaje. Sólo para distraerse de mis ojos decide verlo.
Pero el mutismo no dura lo suficiente como quería, —¿Cómo puedes faltarle al respeto a tu familia, niña? —me pregunta, indignada mi tía Isabel.
Dios santo, ¿y todavía lo pregunta?
—No somos una familia —digo—. Ustedes me han dejado más que claro que yo no significo nada para ninguno —me defiendo.
Los miro, a todos ellos, y lo que pienso precisamente de estos individuos, en estos momentos, no es algo meramente agradable.
¡Al diablo! Me iré al infierno de todos modos.
—Ustedes no han hecho más que humillarme y maltratarme cuando les apetece, cuando quieren y cuando pueden. ¿Y todo por qué?, ¿porqué soy diferente? ¿Porqué mi nacimiento no fue normal o esperado o deseado? ¿Porqué me creó un monstruo? ¿Por eso tanto odio, tía Isabel? ¿Por eso me odian tanto? —casi se me rompe la voz, pero las fuerzas resurgen y me impiden un quiebre emocional.
Mamá sufre un ligero espasmo, mientras se aguanta las lágrimas y traga el vomito. La veo sudar, al igual que papá, pero eso no me detiene de soltar todo, absolutamente todo.
Lo siento, pero hasta aquí llegó mi paciencia. Todo tiene un límite, y si ellos querían averiguar cuál era el mío, pues felicidades, ¡lo han conseguido!
—Yo soy inocente. Era una niña. Era demasiado joven para entenderlo, pero ahora lo comprendo todo a la perfección: nadie se merece el trato que yo recibí, por mucho que me parezca a ese ser despreciable que le desgració el espíritu a mi madre, no me merecía que todos me trataran con repudio o rencor. ¿De qué se estaban vengando? Él ni siquiera sabía lo que me estaban haciendo. Según papá está en el manicomio, y de ahí no piensan soltarlo. Y mientras, yo estoy aquí, pagando deudas que no fueron ideas mías, pasando minuto a minuto creyendo que fue mi culpa, cuando en realidad no tuve nada que ver porque ni siquiera había nacido.
Derramo un par de lágrimas, pero nada grave. No tienen que saber cuánto me duelen sus mentiras y agravios.
—Hijos de puta —mascullo en un débil murmullo, más para mí que para gritarles a ellos. ¡Ah, pero esto se acabó! Se acabaron los días en los que me tragaba mis opiniones—. Todos ustedes son unos hijos de puta, criminales, locos, malditos y desgraciados; aparte de mentirosos, personas que no fueron lo suficientemente inteligentes como para darse cuenta de que yo soy una víctima más de esta situación. ¿O a poco creen que yo pedí que todo esto pasara? —les pregunto en un tono ligeramente controlado.
Mamá me mira con lágrimas en los ojos, mientras ambas manos se agarran con fuerza su pecho, justo en su corazón. Y su mirada, sus ojos y su cara son pruebas de una madre fuerte y sin pavor por verme de frente, sin el más mínimo rencor por parecerme a... a ese hombre que la destrozó por dentro, —Ya lo sabes —dice, lastimera y con el nudo en su garganta más trincado que existe. Hasta siento que su joroba desaparece. Es como si una carga en sus hombros fuese literalmente liberada.
—Sí, ma... Ya lo sé —digo, semi ahogada, y trago grueso. Me niego a parpadear, no se me vaya a escapar alguna lágrima.
Ella mantiene una sonrisa... que ojalá no sea lunática, mientras me dice:
—¿Quién te lo dijo?
Lo pienso, no quiero echar de cabeza a Mario, la verdad; ha sido mi único amigo, y en teoría no creo que haya sido precisamente él quien me lo haya dicho, más bien, yo ya lo intuía desde hace algún tiempo, años, diría yo. Así que no, nadie me lo dijo. La miro y correspondo su sonrisa, —Siempre lo intuí —le respondí.
Mamá asiente en respuesta, liberándose por fin de ese secreto que por tantos años la ha atormentado, —Claro que sí, mi vida, siempre has sido muy inteligente.
Sé que el daño es irreparable, que jamás me alcanzará una vida para remediar parte de la culpa que siente mi corazón, pero espero que a partir de ahora, las pesadillas y alucinaciones no me sigan corrompiendo.
Me muero por abrazarla, pero no quiero agobiarla. Es mejor esperar a que ella se sienta cómoda.
Silencio. Últimamente mi familia es experta en guardar silencio, cuando les conviene que no les digan sus verdades. Vaya cobardes, y aun así se creen los muy dignos.
Me olvido de ellos. No necesito más amor que el de mi madre y padre. Ya lo dijo él: nosotros somos tu familia y te queremos, y quien no entienda eso, se puede ir mucho a la mierda.
—¿Quién me mandó esto? —pregunta tía Nancy, interrumpiendo el momento mágico entre mi madre y yo.
Todos los presentes, sumidos en sus pensamientos y problemas, se concentran en sus palabras como si fueran su ancla salvadora de la incomodidad.
—¿De qué hablas? —le pregunta su esposo, mi tío Miguel.
Ella lo mira a él, y también a mí.
¿Y ahora qué pasa?
—¿Esto? —vuelve a decir, mientras reproduce un video desde su celular, subiendo el volumen y girando la pantalla para que todos lo veamos.
—¿Qué mierda? —murmuro.
Esa chica...
Ese hombre...
Esa niña...
Ya los he visto antes, pero... ¿en dónde?
El ahogo de Patricia es evidente. Tiene que cubrirse la boca con una mano para retener la exclamación que sufren sus pulmones, —¿Pero qué? ¿Qué hace Juan con esa chica?
Y entonces caigo en la cuenta de que el hombre del video en blanco y negro de la cámara de seguridad es Juan, de que la chica con la que está discutiendo hasta cubrir su nariz con un pañuelo blanco y dejarla noqueada es... la mujer frondosa de los baños con gafas y frenos, y esa niña... ¿Esa niña no es...?
—¡Mami! —dice Valeria, mientras viene corriendo directo a Patricia, junto a su hermanita. Tienen la cara manchada de chocolate, me imagino que tía Noemí las llevó por un helado.
Patito se levanta y corre a abrazar a sus niñas, —Mis amores —les dice.
Valeria es la primera en llegar y colgarse como garrapata del cuello de su madre, —Mami, mami, se me olvidó decir algo —susurra, como si fuera un secreto.
—¿Qué, mi cielo?
Val se empieza a reír con inocencia, —No, mami, a ti no —dice, moviendo su corta y negra cabellera, negando con la cabeza mientras la ve. Val se distrae, o eso creo yo, porque las canicas que tiene por ojos me miran con diversión en la mirada. O, a menos que... ¿yo sea a la que le tiene que entregar el mensaje? Me saca de mis dudas cuando dice—: A ella, mami, a mi tía le tengo que decir algo, pero se me olvidó hasta ahora.
Se separa de su madre y viene conmigo. Me mira, me sonríe, y toma mi mano. Saca algo de su bolsillo, ¿una foto? Ay, no, más fotos no, por favor, —Él me dijo que si te olvidas de quién eres, vieras esta fotografía, y te acordaras de su momento padre e hija —dice, poniendo la foto de cámara instantánea en mis manos.
A papá, Abel, se le complica la cara, igual la de mamá, cuando las palabras de la pequeña niña del video, salen a la luz.
Valeria vuelve con su madre y hermana. Papá me mira expectante, igual que mamá, igual que todos. Pero... Leo y Levi... ellos tienen otro tipo de muecas en sus rostros. Caras que, por desgracia, descubriría más adelante los motivos de su misterio.
Desdoblo la fotografía de cámara instantánea, y todo en mí tiembla y recuerda, se estremece y agranda las memorias borrosas en mi subconsciente, sustituidas con pesadillas, a veces vívidas y otras nocturnas.
Sí... este recuerdo me hacía falta. Era esto a lo que no podía dejar de darle vueltas durante la noche. Por eso el insomnio, por eso esos sueños, por esa voz en mi cabeza...
Ay, Dios...
Nunca fui yo, ¿verdad?
Eras tú... Todo el tiempo fuiste tú, Belén. Tu memoria me persigue, por eso te imagino y algunas veces hasta te sueño.
Esta niña de nombre Belén, que no paró de molestarme hasta que la... maté.
Oh, Dios.
Yo maté a alguien.
—¿Qué? —pregunta papá Abel, pero yo no lo escucho—. ¿Qué es, Lilith?
Lo miro a los ojos, intento tragarme los nudos en mi garganta, pero con los de mi estómago ya tengo suficientes. Esta vez no puedo detener las lágrimas que escapan sin control por mis vidriosos ojos azul celeste.
—Hice algo malo... Y hasta ahorita me estoy acordando —musito en un quebrar de voz, que no sé si él o los demás entendieron.
••—••••———-
😱😱😱😱
Lo sé, yo también quedé shokeada, o en shock, no sé cómo se conjuga la verdad.
Bueno, gracias por leer y por votar.
El próximo capítulo es de contenido sensible para algunas audiencias. Si no quieres verlo, no hay problema, puedes saltarte al siguiente sin sufrir repercusiones.
Bueno, gracias por leer y por votar.
Se te agradece y eres increíble.
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