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Capítulo 52

LILITH

La mirada endurecida de tía Noemí penetró los oscuros ojos, casi sin vida y pusilánimes de tía Isabel, provocando que cada pieza insensible de ella resquebrajara su supuesto poderío en contra de la bastarda de la familia.

¡Ah, cierto!, no debo olvidar que ahora también soy la zorra, perra y mentirosa familiar de tan sólo veintiún años, que engaña y horroriza a cualquier persona que vea el azul eléctrico de mis grandes ojos.

"Toda una fichita", como le escuché decir a Carlos, mi primo.

Comentario que, por cierto, escuchó tío Jorge (esposo de tía Ilda), y lo mandó a callar, no más se enteró quién fue el primero en interrumpir el silencio sepulcral, que tía Noemí implantó en todos nosotros con su presencia.

Aún la recuerdo: toda estoica y sombría con su espalda recta y cabeza erguida. Actitud de: "A ver hija de tu chingada madre, a mí no me vas a callar o a venir a insultar". Una mirada que, no tenía que decirse, más bien darse a entender con intimidación corporal y no verbal.

Y lo hizo sin parpadear.

Fue el mejor momento de mi vida, cuando tía Noemí nos miró a todos, y empezó a hablar con moderación y sin perder contacto visual con su hermana Isabel, mientras le decía sus verdades enfrente de cada miembro de esta familia.

Vio la cachetada en mi mejilla enrojecida por un segundo, antes de dirigir de nuevo su vista hacia los opacos ojos, por rencor, de su hermana mayor.

—María Isabel Del Carmen —dijo su nombre completo en un regaño—. Me das tanta vergüenza, hermana. Nunca, en toda mi vida, desde que murió mamá, me sentí tan decepcionada de ti, por ver en lo que te convertiste y a donde te ha llevado ese coraje, ese odio, ese rencor injustificado que tienes en contra de tu propia sobrina, de tu sangre. ¿Y... todo porqué, mm...? ¿Porqué tu primer novio te abandonó? Porque te recuerdo que ése era un chamaco sin metas al que le gustaba cogerte cuando se le antojaba.

Silencio. Ni siquiera la llanta por estómago de Fernando brincó o burbujeó.

Tía Noemí prosiguió:

—¿Porqué mamá murió y crees que fue la culpa de Lilith? —dice, sin perder el contacto visual con tía Isabel—. ¿Por eso estás tan enojada?, ¿porqué crees que la noticia de su nacimiento exaltó su corazón? Por favor..., si no la mató la infidelidad y el abandono de papá, ¿porqué crees que lo haría el nacimiento de su última nieta?

Silencio.

Pero...

¿Abuelita Lilith murió porque se enteró de mi llegada a este mundo?

No... No puedo y no creeré eso. No es cierto. Debe ser una mentira.

Y vaya que tenía razón.

—Ambas sabemos que mamá no murió por culpa de nadie más que tuya —reveló, acercándose con pasos cautos hacia tía Isabel, sin perder en ningún momento el contacto establecido desde hace unos minutos—. Porque ahí estuviste, Isabel; cerca de ella, casi en su lecho de muerte mientras llamabas a la ambulancia. Ni siquiera una vela le prendiste a mi madre —le recriminó a un metro de su hermana—. Y todavía tuviste la hipocresía de mirarme a los ojos, y jurar que mamá murió porque no aceptaba al bebé de Andrea, porque su embarazo le repudiaba, le incordiaba, la ponía mal, como loca —manifestó, pero no con las manos—. Cuando en realidad fuiste tú la que la puso contra la espada y la pared, mientras le gritabas días enteros sobre la decisión que tomaron Andrea y Abel cuando... —se calló y corrigió—: Cuando Lilith nació y optaron por convertirse al cristianismo, en lugar de criarla como a Aarón y Moisés —finalizó.

Otra vez, silencio y nada más, cuando a mí lo que me dieron ganas fue enfrentar a cada uno de ellos y abrir mi propia caja de Pandora. Exprimir hasta el último secreto, y lavarme las manos luego. Pero no. Porque yo no poseía valor, o me sobraba como a mi tía Noemí. Esa valentía me hacía falta. Y tenía que conformarme con ser un bicho raro que acusaban injustamente cuando se les antojaba.

¿Así como planeaba ayudar a las personas?

Ni siquiera podía ayudarme a mí.

Y, como siempre, tía Noemí se encargó de recordarme cómo se veía una mujer peligrosa y poderosa, cuando puso ambas manos en sus caderas e hizo la pregunta, que de seguro todos aquí se hicieron a lo largo de los años, sin atreverse a interrogar a Isabel como lo estaba haciendo tía Noemí.

—¿Qué le dijiste a mi mamá, para que se pusiera así? —inquirió.

—Nada —respondió casi en un ensayo. Obvio, estaba mintiendo.

Gracias a Cristo, tía Noemí posee un sexto sentido: el detector de mentiras. Siempre ha sido así. Por eso ella es una cabrona.

—¿Qué le dijiste, María Isabel? —volvió a preguntar, con calma, sin alterar el volumen de sus palabras—. Porque creo que no fui la única, la cual no haya entendido, cómo fue posible que una mujer fuerte, inalcanzable, benevolente y recia a cualquier situación que se le presentó en su camino a la grandeza, hubiera muerto de un ataque cardíaco en la cocina de su finca. Una finca que, casualmente se encontró a tu nombre.

Los ojos de tía Isabel se salieron de sus órbitas.

—¿Me estás acusando de haber matado a nuestra madre?

—Ah, ¿ahora sí es «nuestra» madre? —preguntó con ironía—. Y no, no te estoy acusando de nada —le aclara—. Sólo estoy exponiendo mi opinión. Porque aun después de veintiún años: importa. Pero si quieres una amenaza, hermana, entonces déjame simplificarla para ti.

Todos esperamos, expectantes a que hablara. Incluso Patricia se quedó sin lágrimas que derramar.

—O me dices ahorita mismo qué fue lo que hablaron tú y mamá antes de su muerte, o aquí enfrente de todos digo la verdad.

Tómala, ¡por malvada!

Pero... aguarden.

¿De qué verdad habla tía Noemí?

—¿Cuál verdad? —le pregunta tía Isabel.

—Tú sabes cuál.

Miedo es lo que noto en su postura, cuando los peritos ojos de Noemí atraviesan los de su hermana.

Intenta ocultarlo, pero no lo consigue. No hay éxito. En ese momento aprecio en primera fila el ligero temblor, tanto en los hombros de mamá como en los de tía Isabel.

¿Por qué mamá tiene miedo?

Si es porque Abel no es mi padre biológico, sobre el origen de mi nacimiento y quien es Adán para todos ellos... Bueno, que no se preocupe, porque todo eso ya lo sé. Pero eso claro, ella no lo sabe. Y creo que éste no es el momento de revelar esta clase de información. Todos estamos alterados, y atentos a las palabras de tía Isabel.

Me van a llamar blandengue, pero me da tristeza ver a mi tía contra la espada y la pared. Porque a pesar de todo el daño que ha causado con sus desplantes e indirectas, no me ha afectado a mí como persona. No le guardo el más mínimo rencor u odio.

Sólo quiero que todo esto acabe. Quiero paz mental, tranquilidad, mimos y amor. Sé que es mucho pedir, pero tampoco imposible. Y cuando miro a mis dos grandes fuentes de ambas cosas en partes extrañas, me doy cuenta de que aquí tengo una oportunidad única en un millón. Una oportunidad que no pienso desperdiciar por culpa del miedo hacia mis propios demonios.

Ellos tienen los suyos. Y yo los míos. ¿Cuál es el problema en mantenerlos estables mientras estamos juntos?

Pero ya discutiré con ellos después, ¡cuando resolvamos este problema de una buena vez!

Tía Noemí espera su respuesta.

—Habla, Isabel.

Sí, que hable. Me urge darle un punto final, o una explicación a todos los escenarios que se repiten sin cesar en mi cabeza.

—¿De qué verdad habla, Chabelita? —le pregunta tío Joel, alejándose de mí, metiéndose por completo entre las dos, y mirando a su esposa como si no hubiera nada más que ella en esta habitación—. ¿De qué habla Noemí?

—Mi amor, no lo sé —dice, con ojos llorosos—. No puedes creer todo lo que está diciendo.

—No estoy creyendo nada, Chabelita, sólo quiero saber de lo que están hablando, y la razón del por qué me lo ocultaste a mí que soy tu esposo.

Tía Isabel está blanca como la cal. Tío Joel espera su respuesta. Tía Noemí no desiste de sus planes. Y Fernando (el primogénito de Isabel) se mete en plena discusión.

—¡No le hable de ese modo a mi madre! ¡Ella no le debe nada, menos una explicación! —exclama mi primo, poniéndose en su campo de visión.

Si las miradas matasen, tanto mi tío como mi primo ya estarían en el suelo. Ambos depredadores se están atacando sin considerar una tregua.

A pesar del miedo que produce callar a un hijo que no es suyo, y la posible reacción de una madre..., mi tío Joel sabe que le debe poner un estate quieto a este pendejo.

—Mira, Fernando, te conocí a los quince años, cuando tu segundo padrastro abandonó a tu madre y a Alfredo —habló en un tono de voz calmado—. Te vi como a un muchacho asustado con responsabilidades que le pesaban y te admiré por ser tan valiente. Te quise a ti y a Alfredo como si fueran mis propios hijos, y te perdoné cada insulto injustificado que lanzaste a lo largo de los años en contra de Lilith... Pero este asunto, es algo que sólo nos concierne a tu madre (mi esposa), y a mí, así que no te metas en donde no has sido nombrado o llamado en combate —le sugiere, utilizando un tono pasivo agresivo de voz.

Ay, no.

Lo veo venir. Veo venir lo que se avecina con tan solo reparar en la indignación que sufre la cara de Fernando y Alfredo, y en cómo tía Isabel se apoya en ellos para salir de la broncota en la que está metida.

—¡Oye, pendejo! ¡A mi hermano no le hables así! —aúlla mi primo Alfredo 'dientes de caballo'.

Mi tío consentido dirige su atención hacia él.

—¡No te metas, hijo!, no me gustaría gritarte algunas opiniones que tengo sobre ti o tu crianza.

Ahora es tía Isabel la indignada.

—¡¿Cómo te atreves, Joel?! ¡¿Estás loco o qué te pasa?! ¡¿Por qué les hablas de ese modo a mis niños?!

—¿«Tus niños»? —repite él—. Tus niños y los nuestros tienen edad suficiente para entender, que uno no debe meterse en un problema en el cual no saldrán perjudicados de ninguna forma. Porque Fernando y Alfredo son tan hijos tuyos como míos, como lo son Axel y Said. Yo amo y amé a tu familia, aunque los dos sepamos que nunca me cuentas sobre algunos aspectos de tu vida, porque tienes miedo de que huya como lo hicieron tus anteriores hombres.

—¿«Mi anteriores hombres»? ¿Me crees una fácil o qué te está pasando, Joel?

—No te salgas por la tangente —dice—. No tienes nada que ocultar, entonces nada que temer. ¿Cierto? Y nuestros hijos ya no son unos niños, Chabelita, no los subestimes.

—¡Pues como si lo fueran! Aún están muy chicos para entender ciertas cosas. Y si guardo algunos secretos, es porque me da la gana que no los sepas. No hay otra razón.

—¡Esa clase de crianza es la que se debe amputar en las mentes de las mujeres!

—¿Qué estás diciendo?

—Me refiero a que estoy harto de que confundas amor con sobreprotección. Eso los ha vuelto débiles. Míralos nada más —los señala—, ¿crees que esto sea sano? Además, el modo en cómo los manipulas para que insulten a su prima, me parece inhumano.

—¿Por qué siempre la defiendes? —le pregunta, hecha un tsunami.

—Porque es una niña.

Patricia se levanta de la silla, y vuelve a la carga.

—"Esa niña", como tú la llamas, es una perra asquerosa roba esposos —me acusa en un rabioso elevo de bilis, al poner comillas en las palabras: «Esa niña».

Yo miro a Débora, mientras Patito me taladra con la mirada. Mi querida prima baja la cabeza avergonzada. Cobarde.

—Cállate la boca, Patricia Alejandra —dice mi madre, saliendo en mi defensa—. Mi hija sería incapaz de hacer algo tan bajo y ruin.

—¿Ah sí, tía? —dice, irónica—. Pues ya lo hizo, le abrió las piernas, como la puta que es, a mi marido y lo sedujo.

Gracias a Cristo, mi mamá no cree ninguna de las babosadas que está diciendo mi prima en mi contra, sin pruebas que corroboren sus tontas palabras.

—Estas mal, Patricia. ¿Y tú? —le pregunta a Nancy—, ¿no vas a decirle nada a tu hija? Está insultando y levantando cargos sin tener pruebas.

Eso, mami. Ataca.

—Si mi hija dice que la tuya es una puta, es porque es cierto, Andrea. Tú misma sabes que esa chamaca está loca.

Papá sale en mi defensa.

—Los problemas mentales que nuestra hija tenga: son privados —le responde—, y en nada tienen que ver con lo que ella haga o no como persona, o a quien decida o no abrirle las piernas —dice, imitando sus palabras, pero manteniendo un tono frío y calculado.

Tía Ilda se mete en donde no la llaman.

—Mira, Abel, no te voy a decir cómo criar a tu hija. Pero es obvio que Lilith está resentida con la forma en la que la han criado. No es una niña normal como lo son mis hijos o los de Nancy e Isabel.

Ganas me dieron de rebatir sus palabras. Pero me faltó valor.

¡Ash!, ¿qué me pasa? ¿Por qué soy incapaz de defenderme?

Tía Nancy no detiene su ataque en contra de mis padres.

—Debieron pensar a futuro si planeaban seguir con ese bestial embarazo —espeta, en un repugno de sílabas.

—¿Cómo te atreves a igualar a mi bebé con un monstruo? —pregunta, indignada mi madre.

—Ay, por favor, tía —dice Sandra—. Sabe perfectamente que Lilith es un horrible monstruo.

Papá está a punto de perder los estribos. Veo la vena punzando en su frente, y el ataque colérico que se avecina.

—¡Cállate, Sandra!

—¿O qué? —lo escandaliza—. Tampoco he dicho ninguna mentira. ¿O no, prima? —me mira.

—¡No le vuelvas a hablar así a mi hija!

—No le grites a mi hermana —sale en su defensa Constanza.

—Y tú, niña imprudente, no le grites a mi esposa —se mete papá.

Ramón, Carlos y Alfonso se levantan y encaran los tres a mi padre.

—¡Mira, cabrón mamón, no le levantes la voz a mis hermanas! —aúlla Ramón.

—Basta. Ya basta —pone un orden mi tío Jorge; el padre biológico de Alfonso y Carlos, pero no de Constanza, Sandra y Ramón—. No le falten al respeto a su tío, porque eso sí no se los perdono. Pídanle perdón a su tío Abel.

—Tú a mí no me ordenas nada —escupe Constanza—. No eres mi puto padre. Él se fue cuando nació Lilith —me echa la culpa, al mirarme con odio.

¿Por qué todos me echan la culpa?

Yo no tuve la culpa de que sus padres se fueran. Ellos los abandonaron. Ellos decidieron irse y perder el contacto con sus hijos. Yo fui una víctima más. ¡Soy inocente, carajo!

Todos se meten en donde no, y empiezan a pelar hasta sobre quien deja la tapa del escusado abierta, cuando están de visitas en casa ajena.

¿Planean fusilarse eternamente? ¿Seguir con sus estúpidas peleas? ¿Sacar a la luz verdades ocultas? ¿Por qué nadie me presta atención? ¿Por qué todos me ignoran? ¿Alguien podría darme una señal de que no estoy sola?

Oh, no.

Otra vez el ruido, el maldito ruido. Odio su energía violenta. Odio que tenga la fuerza de derribar mis muros, mi muralla China, ¡mi vida!

Bum... Bum... Bum...

Me llevo las manos a la cabeza y cubro mis orejas.

Bum... Bum... Bum...

Cierro los ojos con fuerza e inhalo y exhalo profundamente.

Una y otra vez. Una y otra vez.

Pero nada parece calmarme.

Me está asfixiando.

Me está consumiendo.

Está corroyendo cada glóbulo rojo en mis venas, hasta que estos consiguen burbujear, corrompiendo mis huesos, logrando explotar en mi pecho y salir en un grito de auxilio que, más bien, suena a reclamo envenenado con cada insulto, recuerdo, pena o tristeza que esta familia me ha hecho pasar, por culpa de un extraño que rompió a mi madre y no quisieron abortarme.

¡A la mierda todo!

—¡YA CÁLLENSE, MALDITA SEA! —grito y chillo, fuera de mí, consiguiendo la atención y el silencio de todos.

• • • • • •
Oh, Goth!!!
Intensidad!!!
Conste que iba a actualizar hasta el fin de semana, pero leer sus comentarios y saber que les está gustando me hizo decir: "Bueno, venga otra probadita de historia".

Pongan aquí su amor por tía Noemí si sienten la necesidad 💬

Acepto cualquier teoría que quieran escribir 💬

Muchas gracias por leer.
No olviden dejar su puntito o comentar.
O comentar en lugar de dejar su puntito. O dejen su voto y comentarios.
O simplemente lean.

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